A lo largo de su historia, el feminismo y el movimiento de mujeres han buscado tender puentes con distintos actores de la sociedad civil, así como con actores políticos progresistas, con el fin de aunar esfuerzos frente a problemáticas comunes y posicionar cuestiones de género en diversas agendas. Esta labor ha rendido algunos frutos y en las últimas décadas hemos observado cómo la justicia de género ha ingresado en la agenda de algunos gobiernos y de agencias internacionales. Sin embargo, y paradójicamente, los derechos de las mujeres siguen siendo relegados en otros movimientos sociales que luchan contra distintas formas de desigualdad y que ven en la justicia social uno de sus principales horizontes de acción.
El informe Género y movimientos sociales (2013), del Instituto de Estudios sobre el Desarrollo (IDS) de la Universidad de Sussex señala que la injusticia “a menudo parece cegar a sus víctimas frente a otras formas de injusticia”, lo que deriva en la configuración de una mirada excluyente a partir de una jerarquía de injusticias donde la propia requiere una reparación más urgente que otras. El documento elaborado por Jessica Horn a partir de una discusión global con activistas e investigadoras de varios países, analiza esta tendencia y propone algunas líneas de acción para transformarla.
Tomando ejemplos de distintas regiones del mundo, el documento del IDS analiza los factores que obstruyen la integración de los derechos de las mujeres a la agenda de otros movimientos sociales progresistas. Entre los aspectos más destacados se cuentan la persistencia de actitudes, prácticas y estereotipos de género en los movimientos, que le asignan a las mujeres roles tradicionales como el cuidado y el apoyo a los miembros de las organizaciones sociales o la realización de tareas administrativas rutinarias; así como prácticas discriminatorias, conductas sexistas, impunidad o invisibilización de las violencias contra las mujeres que tienen lugar en el seno de los movimientos. Asimismo adquieren relevancia creencias según las cuales la desigualdad de género se remite a la esfera privada o que los derechos de las mujeres en cuestiones como el aborto chocan con la tradición de determinados grupos. En algunos casos, la justicia de género es excluida no por falta de interés, sino por el desconocimiento respecto a cómo situarla en las metas y los procesos del movimiento, señala el documento.
En este sentido, el informe plantea una perspectiva novedosa en el abordaje de los movimientos de mujeres, al considerar cuestiones poco exploradas, como el modo en que “los movimientos sociales más amplios están pensando en los derechos de las mujeres y la justicia de género”, así como al interrogar el sentido de la “solidaridad con otros movimientos para las agendas de los movimientos de mujeres y por la justicia de género”.
Con frecuencia, el hecho de enfrentar situaciones adversas que afectan a distintas poblaciones ha permitido la articulación de organizaciones y movimientos sociales heterogéneos para la realización de acciones específicas. Ejemplo de ello son las luchas por la justicia y la reparación en el marco de regímenes dictatoriales o en contextos de posconflicto, así como para hacer frente al avance de nacionalismos excluyentes u oponerse a la implementación de políticas neoliberales. Asimismo, contextos que ponen de relieve intersecciones entre vectores de exclusión como la etnicidad, el género, la clase social o la sexualidad en la vida de las personas han facilitado la identificación de algunos grupos sociales con otros y la acción conjunta. No obstante, las más de las veces estas articulaciones no se han transformado en alianzas duraderas o en la inclusión permanente de líneas de acción que operen sobre el reconocimiento de múltiples injusticias.
El informe Género y movimientos sociales fue presentado en Ciudad de Guatemala el 20 de marzo de este año. Domingo Hernandez Ixcoy, Maya K’iche’, cofundador del Comité de Unidad Campesina – CUC y coordinador de la Asociación Maya Uk’ux B’e, habló con el CLAM sobre la relación entre el movimiento de mujeres y otros movimientos sociales en la región, el contexto de ese diálogo y los obstáculos y avances en la definición de alianzas duraderas.
¿Cuál ha sido, en su opinión, el saldo del trabajo del movimiento de mujeres con otros movimientos sociales en América Latina?
En muchas organizaciones sociales de América Latina, las demandas de las mujeres han sido marginadas. Con frecuencia han sido consideradas un problema que se resolvería a través de la participación de ellas en los movimientos sociales o en el desarrollo de las luchas sociales. Sin embargo, la opresión contra las mujeres sigue ocurriendo incluso a nivel de las organizaciones y de los pueblos indígenas. Algunas organizaciones le han dado prioridad a la lucha de clases o a la lucha contra el Estado, en menoscabo de esta problemática que permanece oculta.
