CLAM – ES

Campo con poco diálogo

El CLAM conversó con los investigadores Mónica Gogna (CEDES-CONICET) y Daniel Jones (IIGG/UBA-CONICET), integrantes del equipo que confeccionó Sexualidad, Ciencia y Profesión en América Latina. El campo de la sexología en Argentina, sobre las configuraciones actuales de este campo en el país y el proceso histórico-social en el que se fue desarrollando. En su opinión hay una falta de articulación, tanto teórica como ideológica, entre este campo y otros discursos sobre la sexualidad, que puede deberse a que la sexología clínica contemporánea se orienta a resolver situaciones problemáticas en las relaciones de parejas heterosexuales, en detrimento de otras cuestiones como la diversidad sexual.

La investigación realizada por Mónica Gogna (CEDES-CONICET), Daniel Jones (IIGG/UBA-CONICET) e Inés Ibarlucía (IIGG/UBA-CONICET) forma parte del proyecto Sexualidad, Ciencia y Profesión en América Latina, fruto de una asociación entre el CLAM/IMS/UERJ y el Inserm (Instituto Nacional de Salud y de Investigación Médica), de Francia, que busca mapear el campo de la sexología en seis países de la región (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú), en el marco de la ‘medicalización de la sexualidad’. El informe está disponible para descarga.

¿Cómo se configura actualmente el campo de la sexología en Argentina?

Actualmente es un espacio multidisciplinario donde coexisten especialistas de variadas trayectorias y formaciones, dedicados a dos grandes vertientes: la sexología clínica y la sexología educativa o educación sexual. En general puede afirmarse que en la Argentina sexólogos y sexólogas dirigen sus intervenciones a diferentes públicos según la vertiente en la que desarrollen su trabajo. Quienes se dedican a la clínica trabajan mayoritariamente con adultos de clases media y alta, mientras que niños, niñas y jóvenes de clases bajas son el público por excelencia de las intervenciones de educación sexual. En ambas ramas de la sexología predomina un enfoque orientado a la resolución o prevención de “problemas”, ya sea una disfunción sexual, un embarazo no planeado o una infección de transmisión sexual.

Se trata, además, de un campo caracterizado por una profunda división sexual del trabajo: una amplia mayoría de los sexólogos varones son médicos (78%), mientras que la mayoría de las sexólogas mujeres son psicólogas o tienen una formación de base no médica (80%). Esta división de género del trabajo sexológico se articula con las conocidas tensiones provenientes de la jerarquización de saberes y profesiones en el mercado de trabajo y en la sociedad en su conjunto. Otra característica a destacar en términos sociológicos es que en el campo sexológico se advierte una limitada renovación generacional. También se trata de un campo que se ha articulado poco con movimientos sociales tales como el feminismo –que encabezó la lucha por los derechos sexuales y reproductivos en el país–, los movimientos LGTB o el campo del VIH-sida. Por último, como en otros contextos, la preponderancia que han adquirido los fármacos a partir del boom del Sildenafil, conocido por su nombre comercial Viagra, parece poner en jaque el lugar de los sexólogos y sexólogas frente al avance de otros profesionales de la salud, como los urólogos, quienes se enrolan en un nuevo campo llamado “medicina sexual”.

¿Qué hitos marcaron el proceso de institucionalización del campo de la sexología en Argentina?

Como en otros países de la región, la institucionalización de las asociaciones sexológicas se dio básicamente en los años ochenta, un tiempo que en la Argentina coincidió con el retorno al régimen democrático. Recordemos que en diciembre de 1983 Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación tras haber sido elegido en las urnas luego de una larga y sangrienta dictadura que se extendió desde 1976 hasta su elección. Sin embargo, es interesante destacar que no todas las organizaciones nacieron “en democracia”. La Asociación Rosarina de Estudios en Sexualidad (ARES), una de las organizaciones de más larga data, con un recorrido extenso y solvente, fue creada en plena dictadura militar. Más aún, una de sus fundadoras y “alma mater” fue una ginecóloga de reconocida trayectoria y activa militancia en el movimiento de mujeres que por ese entonces sufría la desaparición forzada de un integrante de su núcleo familiar (razón que luego la llevó a un largo exilio). Al reflexionar acerca de esta aparente paradoja, uno de los profesionales entrevistados en el Informe señaló que frente a “tanta muerte” (refiriéndose a la desaparición forzada de personas implementada por la dictadura militar) la creación de la asociación había significado una apuesta por la vida –y por el placer, podríamos agregar nosotros.

¿Qué lugar ocupan la diversidad sexual y la perspectiva de género en el discurso sexológico? ¿El lugar que ocupa la perspectiva de género guarda relación con la división del trabajo entre hombres y mujeres dentro del campo profesional?

La adopción de la perspectiva de género entre los sexólogos argentinos es escasa y por lo general asume el carácter de un discurso políticamente correcto o de indicador de actualización profesional. A su vez, el recorte heterosexista y coital de la sexualidad que realiza la sexología excluye el abordaje de la diversidad sexual y reproduce –tácita o explícitamente– patrones heteronormativos. Las propuestas terapéuticas de la sexología actual –en las que se da una creciente hegemonía de los tratamientos farmacológicos de las disfunciones sexuales– refuerzan estereotipos de género y se alejan de los planteos emancipatorios del feminismo y de los movimientos por los derechos sexuales. En síntesis, la articulación entre la sexología y estos otros discursos sobre la sexualidad es casi nula en términos teóricos y bastante problemática ideológicamente.

