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Hacia un Estado y moral laicos

Se presentó en Lima el libro Economía política del cuerpo, la reestructuración de los grupos conservadores y el biopoder, que analiza las estrategias y el actuar de los grupos conservadores ligados a la Iglesia Católica en los últimos años en el Perú. Con la autoría de Jaris Mujica y editado por Promsex (Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos), la publicación constituye un aporte al debate sobre la necesidad de un Estado laico, que fuera iniciada en el Perú por el Programa de Género (PEG) de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y por organizaciones feministas como Flora Tristán.

Al respecto conversamos con María Emma Mannarelli, doctora en historia, Directora del PEG y Coordinadora de la Maestría en Género, Sexualidad y Políticas Públicas. Mannarelli, reconocida por sus trabajos sobre la historia de las mujeres, la sexualidad y las configuraciones de lo público, comentó el libro el día de su presentación.

Economía política del cuerpo parece ser un libro bastante provocador. ¿Cuál es su relevancia para el Perú actual?

Es un libro importante porque presenta una reconstrucción detallada y cuidadosa de la naturaleza de los grupos conservadores en el Perú, de su estructura organizacional, los espacios en que actúan, quiénes los configuran, cómo despliegan sus redes, sobre qué ámbitos de la sociedad lo hacen, en qué grupos trabajan, a quiénes llegan sus mensajes y qué tipo de discursos utilizan. Poder identificarlos, saber dónde están y conocer cuáles son sus estrategias me parece fundamental.

Creo que es una contribución valiosa y respetable. Tener un texto sobre estos grupos tendría que ayudar a entender cómo somos, cómo es el Estado en Perú, cómo es el ejercicio del poder y cómo actúa la Iglesia Católica. Lamentablemente no me parece que esto último sea muy explícito en el texto en la medida en que, a veces, estos grupos aparecen como autónomos (independientes) de una estructura mayor, compleja y que al mismo tiempo está vinculada al Vaticano.

¿A quién cree que llegará esta información? ¿será sólo para activistas e investigadores o la recibirá un público más amplio?

Yo creo que trasciende a activistas e investigadores. Tendría que interesarle a la gente que hace políticas públicas, pero no sé si los congresistas van a leer esto. También a la gente que está encargada de definir políticas públicas relacionadas con población y sexualidad.

¿Quedará claro para un público más amplio por qué es necesario separar Iglesia de Estado? Parece una pregunta medieval…

Creo que el libro no persuade en esa dirección, pero ofrece información clave, información que hace pensar. Yo lo he leído como historiadora feminista y desde ese lugar me entero de las articulaciones del poder. Una se da cuenta que estos grupos buscan empoderarse para poder influir. Quieren ser parte del Estado, del gobierno; buscan que los gobiernos adopten sus posiciones y que el Estado asuma sus propuestas sobre el ejercicio de la sexualidad, la familia y los modos de organizar la sociedad. Pero en el libro las feministas casi no aparecen y eso es un problema serio. Yo no pude evitar preguntarme de qué manera una problematización central de este libro que es el modo en que estos grupos se encaraman en el Estado e influyen en las leyes y cómo esta aparentemente repentina (y cuestionablemente repentina) incursión no solo en la escena pública sino en el Estado en particular, puede darse sin considerar que antes los grupos feministas ya reclamaron una acción pública a favor de los derechos sexuales y reproductivos.

¿Lo que usted dice es que no se menciona el trabajo político de los movimientos feministas que serían una de las causas de lo que usted llama una “supuesta nueva incursión”?

Claro. En la medida en que las feministas actúan en la escena pública, llevan sus propuestas, hacen lobby, presionan a los funcionarios, a los partidos, a los grupos que detentan el poder, los conservadores también necesitan entrar para frenar y competir en la escena pública con sus propuestas. Nadie, excepto los grupos feministas y posteriormente activistas de grupos LGTTB, estaba llevando al escenario público propuestas, razonamientos, argumentos, para que se transformara el pensar de la gente a propósito del cuerpo, de la sexualidad, de la familia, de los vínculos entre hombres y mujeres. El libro no ve la interacción de los conservadores con otros grupos sociales, quizás no se lo haya propuesto, lo que le quita posibilidades interpretativas a la presencia de esos grupos y a sus potenciales significados.

