El éxito comercial del Viagra y otros medicamentos para la impotencia sexual masculina –mercado que, se estima, mueve US$ 2 billones por año– despertó la búsqueda de un medicamento equivalente que funcione en mujeres, para tratar la llamada ‘disfunción sexual femenina’ –término que incluye el trastorno orgásmico de la mujer, el trastorno de interés o excitación sexual femenina (antiguo trastorno del deseo sexual hipoactivo), y el trastorno de dolor génito-pélvico. Sin embargo, los dos únicos medicamentos para mujeres que llegaron a la FDA (Food and Drug Administration) en estos 16 años desde la aprobación del Viagra fueron rechazados por la agencia reguladora estadounidense.
Uno de ellos es la flibanserina, un antidepresivo que actúa como inhibidor de la recaptación de serotonina, que fue rechazado en 2009 cuando pertenecía a la empresa alemana Boehringer Ingelheim, y otras dos veces recientemente cuando fue patentado por la farmacéutica Sprout. Así, pese a más de una década de investigaciones, la agencia norteamericana aún no ha aprobado lo que sería el ‘Viagra rosa’.
En respuesta, las compañías farmacéuticas Sprout, Trimel y Palatin lanzaron, en enero de 2014, la campaña Even the Score, amparadas en el argumento de que las drogas para tratar problemas sexuales femeninos están en desventaja si se compara con aquellas para tratar la disfunción eréctil. Los patrocinadores de la campaña relacionan la demora de la agencia estadounidense en aprobar un medicamento sexual para mujeres con el sexismo, ya que para los hombres, según afirman, existen 24 drogas disponibles en el mercado, y ninguna para ellas. Sustentan incluso que las mujeres merecen un “trato igualitario” con relación al sexo.
Investigadoras feministas se oponen a la campaña lanzada por los laboratorios. Una de las críticas más notables de la medicalización de la sexualidad femenina es la psicóloga social Leonore Tiefer, profesora de psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York y fundadora de la New View Campaign, campaña feminista que alertó respecto al hecho de que la Even the Score sería una campaña financiada por la industria para promover el uso de remedios para supuestas disfunciones femeninas. La New View discute la concepción misma de disfunción sexual y promueve la idea de que las dificultades y los problemas relacionados con la vida sexual de las mujeres no son enfermedades.
“Como sexólogas y defensoras de los derechos sexuales de las mujeres, estamos horrorizadas con el uso y abuso del lenguaje de la igualdad como forma de presionar a la FDA para que apruebe el ‘Viagra rosa’. Las drogas para mujeres no funcionaron y no eran seguras. Su no aprobación no tiene nada que ver con el sexismo. Se trata de una justa regulación”, afirma Leonore Tiefer, en artículo reciente.
Alyson Spurgas y Katherine Angel, investigadoras que se han dedicado al tema de la producción de diagnósticos en sexualidad femenina, resaltan que el modo mismo como las disfunciones sexuales están puestas en el DSM-5 es problemático. La última versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), introduce una generificación del deseo, al retirar la sexualidad femenina de este campo. En el DSM-4 existía la categoría “trastorno del deseo sexual hipoactivo femenino y masculino”. En el DSM-5, el trastorno del deseo sexual hipoactivo sigue siendo válido solamente para el hombre. Para la mujer se convirtió en “trastorno de interés o excitación”, con un nuevo énfasis en la “receptividad femenina”. Es decir que, de acuerdo con el nuevo Manual, el hombre tiene trastorno de deseo y la mujer es “disfuncional” cuando no tiene interés o excitación suficientes para responder a los estímulos sexuales de su pareja.
“Es una concepción generificada de la sexualidad. Existe la idea de que el hombre tiene deseo natural, espontáneo, mientras que la mujer ama, siente afecto, pero no necesariamente deseo. Ella tiene un interés sexual que tiene que ver con una respuesta. Existe el estereotipo de que la sexualidad del hombre es simple, biológica, urgente. Mientras que la de la mujer es compleja, difusa”, afirma la antropóloga Jane Russo (CLAM/IMS/UERJ), coordinadora de la investigación La sexualidad en las clasificaciones psiquiátricas: un estudio sobre la medicalización de la vida cotidiana.
“La idea de que la sexualidad masculina es simple y biológica, mientras que la de la mujer es complicada, más psicológica que corpórea, facilitó el uso de medicamentos para las dificultades masculinas. El Viagra pasó en la FDA como una carta en el correo, sin problema”, afirma el psicólogo social francés Alain Giami (INSERM, Francia).
“Al naturalizar el hecho de que las mujeres no tienen deseo sexual, pero sí problemas en la respuesta a los estímulos sexuales de otra persona, tal diagnóstico refuerza la dicotomía que vincula pasividad sexual a la mujer y actividad sexual al hombre. En casos extremos, puede incluso legitimar situaciones de violencia sexual, especialmente en contextos de parejas heterosexuales. Lo que las feministas han intentado demostrar es que lanzar un medicamento que se apoya en tales concepciones puede contribuir a la manutención de relaciones jerárquicas de género en la medida en que la solución terapéutica no tiene en cuenta la reflexión sobre el contexto de producción de la falta de ‘interés’ de las mujeres por el sexo. Se trata de un caso típico de medicalización. Al mismo tiempo, existen muchas dudas sobre la eficacia y seguridad de las drogas que están siendo probadas”, destaca la investigadora Livi Faro (CLAM/IMS/UERJ), cuyo trabajo evidencia cómo la literatura biomédica es utilizada por la industria farmacéutica para ampliar el mercado de los medicamentos dirigidos al desempeño sexual.
