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Sexología: entre vanguardia y tradición

En Colombia, la sexología floreció en un contexto de fuertes contrastes. Fue marcada tanto por el conservadurismo religioso y político, como por la trayectoria vanguardista del país en términos de desarrollo social, así como de legislación sobre familia, afirman Ángela Facundo y Mauro Brigeiro, coordinadores de la investigación Sexualidad, Ciencia y Profesión en Colombia. La disciplina, que fuera objeto de fuertes críticas por promover una jerarquización de las expresiones sexuales y ejercer control sobre los cuerpos y los placeres, en el contexto nacional propuso un modo innovador de hablar sobre el sexo, enmarcado en la ideología liberal y relacionado con la democratización del placer y la conceptualización del orgasmo como un derecho, señalan sus autores.

El estudio, cuyo informe está disponible para descarga gratuita en forma de libro electrónico, se enmarca en el proyecto Sexualidad, Ciencia y Profesión en América Latina, fruto de una asociación entre el CLAM/IMS/UERJ y el INSERM (Instituto Nacional de Salud y de Investigación Médica), de Francia, que busca mapear el campo de la sexología en seis países de la región (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú), en el marco de la ‘medicalización de la sexualidad’.

En entrevista con el CLAM, Facundo y Brigeiro hablaron sobre el marco de desarrollo del campo sexológico en el país. Señalaron el valor comparativo de la idea de ‘cultura sexual’ y abordaron la compleja relación de los profesionales de este campo con otros agentes y discursos vinculados de distintas formas con la regulación de la sexualidad en el país.

¿El contexto sociopolítico colombiano marcó la emergencia de la sexología en Colombia?

Ángela Facundo: Nosotros no diríamos que el contexto sociopolítico colombiano marcó la emergencia de la sexología. Las vertientes que desembocaron en la conformación de un campo sexológico en el país son diversas y sus pioneros tuvieron relaciones muy diferentes, en sus respectivas regiones, con otros campos disciplinarios, con los movimientos sociales, con las realidades locales, etc. Lo que sí creemos que sucedió es que las y los profesionales que desde finales de los años sesenta comenzaron a trabajar en lo que luego se consolidó como campo de la sexología coincidieron en la necesidad de defender una idea libertaria de la sexualidad. Ellos y ellas se posicionaron de manera abierta y púbicamente contraria a los preceptos más conservadores que en materia de comportamiento y prácticas sexuales defendían tanto la iglesia católica como algunas élites políticas nacionales.

Cuando nos referimos a ese ánimo libertario de los pioneros no estamos afirmando que las acciones de los profesionales del campo sexológico hayan estado libres de visiones normativas o intentos de producción de un saber-verdad exclusivista sobre el cuerpo y la sexualidad. Eso ocurrió en algunos momentos y de hecho contribuyó a posteriores tensiones dentro del campo y a su transformación. Lo que nos pareció interesante es que incluso con tensiones, el ánimo de los profesionales, tanto pioneros como actuales, es el de la defensa del placer como un derecho y la búsqueda de que la sexualidad humana no sea objeto de control religioso; aunque no todos compartan posiciones comunes sobre cómo debería discutirse el control político o cuál deba ser el lugar de otras visiones de la sexualidad que no correspondan con la reflexión académica y científica del cuerpo y de las prácticas sexuales.

En todo caso, desde finales de los años sesenta, cuando empiezan a darse los primeros cursos de sexualidad humana en Cali con Octavio Giraldo y María Ladi Londoño, entre otros, y los de Manizales con Helí Alzate, los temas discutidos, las preocupaciones expresas, los invitados y los vínculos internacionales ya mostraban un interés por la sexualidad como un asunto social y no solamente como un objeto de reflexión científica. Incluidas ahí, claro, las lecturas poblacionales, más preocupadas por los asuntos de educación sexual y reproductivos que específicamente sexuales. Espacio representado, entre otros profesionales, por Cecilia Cardinal de Martin en el CRESALC (Comité Regional de Educación Sexual para América Latina y el Caribe). Tal vez los hitos de esa época sean precisamente esos cursos pioneros, que desembocaron en la fundación de la Revista Latinoamericana de Sexología y la Sociedad Colombiana de Sexología. El gran hito de la historia más reciente lo marcó la declaración del carácter obligatorio de la cátedra de educación sexual en las instituciones educativas en 1993. Independientemente de su cumplimiento, fue un aconteciminento que modificó el campo de la sexología y reposicionó la discusión sobre cuál visión de la sexualidad se debería enseñar, a quienes se debería educar en la sexualidad y quienes serían los expertos llamados a opinar sobre el asunto. Tema que hasta el día de hoy continúa siendo objeto de controversia y disputa en el país.

