En los últimos treinta años se ha consolidado en América Latina un modo particular de pensar el vínculo entre sexualidad, derechos y política. Éste ha conllevado no sólo a la producción de conocimiento local sobre temas como aborto, reproducción, contracepción, VIH/Sida o diversidad sexual, sino que ha implicado modos de pensar e investigar a partir de categorías y visiones de mundo propias, plantea Mario Pecheny, doctor en ciencias políticas e investigador del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.
Un equipo de investigadores e investigadoras de la región, coordinados por Pecheny en el ámbito del CLAM, emprendió la tarea de sistematizar la tradición intelectual latinoamericana sobre sexualidad, salud y política. Realizaron más de 40 entrevistas con intelectuales y activistas de Argentina, Brasil, Chile y México, principalmente, aunque también de otros países como Colombia, Perú y Estados Unidos. En ellas examinaron los eventos biográficos que motivaron la entrada en estos temas, los marcos profesionales y disciplinares en los que se inscriben sus trabajos y los aspectos políticos que atraviesan sus trayectorias intelectuales.
Al respecto, Pecheny señala que si bien hubiesen podido abordar esta tradición mediante una investigación bibliográfica del tipo historia intelectual o historia de las ideas, decidieron hacerlo a través de las historias de investigadores, investigadoras y activistas, destacando la diversidad de caminos que los condujeron a estos temas. Así, continúa, se observa que “algunas personas iniciaron su trayectoria en los movimientos sociales y después siguieron una carrera académica en la que trabajaron los temas que les preocupaban en términos políticos; otras venían de la academia y entraron en este campo con una perspectiva profesional, intelectual. Buscamos entonces conocer mujeres y varones de distintas generaciones, profesiones y países, para ver, por ejemplo, cómo quienes vivieron las dictaduras comenzaron a investigar y cómo se posicionan respecto a la universidad, el Estado…”.
Si bien la interpretación de estos procesos es un trabajo que siempre va a estar en curso, pueden observarse ya algunas características que le confieren cierta singularidad a la tradición intelectual latinoamericana entre las que cabe destacar: la adopción del lenguaje de los derechos humanos en el abordaje de estos temas; la idea de que los problemas asociados a la sexualidad son sociales y estructurales y no meros asuntos individuales; la articulación, no exenta de tensiones, entre agentes históricamente contrapuestos como el Estado y los movimientos sociales; la concepción de las universidades públicas como escenarios abiertos, vinculados a los movimientos sociales, que deben desempeñar un papel fundamental en la resolución de problemáticas en cada país, así como las transiciones democráticas que vivieron varios países de la región en la década de 1980.
En el proceso de consolidación de la tradición intelectual, el investigador destaca su rápido crecimiento en los últimos 20 años, en los que han proliferado departamentos, cursos y programas de posgrado sobre género, sexualidad, derechos y política, que abordan estos temas de formas diversas, según el contexto de cada país. No obstante, aclara que este proceso se extiende por lo menos a los años ochenta, década en la que “las transiciones democráticas [en la región] dieron la condición de posibilidad para que este campo se institucionalizara como tal en las universidades y en los centros de investigación”.
Si bien algunos de estos temas ya habían sido tocados en los años sesenta, cuando proliferaron los movimientos contraculturales, y en los setenta, durante las dictaduras, los investigadores e investigadoras “lo hacían o bien en el exilio o bien sotto voce en la universidad o en centros privados, abordando, principalmente, temas relacionados con la salud y la mujer”, explica. Las dictaduras implicaron un fuerte retroceso en el abordaje de estos temas.
En este sentido, Pecheny afirma que “la oleada actual es hija de la transición democrática de los años ochenta”, en la que hubo un cambio en las condiciones sociopolíticas en la región, se incorporaron nuevas generaciones de investigadores e investigadoras y se adoptó el lenguaje liberal de los derechos humanos, el cual fue duramente criticado por las generaciones anteriores por considerarlo burgués y patriarcal. Así, pese a las limitaciones que conlleva el uso de este lenguaje, señala, éste contribuyó a la constitución de “terrenos de lucha”.
Paralelamente a este proceso, las relaciones entre Estado y sociedad civil se transformaron de modo fundamental para el trabajo no sólo de intelectuales sino también de activistas: “El Estado, que había sido el enemigo teórico y concreto que te cortaba el pelo y te metía preso, que te prohibía usar anticonceptivos, pasó a ser, por lo menos, un Estado plural. No un aliado, porque la manera latinoamericana de pensarlo es como un Estado de clase, de raza, heteronormativo, [que] a través de la dominación contribuye a reproducir relaciones sociales capitalistas, de explotación, heteronormativas, patriarcales. Pero a pesar de eso, el Estado se transformó en una arena en la cual hay luchas y también en un instrumento para garantizar derechos, porque estamos en democracias formales con políticas electorales, con todas las limitaciones que eso trae […]”, afirma.
Además de las dictaduras y la adopción del lenguaje de derechos, la expansión del VIH/Sida, la realización de encuentros internacionales y regionales sobre estos temas y la consolidación de los movimientos de diversidad sexual constituyen hitos en el desarrollo de la tradición intelectual latinoamericana.
La respuesta de la sociedad frente a la epidemia exigió que las medidas sanitarias consideraran a las personas infectadas como sujetos de derechos y el Estado adoptó en alguna medida esta perspectiva, lo que llevó a que se estableciera una “suerte de sinergia, de promoción de los derechos en términos bien concretos”. Esto también repercutió en el reconocimiento de las llamadas minorías sexuales por parte del Estado, que paulatinamente brindó apoyo a las organizaciones gays y lésbicas y posteriormente a otras como las trans. Así, explica, “otras categorías de población se empezaron a organizar, incluso, en colaboración con ese Estado que históricamente los había molido a palos”.