La cuestión, según los investigadores entrevistados, es que para someter un medicamento a la FDA, es necesario usar los diagnósticos del DSM, cuya concepción de trastornos sexuales es, como mínimo, problemática.
A finales de octubre, el órgano reunió especialistas en medicina sexual, sexólogos/as, activistas y mujeres con problemas sexuales en una audiencia pública para discutir el tema de la disfunción sexual femenina y la autorización de un medicamento para tratarla, así como hizo con otras enfermedades, entre ellas la fatiga crónica o fibrosis pulmonar, con la finalidad de facilitar el diálogo entre la comunidad médico/científica y los pacientes/consumidores de productos médicos.
Con el fin de convencer a las mujeres de que sus problemas sexuales son disfunciones tratables médicamente, la industria farmacéutica y sus aliados buscan hacer un paralelo entre los trastornos femeninos y la disfunción eréctil masculina. Es justamente allí donde reside el problema.
La disfunción eréctil surge como diagnóstico (sustituyendo la otrora “impotencia”) junto con el Viagra. Promueve una concepción exclusivamente somática, centrada en el funcionamiento de un órgano, sin tener en cuenta la dimensión relacional, social o psicológica del problema. La acción del Viagra, coherente con esa visión organicista, sólo busca aumentar la irrigación en la zona del pene para garantizar que el hombre consiga mantener una erección, a través de la inhibición de una enzima llamada fosfodiesterasa-5. Es esa concepción estrictamente fisiológica la que las sexólogas feministas rechazan.
En la perspectiva no medicalizante de la New View, gran parte de los problemas sexuales se deben a factores sociales, relacionales o psicológicos y no pueden ser tratados con píldoras. Las causas para la baja libido de una mujer pueden ser un nuevo hijo, un nuevo empleo, la hospitalización de su madre, un jefe grosero, un persistente dolor en los hombros, un matrimonio en crisis, el cambio en el horario de trabajo de su compañero o los problemas de éste con el alcohol. Es necesario señalar, sin embargo, que esto no es prerrogativa de las mujeres. Los problemas sexuales masculinos, a pesar de ser vistos y tratados como puramente fisiológicos, ciertamente tienen un fuerte componente relacional/social/psicológico. Dicho componente deja de ser considerado cuando todo parece resolverse con la ‘píldora mágica’, lo que no está completamente comprobado según varios estudios realizados con el Viagra y medicamentos semejantes.
“La mujer puede estar en una relación difícil con el hombre y no querer tener relaciones. Entonces, ese ‘no querer’ no puede ser medicalizado. Esto resulta interesante porque significa que la ausencia o la disminución del deseo de la mujer sería una respuesta adaptada a una situación difícil. Todo el mundo está de acuerdo en eso, pero nadie considera la idea de que la ausencia de erección masculina o la eyaculación precoz serían también reacciones adaptadas a una situación difícil. El hombre no quiere tener relaciones, entonces, no tiene erección. Y parece impensable que la ausencia de erección masculina sea una reacción adaptada para proteger al hombre”, explica el sociólogo del INSERM.
La búsqueda de una ‘píldora mágica’ para las mujeres llevó a los especialistas de la medicina sexual a probar el Viagra en ellas. Tras fracasar dicha tentativa, la industria buscó la aprobación de un adhesivo de testosterona (Intrinsa) en 2004, que tampoco fue aprobado por la FDA, ya que había dudas respecto a la seguridad en su uso a largo plazo.
En Francia y en otros países de Europa, el Intrinsa fue aceptado por la agencia europea de regulación para casos muy circunscritos, como mujeres con menopausia quirúrgica, con ausencia de deseo y que ya realizaban terapia de reposición hormonal con estrógenos. En los Estados Unidos, pese al rechazo de la FDA, se sabe que la testosterona ha sido ampliamente usada en mujeres.
“El problema con los dos medicamentos para las mujeres –la testosterona y el antidepresivo flibanserina– es que no son el mismo tipo de medicamento que el Viagra. Son remedios que tienen riesgos más importantes y modos diferentes de acción al Viagra, con efectos más sistémicos. Y no se conocen los efectos de la testosterona para las mujeres a largo plazo, tanto que en los Estados Unidos la FDA no aceptó”, afirma Giami.
Así como hace décadas las biólogas feministas hicieron las primeras críticas a la idea de las hormonas sexuales, actualmente es la crítica feminista a la medicalización la que ha politizado las discusiones en los más diversos foros, incluyendo la FDA.
“La hipermedicalización y farmacologización, que aparecen con el Viagra, teniendo al hombre como objetivo, se difundieron. Pero cuando se intenta medicalizar del mismo modo la sexualidad femenina, entra el movimiento feminista, que es un movimiento político que los hombres no tienen. La farmacologización entra de forma avasalladora entre los hombres, pero no consigue el mismo efecto con las mujeres. Hasta el uso de hormonas en la menopausia es problemático. Los hombres son objetivos más fáciles, porque no existe un movimiento político en defensa del hombre ‘generificado’. Y el ‘hombre genérico’ no es una minoría”, puntualiza Russo.
Desde ese punto de vista, la aparente ‘ventaja’ de los hombres con relación a las mujeres, respecto al número de medicamentos sexuales en el mercado, nada tiene que ver con desigualdad de género o sexismo. Significa, por el contrario, la sumisión de un número cada vez mayor de hombres a los imperativos del consumismo médico.