Sin embargo, es importante destacar que las demandas de los movimientos de mujeres han ido posicionándose gracias a su trabajo. En la actualidad, independientemente del nivel de comprensión de la situación de las mujeres, de los posicionamientos políticos (ya sean de izquierda o derecha) o de la interpretación que hacen del tema distintos sectores, se reconoce que este es un aspecto que no ha sido abordado en profundidad. Considero que este es un paso importante y que forma parte de un proceso irreversible. Los partidos políticos, las organizaciones sociales, las ONG, los defensores de derechos humanos, todos hacen mención a las demandas de las mujeres, a pesar de que es claro que esto muchas veces no forma parte de las agendas de las organizaciones. Algunas prestan mayor atención a estas cuestiones que otras.
¿Cómo han permeado las demandas de otros sectores sociales al movimiento de mujeres?
Es importante aclarar que el movimiento de mujeres, el movimiento feminista, no es homogéneo. En algunos casos ha habido un énfasis antimachista, que si bien es interesante, ha olvidado otras demandas como la agresión que estamos viviendo en Guatemala contra la madre tierra. Yo veo que las mujeres podrían incorporar más entre sus demandas estos aspectos para tender puentes en ambas direcciones.
Al respecto me gustaría destacar lo que ha ocurrido con las mujeres que han participado en la Cumbre Continental de los Pueblos Indígenas. La primera participación fuerte de ellas tuvo lugar aquí, en Guatemala, en la tercera cumbre realizada en 2007. Luego se celebró la Primera Cumbre de Mujeres Indígenas en Puno, Perú, en 2009. La Segunda se llevó a cabo el año pasado en el Cauca, Colombia. En esto veo una cuestión importante: el movimiento feminista tenía la debilidad de no recoger otras demandas comunitarias y sociales, pero en este caso, las mujeres indígenas empezaron a hablar de la defensa del territorio. Ellas plantearon el problema de forma compleja, porque señalaron que dicha demanda implica modificar también las relaciones de subordinación contra las mujeres en los territorios indígenas. Es decir, hubo un cuestionamiento al Estado y a las clases dominantes, pero también a las organizaciones sociales. En las demandas de las organizaciones en general existen vacíos que no han sido cubiertos y que han sido señalados tanto por mujeres, como por jóvenes y pueblos indígenas, que son tres sectores a los que no se les ha concedido la debida participación.
Si logramos mayores desarrollos y una mayor apertura en ambos lados, tanto en las organizaciones de mujeres como en otras, contribuiremos al enriquecimiento de nuestros planteamientos. El movimiento feminista puede aportar bastante a otros movimientos sociales, pero estos también al feminismo. Lo importante es alcanzar un nivel de mutuo aprendizaje. Tenemos mucho que aprender del feminismo, así como el feminismo tiene mucho que aprender del movimiento indígena. Si abrimos esta puerta y nuestro pensamiento, dialogamos y no nos encerramos como movimientos, podremos llenar los vacíos que hay en ambos lados; iríamos por buen camino.
¿Cuál ha sido el alcance de este diálogo en la región?
En Guatemala se ha dado a nivel de muy pocas organizaciones, pero también ha ocurrido en otras partes de América Latina. Aquí, como movimiento social indígena, hemos debatido y tenido un mayor acercamiento al movimiento feminista que en otras partes.
Hace más de 30 años yo entendí la importancia de la participación de las mujeres. En ese momento Guatemala vivía una guerra interna que duró 36 años. No sé si afortunada o desafortunadamente yo fui parte de ese proceso. Durante la lucha entendí el potencial de las mujeres. A partir de ahí, en mi organización (la Asociación Maya Uk»ux B»e), hemos venido luchando para que mujeres, jóvenes y pueblos indígenas sean protagonistas de todo este proceso. Hemos encontrado en las compañeras una capacidad de vincular sus demandas como mujeres a las luchas revolucionarias. En el contexto de la guerra, las mujeres cuestionaron la visión idealizada que tenían muchas personas del Movimiento Revolucionario y mostraron que era necesario mejorarlo enriqueciendo la ideología revolucionaria. Creo que uno de los retos que enfrentamos las organizaciones sociales consiste en superar la visión idealizada sobre nosotros mismos, porque a pesar de los aportes que hemos hecho, también tenemos debilidades.
A nivel regional, ¿qué alianzas destacaría entre el movimiento de mujeres y otros movimientos sociales que haya conllevado la incorporación, así sea incipiente, de una perspectiva de género?
Yo pienso que establecer alianzas sigue siendo un reto. Hasta ahora sólo hemos logrado coordinar acciones para actividades puntuales.
