Rafael de la Dehesa es profesor de sociología en la Facultad de Staten Island de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) e integrante de la Junta Directiva del Centro de Estudios Lésbicos y Gays (CLAGS) de dicha universidad. Su tesis de doctorado en Ciencias Políticas, defendida en la Universidad de Harvard, se centra en la relación existente entre los movimientos de activismo GLBT y los partidos políticos en México y Brasil. Estuvo en Brasil para participar del III Congreso de la Associação Brasileira de Estudos da Homocultura (ABEH). En esta entrevista habla sobre las estrategias que los movimientos GLBT desarrollan para colocar sus agendas políticas en la arena legislativa de Brasil y México.
El CLAGS, que está situado en el Centro de Postgrado (Graduate Center) de CUNY, es el primer centro de estudios gays lésbicos de Estados Unidos y este año cumple quince años. “Se distingue de otros centros –pondera Rafael– en su visión de juntar la cuestión académica con la cuestión activista.” Allí hace unos años empezó un proyecto llamado International Research Network (IRN), la Red Internacional de Recursos, con financiamiento de la Fundación Ford “que para esto está haciendo bastante, incluso el CLAM” –agrega– con el objeto de generar conexiones con activistas alrededor del mundo. A finales de este año el IRN va a lanzar un portal internacional en Internet con la idea de promover discusiones y debates en este campo. Como parte del mismo proyecto también será impulsada Sexualidades, una serie monográfica centrada en temáticas sobre sexualidad y género en América Latina y el Caribe. La idea general es promover ese tipo de debate publicando trabajos que estén en ese proceso de desarrollo en portugués, español e inglés.
¿Cuáles fueron las razones que lo llevaron a elegir a Brasil y México como los países centrales de su estudio?
Primero me pareció interesante hacer un estudio comparativo, ya que creo que nadie había hecho un estudio comparativo sobre el activismo. Brasil y México eran dos países muy interesantes en términos comparativos por varias razones. Primero, ambos tienen dos de los movimientos GLBT más importantes y más antiguos de América Latina y entre ambos existen paralelos interesantes. Los dos surgen en procesos de democratización, una democratización muy extendida, que se da en contextos autoritarios pero con algún tipo de institucionalidad democrática, como elecciones periódicas con contextos de partidos de oposición, a través de cambios graduales en las instituciones. También surgen dos partidos de izquierda importantes en la región, que le dan relevancia en términos de la historia de la izquierda y como comienza a ser levantada esta temática.
¿Cuáles son las agendas que instalan los movimientos GLBT en las arenas legislativas de cada país?
Hoy en día creo que hay agendas bastante parecidas; una es la cuestión de la no discriminación. Hace unos años en México se aprobó una ley federal contra la homofobia. La otra es la cuestión de las uniones civiles. Me parece que son los dos puntos que están más arriba en ambas agendas. En un inicio en Brasil se planteó la suspensión del párrafo 302.0 del Código de enfermedades de la OMS y me pareció interesante esa campaña porque de alguna manera genera una interlocución con el estado para promover una política cultural dirigida a la elite política brasileña y para establecer contacto y empezar a hablar con los partidos, inclusive con los partidos de derecha y de centro, que es una cosa que no pasa en México.
En ambos países los movimientos surgen en los años setenta. En México, hay grupos que se organizan desde el 71 pero mantienen una presencia pública limitada. En cierta manera, ambos movimientos salen a la luz pública en 1978, cuando se crean los primeros grupos en Brasil y activistas mexicanos participan en sus primeras marchas públicas. Entre el ‘78 y el ’82, cuando ambos movimientos participan en su primera elección, hay paralelos significativos en los debates que hubo en torno del movimiento. Dos grandes cuestiones que empiezan a dividir a los activistas: una es la cuestión de género; ya para mediados de la década surge en ambos países una división entre los grupos lésbicos y los grupos de hombres gays. La segunda cuestión es justamente cómo aproximarse a las instituciones democráticas que se van implantando: qué implica entrarle a este juego, cuáles son los sacrificios y cómo cambiaría el movimiento con ese tipo de participación.