Según lo que relevamos en las entrevistas a profesionales, las cuestiones de diversidad sexual no aparecen en la práctica clínica. Las y los profesionales indican que las consultas más frecuentes que reciben son sobre problemas en la interacción sexual con parejas del sexo opuesto, y que la consulta de personas LGBT no es frecuente en la sexología clínica. Es interesante que tampoco mencionaran cuestiones relativas a la diversidad sexual cuando les preguntamos de qué temas se ocupa la sexología actualmente, más allá de su propia experiencia. Tenemos que considerar que la sexología clínica contemporánea se orienta a resolver situaciones problemáticas en las relaciones de parejas heterosexuales, porque en buena medida deriva de la segunda ola de la sexología, marcada por los trabajos de William Masters y Virginia Johnson, y de Helen Kaplan, en las décadas de 1960 y 1970. Este recorte preferencial de la sexología sobre la sexualidad heterosexual –sumado a concepciones patologizantes de la primera ola sexológica, que aún circulan en el campo–, explicaría también la escasa presencia de temáticas de diversidad sexual en la formación sexológica, como registramos al indagar sobre sus programas de capacitación.

La escasa pregnancia de la perspectiva de género en el discurso sexológico argentino seguramente está relacionada con el hecho de que las profesionales más cercanas al feminismo –Eva Giberti, María Luisa Lerer y Laura Caldiz– no han ocupado lugares preponderantes en las instituciones del campo sexológico vis a vis algunos sexólogos varones, mayoritariamente médicos, que se constituyeron en referentes del campo y tienen escasa o nula familiaridad con la perspectiva de género. Es interesante notar que a pesar del estrecho vínculo entre “sexualidad y género” no son las y los sexólogos quienes como comunidad profesional han abrazado más sistemáticamente esta perspectiva en nuestro país. En cambio, desde hace 15 años hay un grupo de prestigiosos profesionales que se reúne bajo la denominación de Foro de Psicoanálisis y Género y realiza ateneos mensuales de difusión de trabajos en esta “intersección”. Podríamos decir que se trata en alguna medida de la excepción que confirma la regla, en tanto que el mainstream del psicoanálisis en la Argentina no puede caracterizarse como cercano a el/los feminismo/s.

El psicoanálisis es una de las corrientes hegemónicas en el campo psi argentino, ¿qué lugar ocupa en el campo de la sexología?

El punto de partida a tener en cuenta es que el campo “psi” en Argentina estaba y continúa dominado por el psicoanálisis que, en sus distintas vertientes, es la corriente hegemónica en las instituciones de enseñanza de la Psicología y una disciplina que goza de gran divulgación y reconocimiento social, lo que se refleja, por ejemplo, en el uso de términos psicoanalíticos por amplios sectores de la población en situaciones cotidianas.

Desde la década de 1960, el psicoanálisis ha sido visto socialmente como un conocimiento y una terapéutica apropiados para abordar la sexualidad, como apuntaba un entrevistado, considerado por entonces la “materia sapiente de la sexualidad”. Es interesante que así fuera visto incluso por muchos de los sexólogos pioneros, que tenían formación psicoanalítica. Ya en la década de 1980 comenzaron a extenderse los enfoques cognitivo-conductuales dentro del campo sexológico, que hoy constituyen los más difundidos a su interior y caracterizan a las terapias sexológicas. Como lo definió otro entrevistado: “terapia sexual es terapia breve, focalizada y con tareas para el hogar”. La mayor eficacia de estos enfoques es un argumento que esgrimen los sexólogos clínicos para rechazar las perspectivas psicodinámicas, como el psicoanálisis, que trabajan sobre las causas de larga data de un problema.

En síntesis, pese a la formación psicoanalítica de algunos pioneros del campo sexológico de Argentina, la presencia del psicoanálisis en la sexología hoy es absolutamente marginal.

¿En qué modo influyen la medicalización y la farmacologización en la sexología actual? ¿Se puede hablar de un enfrentamiento entre un paradigma humanizante y otro medicalizante?

Es indudable que el Sildenafil “llegó para quedarse” y que ha supuesto un cambio significativo en la demanda y la oferta de tratamientos para las disfunciones sexuales. Muchos de nuestros entrevistados efectivamente tienen la percepción de que existe una lucha desigual entre un paradigma humanizante, que operaría básicamente a través de la palabra, y otro medicalizante. Creemos que esta “presentación del yo” que hicieron algunos de nuestros entrevistados idealiza un pasado en el cual también había quienes, a pesar de contar con un bagaje psicoanalítico, ofrecían “soluciones rápidas” a los “síntomas”. Obviamente las terapias cognitivo-conductuales están lejos de ser comparables con la farmacologización de la sexualidad a la que asistimos en tiempos del Viagra. Pero, como cientistas sociales, queremos destacar que la “medicalización” precedió a la farmacologización y que ella no es patrimonio exclusivo de los y las médicos.

De hecho, en Argentina también psicólogas y psicólogos han tenido y tienen visiones y prácticas normatizadoras de la sexualidad, como en el caso de quienes participan del campo sexológico bajo un ideal de “rendimiento sexual” definido por un saber experto. Nos resultó sugerente que la propuesta de “humanización” de la sexología parecía responder más a la necesidad de reconocimiento de los propios saberes que a una mirada crítica y comprehensiva acerca de los procesos de medicalización y farmacologización. Esto puede vincularse con el carácter práctico de la sexología: la alternativa a la farmacologización suelen ser las psicoterapias breves y focalizadas, el método privilegiado por los sexólogos-psicólogos/as. Las soluciones eficaces y rápidas desplazan a la búsqueda de la comprensión de las causas –sean éstas de tipo psicológicas, sociales o culturales– de lo que se manifiesta como problemático. Este énfasis explicaría, al menos en parte, por qué desarrollos teórico-críticos como el feminismo o las conceptualizaciones sobre género tienen tan poca presencia en este campo profesional.

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