¿Considera que la idea de una ‘cultura sexual’ local resulta útil para comprender la regulación de la sexualidad y el desarrollo de un discurso sexológico en particular?

AF:

Como herramienta analítica la idea de una ‘cultura sexual’ resultó muy útil para los propósitos comparativos con otros países. Es decir, hay eventos nacionales, historias regionales y prácticas locales que configuran formas particulares y diferentes expresiones tanto de la sexualidad como de la configuración de saberes que intentan explicarlos y del lugar relacional que ocupan los profesionales de esos saberes con respecto a otros sectores sociales y campos profesionales. En el caso de América Latina, por ejemplo, las épocas de regímenes de dictadura marcaron, para amplios sectores de la población, una forma específica de control, de circulación de la información, de censura, etc. En Colombia, con un conflicto social y político de larga data y con una historia nacional marcada por represión social y política, por guerras irregulares y narcotráfico, las dinámicas de la represión y los valores asociados a la sexualidad y a su control no han sido claramente delimitados en un ‘antes’ y un ‘después’ de la dictadura, por ejemplo, como sucedió discursivamente en otros países, a pesar de que para muchos sectores sociales ese tipo de represión siga vigente.

Tal vez ahí haya un límite analítico de la investigación; pues como mapeo de un campo que no ha sido muy estudiado, se dedicó a trazar las grandes líneas de esa historia nacional y de la configuración del campo, pero no da cuenta de las grandísimas diferencias regionales en lo que respecta a la presencia y el alcance del discurso sexológico y mucho menos en materia de sexualidad y prácticas sexuales de las personas en esas regiones. Algunas de las personas que hacen o hicieron parte del campo sexológico y que ahora se identifican más como militantes por los derechos sexuales y reproductivos, han empezado trabajos que abordan las violencias sexuales en medio del conflicto, el control de la sexualidad como arma de guerra, los crímenes contra las llamadas ‘minorías sexuales’, etc. Con eso queremos decir que la investigación puede trazar a grandes rasgos algunos elementos que marcaron de manera general la historia nacional del campo sexológico, pero no buscó describir en detalle la historia de las regiones en materia de la reflexión y práctica de intervención sobre las múltiples dimensiones de las prácticas sexuales en el país.

Ustedes destacan la presencia del discurso sexológico en los medios de comunicación. ¿A qué atribuyen la visibilidad mediática de los profesionales de este campo y cuál ha sido el principal destinatario o consumidor de los discursos e intervenciones sexológicas? ¿Cómo creen que eso impacta en la regulación de la sexualidad?

Mauro Brigeiro: En el estudio observamos que los medios de comunicación han sido una importante plataforma de promoción y divulgación de las ideas sexológicas en Colombia. Incluso han sido la arena para el debate público y la presentación de controversias al respecto. Desde el período de institucionalización de ese campo científico profesional en el país hasta los días actuales destacados sexólogos y sexólogas han colaborado en programas de radio, televisión, columnas de periódicos y revistas. Y aun si consideramos una relativa pérdida de prestigio de la disciplina como instancia de producción de conocimiento de tecnologías de intervención educativas en los últimos años, el discurso sexológico sigue teniendo un espacio destacado en los medios colombianos.