En países como Colombia, Perú, México y Guatemala está en marcha un proyecto neoliberal que se ha venido impulsando como agenda de Estado. Este proyecto agrede a toda la sociedad y a las mujeres en particular. En Guatemala ha habido una migración masiva de mujeres hacia la ciudad y también fuera del país (hacia Estados Unidos, Europa y México) en busca de dinero y de una alternativa para sobrevivir. Esta política neoliberal nos está llevando a una nueva reconfiguración social, nacional y territorial. Aquí hay presencia de transnacionales de capital español, italiano, norteamericano e incluso colombiano que están haciendo mucho daño. Esto ha dado lugar a un neocolonialismo en nuestros territorios. Las mujeres y otros movimientos sociales se han organizado para protestar, pero han sido reprimidos por el gobierno. Con el gobierno actual hemos enfrentado dos estados de sitio: uno en Santa Cruz Barillas [a raíz de protestas de indígenas, campesinos y organizaciones de derechos humanos contra la construcción de una hidroeléctrica por parte de una empresa española] y el otro contra el pueblo Xinka [que se manifestó contra la explotación minera por parte de una empresa canadiense en el suroriente del país]. Mujeres e indígenas nos unimos para ver cómo rompíamos el estado de sitio, cómo enfrentábamos esa situación.
Nosotros también hemos participado con las mujeres en actividades como el juicio a Ríos Montt [presidente de facto en Guatemala entre 1982 y 1983 que actualmente enfrenta un proceso judicial por genocidio], donde ellas jugaron un papel fundamental. Pese a ello, yo no me atrevería a decir que hemos establecido alianzas, sólo coordinaciones para acciones puntuales, pero que pueden ser la base para una alianza a mediano o largo plazo.
¿Qué dificultades destacaría al respecto?
Una problemática presente en Guatemala como en otros países de la región es que no se da visibilidad ni se condena la violencia contra las mujeres que tiene lugar en el seno de las organizaciones o de las familias de los líderes y liderezas de los movimientos sociales. Por ejemplo, si bien se han reportado casos de acoso sexual hacia las compañeras, esta situación poco ha sido abordada por las organizaciones sociales, que usualmente no condenan dichas acciones. Creo que esto puede deberse a varios factores, entre ellos, que las organizaciones y movimientos plantean alternativas para construir una nueva sociedad y consideran que deben tener una imagen limpia. Por ello, se teme a que los cuestionamientos que surgen dentro de las organizaciones sociales las debiliten y le den elementos a los sectores oligárquicos para atacarlas. Sin embargo, no podemos justificar la violencia o el acoso con el objetivo de que no se enteren los demás. Esto debe conocerse y cuestionarse.
¿Qué cambios observa frente a desafíos en materia de género, sexualidad y derechos, que en general han sido delegados al movimiento de mujeres?
En Guatemala, el Estado no ha hecho mayor cosa al respecto. Tiene una suma de miles denuncias de mujeres maltratadas y ha hecho muy poco para solucionar esta problemática y castigar a los responsables. En el país, la mayoría de la población es maya y a pesar de ello, las mujeres indígenas viven una opresión adicional frente a las mujeres mestizas, que aquí llamamos ladinas. Por ello, las pocas acciones orientadas a frenar la violencia contra la mujer están dirigidas principalmente a pueblos indígenas. Un ejemplo es la Defensoría de la Mujer Indígena, que es una instancia de gobierno integrada por indígenas, pero a la que el Estado le ha dado muy poco presupuesto y que es muy poco lo que hace. Instancias como ésta suelen crearse más para fines de propaganda que como una alternativa para las mujeres.
Lo que sí veo es un mayor interés al respecto por parte de las organizaciones sociales. A pesar de ser lento, en nuestras comunidades se ha instalado un proceso que ha avanzado en cuestionar la subordinación generalizada y la violencia contra las mujeres. En Guatemala, por ejemplo, son asesinadas entre 700 y 800 mujeres cada año. Este proceso ha sido atacado, pero ya agarró camino y es irreversible, porque como en el caso de los indígenas, ni el estigma ni la represión logrará pararlo. Las mujeres van demostrando a los hombres y a la sociedad que tienen derechos. Puede que muchas mujeres no hayan ido a un taller o a un foro sobre el tema, pero a partir de lo que escuchan en la radio y lo que ven en comunicados, han ido identificándose con las demandas de otras mujeres y se sienten incluidas en ese gran proceso.
Los movimientos sociales también han entendido que marginar a las mujeres implica marginarse a sí mismos, así como un empobrecimiento en el discurso político. Es importante entender que lo que nos queda en la actualidad es romper las fronteras y luchar conjuntamente por las demandas del movimiento de mujeres, el movimiento indígena y otros sectores democráticos en el resto del mundo. Esto es algo que muestra el informe Género y movimientos sociales, que es uno de los primeros trabajos en cuestionar a fondo los movimientos sociales.
Haga clic aquí para descargar gratuitamente el informe Género y movimientos sociales del sitio de BRIDGE/IDS [disponible en español, inglés y francés].