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Sexo, saberes y mercado

El sexo y el deseo no son objetos fijos en el tiempo. Al guardar profundas y delicadas relaciones con otras dimensiones de la vida social, su operatoria, modalidades, efectos e incitaciones están sujetos a cambios históricos. Tomarse en serio esta afirmación –actualmente una verdad de Perogrullo–, no obstante, puede conducir a un examen crítico y enriquecedor sobre la producción de conocimiento sobre sexualidad. Las complejas y dinámicas relaciones de estos elementos estructurantes del mundo en que vivimos plantean a los/as investigadores/as sobre sexualidad la labor epistemológica de revisitar la forma en que han sido definidos a la luz de cambios sociales como la desregulación del sector público y la privatización de las responsabilidades del Estado. También conllevan la tarea de evaluar la idoneidad de los aparatos teóricos y metodológicos a partir de los cuales se produce conocimiento en un mundo cada vez más globalizado, donde la lógica neoliberal claramente ha desbordado lo económico. Este fue el marco del diálogo Ciencia, erotismo y pornografía – Las fronteras de la reflexión, realizado por el CLAM como parte de las celebraciones de sus 10 años de actividad. El evento tuvo lugar en el ámbito del IX Encuentro bianual de la Asociación Internacional para el Estudio de la Sexualidad, la Cultura y la Sociedad – IASSCS, realizado en Buenos Aires del 28 al 31 de 2013.

A partir de las premisas citadas, Sérgio Carrara (CLAM/IMS/UERJ) interpeló a tres investigadoras latinoamericanas sobre la forma como han cambiado sus campos de estudio en la última década y los modos en que ciertas convenciones tradicionales vienen siendo cuestionadas. Jane Russo (CLAM/IMS/UERJ), Maria Filomena Gregori (UNICAMP) y María Elvira Díaz-Benítez (Museo Nacional/UFRJ) hablaron sobre la redefinición de las fronteras entre legalidad e ilegalidad, moralidad e inmoralidad, normal y patológico, consentimiento y vulnerabilidad; así como sobre la emergencia de nuevas moralidades o la reconfiguración de otras ya existentes en el ámbito de la sexología, el del mercado erótico y en el de la industria pornográfica.

Erotismo, mercado y la redefinición de moralidades

Algunos análisis críticos del mercado, con una perspectiva totalizante, suelen caer en una suerte de visión apocalíptica respecto a sus efectos y alcances en la vida de las personas. Con frecuencia éste aparece representado como una fuerza negativa y alienante que todo lo desencarna y recodifica como mercancía, ante la cual resultaría fútil cualquier resistencia. Sin ignorar las violencias del capitalismo ni sus repercusiones como limitante de los derechos humanos, es importante ver su otra cara y considerarlo en su dimensión productiva. Este desplazamiento ha sido una de los movimientos más rentables en la trayectoria reciente de los estudios sobre sexualidad, afirmó Maria Filomena Gregori, quien invitó a ver las positividades del mercado en términos foucaultianos. De acuerdo con la antropóloga, éste ha sido el resultado de un trabajo consistente que se viene realizando durante años en América Latina, que busca una conceptualización nueva y fluida sobre el mercado, que sin dejar a un lado su potencial crítico someta a una minuciosa revisión cualquier forma anticipada de entenderlo. "Si bien el mercado crea desigualdades, también produce nuevas moralidades", señaló en el evento. Esto puede apreciarse en el lugar que han empezado a ocupar las mujeres en el mercado erótico. Históricamente éste ha favorecido a los hombres heterosexuales y ha relegado a las mujeres al lugar de objeto, pero en los últimos años ellas han adoptado el rol de consumidoras.

En Estados Unidos durante la década de 1970, relató Gregori, operó un cambio en el lugar social del erotismo: de ser considerado clandestino, transgresor y sucio, empezó a formar parte de la esfera íntima de las parejas y a relacionarse positivamente con la salud y la autoestima individual. Este proceso tuvo lugar en países latinoamericanos como Brasil dos décadas después y abrió un abanico de posibilidades para aproximarse al cuerpo y la sexualidad de formas diferentes a las convencionales, lo que para muchos representó una forma de liberación. Pero además de los cambios operados en la moralidad sobre el deseo y el cuerpo, esto también supuso nuevas normatividades. Mujeres mayores de 35 años con alto poder adquisitivo, que temían perder sus matrimonios, comenzaron a buscar ayuda en establecimientos como sex shops. Con el tiempo, comentó la investigadora, esto pasó a constituir para muchas mujeres una suerte de tercera jornada laboral, en la que ellas debían dedicar trabajo, tiempo y esfuerzo para revitalizar su relación de pareja mediante una inversión en las relaciones sexuales. En este sentido, los cambios en la moralidad no supusieron un desafío a la heterosexualidad obligatoria. Por el contrario, se asentó en ella. No obstante, comentó Gregori, en términos de positividad podría señalarse que hubo una institución de nuevas prácticas y nuevas cuestiones alrededor del matrimonio. Se instauró la necesidad de construir matrimonios más «picantes».

Lo normal y lo patológico

Cambios similares han tenido lugar en las nociones de normal y patológico en la sexología y otros saberes sobre sexualidad. Ejemplo de ello es la paulatina despatologización de las parafilias, afirmó Jane Russo, que han ingresado en el terreno de la sexualidad normal y saludable. Tal vez lo único que quede de ellas sea el abuso sexual, explicó, que sigue siendo patologizado, donde se aprecia el lugar central que ha adquirido recientemente la noción de consentimiento en la delimitación de dichas fronteras. La ahora coordinadora general del CLAM abordó este cambio a partir de ejemplos como el sadomasoquismo, para lo cual citó el trabajo de maestría de Bruno Zilli, investigador del CLAM, quien en comunidades virtuales articuladas en torno a estas prácticas observó una suerte de normativización de las mismas, plasmada en el lema "sano, seguro y consentido", referido al sexo S/M.

