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Sexualidad en Argentina

La investigadora argentina Mónica Gogna ha preparado, con apoyo del CLAM, el Estado del Arte de la Investigación sobre Sexualidad y Derechos Humanos en Argentina (1990-2002). El resultado de ese trabajo es un libro que acaba de publicarse en Buenos Aires. El documento releva exhaustivamente la producción durante la década que marca la expansión de la temática de sexualidad desde la perspectiva de los derechos en la agenda de investigación de las ciencias sociales y en el campo de la salud en ese país.

Mónica Gogna es socióloga, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la República Argentina, y forma parte del CEDES (Centro de Estudios de Estado y Sociedad), institución colaboradora del CLAM. Desde 1993 ha hecho investigación, docencia y advocacy en temáticas de género, salud reproductiva y sexualidad. Ha realizado diversas investigaciones con profesionales e usuarios e usuarias de servicios de salud, aportando al conocimiento de cómo el género y la construcción social de la sexualidad inciden sobre diversos aspectos de la salud y la vida sexual y reproductiva de las personas.

En esta entrevista, Mónica hace un balance crítico de las investigaciones argentinas en sexualidad y habla de las perspectivas de ese campo.

¿Cuál es actualmente el “estado de la cuestión” de la investigación sobre sexualidad y derechos en la Argentina?

En líneas generales, las líneas de investigación han tenido un fuerte foco en la sexualidad heterosexual. La intención ha sido obtener información para actividades de prevención (de embarazos no deseados, ITS y VIH-sida) y ha atendido más a los derechos reproductivos que a los derechos sexuales. Básicamente se ha analizado los obstáculos políticos e institucionales a la plena vigencia de los derechos reproductivos.

¿Qué temáticas se distinguen, en una perspectiva comparada?

La preocupación por el embarazo adolescente parece tener mayor peso que el VIH-sida. Esto es explicable, en parte quizá, por los datos epidemiológicos. Por otra parte, es escasísima la presencia de trabajos sobre las sexualidades “no hegemónicas”.

¿Cuáles son las áreas más desarrolladas?

El trabajo acerca de la población adolescente es sin duda una de ellas. La mayor parte de los trabajos han enfocado la atención en la iniciación sexual (edad, tipo de pareja, motivación, uso o no de un método anticonceptivo), conocimiento y uso de métodos anticonceptivos, conocimientos sobre VIH-sida y uso de preservativo, imágenes de género y “negociación sexual”. También algunos trabajos han centrado la atención en la coerción en la iniciación sexual y en la violencia de género en la población adolescente.

¿Qué enfoque han tenido esas investigaciones?

En general, al igual que en el caso de los estudios sobre VIH-sida, en el análisis de los comportamientos sexuales de las y los adolescente se advierte todavía un fuerte peso de los enfoques que privilegian los aspectos cognitivos o que centran la atención en las “representaciones sociales”. También se observa que existe cierta dificultad para articular diferentes niveles de análisis (lo subjetivo, lo relacional, los “escenarios culturales”) a la hora de elaborar conclusiones.

¿Qué enfoques encuentra necesario desarrollar actualmente?

En términos de “estilos de investigación” creo que, como señala Silvana Weller en su estado del arte de la investigación sobre adolescencia, resulta necesario incluir en los enfoques una perspectiva antropológica que permita reconocer la especificidad de la cultura juvenil en relación con la adulta, así como la diversidad cultural al interior de la población juvenil. También creo que sin dejar de lado el peso de las imágenes de género, las investigaciones deberían sopesar más el efecto que las condiciones materiales de vida y la existencia de recursos de diferente tipo (materiales, simbólicos, etc.) tienen sobre la posibilidad de varones y mujeres de constituirse, parafraseando a Vera Paiva, en “sujetos sexuales”.