La movilización de esos temas en los medios no fue una novedad que emergió con la institucionalización de esa disciplina en el país. Las acciones de promoción del control de la natalidad y planificación familiar ya incluían la radio como medio de difusión masiva para alcanzar tanto la ciudad como el interior del país. Ejemplo de ello es el trabajo de Profamilia. No obstante, hay rasgos particulares del discurso público sobre el sexo promovido por la sexología. La disciplina inauguró un énfasis hedonista al abordar el sexo que no tardó mucho en ganar fuerza y legitimidad en el debate público. Además, la originalidad de su discurso se nota en su reiterada asociación del sexo con los ideales de emancipación social.

A propósito de la regulación de la sexualidad, la sexología, en tanto saber sobre el sexo, ha ejercido una importante influencia en las definiciones y convenciones acerca del mismo. No obstante, la institucionalización de la sexología colombiana debe ser entendida en un marco más amplio de los debates sobre los ideales político-morales en el país. Como mencionó Ángela, hay que reconocer que, en el ámbito de las moralidades, la posición más típica ocupada por los sexólogos y sexólogas colombianos ha sido la de vanguardia de las costumbres y valores sexuales.

Cabe aún señalar dos puntos relativos a la promoción del discurso sexológico en Colombia. El primero es que a partir de la divulgación masiva de su discurso, las teorías científicas y un lenguaje especializado pasaron a representar un recurso alternativo en términos lógicos y retóricos para el tratamiento del tema para diferentes segmentos de la población. La segunda tiene que ver con la observación de que la divulgación de las ideas sexológicas no se redujo solamente a su promoción en los medios de comunicación convencionales. Es también una característica típica del campo de producción de conocimiento sobre el sexo que libros técnicos y especializados sean dirigidos indistintamente para profesionales del área y el público general. Esto habla de la intensidad con que circulan ideas provenientes del campo sexológico, así como de cierta confluencia de intereses.

Ustedes apuntan que el liberalismo ha sido el marco ideológico privilegiado para los debates sobre el sexo y la sexualidad en la disciplina. En este sentido, ¿qué ideal de sujeto sexuado promueve la sexología en el país? ¿Cuáles serían los límites de esta perspectiva en el reconocimiento de la llamada ‘diversidad sexual"?

MB: Si es posible definir a grandes rasgos la noción de sujeto preconizada por la sexología en Colombia, lo primero que señalaría es que las y los profesionales de ese campo pusieron en marcha, en diferentes grados, un cuestionamiento de las moralidades vigentes en el país. En esa labor, buscaron directa o indirectamente ampliar el marco de lo que se podía considerar sexualmente aceptable y extender a todos y todas la máxima del sexo como una actividad placentera. Eso no significa que la sexología en Colombia se haya fundamentado sobre un proyecto explícito de cuestionamiento a las concepciones vigentes acerca del sexo, tampoco en una reforma moral. Incluso porque su surgimiento no se derivó de un núcleo de profesionales con perfil idéntico o de un conjunto homogéneo de iniciativas. No obstante, de sus discursos se pueden desprender algunos principios que nos darían pistas sobre la noción de sujeto en cuestión.

Los principios que exaltaron como fundamentales para tratar la sexualidad coinciden con aquellos apuntados por el francés André Bejín en su análisis sobre la sexología de los años 70 y 80 en los Estados Unidos y en Europa, o sea, el racionalismo, la libertad de elección individual, el respecto a la autonomía y el consentimiento, el igualitarismo y la aceptación de la pluralidad de modalidades de expresión sexual. Como evidenciamos en el informe, ese ideario no se expresa con la misma intensidad en la actuación de los y las diferentes profesionales del gremio de sexólogos colombianos, aunque sirvió frecuentemente como base de orientación y justificación de las diferentes prácticas adoptadas. Hemos considerado incluso que tal ideario constituyó un rasgo común que, en medio de la pluralidad del campo, le confirió cierta unidad o identidad común, alineada con la disciplina a nivel global. Me arriesgaría a decir que si hay un sujeto preconizado por la sexología, tendría una buena dosis de correspondencia con ciertos ideales contemporáneos, como por ejemplo el placer sexual como fuente de bienestar y felicidad. Hace parte de esas aspiraciones la máxima de que el placer individual se defienda como un valor inalienable del individuo, que debe estar protegido de interferencias e imposiciones ajenas a él. En este sentido pienso que la noción de diversidad sexual sería en gran medida tributaria no sólo de la perspectiva liberal expresada en el discurso sexológico, sino también de su misma labor científica tradicional de inventariar, con pretensiones de neutralidad, las diferentes expresiones de la sexualidad.

