Arquitecta de profesión, especializada en antropología, la brasileña Sonia Correa optó por la deconstrucción de discursos y la construcción de nuevos entornos sociales como labor. Actualmente coordinadora e investigadora del Programa Global de Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos y de la Red DAWN —red global con foco en cuestiones de género, globalización, desarrollo y derechos sexuales y reproductivos—, la trayectoria de Correa es fruto de la revolución cultural de los sesenta y de la lucha contra la dictadura militar en Brasil. Entrevistada en el marco del Encuentro Latinoamericano y del Caribe sobre Sociedad y Sexualidad, realizado en la ciudad de México en los últimos días de julio, la activista hace un análisis del abordaje de la sexualidad en América Latina y del impacto del tema en el ámbito de los Derechos Humanos el desarrollo social.
Si realiza un análisis basado en su experiencia de más de 30 años en el campo, ¿hacia dónde vamos en materia de sexualidad?
Tenemos frente a nosotros un escenario paradójico. Hay rupturas importantes y al mismo tiempo reacciones muy fuertes a esos cambios. Dependiendo de cómo se mire y el prisma desde el que se lo haga puedes ver ganancias, libertad y reconocimiento; pero si miras desde el otro lado del prisma verás cosas muy feas. Por un lado, hay avances evidentes en toda la región en el reconocimiento de la diversidad sexual pero, por otro, hay retrocesos muy importantes en el tema del aborto (con excepción como la ciudad de México o Colombia). Las sociedades aceptan mejor la idea de la diversidad sexual, pero al mismo tiempo la estigmatizan. La legitimidad de los derechos sexuales en su sentido amplio, ya existe, pero siguen prevaleciendo la violencia y la discriminación, especialmente cuando la sexualidad cruza con la etnia, la clase social y la raza.
¿Existe una relación directa entre la falta de libertad sexual, el desarrollo económico de los países y la pobreza?
Es posible identificar conexiones. Por ejemplo, una persona con hambre, sin empleo ni educación, cuya sexualidad difiera de las normas heterosexuales, va a ser mucho más vulnerable a que sus derechos sean violados. Quien no conoce sus derechos potenciales dentro de una Constitución tampoco podrá acceder al empoderamiento que lograría una persona cuya sexualidad difiere de la norma, pero ha accedido a una educación, al trabajo y a la conciencia de sus derechos. Por eso el tema de la vinculación entre individualidad y contexto es tan importante en el debate sobre derechos. Es posible articular temas de desarrollo con temas de sexualidad, pero si las personas que toman las decisiones siguen sin pensar en los distintos significados del impacto de la sexualidad humana en la vida social, en la educación, en la pobreza o en el trabajo, no vamos a avanzar mucho para mejorar estas condiciones.
En los últimos años América Latina ha registrado avances importantes en la legislación relativa a la sexualidad. ¿Cuáles han sido los factores que han permitido esta situación?
Ha sido producto de la lucha feminista y de los movimientos LGBT en los últimos años. En realidad, no hay solución fácil para problemas difíciles. Tenemos que seguir hablando públicamente de estas cosas, tenemos que seguir clarificando nuestras concepciones. Eso es una tarea muy importante, porque la calidad de una agenda política, sea de derechos o de políticas públicas, no está exenta de riesgos cuando no la concibes ni peleas por ella con claridad conceptual. Porque puede tener efectos no anticipados o no ser efectiva.
Vivimos en sociedades mediáticas donde se apela con facilidad a los temas de sexualidad. Esto puede ser muy riesgoso, porque los debates se prestan mucho a la imaginación. En momentos de transformación, de reconfiguración y crisis, es muy fácil que la gente se vuelque hacia la sexualidad porque, en la superficie, el tema del “sexo” parece ser más simple que temas complejos como la economía, el petróleo o la guerra. Más aún en razón de los contextos “morales” que siguen prevaleciendo en las sociedades, hechos sexuales con mucha frecuencia deflagran dinámicas de pánico moral que pueden ser muy nefastas.
En toda lucha suele haber fracasos. ¿Cuáles son las batallas perdidas de la libertad sexual?
No creo que haya batallas perdidas pero sí peleas muy difíciles. Las fuerzas adversas a la pluralidad sexual y a los derechos sexuales son muy poderosas, institucional y financieramente. El poder que tienen las iglesias, en especial, la Católica, es gigantesco, con un frente mediático fuerte y una capilaridad social inmensa. No es solamente un tema de argumentos, también hay un desbalance de poder real. Yo no creo que haya batallas perdidas pero hay frentes muy duros. Y uno de ellos es el tema del aborto en la región.
En términos de políticas públicas, ¿cuáles son las prioridades de Latinoamérica?, ¿cómo asignar el gasto disponible en materia de, por ejemplo, salud sexual y reproductiva?
Una cosa muy importante en nuestros países es asegurar condiciones para una deliberación democrática efectiva. Estos temas siempre van a ser controvertidos y conflictivos, el problema real es que nuestras sociedades no cuentan con condiciones de debate democrático republicano en un sentido más “ideal”. Es muy difícil establecer espacios donde se desarrolle una conversación madura, ciudadana y abierta, que reconozca las diferentes posiciones. Hay juegos de fuerzas que no corresponden efectivamente a un debate de deliberación democrática. Yo no tengo la ambición, porque eso sería totalitario, de pensar que toda la gente estará a favor del aborto algún día. Mi expectativa no es esa, sino que las sociedades sean capaces de reconocer, aun estando en contra, la necesidad de su despenalización. Eso es lo más difícil.
Los gobernantes tendrían que tener un compromiso con la laicidad y la pluralidad y asegurando que nuestras sociedades puedan crecer y madurar en términos de deliberación democrática. Es claro que necesitamos programas de salud sexual y reproductiva más efectivos, de prevención del sida y de educación en sexualidad. Necesitamos de todo. Pero si no hay condiciones sustantivas de deliberación democrática respecto a la pluralidad y a la equidad, esas políticas, aunque buenas, van a ser siempre objeto de ataques conservadores y blanco de actores políticos que juegan un juego muy pesado.
En las políticas de salud sexual, pensando en la prevención y el control del sida, ¿le parece que hay un silenciamiento de los temas de sexualidad?
En los últimos años ha habido una tendencia —entre los grupos que defienden abordajes tecnológicos para prevención del VIH/SIDA — a pensar que es posible encontrar una solución fácil para la epidemia, desexualizándola. Yo le tengo bastante temor a esta tendencia, pues intenta responder al VIH/SIDA tomando atajos y evitando el tema de la sexualidad justamente por ser algo tan polémico y conflictivo. No hay soluciones médicas ni tecnológicas sencillas para un problema tan complejo como la epidemia, porque la sexualidad, si la reconocemos como una construcción social y cultural, es muy diversa y variable.
No hay una solución única para contextos socio-culturales muy heterogéneos en los cuales los significados de las identidades y prácticas sexuales ni siempre coinciden con los padrones occidentales dominantes. Claro, el condón es una solución, pero la manera de introducirlo va a variar muchísimo de acuerdo con el grupo, las prácticas sexuales, la cultura de la gente. La epidemia es médica, biológica y psicológicamente compleja, pero también lo es socialmente. Las dos complejidades tienen que ser reconocidas. No hay trucos sencillos.