En el 82 los dos movimientos participan en la primera elección. En México era una elección presidencial y legislativa; en Brasil, era una elección para gobernadores y legisladores en todos los niveles. Y si bien hubo paralelos en los debates que se dieron en cada país en torno a si debían participar y cómo, me parece que esa elección marcó una divisoria de aguas. En Brasil, activistas en varias ciudades organizaron diversas actividades, pero hubo unas herramientas que le dieron cierta continuidad a estos esfuerzos. En este sentido, una herramienta central fue una petición que Luiz Mott y el Grupo Gay da Bahia habían empezado a circular el año anterior. Durante la elección, activistas de todo el país se aproximaron a candidatos con ella. La petición pedía dos cosas: número uno, la suspensión de este párrafo de la OMS que estipulaba la homosexualidad como un desorden y, número dos, que el gobierno federal aprobara una enmienda constitucional contra la discriminación.
Esos puntos de alguna manera sentaron las bases para las dos campañas legislativas más importantes del movimiento brasileño de los años 80. Esto implica ciertos cambios en el discurso del movimiento; hay incluso documentos y cartas que a mediados de los ‘80 empiezan a decir: “empezamos a hablar de la liberación pero esto es una cosa que no encaja muy bien con la cultura brasileña, entonces tenemos que empezar a hablar de cuestiones de derechos, de derechos civiles, derechos humanos”. Es interesante porque, si bien en México no se da esta misma entrada al Estado, también hay un discurso parecido que empieza a surgir a fines de los 80, que tiene que ver con transformaciones más amplias a nivel del sistema político en ambos países y cambios en la política sexual ocurriendo a nivel internacional.
En su tesis explica que en cada uno de los países analizados existen estrategias particulares de acercamiento de los movimientos hacia los partidos políticos. ¿Cuáles son estas estrategias y las diferencias más significativas que surgen entre cada uno de los dos países?
Por una parte, si hay diferencias, también hay cuestiones que comienzan a surgir en común: el discurso sobre derechos y las prioridades legislativas que empiezan a adoptar ambos movimientos. Esto se encuentra dentro de un contexto transnacional que fomenta ciertas tendencias paralelas no sólo entre Brasil y México sino en otros lugares. Por esa razón un análisis comparativo es muy importante.
Dentro de esos paralelos hay diferencias importantes. Primero la época en que empiezan a trabajar esta cuestión legislativa, que es mucho antes en Brasil. Creo que eso tiene que ver con el paso de la democratización, con la forma en que se da y con el hecho de que los partidos especialmente de derecha y de centro en Brasil todavía no tienen una consistencia ideológica muy firme. Desde principios de los 80, hay dos vertientes en Brasil: por una parte, especialmente en São Paulo y en Rio, empiezan a movilizarse activistas dentro del Partido de los Trabajadores; por otra parte hay algunos activistas que dicen “no, vamos a aproximarnos a candidatos de todos los partidos”. Citaría como importantes en esa vertiente por ejemplo a Luiz Mott y el Grupo Gay da Bahia y a Jõao Antônio Mascarenhas que era un activista independiente de Rio de Janeiro.
En México se encuentran barreras mucho más altas para la entrada al Estado, lo que de alguna manera fomenta un vínculo mucho más estrecho con la izquierda y un discurso más vinculado a este sector. En México el PRI llevaba décadas en el poder y encontraba una oposición dividida: por un lado el PAN a la derecha, con raíces católicas y empresariales y por el otro, un grupo a la izquierda del PRI, que incluye a militantes de diversos partidos de izquierda, feministas, algunos periodistas, intelectuales, y sindicalistas. Comparando esto con la coalición mucho más heterogénea ideológicamente pero políticamente unida que se organiza a la izquierda del gobierno militar en Brasil – en torno, por ejemplo, del PMDB – esta coalición progresista que se organiza en México, especialmente en la capital, en el Distrito Federal, se vincula y define mucho más en torno de un discurso de izquierda. Y me parece que estas diferencias en los procesos de democratización se reflejan dentro de los movimientos. Me impresiona mucho que la trayectoria institucional del movimiento brasileño, por ejemplo, empieza con una aproximación a políticos de partidos de centro e incluso de derecha.
