La participación de la mujer en todos los ámbitos no ha garantizado su reconocimiento ni tampoco mejoras substanciales en su calidad de vida: 60 por ciento de los pobres del mundo son del sexo femenino.
Todavía no pueden intervenir plenamente en la vida económica y pública; tienen acceso limitado a las posiciones de influencia y poder; sus opciones laborales son más estrechas y obtienen menor retribución que los hombres desempeñando el mismo trabajo.