Sobre la perspectiva liberal de la sexología, hay que hacer un breve comentario. A lo largo de la investigación la pregunta por la positividad de la sexología se volvió una cuestión central para nosotros. Además de reconocerla como un nuevo régimen de verdad sobre el sexo, que lo pone en discurso y gobierna los cuerpos, constantemente indagábamos en qué medida la sexología colombiana se puso a la tarea de disminuir la exclusión y la subordinación sexual. En ese sentido, siempre estuvo presente en nuestras reflexiones la argumentación de Gayle Rubin sobre una teoría radical de la sexualidad y su defensa de que la sexología podría estar más cercana de una ética liberadora que muchos otros sistemas de pensamiento sobre el sexo. Según este punto de vista, el análisis sobre la emergencia del campo sexológico exige una mirada cautelosa, que evite las simplificaciones, y que esté atenta a la complejidad de un campo que ha sido continuamente blanco de críticas bastante generalizadoras.

¿Cómo se han relacionado los profesionales del campo con otros agentes que buscan incidir en la regulación de la sexualidad y en la autonomía sobre el propio cuerpo, como el movimiento de mujeres y el hoy llamado movimiento LGBTI?

MB: Digamos que en el caso colombiano hay una especie de continuidad entre el campo sexológico y los movimientos de política sexual. Lo que encontramos en el estudio fue una situación de superposición, es decir, profesionales del campo sexológico eran simultáneamente representantes del movimiento feminista y de emancipación homosexual, como se solía decir en los años 70 y 80. Nos referimos aquí a María Ladi Londoño y Manuel Velandia. En ambos casos se trata de trayectorias en que, en ciertos momentos, el vínculo con la sexología se confunde con la participación en movimientos políticos de crítica social y de defensa de grupos sexualmente oprimidos. María Ladi Londoño, por ejemplo, tuvo un papel destacado en la institucionalización del campo, no solamente por su participación en la conformación de la Sociedad Colombiana de Sexología, sino también sus acciones y los estudios en que colaboró. Con el paso del tiempo y hasta la actualidad, ella transformó la causa feminista en objetivo mayor de su trabajo profesional y pasó a dedicarse a ella. Hoy se define más como feminista que como sexóloga. De hecho su actuación profesional se ha consagrado al feminismo y a la lucha por los derechos sexuales y reproductivos.

A propósito, no podemos dejar de mencionar que María Ladi se reconoce como la autora de la primera declaración en América Latina de los “derechos sexuales inalienables de la mujer”, socializada en el contexto del primer Congreso Latinoamericano de Sexología, en 1982, en Paraguay. Manuel Velandia, a su vez, participó activamente en los primeros grupos de emancipación homosexual en Colombia, fue seguramente una de las principales figuras que llevó el tema de la discriminación sexual al debate en el campo sexológico y tuvo una importante actuación en la lucha contra el Sida en el país. Hasta hoy escribe en su blog y para los medios sobre temas de defensa de los derechos de las minorías sexuales. De todos modos, ese panorama de confluencia no debe ser sobreestimado. Aunque sea digno de mención que importantes representantes de la sexología colombiana tuvieran vínculos con el movimiento social y hayan logrado posicionar el tema de los derechos sexuales en la agenda sexológica del país, también es cierto que su actuación ha generado controversias en el gremio. Hubo manifestaciones de resistencia a que reivindicaciones políticas feministas y homosexuales fueran incluidas en el ámbito de la sexología.

¿Qué lugar han tenido la perspectiva de género y los análisis socioantropológicos sobre sexualidad en los debates de dicha disciplina?