Otra cosa interesante es que durante los años ‘80 se crean vínculos más fuertes especialmente con el movimiento feminista y con el movimiento juvenil; cuando a finales de los ’90 en México empiezan a entrarle a la cuestión legislativa más seriamente, como una prioridad, esas bases que fueron creadas se usan mucho más. Si uno ve, por ejemplo, la cuestión de uniones civiles que está en la agenda de los dos movimientos como una prioridad muy alta, en Brasil está ligada a una identidad más fija de ciudadanía homosexual, de “somos el diez por ciento de la población”. A su vez en México, todas las primeras campañas legislativas se realizaron en alianza con el movimiento feminista, por lo que ya tienen una visión de género más amplia. El debate sobre uniones civiles en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, se levanta inicialmente dentro de una campaña feminista que se llama la Campaña de Acceso a la Justicia de las Mujeres, aunque en ese momento ni se llega a presentar una propuesta formal. Después, en el 2000, Enoe Uranga, una activista lesbiana, se elige a la Asamblea y presenta una propuesta de “sociedades de convivencia”, que coloca las uniones civiles como una cuestión de familias no tradicionales diciendo “el treinta por ciento de las familias en México no somos esta familia nuclear, somos diferentes a eso”. Esta estrategia crea bases para contactos más extensos con otros sectores de la sociedad civil pero también responde a una barrera más alta para entrarle al Estado.
Usted también introduce el concepto de “representatividad performativa”, como un modo particular que tiene el movimiento GLBT para instalarse en la arena política. ¿Cómo repercute esta modalidad en la relación entre movimiento y partidos políticos?
Hay gente que está hablando así de la consolidación de una cultura global. Es interesante esa propuesta aunque hay algunas cosas que me inquietan y claro que soy crítico a la homogeneidad que eso implica. Pero dentro de ese planteamiento la idea es que a nivel transnacional se están dando ciertas normas, ciertas identidades, ciertas maneras de actuar políticamente que están siendo apropiadas de diferentes maneras en diferentes partes del mundo. Estos paralelos que surgen en la interlocución del movimiento con el Estado refleja ese tipo de convergencia a nivel internacional. Incorporo una crítica a esa visión que trae gente como Néstor García Canclini, gente que habla de culturas híbridas y que empieza a ver cómo estas cuestiones de modernidad se traducen a través de las fronteras nacionales y qué tipo de cambios existen. Por ejemplo, una cosa que me impresiona es que la cuestión del secularismo religioso, del estado laico, que se plantea como central en México, en todo el discurso mexicano, en Brasil, si bien hay algunos activistas que lo están levantando, no tiene una resonancia muy profunda.
Es interesante algo que dice George Yúdice: una estrategia legislativa, como por ejemplo la no discriminación, es un llamado a cierto tipo de performatividad, a un rol social de no discriminar; lo mismo que ciertas maneras de actuar, ciertas identidades que se colocan. Otra cosa que plantea es que el acceso a estas cuestiones es diferenciada en relación con los diferentes sectores de la sociedad y que, por ejemplo, muchas veces las leyes no penetran la esfera privada, o se quedan en el papel. Si bien ciertas performatividades están siendo impulsadas a nivel internacional, la fuerza que pueden llamar varía mucho. Por ejemplo en México se habla mucho de crear una cultura de denuncia, que sería un cambio cultural que iría a darle fuerza a ese tipo de performatividad a la que llama la ley, a la que apela la ley.
¿Cómo se relaciona esto con la temática de la modernidad?
