Un eje central de la IX Conferencia Internacional de la IASSCS en Buenos Aires a fines de agosto fue la creciente mercantilización de las relaciones sociales y sexuales, tanto en el plano sexual y erótico, como en el emocional. Varias intervenciones centrales interrogaron el lugar que ocupa el amor en ese contexto. Entre ellas, la conferencia de cierre a cargo de Mara Viveros ya a partir de su título puso en cuestión un marco analítico corriente, al cuestionar la pertinencia del concepto de mercado erótico sexual como marco analítico para pensar los intercambios erótico-afectivos en las uniones interraciales. En su presentación, la profesora titular de la Universidad Nacional de Colombia reflexionó sobre el lugar que ocupan la raza, el sexo y la clase como elementos estructurantes e interrelacionados en el marco de lo que llamó un “mercado de valores y estatus eróticos, afectivos y económicos”.
La antropóloga colombiana comenzó por analizar las modalidades históricas y sociales que materializan la economía política de la raza y el sexo en la América Latina contemporánea. En el caso de las uniones y relaciones íntimas, sexuales y afectivas inter-raciales, precisó la académica, es necesario considerar el amplio haz de intercambios que tienen lugar y no clasificarlos dicotómicamente según las dos categorías institucionalizadas de matrimonio interracial y prostitución. Ello sería desconocer una diversidad de transacciones que hacen desdibujar las fronteras entre relaciones íntimas orientadas por el interés o la generosidad. “En este sentido es más acorde con la realidad hablar de un continuo de intercambios económicos, sexuales y afectivos”, afirmó Viveros.
La investigadora también cuestionó las posibilidades explicativas de la idea de multiculturalismo. En la década de 1990, señaló, se produjo una ruptura con la idea del sujeto mestizo a partir del cual históricamente se definieron las naciones latinoamericanas, que dio paso al multiculturalismo. Pese a la anunciada crítica a las jerarquías sociales y a la borradura de la alteridad en un contexto globalizado, “el multiculturalismo no erosionó de forma profunda la raza, el género y la clase”, señaló Viveros, debido en parte a que se fundamentó en una “lógica aditiva”, que más que operar transformaciones sociales, multiplicó la constelación de categorías raciales tales como ‘blanco’, ‘negro’, ‘mestizo’, ‘afrocolombiano’. Esto se produjo en el contexto de transformaciones sociales importantes como la modernización económica, la democratización política y cambios en las Constituciones latinoamericanas, lo que dejó una impronta que aún persiste y que es preciso examinar.
Desigualdades sociales, clase y raza
Por algún tiempo en América Latina la clase social fue la principal clave de interpretación de las desigualdades sociales. Se ignoró cuán íntimamente ligadas están la raza y la etnicidad a la producción de inequidad; cómo su operación incide en el acceso de diferentes grupos sociales a bienes y recursos.
El mestizaje ha sido un símbolo rector de la creación de identidades en los procesos de formación de las naciones latinoamericanas, idealizado en el mito de la “democracia racial”. Sin embargo, la pureza de la raza “persistió como categoría social y concepto organizador de la sociedad vinculando la modernidad con la ‘blanquitud’ y generando una particular convivencia entre racismo y mestizaje”, señaló Viveros. Para la autora, dicha coexistencia es la versión latinoamericana de la tensión entre universalismo y particularismo, constitutiva de los órdenes políticos basados en los principios liberales. “No es la coexistencia codo a codo del racismo y la democracia racial como si fueran dos fenómenos diferentes, sino su consustancialidad, ya que cada uno imprime su marca sobre el otro y se construyen de manera recíproca”, recalcó.
El estudio sistemático de uniones matrimoniales interraciales en Colombia llevó a la investigadora colombiana a concluir que, más allá de discursos que pregonan el mestizaje como práctica sexual que echaría abajo las fronteras raciales, se observa que las alianzas matrimoniales interraciales tienden a ser marginales. Aún en la actualidad el entorno suele ser adverso para las uniones interraciales, comentó Viveros, y refirió distintas investigaciones que han mostrado cómo “los imaginarios sobre estas uniones están plagados de sospechas y censuras”, particularmente sobre el “miembro más oscuro de la relación” a quien se le atribuyen “motivaciones materialistas, de ascenso social o blanqueamiento, presuponiendo que éstas son más fuertes que las afectivas, las sexuales o las estéticas”. La fuerza de dichos imaginarios y la sospecha que cubre las uniones interraciales suele aportar un grado adicional de presión sobre estas relaciones, al obligar constantemente a los miembros implicados en ellas a“demostrar la legitimidad, la autenticidad y el desinterés de sus deseos, incluso en el marco de una relación matrimonial”. Las parejas mixtas, incluso las que viven la sexualidad bajo una modalidad marital, se ven obligadas a posicionarse constantemente con relación a estereotipos sexuales, como si siempre subsistiera la sospecha respecto de su carácter desinteresado.