MB: No hemos visto que las teorías de género y los enfoques socioantropológicos hayan tenido lugar en los debates sexológicos en el pasado durante el período de consolidación de la disciplina en el país o que sean expresivos hoy. De hecho, no hemos encontrado líneas de confluencia en este sentido, lo que nos induce a reconocer que en términos de producción de conocimiento y fundamentación de ideas, la sexología colombiana ha estado relativamente aislada de las teorizaciones sobre género y sexualidad que están en boga en las ciencias sociales. Digamos que las influencias de esas perspectivas para la práctica y la racionalidad de la sexología han sido más bien poco expresivas. De todos modos, no debemos dejar de reconocer que iniciativas académicas asociadas a la constitución del campo sexológico en Colombia colaboraron para que el sexo empezara a legitimarse como un objeto legítimo de abordaje profesional y científico en el país.

La farmacologización de la sexualidad y el auge de tecnologías biomédicas relacionadas con el sexo y el cuerpo son cuestiones que han cobrado importancia tanto en ámbitos académicos como activistas. ¿Qué relación guarda el campo sexológico con la industria farmaceútica y las cirugías de modificación corporal?

AF: Hay por lo menos dos dimensiones en ese asunto de las tecnologías biomédicas en relación al campo de la sexología en el país. La relación de la industria farmacéutica con los profesionales del campo sexológico revela una atención especial puesta sobre la disfunción eréctil. Con la llegada del Viagra y de otros medicamentos posteriores, la relación entre médicos y psicólogos se transformó. En primer lugar porque muchos consideraron zanjada una vieja discusión sobre el origen (fisiológico o psicológico) de la disfunción eréctil y en segundo lugar porque el hecho de que solamente los médicos pudieran recetar algunos medicamentos llevó cada vez más la financiación más jugosa de los laboratorios a los profesionales de las áreas médicas. En los encuentros con marcada presencia de psicólogos, u otros profesionales de áreas no médicas, los laboratorios no están ausentes, pero su manifestación es menor y con productos que no requieren fórmula como lubricantes sexuales, condones y otros productos que promocionan el placer sexual. Algunas figuras mediáticas de áreas no médicas continúan teniendo una relación estrecha con los laboratorios o las empresas que fabrican este tipo de productos y hacen parte central de su márquetin.

La segunda dimensión sería la de las cirugías de modificación genital. No exploramos el debate concerniente a si otro tipo de modificaciones corporales podrían o no ser entendidas como asunto del campo sexológico. La modificación genital divide las opiniones dentro del campo. Hay algunos profesionales que consideran que es posible trazar una línea entre aquellas que serían cirugías funcionales, otras estéticas y aquellas que se realizarían para complacer ideales sociales o sexuales. Para otros esas líneas divisorias no estarían tan claras y no existe un acuerdo final sobre cuáles de ellas serían consideradas o juzgadas como pertinentes y tampoco criterios unificados para evaluarlo. Los debates más álgidos los ocasionan el tercer tipo de cirugías. En dichos debates no participan solamente médicos, sino que la discusión se ha ampliado a otros espacios. Las críticas de algunos sectores sociales que militan por la igualdad de género han señalado en particular las cirugías de reconstrucción vaginal como una forma de confortar sexualidades patriarcales en las que la virginidad femenina, con todos sus correlatos, reaparece con fuerza. No indagamos a profundidad este asunto, aunque parece trazar preguntas pertinentes sobre los límites de la libertad sexual individual y el imperativo del placer que han defendido de modo general los sexólogos en el país.

Finalmente están los productos llamados ‘cosméticos sexuales’ que también aparecieron en algunos de los eventos que acompañamos como parte del trabajo de campo. Algunos de esos productos –no todos– requieren de prescripción médica por su uso dermatológico. Parte del discurso que los acompaña ofrece ‘blanqueamiento’ de las áreas genitales, estrechamiento del canal vaginal y ‘retroceso del paso de los años’. Creemos que las preguntas que se derivan de esos productos, del discurso que los promociona y de su uso pueden ser también muy elocuentes sobre los ideales de belleza, raza y edad que se imponen en el espacio de negociaciones erótico-afectivas y sexuales en el que influyen de diversas maneras tanto los profesionales como las industrias farmacéuticas y cosméticas.

 

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