Su libro constata una división entre los campos de la sexología, el del psicoanálisis y la psicología, y el de las ciencias sociales. En la lectura del documento se intuye que son troncos que se distinguen claramente en la Argentina. ¿A qué divisiones fuertes responde esa distribución en la historia de la temática y de esas disciplinas de conocimiento?

Aún cuando no he investigado específicamente esta cuestión, entiendo que en Argentina ha sucedido lo mismo que en otros países. La sexualidad históricamente ha sido y continúa siendo objeto de estudio y de intervención de diversas disciplinas: la medicina, la psicología, las ciencias sociales, lo cual es pertinente y legítimo. Ahora bien, cada una de ellas continúa abordándola desde una perspectiva específica y parcial. Así, por ejemplo, Mabel Grimberg (antropóloga que ha realizado numerosas investigaciones en la temática del VIH-sida) señala que las representaciones médicas acerca de la sexualidad muestran la permanencia de una concepción de ‘lo social’ como un factor más, en un marco global sostenido en prácticas individuales asociadas con la ‘desviación’ o la ‘transgresión’. De ello se desprende la necesidad de trabajar (sea en advocacy, sea en la formación profesional) con los profesionales de la salud con el propósito de contribuir a superar lo que se ha dado en llamar “visiones clínicas de la sexualidad y “enfoques pedagógicos disciplinares”.

¿Existen puntos de contacto entre las disciplinas? ¿Qué puentes es posible tender entre ellas?

Del diagnóstico realizado también es posible concluir que la conformación de equipos de investigación multidisciplinarios seguramente enriquecería tanto el planteo de qué deberíamos investigar cuanto el conocimiento que se generaría mediante la “triangulación de perspectivas”. A mi modo de ver existen puntos de contacto importantes entre los especialistas que provienen de estos diferentes campos disciplinarios que hacen posible pensar que un intercambio mayor o más sistemático entre ellos es no sólo deseable sino también relativamente factible. La adhesión a la perspectiva de género es sin duda un denominador común. La militancia en favor de la equidad de género y del respeto a los derechos sexuales y reproductivos también es un punto de encuentro, en nuestro medio, de profesionales que provienen de esas diversas disciplinas.

Los datos expuestos acerca de la sexualidad en la adolescencia/juventud parecen bastante similares a los recabados por investigaciones brasileñas. ¿Cómo se comparan con los de otros países de América Latina?

Sí, en ocasión de realizar un estudio acerca del embarazo y la maternidad en la adolescencia en siete jurisdicciones de nuestro país, revisamos los datos provenientes de Encuestas de Demografía y Salud y del CDC (Center for Disease Control de los EEUU) realizadas en varios países latinoamericanos y del Caribe y encontramos muchas similitudes. Por ejemplo, en la proporción de uso de métodos anticonceptivos y en el peso que factores como la educación y la edad tienen al respecto, el conocimiento de métodos, etcétera. Una cuestión que puede ser interesante destacar es que en muchos países de la región el motivo más reportado por las adolescentes para no haber usado un método es “no esperaba tener relaciones en ese momento”. Creo que el peso que tiene la “imprevisibilidad de la relación sexual” puede ser leído en clave de género y de construcción social de la sexualidad. En particular pesa la valoración diferencial que la cultura hace del ejercicio de la sexualidad según se trate de mujeres o de varones. Como bien señalan Maria Luiza Heilborn y sus colegas para Brasil, en una cultura sexual que consagra una estricta división de género en términos de “actividad” y “pasividad”, las relaciones sexuales entre varones y mujeres son, paradojalmente, vividas como fruto de la espontaneidad, que funciona como valor central. Siguiendo las normas culturales, es más fácil para las mujeres tener una primera relación sexual no protegida que prepararse para (o pedir) una primera relación protegida, ya que esto implicaría una forma de previsión y, por tanto, una postura activa, que dejaría entrever que son “experimentadas”, generando así dudas acerca de su “moralidad”. Este es un claro ejemplo de la importancia que tiene que las actividades de educación sexual y de prevención aborden claramente la cuestión de los roles y mandatos de género.

