Mauro Cabral participó como experto en la formulación de los “Principios de Yogyakarta sobre la aplicación de la legislación internacional de derechos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género” y llegó a Brasil para presentar la versión en portugués de este documento con foros de discusión en Porto Alegre, Rio de Janeiro, Nova Iguaçú y São Paulo. El 29 de agosto en la sede del CLAM, el teórico y activista argentino llevó a cabo el taller “El hombre de mis sueños”, en el que expuso algunas cuestiones básicas en torno a las políticas intersex.
Cabral forma parte del Espacio Latinoamericano de Sexualidades y Derechos, Mulavi, donde coordina el área de observatorios. En esta área, comentó, funcionan actualmente los observatorios de “Violencia institucional contra las personas trans” –en el que se abordan problemáticas que tienen lugar en contextos sanitarios, con intervenciones relativas a la violencia hospitalar en Chile, Brasil y Argentina– y el de “Intersexualidad y Derechos Humanos”. Forma parte también del observatorio sobre “Violencias escriturales del psicoanálisis”.
Mauro entrecruza el activismo y el trabajo académico. Esto se refleja en su trabajo de doctorado, a través del cual intenta deconstruir el funcionamiento de la diferencia sexual como ideal regulador impuesto a las personas trans. El contexto elegido para esa investigación es el derecho argentino.
Intersexualidad: un concepto poco feliz
Según Cabral, intersexualidad es un concepto complicado para las personas que hacen activismo intersex, ya que “tiene resonancias que hacen que uno se tropiece todo el tiempo con dificultades conceptuales.” El ‘inter’ que contiene la palabra, señala, “da la sensación de que uno está entre otras cosas: dos sexos ya definidos que llevan a la conclusión de que las personas intersex estaríamos entre hombres y mujeres; a su vez, que se hable de inter-sexualidad, da la sensación de que la intersexualidad es susceptible de ser agregada a una serie de conceptos muy heterogéneos. Heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad e intersexualidad son un continuo de la misma familia conceptual, como si fuesen formas diferentes de tener sexo con alguien.” Esa palabra tiene un gran potencial objetivador, como una descripción que se impone sobre el cuerpo de las personas, lo que complica la labor del activismo porque desdibuja la condición de sujeto.
Desde un “abordaje de máxima”, es decir desde la perspectiva que el movimiento intersex intenta colocar en las agendas de los derechos sexuales, la intersexualidad debe ser pensada como un fenómeno cultural, que no se reduce al cuerpo de algunas personas y a la experiencia que estas puedan tener. La intersexualidad reúne perspectivas biomédicas acerca de la corporeidad y un conjunto específico de tecnologías médicas, psiquiátricas, psicoanalíticas, bioéticas y jurídicas de estudio, manejo e intervención sobre el cuerpo. Estas perspectivas se constituyen en normativas que intervienen y constituyen el interior de la experiencia subjetiva de la intersexualidad.
Economía de cuerpos posibles
La economía de circulación de los cuerpos posibles e imposibles define las condiciones de existencia de la intersexualidad al constituirse como un conjunto de variaciones respecto del estándar de lo que es considerado como masculino y como femenino. Éstas comprometen la circulación cultural de un sujeto desde su nacimiento, lo que la asocia con variaciones corporales como la deficiencia física ya que hace que todo el tiempo encuentre barreras culturales con las cuales se tropieza.
Estas variaciones se construyen básicamente con relación al tamaño del clítoris y del pene de los recién nacidos, que serán los definidores más importantes de la asignación de sexo del niño o niña. De este modo, los cuerpos de las personas que en su nacimiento han sido identificadas como intersex son sometidos a prácticas médicas de normalización para asegurarse de que ese cuerpo mostrará literalmente el sexo al cual pertenece. Estas prácticas, además, tienen un sesgo de género definido, ya que en su mayoría tienden a la feminización: la reducción quirúrgica del clítoris y la transformación de lo que la medicina llama micropene y testículos en una vulva dotada de vagina se convierten en las opciones más probables, ya que “es más fácil construir un hueco”, concluye Cabral.
Esa economía de circulación también se constituye como una barrera a la hora de incorporar las intervenciones quirúrgicas entre los actos considerados violaciones de los derechos humanos. Cabral comenta la dificultad que enfrentó en Naciones Unidas para lograr que las clicterectomías médicas, es decir las reducciones de clítoris para la asignación de sexo, fueran consideradas dentro del Estatuto de violencia contra las mujeres. “Para la medicina, el derecho y también para los derechos humanos, esa persona todavía no es una mujer, es una persona intersex, Esa operación es la que permite inscribirla como mujer; la intervención tiene lugar antes del género y se convierte en condición de posibilidad del género. Por esta razón es que a las personas les resulta difícil pensar que una cirugía de este tipo pueda constituir una violación a los derechos humanos, ya que desde el punto de vista de la bioética estos son modos de transformar a los seres en humanos.” “El problema –continua el teórico– es que resulta difícil tematizar el hecho de que convertir a una persona en hombre o mujer signifique otorgarle el status de ser humano. Así, es sumamente complicado introducir violaciones de los derechos humanos que tengan lugar antes de que una persona sea considerada materialmente un ser humano.”
Aliados peligrosos
En el contexto hasta ahora descrito, lograr establecer una agenda particular dentro de las de derechos de género y de minorías sexuales coloca a los movimientos intersex en desventaja frente a los movimientos feministas y GLTB. Con respecto a las feministas, dice Cabral, es difícil hablar de mujeres intersex justamente porque la intersexualidad es anterior al devenir mujer. Por ello no se puede ser mujer e intersex al mismo tiempo. En relación con los movimientos GLBT, “pareciera que intersex significara no tener orientación sexual y que el único motivo para politizar su experiencia es evitar la mutilación del cuerpo sexuado. En ese cúmulo de identidades, los aspectos corporales de la persona intersex son eliminados en favor de la construcción de la intersexualidad como una identidad; siendo que ésta, al igual que las deficiencias físicas, son variaciones que pueden atravesar el cuerpo de cualquier identidad. De este modo, ¿qué cuerpo es necesario no sólo para ser hombre sino para ser gay? ¿quién puede ser una lesbiana?” se pregunta Cabral.
Por un activismo celebratorio
Finalmente uno de los mayores problemas que enfrenta el movimiento intersex es el de construir una tematización celebratoria de la intersexualidad. ¿Cómo establecer una agenda de derechos sexuales que tenga algún sentido si la intersexualidad es una experiencia que nadie parece querer para sí? ¿Cómo incluir una agenda de derechos sexuales de personas que no forman parte de la economía del deseo? Uno de los principales ejes políticos del activismo intersex son las intervenciones sobre el cuerpo: “La variación corporal no es un problema médico ya que toda asignación corporal es en realidad una apuesta; construyamos un mundo donde esa apuesta resulte sin necesidad de intervenir sobre el cuerpo”, reclama Mauro Cabral.
La búsqueda del activismo intersex es una ampliación de marcos de referencia que acompañe el freno de las operaciones de asignación de sexo, para permitir una autonomía de decisión a partir de la cual identificarse. Es decir, un entramado cultural deseante donde esos cuerpos tengan una posibilidad celebratoria.