¿Hasta qué punto es real el hecho de que el avance de los activistas de los derechos sexuales esté marcando el paso y propiciando el cambio de actitud de la Iglesia Católica?

Lo que se desprende del libro, entre otras cosas, es una continuidad de la posición de la Iglesia con respecto al sexo y a la sexualidad de las mujeres. Entre el Concilio de Trento y hoy, es decir entre el Siglo XVI y el XXI, el sexo es reproductivo, mancha, es impuro, inferioriza. Por otro lado, los que no lo practican fuera del ordenamiento doctrinario eclesiástico, son los puros, los superiores, por lo tanto, los que tienen el poder.

Como en la época de San Agustín…

Sí, pre Trento y San Agustín, pero también antes: Tertuliano, San Jerónimo, la Patrística. Yo no veo un cambio, es una continuidad. Lo interesante también es que esta reconstrucción forma parte de la historia de la Iglesia. Los grupos conservadores, a mi modo de ver, no lo son en términos de la Iglesia sino en términos de la sociedad. Es lo que plantea la Iglesia Católica en una división del trabajo. La Iglesia les ha delegado a estos grupos el control de la sexualidad. Ya no hay Inquisición no hay cortes eclesiásticas, hay una especie de secularización de la sociedad –estos grupos son laicos en el sentido que no están ordenados– pero la Iglesia no tiene otra postura pública con respecto a la sexualidad que no sea esa. Ningún miembro de la Iglesia va a emitir una opinión pública –ojo: pública– que discrepe con la de los conservadores a no ser que esté dispuesto a un llamado de atención del Vaticano que lo obligue a retractarse.

A diferencia de las mujeres, que no tenemos un lugar en la escena pública, la Iglesia siempre lo ha tenido. Un sacerdote puede tener relaciones sexuales, repartir condones, pero no puede expresarse públicamente en contra de la Iglesia.

Volviendo a la publicación ¿cuál es su aporte al debate sobre la necesidad de un Estado Laico?

La presentación de estos grupos, su actuar, su composición, nos obliga a una reflexión más calmada sobre la naturaleza del Estado. Un peligro sobre el que este libro llama la atención es la concepción de la verdad: la presunción de estos grupos de detentarla y de que, además, hay una sola, claro. Es el antiargumento, lo inapelable, es como la palabra del padre, la del patriarca. Entonces habría que intentar establecer una relación entre la verdad de la Iglesia y la verdad del mundo doméstico encarnada en el patriarca, es decir, lo que no se puede cuestionar ni cambiar. Eso es lo más opresivo de la propuesta: no se puede cambiar. Ahora, lo que yo me pregunto es si estos grupos realmente sabrán que el Estado en este país no controla nada ni gobierna nada. Entonces una se pregunta por qué tanta inversión en la modificación de la ley. Es que no solamente actúan sobre las leyes y las estructuras del Estado, sino que también poseen escuelas, imprentas, extensas redes de publicaciones, medios de comunicación, como lo señala el libro.

Todos los grupos que se presentan en este libro operan en el Perú

Sí, pero son de carácter internacional.

¿Qué tienen en común entre ellos?

Que propugnan “La” verdad. Son brazos de la Iglesia, algunos son partes de la Iglesia también.

Una moral laica

El Programa de Estudios de Género en San Marcos, que usted coordina, fue una de las primeras instituciones que planteó el debate público sobre la necesidad de laicidad del Estado. ¿Podría explicarnos cómo empezó este proceso y cuál es su visión general sobre el mismo? ¿Qué las decidió a hacer debates públicos en torno a la necesidad de un Estado laico?