Cuarenta años atrás el psicoanálisis y la psiquiatría hubieran clasificado a una comunidad de este tipo en el universo de las perversiones; mientras que ahora son las comunidades sadomasoquistas las que utilizan categorías psiquiátricas para, precisamente, desmarcarse de ellas. Es ese diálogo lo que le ha permitido al sadomasoquismo borrar la marca patologizante, explicó Russo. Con esta «limpieza de la perversión», el sadomasoquismo y otras prácticas sexuales que antes formaban parte de las parafilias han ido incorporándose en el menú de lo que pueden –e incluso «deben»– hacer las parejas para mantener viva la relación y salvar el matrimonio.

Si bien las categorías patológicas no han desaparecido totalmente de manuales diagnósticos como el DSM V, ahora se distingue entre las parafilias como comportamientos sexuales normales y los ‘trastornos parafílicos’, caracterizados porque causan daño y producen sufrimiento, lo que los hace susceptibles de ser tratados por la psiquiatría.

Pero así como en los últimos años algunas prácticas han salido del terreno de lo anormal, otras han ingresado en él. Russo señaló, por ejemplo, cómo desde el lanzamiento del Viagra se ha ampliado de forma exponencial su indicación clínica, lo que también evidencia el cruce entre mercado, industria farmacéutica e investigación médica. Con el Viagra se ha privilegiado la performance sexual masculina como un ideal infalible. El medicamento ha empezado a ser consumido por personas cada vez más jóvenes, quienes temen no alcanzar una «calidad eréctil» apropiada.

Entre el consentimiento y la vulnerabilidad

Para María Elvira Díaz-Benítez, en la producción pornográfica que circula en Internet, periódicos y videos de alquiler el debate estaría situado más del lado de la moralidad que de la legalidad. "Cuando se piensa la ilegalidad en pornografía se hace en relación con la pornografía infantil, la cual es ilegal en todas partes", señaló. Otra práctica que se sitúa en las fronteras simbólicas entre lo inmoral y lo ilegal es el sexo con animales. Justamente en relación a esa frontera, uno de los aspectos que suscitan más debate está relacionado con el consentimiento y la vulnerabilidad.

En Brasil, explicó Díaz-Benítez, el sexo entre humanos y animales no es ilegal. La actual legislación no lo condena como tal porque en ese país la idea de abuso se relaciona con la categoría de sujeto y los animales no responden a esa condición. Si bien no existen leyes, lo que sí existen son normas morales que lo consideran una atrocidad. En parte porque, como en el caso de los niños, se da por sentado que en el sexo con animales no existe consentimiento. Es notable, ante esa interdicción, como en las producciones de pornografía con animales los roles de género se organizan de modo de eludir lo que para el sentido común humano contemporáneo constituiría abuso: en relaciones que siempre involucran una pareja animal-humano, el partenaire animal raramente ocupa el lugar de penetrado; se trata siempre de un animal macho en la posición de penetrador y una mujer en el lugar del par penetrado. Al tener erección y eyacular, simbólicamente se hace posible considerar que el animal siente placer y la posibilidad de abuso es borrada, explicó Díaz-Benítez. Por otro lado, "esa dupla de mujer y animal (macho) obviamente también responde a las expectativas del mercado y son los consumidores que desean que así sea, por eso creo que cuando muchos hombres consumidores transportan la idea de masculinidad activa al animal están levantando enunciados de heterosexualidad compulsoria", señaló.

Sin embargo, si el sexo con animales no es ilegal, ¿por qué suscita reacciones de aversión?, interrogó la antropóloga. En su opinión, se debe en buena medida a ciertos límites éticos y estéticos, así como entre naturaleza y cultura, que son tensionados por este tipo de imágenes. También a consideraciones sanitarias relacionadas con el sexo con animales, que para muchas personas lo harían no sólo sucio sino también nocivo para la salud humana. Para otras personas, ese tipo de sexo es humillante para la mujer, y es producido también en relación al enorme mercado que existe alrededor de la humillación.

Un aspecto de la pornografía donde los límites entre consentimiento y vulnerabilidad se harían presentes es el dolor, componente central en este tipo de producciones y en torno al cual existe un mercado importante. Díaz-Benítez señala que la industria pornográfica es productora de verdades sobre el placer y tiene un discurso preciso sobre el dolor como fantasía para complacer al consumidor. En la industria pornografía se hace uso de productos farmacéuticos como hormonas y sustancias anabolizantes, con el fin de dar forma a los cuerpos que ponen en escena el sexo; Viagra, para garantizar potencia pero también de analgésicos, relajantes musculares y un conjunto de técnicas corporales para evitar que los actores salgan lastimados en la ejecución de ciertas prácticas, como la doble penetración anal o el fist fucking, relata la antropóloga.

El mercado de los fetiches de humillación es un ejemplo importante con relación a la fantasía del dolor y al placer. Allí, a pesar de las técnicas aprendidas por los ejecutantes y de que lo que se vende al consumidor es una fantasía de dolor y no necesariamente un dolor real, es innegable que el dolor es sentido también "tras bambalinas". Ese dolor real que se vende como fantasía es una buena puerta para pensar aquello que Maria Filomena Gregori caracterizó como "límites de la sexualidad", o sea la "zona fonteriza donde habitan norma y transgresión, consentimiento y abuso, placer y dolor".

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