Según un estudio realizado en Cali con mujeres negras, afrocolombianas, urbanas y rurales heterosexuales, citado por Viveros, pese a que suelen poblar las fantasías y deseos sexuales estereotipados de muchos hombres –ya sean blancos, mestizos o negros–, se las excluye de las relaciones sexuales estables fundadas en deseos y valores y por supuesto de las matrimoniales. “Ninguna mujer logra escapar a los estereotipos sexuales que pesan sobre ella. Lo que varía es la forma y los recursos con los cuales cuenta para lidiar social e individualmente con ellos”, precisó.
Los hallazgos de diversos autores citados en la charla acerca del mercado homoerótico permiten establecer ciertos paralelos con el de las mujeres negras. Del mismo modo, los hombres negros homosexuales parecen ser más deseables para un encuentro casual que para un proyecto afectivo. Los prejuicios raciales dificultan la circulación de hombres negros y travestis negras en espacios de sociabilidad gay. A pesar del supuesto carácter deseable de los hombres negros homosexuales, “la negrura es vivida por ellos como un estigma y como una condición de inferioridad.”
La fantasía sexual del hombre negro como reserva de masculinidad los hace particularmente atractivos en estos circuitos. Ciertos compañeros, a menudo hombres blancos, suponen que ellos deberían asumir el papel de “activo” en las relaciones sexuales. La experiencia de ser negro y homosexual se convierte en algo contradictorio y envilecedor, indica la investigadora colombiana, particularmente en el caso de hombres en sectores populares que se han apropiado de ese estereotipo para afirmarse frente a los hombres blancos y a sus modelos hegemónicos de masculinidad. “Para un hombre negro, ser homosexual es en cierto modo una traición a los supuestos criterios esenciales de definición de identidad racial, pero también una incongruencia en relación con la imagen normativa y blanqueada que ha adquirido la identidad gay, haciendo que le resulte muy difícil encontrar un lugar social apropiado y un espacio político legítimo, tanto en el movimiento LGBT como en el movimiento negro”, explica.
Los pocos estudios sobre sexualidad realizados en comunidades indígenas colombianas señalan la existencia de expresiones individuales de sexualidades no normativas, homosexuales y bisexuales. Estas sin embargo son silenciadas en las comunidades pues se supone que dichas prácticas son “un problema” del mundo occidental. En este punto, afirma la experta, no puede desconocerse la influencia que reciben de la iglesia católica y de las iglesias evangélicas que reprueban dichas conductas.
Turismo sexual y sexo transaccional
De acuerdo con Viveros, encuentra pertinente la noción de “sexo transaccional” para analizar relaciones tanto en el contexto del llamado “turismo sexual” entre hombres negros jóvenes y mujeres blancas de mayor edad con mayor poder económico, así como de “prostitución”. El concepto proviene de investigaciones llevadas a cabo en África del Sur y Subsahariana con mujeres jóvenes y hombres mayores y adinerados que les pagan las salidas a restaurantes o discotecas, ropa cara y objetos de lujo y ellas consideran sus boyfriends. Sus “conductas no pueden ser analizadas únicamente en términos de estrategias de supervivencia”, alertó la investigadora.
Para la panelista la concepción del amor y del dinero como esferas que deben permanecer separadas hace que la introducción o no del dinero en una relación sea lo que determina su naturaleza, desde el matrimonio a la prostitución. No obstante, señaló, los contextos de extrema pobreza y de desigualdades sociales que caracterizan a América Latina hacen que el imperativo moral de separar dinero de sexo no opere ni logre imponerse totalmente. “Esto no quiere decir que haya necesariamente relaciones de dominación en estos encuentros, marcados por el carácter unidireccional del flujo económico proveniente de las mujeres blancas turistas hacia los jóvenes que viven parcialmente del pago de su servicios erótico afectivos”, precisó Viveros.
La duración de estas relaciones puede variar entre una noche o algunos días. Pueden asimismo adoptar formas más estables, mantenidas por una comunicación a distancia, envío de encargos, o incluir situaciones de cohabitación, ya sea en el país, o en el lugar de origen de las visitantes extranjeras. Este tipo de relaciones ha sido denominado “turismo sentimental”, para diferenciarlo del “turismo sexual”, por la duración de las relaciones y el interés personal de las mujeres por su compañero sexual y su cultura. Sin embargo, explica Viveros, esta distinción ha sido cuestionada por quienes ven en ella la expresión de una “concepción esencialista del género y de la heterosexualidad”, que llevaría a “aminorar u ocultar” la racialización de la dominación que opera en estos encuentros, y a tornar confusa la noción de explotación sexual y de victimización.