Un antecedente que nos hizo pensar en plantear este debate abierto fue que las feministas, a propósito de la aplicación sin consulta a las mujeres sobre la Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (AQV) –que no tenía nada de voluntaria – terminamos siendo identificadas con la Iglesia en una perspectiva de defensa de los derechos humanos. Este fue un antecedente, un campanazo que nos hizo pensar. Ese hecho sucedió en los días previos a la gestación del PEG en Flora Tristán y en la Universidad de San Marcos. También en esa época discutíamos la injerencia de la Iglesia en la educación sexual, viendo su poder para bloquear las políticas que favorecían la libertad sexual de las mujeres. La presencia de grupos clericales en el poder lograron, por ejemplo, que desde el Ministerio de Salud se retiraran los anticonceptivos más requeridos por las mujeres en la época de Toledo. Eso fue una demostración de su poder. Se acumularon varios hechos que nos hicieron reflexionar más profundamente sobre la inexistencia de un Estado laico en el Perú.

Tuvo que ver entonces con el recorte de los derechos reproductivos de las mujeres…

Pero también con la irrupción de las mujeres en la escena pública. La Iglesia nunca ha reprimido la sexualidad masculina, por ejemplo. Finalmente, qué es el sexo reproductivo ¿el orgasmo del hombre?, es el placer del hombre. Peter Gay, historiador y psicoanalista de Yale, dice que cualquier ataque a la anticoncepción es un ataque al placer.

¿Cree que hubo una respuesta de parte de la gente cuando comenzó a plantearse la necesidad de un Estado laico?

La gente no entendía de qué estábamos hablando. Lo que pasa es que empezar a concebir una moralidad sexual laica es muy difícil para la opinión común, sino imposible. La condena del sexo anal, incluso entre los matrimonios desiguales, la negación de la sexualidad infantil, que es parte del discurso médico, son herencias del derecho canónico. Por otro lado, a la gente le cuesta mucho trabajo pensar en una moral que no sea la moral religiosa, creo que el Perú es uno de los países donde esto se da más marcadamente.

Entonces antes de postular un Estado laico ¿debería trabajarse por una moral laica?

Creo que son dos asuntos que se implican. Es fundamental saber que la creación de una moral laica demanda a los individuos y a sus instituciones cambios radicales en sus maneras de concebir los vínculos, el reconocimiento, la autoridad. No hemos discutido este problema en el Perú por varias razones, cuesta mucho incluso plantearlo, incluso cuando tenemos políticos que al cometer un delito dicen que han cometido un “pecado”, grave. Cabría agregar que las elites políticas –incluso cuando a veces este término sea un abuso del lenguaje– han cedido muchas de sus responsabilidades públicas a la Iglesia Católica. Esto ha influido tanto en la administración del Estado como en cuestiones relacionadas a la vida cotidiana y doméstica, y en las prácticas sexuales por supuesto. Aquí podemos hablar de un pacto patriarcal.

Finalmente, ¿nos podría decir qué acciones está realizando el PEG en esta dirección y cuáles son los aliados con los que cuenta para continuar con este debate?

El PEG forma parte de la Red Libertades Laicas, con la que hemos realizado actividades conjuntas con el Colegio Mexiquense, entre ellas la publicación de un libro que aparecerá próximamente, resultado de un evento internacional desarrollado en Lima en el 2006, en el que se discutieron estos temas.

Hemos iniciado una línea de publicaciones, que a su vez ha sido una de las contribuciones del movimiento feminista a la universidad pública del Perú. En estas publicaciones se expresan nuevos argumentos y puntos de vista alternativos. Pese a la precariedad del espacio público en el Perú, la Universidad acogió estas propuestas. El movimiento feminista ha democratizado el espacio social y fortalecido las instituciones públicas. Al incentivar este debate desde el espacio público, se complejiza y diversifica la polis, la riqueza del argumento, de la retórica, de la persuasión frente a la verdad única.

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