Por su parte, los encuentros internacionales, latinoamericanos y nacionales en materia de población, salud reproductiva y derechos reproductivos contribuyeron a introducir “cuestiones relacionadas con la integralidad de los derechos, del cuerpo, de la reproducción y la no-reproducción y la sexualidad no sólo de mujeres, sino también de varones, adolescentes, así como de homosexuales…”, explica el investigador, quien destaca en este sentido el papel desempeñado por la Conferencia de Derechos Humanos de Viena (1993), la de El Cairo sobre Población y Desarrollo (1994) y la de Beijing sobre Mujeres (1995), que “terminaron de dar formato a un lenguaje de derechos que sería aplicado a la reproducción y un poco a la sexualidad”. En este contexto, distintos agentes comenzaron a impulsar agendas nacionales sobre la reproducción y las violencias de género, sexual y doméstica “en una ida y vuelta con el contexto internacional”.
Si el sida, los derechos de las mujeres asociados a la reproducción y el aborto fueron los temas que caracterizaron las agendas de investigación y activistas de las décadas de 1980 y 1990, las orientaciones sexuales e identidades de género no normativas cobraron fuerza a partir de la década de 2000. A partir de ese momento y con una “velocidad vertiginosa” la diversidad sexual comenzó a ser reconocida a partir de las demandas de los movimientos sociales. “Aspectos relacionados con las personas intersex y trans, otras formas de familia y nuevas técnicas de reproducción, entre otros, fueron bienvenidos en las agendas política y de investigación”, señala.
El desarrollo de estos temas pensados “de manera colectiva, en términos políticos, no como agendas personales, sino en referencia a una matriz de desigualdad que es reproducida institucionalmente”, le imprimió a la tradición intelectual latinoamericana su carácter singular, explica el investigador argentino. No obstante, al interior de la región también se observan diferencias por países.
Al respecto, afirma que “en Brasil hay mejor y mayor articulación entre academia, movimiento social y Estado que en el resto de los países”, mientras que “en Argentina quizás haya una separación más distinguible entre quienes están en la academia, en el movimiento social y en el Estado, pues si bien hay diálogo, éste se da entre diferentes sectores, ya que hay una conciencia de que cada uno tiene su tarea”. Por su parte, México se asemeja a Brasil respecto a la articulación entre estos ámbitos. Sobre Chile observa que a raíz de los cambios de las universidades después de la dictadura, este panorama se volvió más profesionalizado “en el sentido de desarrollar proyectos con financiamiento”.
Sobre este último aspecto, las políticas económicas actuales han sido muy influyentes. Pecheny apunta que en Argentina, Brasil y México “hay una sensación de que el modo de transitar la universidad [como espacio público y de debate abierto al resto de la sociedad] se está acabando, de que la lógica neoliberal de la profesionalización, la productividad, la traducción de lo que uno hace en productos medibles y vendibles está cada vez más presente, aun cuando uno es consciente de que se encuentra en cierta situación privilegiada respecto a poder investigar lo que más o menos le interesa y vivir de eso”.
El contexto político de cada país también ha marcado de forma diferenciada las trayectorias de estos temas, de ahí que “no se pued[a] trazar un camino lineal en ninguno de ellos”, advierte. Un ejemplo de ello es Argentina, que a raíz de la aprobación del matrimonio igualitario se situó en la vanguardia de los derechos de las parejas del mismo sexo, pero en donde la legalización del aborto enfrenta grandes obstáculos (Haga clic aquí y lea artículo de Pecheny para el diario Página/12 – "Aborto, la madre de todas las batallas").
“Cada país tiene sus avances y sus retrocesos según la cuestión o el colectivo del que se trate. Quizás en Argentina el movimiento feminista sea más débil en comparación con México o Brasil, pero el movimiento LGBT por lo menos logró articularse en torno a la causa del matrimonio igualitario y, actualmente, respecto a la ley de identidad de género. Lo hizo de una manera más unitaria y eficaz, por lo menos que en Brasil respecto a sus resultados. Sin embargo, Brasil tiene una capacidad numérica de movilización que es incomparable”, detalla.
Entre los aspectos que han dificultado la construcción de políticas de sexualidad en América Latina en los últimos treinta años, Pecheny menciona la adopción de posturas religiosas por parte de Estados que por definición son laicos y democráticos, la “propia dinámica centrífuga de los movimientos sociales que tienden a articularse en función de alguna agenda, pero que muchas veces disputan quién merece primero o únicamente el acceso a ciertos derechos”, y “las profundas condiciones de desigualdad social en sexualidad y reproducción en el caso de América Latina, que estructuran y repercuten en las agendas en materia de sexualidad”.
También destaca el carácter “indomesticable” de ciertos aspectos de la sexualidad relacionados con el deseo, el placer y las formas de relacionarse, que son de difícil resolución en el ámbito político y de la acción estatal. En este sentido, se pregunta qué significa abogar por el reconocimiento de la sexualidad, cuando “hay una cierta energía que si la pensamos en términos normativos, en términos de políticas públicas, lo único que podemos hacer es violentarla, ponerle límites, ponerle nombre y darle etiquetas. Incluso si es una etiqueta linda y buena, sigue siendo una etiqueta”. Pese a ello, concluye “eso es un problema, por suerte, irresoluble”.
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A través de la sección Trayectorias intelectuales, el CLAM pondrá a disposición las entrevistadas a investigadores, investigadoras y activistas realizadas en el marco de esta investigación. Para acceder, haga clic aquí.
Para consultar la versión completa de la entrevista a Mario Pecheny, haga clic aquí.