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Género, sexualidad y políticas públicas: ni Sodoma ni Gomorra

Género, sexualidad y políticas públicas: ni Sodoma ni Gomorra

María Emma Mannarelli*

En su libro Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, el historiador John Boswell sostiene que, según el sentido original de las historias, la destrucción de las dos ciudades bíblicas se debió a que los enviados del Señor no fueron tratados con hospitalidad, y no a costumbres sexuales que disgustaran a la divinidad. La acogida de San Marcos a nuestra propuesta académica —la Maestría en Género, Sexualidad y Políticas Públicas— es parte de una historia, todavía poco investigada en el Perú, de esfuerzos personales y colectivos por la ampliación de la cultura pública y la libertad de conciencia.

Escribo estas líneas sobre algo que ocupa mi vida en los últimos años, un lugar y un tiempo en el que nos encontramos muchas personas y muchas ideas, que fundamos un grupo de feministas hace cinco años. No es fácil encontrar un ángulo desde donde mirar y pensar el significado de un programa de estudios de género que impulsa esta maestría. Tiene muchas miradas, y cada persona que haya sido parte de esta tendrá su propia versión. Todo tiene su historia o, mejor, sus historias, y debe haber muchas sobre esta experiencia en la que se encuentran los descubrimientos y las confrontaciones, la negación y el reconocimiento personal, el goce y el desasosiego de las personas que vamos formando parte de ella.

Mujeres y espacio público

La creación de este espacio académico que funciona en la Unidad de Posgrado de la Facultad de Ciencias de San Marcos estuvo inspirada en la convicción de que los intereses del movimiento de mujeres y los aportes del debate feminista eran una genuina contribución a la comprensión de la forma en que las personas nos organizamos y a los cambios que vivimos. Pensamos que era importante hacer crecer un colectivo de docentes, una corriente dentro de la universidad que compartiera con estudiantes de distintas formaciones nuestro interés por dialogar más allá de las fronteras académicas tradicionales, pero sin desestimar críticamente sus aportes. Pensamos que un lugar como este, al mismo tiempo, le haría bien a la universidad, luego del maltrato que hacía un buen tiempo sufría por manos del Estado, y que se agudizó en medio del autoritarismo y del terror en las dos últimas décadas del siglo XX.

La relevancia de este lugar, al mismo tiempo personal y político, se aprecia mejor si se inserta en una configuración más amplia, porque también somos parte de una historia mayor. El Estado republicano, su remedo, o los grupos, las élites encargadas de organizar la vida de las personas en el territorio nacional, se resistieron de manera sistemática a regular el ejercicio de la autoridad doméstica. Dejaron en manos de los patriarcas y de los clérigos las riendas del cuerpo y del deseo. Ojo: no el cuerpo y el deseo en sí. Tal inhibición —instrumental, sin duda— significó y supuso varias cosas. Quizá entre las más dramáticas puedan identificarse la endeblez, lo enclenque del espacio público, la exclusión de las mujeres de la escena pública; la escasa presión sobre la conducta sexual masculina, todo esto engarzado e interactuando.

En nuestro país, la calidad del espacio cívico ha sido ajena a una discusión sobre las desigualdades entre hombres y mujeres, sobre la sexualidad, sobre la organización y el reparto del poder en el mundo privado. Y es probable que esta ausencia, esta negación, explique buena parte de nuestras dificultades cívicas y políticas. Aquí asocio la definición de Cornelius Castoriadis: lo político no como las rivalidades, las competencias, sino como una capacidad radical de cambiar las cosas, de infundir sentido. Esto se torna casi imposible cuando la Iglesia católica y su inclinación por la tutela mantiene una ascendencia considerable en el ámbito del control de la sexualidad y en el universo de las relaciones familiares. Entonces, pertenecemos a una tradición marcada por la ausencia de espacios donde intercambiar y contrastar opiniones sobre la sexualidad y los itinerarios afectivos.

Academia y política

Los tres primeros años probamos, nos limitamos a trabajar solo un grupo de cursos en una maestría, la de Política Social. Formábamos aún un grupo pequeño que nos encargábamos de los cursos. Pero esas fronteras apretaban, las horas semanales eran pocas para lo que se tenía que decir y para lo que los estudiantes planteaban. Había mucho acumulado en los textos y en las vidas, y presionaban para más.

Los cursos de la maestría cubren una gama diversa de ámbitos de reflexión. Entre otras cosas, se orientan a discutir modelos de interpretación que integren campos como la cultura emocional, la naturaleza de las instituciones, el ejercicio de la sexualidad y las jerarquías sociales. Normalmente partimos de ideas como que las relaciones de género son cruciales para entender las dinámicas sociales, y que los sujetos sexuados y sus vínculos constituyen un ámbito de análisis significativo para la comprensión de los procesos aludidos. Los derechos sexuales y las posibilidades democráticas ocupan también buena parte de las reuniones del curso. Esta relación entre sexualidad y exclusión/inclusión ciudadana tendría que quedar más nítida para mucha más gente luego de la aprobación en España de la ley que permite el matrimonio entre homosexuales. La posibilidad de pensar las políticas públicas, es decir, los planes del Estado a propósito de nuestra vida cotidiana desde las perspectivas feministas, es también un desafío que se renueva y recrea cada año en nuestro recinto académico. Esto supone un colectivo académico libre y laico interesado en explorar nuevos estilos de pensar la cultura pública, y los intercambios entre las personas y las distintas formas institucionales.