Alcances y límites de la categoría mercado
La imagen del mercado erótico afectivo como forma de organización social a través de la cual los y las oferentes, productores y vendedores, demandantes, consumidores o compradores de bienes o servicios sexuales y afectivos intercambian distintos elementos de estatus como riqueza, color de piel, belleza, juventud o deseabilidad, puede aparecer a primera vista muy sugerente, pero requiere ser problematizada, aseveró al experta.
“La primera tensión inherente a este modelo deriva del supuesto que lo funda: que es posible la alineación completa de un elemento a cambio de otro”, precisó la investigadora. De esta manera se pierde precisamente el carácter articulado o interseccional de las distintas capacidades y sus cualidades de moldearse y configurarse mutuamente. Por ejemplo, la riqueza en manos de un hombre negro no vale lo mismo que en manos de una mujer negra, lo que significa que la negrura es más costosa para las mujeres que para los hombres negros. Esta situación, explicó Viveros, podría ser entendida de manera reductora y simplista al plantear que ser mujer tiene un costo que la mujer lleva al mercado y que devalúa lo que produce, lo que perdería de vista que el propio mercado “esté estructurado por el género”.
No obstante la negrura de un cónyuge negro no puede ser compensada totalmente por su riqueza o educación, ya que la naturaleza incorporada de esta negrura le da poder de devaluar no sólo el acto mismo del matrimonio, sino también al compañero blanco a los ojos de los demás. Así, en una unión entre un varón negro y una mujer blanca, “la mujer no sólo pierde estatus social, sino prestigio como mujer al revestirse de connotaciones sexuales indeseables en una mujer blanca”.
Viveros enfatizó la importancia de comprender que el sexo no es un campo ordenado únicamente por las relaciones de género, sino que juntos, la raza, el sexo, la clase, la edad, forman figuras articuladas cuyo efecto supera la suma de todas las partes. Un modelo interseccional y no aditivo de análisis de las elecciones de parejas entre mujeres y hombres negros de clase media permite comprender configuraciones particulares de la dominación como las que viven las mujeres negras de clase media.
El tipo y circuito de intercambios erótico-afectivos es distinto a otros mercados del capitalismo, porque los capitales y cualidades intercambiados son literalmente encarnados, constituyen la corporalidad de las personas que los portan. “No pierden jamás su vínculo con el origen, no se borran, no se olvidan”, aseveró. Estos intercambios tendrían más en común con una economía del don, entendida como el intercambio de bienes inalienables, estados de dependencia recíproca.
Para Viveros, la segunda limitación del modelo analítico de mercado es su concepción implícita acerca de las relaciones de poder como relaciones de dominación. Según Michel Foucault, el ejercicio del poder no es necesariamente violento ni su consentimiento es implícitamente renovable. Lo que define una relación de poder es un modo de coerción que no opera directa o inmediatamente sobre las personas, sino sobre sus propias acciones. “El hecho de que la coexistencia funcione a través del mestizaje que es en sí mismo una articulación de raza y sexo significa que la ambivalencia no es una abstracción, sino una experiencia vivida y una cuestión íntima de cuerpos, sexo, familia, parentesco y genealogía”, precisó.
Una expresión clave de la ambivalencia característica de las relaciones interraciales es la presentación simultánea de lo negro como inferior, despreciable y a veces temible, pero al mismo tiempo atractivo y deseable, especialmente en términos sexuales, detalló la investigadora. Esa paradoja, precisa, genera ansiedad: “mientras se incitan y refuerzan los deseos eróticos hacia la gente negra, el racismo separa y frena el encuentro real con ellas o sin ellos en su singularidad, disuelta detrás con la imagen de la potencia sexual de los hombres negros, y la lubricidad natural de las mujeres negras”.
Las ambivalencias y ansiedades que suscitan los encuentros íntimos interraciales se relacionarían también con los dilemas que enfrentan las personas negras en su doble conciencia de ser y no ser parte de la nación, de adherir a las ventajas y rechazar los constreñimientos que les imponen ciertos estereotipos que pueden conferirles poder, pero que al mismo tiempo los limitan, explicó.
De igual modo, las y los entrevistados negros de muchos de los estudios citados admitieron sentirse atraídos por los valores asociados a la blancura y al mismo tiempo experimentar preocupación de que esto constituya una traición a su propio grupo de origen y favorezca o por lo menos estimule la estigmatización de la gente negra en general, concluyó la experta.