Tanto en la mayor parte de la producción reseñada, como en las discusiones esbozadas en el documento, parece que la perspectiva que hasta ahora más rindió para las investigaciones sobre sexualidad fue la de la salud sexual. ¿A qué cree que se debe ese énfasis?

Al igual que en otros países, la preocupación por el VIH-sida y por el embarazo en la adolescencia fue lo que motivó, en buena medida, la investigación social sobre sexualidad en Argentina. Además, si se tiene en cuenta que el contexto argentino ha sido históricamente muy refractario al reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de la población, se entiende que las investigaciones se hayan “justificado” más en términos de salud pública que de una perspectiva más claramente anclada en los derechos sexuales y reproductivos o en el concepto de ciudadanía. Inclusive algo similar ha ocurrido durante mucho tiempo con las acciones de advocacy (sea a favor de la implementación de servicios de asistencia en anticoncepción o de la despenalización del aborto). Sólo recientemente, con la sanción de una ley nacional que crea un programa de salud sexual y “procreación responsable” y la existencia de una clara voluntad política de asegurar el acceso de la población a la anticoncepción y mejorar la atención de las complicaciones de aborto, el lenguaje de derechos ha comenzado a circular con mayor fluidez a nivel social. A modo de ejemplo, cabe consignar que es la primera vez que hay una campaña oficial de difusión de los servicios de planificación familiar en la televisión y que el slogan es: “es ley, es tu derecho”.

¿Qué “lagunas” identificó al realizar su trabajo? ¿Qué áreas encontró que estuviera haciendo falta explorar en la investigación sobre sexualidad en Argentina?

Al igual que en otros contextos, el “placer sexual” es una dimensión en gran medida ausente en la literatura local. Algo similar ocurre con la temática de las prácticas sexuales, que podría generar conocimientos útiles para la de prevención del VIH-sida. Conocer las preferencias de varones y mujeres acerca de las prácticas sexuales también podría ser una suerte de entrada a las experiencias y expectativas de ambos sexos con relación al placer y arrojar luz acerca de las relaciones de poder en las parejas.

En otro orden de cosas, la literatura tampoco ha explorado si existe en la población alguna noción de derechos en relación con el ejercicio de la sexualidad y, eventualmente, en qué consiste o qué dimensiones incluye tal concepto para diferentes subgrupos, como por ejemplo los jóvenes, los varones, las mujeres y los profesionales de la salud.

También es escasa o nula la investigación sobre violencia doméstica y sexualidad, incesto y violación.

¿Qué áreas le parece oportuno continuar y profundizar?

Creo necesario investigar qué los obstáculos institucionales, culturales y subjetivos existen para la implementación de programas de educación sexual. También, qué mensajes en torno a la sexualidad y los derechos sexuales y reproductivos son viabilizados por los medios de comunicación. Como mencioné anteriormente, es importante también relevar la existencia o ausencia en la población de la noción de derechos en relación con el ejercicio de la sexualidad. Por otra parte, hace falta ver qué obstáculos y facilitadores existen en la comunicación entre jóvenes y adultos (madres-padres, docentes, profesionales de la salud, líderes comunitarios) respecto de la sexualidad. Otros temas pendientes son los que tienen que ver con la violencia sexual.

Con relación al título del libro, ¿cómo evalúa los hallazgos de su investigación en lo que hace a la perspectiva de los derechos sexuales?

El hecho de que los derechos reproductivos aún sean materia de debate en Argentina y la notoria ausencia de investigaciones sobre temáticas tales como “sexualidades no hegemónicas”, sexualidad y violencia de género, abuso sexual e incesto –entre otros vacíos identificados– son, en mi opinión, claros indicadores de que aún tenemos un largo camino por recorrer en lo que hace al reconocimiento y al resguardo de los derechos sexuales.

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