En los seminarios —sexualidad y sociedad— abordamos los procesos históricos —variados en términos de regiones y épocas—, las fronteras cambiantes de lo público y lo privado, el cuerpo y la política, el Estado y la casa, la comida y la calle. La cuestión rural y las múltiples formas familiares y las implicancias de los sistemas de parentesco; las teorías de la sexualidad, desde una perspectiva psicoanalítica. Importan las políticas públicas, y cómo la naturaleza del Estado se vincula con las formas del ejercicio y del control de la sexualidad; aquí los derechos sexuales enriquecen y redefinen nociones como la de derechos humanos.

El reto es proponer investigaciones cuyas perspectivas vinculen el control de la sexualidad, las formas de autoridad y la organización del Estado. Requiere un punto de vista inclusivo y una noción de proceso.

Como se señaló líneas arriba, en el Perú el discurso sobre la sexualidad ha sido monopolizado por la Iglesia católica. Esto ha impactado negativamente en la emergencia de una moral laica que oriente la conducta sexual y, al mismo tiempo, ha sido un serio obstáculo para la producción de una cultura cívica inspirada al margen del tutelaje y el sometimiento personal.

La maestría es el intento de fortalecer el carácter público y laico de la universidad desde una reflexión y producción feministas. Los contornos están lejos de ser delimitados o fijos. Sus dimensiones siempre están sujetas a las dinámicas que generen la combinación de las diversidades. Los vínculos que se establecen van definiendo al colectivo. Y ese es uno de los aspectos fascinantes: observar y entender cómo se genera una estructura en la que, paradójicamente, las individualidades se van perfilando cada vez más. Aunque no siempre es así. Ha habido grupos conflictivos, tendencias gregarias; no siempre es fácil que se produzca un proceso de diferenciación que promueva la autonomía en el colectivo.

Espacio de debate

En la maestría, una se da con las varias caras de la precariedad educativa, y uno de los desafíos mayores es el que proviene de la dificultad con las múltiples formas y contactos con la palabra escrita. Los retos para reconciliar a los estudiantes con la lectura, con la palabra escrita, son parte del diario. Asocio una reciente convocatoria que hiciera el director de la Biblioteca Nacional, Sinesio López, a los alcaldes distritales para comprometerlos en la construcción de espacios destinados a la lectura en la ciudad. Solo acudieron tres. Sin embargo, una de las maneras de hacerlo es la construcción de perspectivas personales. Hay varias formas; en realidad, cada estudiante va encontrando la suya con distintos ritmos e intensidades.

Pero una que me gustaría mencionar aquí es la construcción —e incluso, a veces, la inauguración— de la biografía, de la historia personal. Las historias personales se vuelven a narrar cada cierto tiempo, cada vez que se lee un libro, que se discute una idea, que se conoce al otro.

Esto puede tener una historia en un espacio más o menos ajeno a ese sentimiento tan extendido de sentirse amenazado por propuestas que tuvieran que ver con la palabra y la libertad de las mujeres. Algo se ha escrito sobre las ansiedades que se activan cuando las mujeres se agrupan sin supervisión masculina, y sobre las fobias que esta situación puede desencadenar; aunque somos un grupo mixto —profesores y estudiantes— en el que los hombres también están y se necesitan.

Obviamente, no íbamos a dejar de abrir un lugar para discutir uno de los aportes revolucionarios contemporáneos de la cultura femenina: los feminismos; y los llamamos así, en plural, porque hay muchos. Y aquí no dejamos de encontrarnos con el clásico y asombrosamente vigente sentimiento antifeminista que alguien como el historiador y psicoanalista Peter Gay interpretó, usando un aporte de Anna Freud, como la identificación con el agresor. Lo fascinante de esto es ver cómo se transforman los estilos de pensar en un clima de tolerancia, en el que los temores personales pueden ser elaborados (aunque no siempre explícitamente, claro está). En todo caso, el colectivo docente, el que organiza los cursos y propone las vetas por explorar con estudiantes, comparte y discrepa, pero sí tiene algo en común: la convicción de la necesidad de preservar espacios públicos donde la discusión sobre el poder y la sexualidad pueda ser desarrollada con libertad, sin censuras. El grupo que promueve, lleva adelante, organiza y piensa la maestría tiene esto muy presente, es uno de sus ejes, y por eso piensa que la universidad pública es uno de los valiosos espacios que hoy acoge, pese a todo, el debate laico sobre la sexualidad.

* María Emma Mannarelli es Profesora de la Maestría de Género de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

Publicado originalmente en la Revista Ideele N° 172 de julio de 2005, págs. 53-55 http://www.idl.org.pe/idlrev/revistas/172/Manarelli.pdf

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