El titulo de mi tesis se refiere a modernidades refractadas. Es un titulo medio extraño, con el que trato de comunicar varias cosas. Por una parte, sitúo ciertos puntos de convergencia en la política LGBT a nivel internacional dentro de una historia más amplia de la modernidad liberal, que surge del Iluminismo europeo, estableciendo una posición hegemónica a través de la colonización y la expansión capitalista. Foucault ligó nuevas tecnologías disciplinarias y discursivas asociadas a la modernidad con la constitución de nuevos sujetos sexuales y comprensiones del Yo. Al mismo tiempo, postulo la idea de modernidad en lo plural, reconociendo la manera en que tendencias comunes a nivel transnacional se transforman cuando son apropiadas y reinscritas en contextos nacionales. En este sentido, los discursos universalistas de la modernidad son siempre híbridos, refractados a través fronteras nacionales.
Al mismo tiempo, hay que reconocer que gran parte de la literatura sobre sexualidades en América Latina ha enfatizado justamente ciertos límites en la penetración de identidades sexuales asociadas con este proyecto transnacional –por ejemplo, de categorías científicas como “homosexual” y “heterosexual” que surgen en Europa a finales del siglo 19. En este sentido, resalto que si bien ha avanzado una legislación que inscribe la sexualidad dentro de un proyecto universalista de ciudadanía liberal, la penetración de –o el acceso a– estos cambios también es diferenciada, en este sentido refractada, por ejemplo, a través de fronteras de clase o de región.
¿Cuál es el camino que seguirán, usted piensa, las agendas políticas de los movimientos en Brasil y en México?
Primero está el enfoque en el Estado y a la cuestión partidaria. Hay que contextualizar eso en una gran diversidad de actividades que están teniendo lugar, ya que dentro de esta gran diversidad hay ciertas formas de performatividad, ciertas estrategias que se refuerzan y que tienen que ver con cosas que están pasando a nivel regional, a nivel transnacional. Incluso este paralelismo en término de las agendas de los movimientos cuando se dirigen al Estado refleja eso. Esas agendas legislativas están planteadas de manera muy clara en ambos países y también en otros y por un buen rato van a seguir ahí en la arena.
Segundo, me parece que otra cuestión que se está planteando es que las leyes vayan más allá del papel y llegar a una segunda generación de cambios que puedan hacer esas leyes tengan efectos más reales. Por otro lado hay otros paralelos de los que no hablo en mi tesis y que están menos relacionados con el vínculo con el estado; por ejemplo en Brasil una incipiente ligazón con el llamado “mercado rosa” que me parece que también es otro llamado a ciertas formas de performatividad, que también encuentra paralelos en los dos países.
¿Las agendas de estos dos países son coincidentes con las de el resto de América Latina o existen otras diferentes?
Hesito un poco en hacer generalizaciones con lugares a los que no he visto de cerca. Hay ciertos paralelismos, en la forma en que se están planteando la cuestión de unión civil y la cuestión de no discriminación en otros países, aunque sea con diferentes posibilidades de llevarse a cabo y con diferentes discursos, diferentes maneras. Pasé muy poco tiempo en Argentina, por ejemplo, pero aprendí que dentro de las agendas institucionales, los grupos que más priorizan este tipo de activismo también están tomando estas cuestiones. Aunque me parece que en Argentina también hay una crítica más fuerte a estas cuestiones, que refleja la importancia de los grupos trans dentro del movimiento, los que de alguna manera quedan excluidos de esa prioridad.
¿Actualmente continua trabajando con la misma temática de su tesis?
Ahora estoy haciendo revisiones de la tesis tratando de expandirla, enfocado en cuestiones de activismo cultural y no tanto en cuestiones del estado y de la política institucional, para abrir también a cuestiones de la esfera pública.
¿Qué impresión le dejó el Congreso de la ABEH?
Me pareció muy interesante. Se está haciendo mucho trabajo aquí y es una buena oportunidad de conocer a la gente que está trabajando en la temática. Fue muy rica la experiencia, me impresionó bastante el Congreso. También fui a Brasilia porque pasé tres años sin venir aquí a Brasil y han pasado muchas cosas, principalmente me pareció interesante el programa Brasil sem homofobia, entonces fui a Brasilia a hablar con gente sobre ese programa, para ver hasta dónde había llegado.