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Recuperar el terreno perdido

Durante el mes de marzo el Vaticano divulgó una lista de “nuevos pecados sociales” con la intención de contemplar las “nuevas actitudes pecaminosas” del hombre moderno, entre las cuales engloban cuestiones de índole diversa, desde provocar injusticia social, ser causa de pobreza y enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común, hasta contaminar el medio ambiente o consumir drogas. Estos remozados preceptos incluyen por supuesto la condena de las manipulaciones genéticas (violaciones bioéticas, a juicio de la Iglesia), los experimentos con seres humanos y la anticoncepción.

Fabián Sanabria, antropólogo, doctor en sociología de la EHESS de París y director del grupo de estudios de las subjetividades y creencias contemporáneas, conversó con el CLAM sobre el sentido de esta nueva política como señal de la injerencia de la Iglesia en los debates colombianos sobre derechos sexuales y reproductivos y sobre su relación con el proceso de laicización del Estado.

¿Cuál es el sentido de la publicación de los “nuevos pecados sociales” sancionados por la Iglesia Católica?

A mi modo de ver, es un intento de no quedarse atrás y tener algo que decir en el mundo contemporáneo. Siento que la Iglesia está perdiendo su lugar para nombrar lo bueno, lo bello y lo justo en estas sociedades. Por ejemplo, si hay un desastre medio-ambiental saca su prerrogativa para hablar desde la noción que ha construido de pecados contra la naturaleza a lo largo de la historia del pecado. Hay que recordar que la Iglesia ha sido un ente moral muy importante para Occidente.

Hablando particularmente de los pecados propuestos, es irónico que diga que no hay que acumular riquezas, ya que la Iglesia Católica es una institución muy poderosa y muy rica, es accionista de muchos bancos y tiene muchos tesoros.

En relación con sus opiniones sobre los experimentos que involucran material genético, la ciencia igual se desarrolla independientemente de lo que diga una religión o una creencia religiosa. La clonación de humanos, particularmente, es un tema difícil, aunque ya haya clonación de vegetales y animales. Supone ponerse de acuerdo en términos éticos sobre el asunto por lo que seguramente las religiones, entre otros actores sociales, también tendrán que opinar. En relación con el respeto por la naturaleza se me hace muy interesante su visión, ya que por ejemplo en la orden franciscana, hay una tradición de una cosmovisión sobre la naturaleza, las criaturas y la ecología.

La Iglesia tiene que decir algo sobre los nuevos fenómenos sociales, para traer al redil a las ovejas descarriadas que está perdiendo y lo hace con un discurso relativamente moderno.

¿Es una manera de posicionarse en debates sociales que estaban antes bajo su dominio, como la moralidad o el valor de la vida humana?

Es una manera de aggiornarse moralmente, pero más allá de su feligresía practicante no hay con quien se aggiorne, sobretodo porque combina, como dije, ideas modernas con posiciones muy conservadoras. Por ejemplo, hace poco murió el Cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, que de una manera muy torpe se dedicó a decir que el condón no detenía el sida.

La Iglesia está en mora de tener una renovación real, de tener un “Vaticano III”. Existe una serie de cuestiones que creo se verá obligada a cambiar porque de hecho en la práctica funcionan de una manera diferente a lo prescrito: el uso de métodos anticonceptivos, el sacerdocio de las mujeres, el matrimonio de los clérigos (para evitar tanta pederastia). Ahora, si bien existen personajes progresistas en la Iglesia, también hemos asistido al nombramiento de líderes muy conservadores; los últimos papas, incluido el actual Benedicto XVI, son de esa línea.

Usted dice que la Iglesia Católica ha perdido su lugar central como referente moral, sin embargo, vemos como en ciertos debates sociales está muy presente e influye mucho: las discusiones sobre el aborto, la eutanasia y las uniones del mismo sexo son un ejemplo.

Colombia está en medio de una crisis ética y política muy grave. El escándalo de la para-política es una muestra de un problema ético al interior de las instituciones que hacen posible la democracia moderna. En este país nunca hubo separación real de poderes entra la Iglesia y el Estado, entonces la moral siempre estuvo en manos de la Iglesia Católica. Es un país mojigato y de doble moral. Eso no está mal para los católicos, pero no es posible imponerlo a todos los ciudadanos. Además esos valores tradicionales sobre la familia, por ejemplo, conviven con prácticas de la gente que son muy distintas: éste es un país de familia de hecho, de niños regados por todas partes y de madres cabeza de familia.

Evidentemente, la Iglesia tiene injerencia en esos asuntos, pero cada vez menos. Por ejemplo, la juventud ya no le hace caso a los monseñores y a los que les dicen “no hagan esto”. Entonces, ella busca aggiornarse de ciertas maneras con ciertos discursos y medianamente lo logra. La Iglesia sigue siendo como la madre en la comunidad nacional, la gente se aferra a la Iglesia como educadora moral.

Sin embargo, en términos de sexualidad, las iglesias pentecostales son más recalcitrantes que la Iglesia Católica.

¿Cuál es el lugar de esos nuevos movimientos religiosos en estos debates en Latinoamérica?

La gente ya no encuentra sentido en las grandes instituciones religiosas, sino en la emoción, y esas iglesias saben administrar la emoción. Los estudios que hemos hecho lo documentan: son ofertas y demandas de sentido que logran satisfacer esas necesidades a las que la Iglesia Católica ya no responde.

La Iglesia Católica sigue siendo una institución muy importante en el país y tiene un lugar hegemónico en relación con las otras religiones; en Colombia sigue dictando cátedra moral. De todos modos es importante tener en cuenta que “una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando”; una cosa es lo que dicen los representantes de las religiones y otra las prácticas de la gente. A nivel de moral sexual y de anticoncepción, por ejemplo, la mayoría de los católicos no siguen los preceptos oficiales.

En Colombia podemos identificar algunos procesos de afirmación de la laicidad del Estado. En los últimos debates sobre el aborto los discursos morales han cambiado y cierto modo religioso de hablar ya no tiene tanto impacto.

La laicidad es más visible, es cierto. Pero como dije, aquí nunca hubo separación entre la esfera religiosa y la del Estado, entre otras cosas porque la Iglesia Católica monopolizó cuatro funciones que le corresponden al Estado: educación, presencia en regiones apartadas (a través de las misiones), identificación de los ciudadanos (hasta hace poco los documentos legales eran la partida de bautismo, la de defunción y la de matrimonio) y obras de beneficencia. La Iglesia tuvo ese monopolio y allí se afirmó; pensemos por ejemplo una cuestión tan importante para el cambio o la reproducción social como es la educación. Pensemos también en la religión que se enseña en las escuelas públicas: es la católica. Esto es una apología de la religión oficial, no se tiene en cuenta que hay otras religiones.

Las religiones son bienvenidas en un Estado laico, lo que no es así con la secularización. La secularización en principio persigue las religiones, separa poderes, en cambio, la laicidad le da cabida a las expresiones religiosas y las reconoce como algo importante de la dimensión humana.

¿Cómo han cambiado los argumentos en debates como el de las parejas del mismo sexo?

El gran cambio es que se hable del tema, ya que antes no se hablaba ni se daba el espacio para debatir sobre el asunto. En eso ha evolucionado el país. Afortunadamente tenemos una institución como la Corte Constitucional que ha logrado dar avance a estos temas, mostrando además independencia de las confesiones religiosas, aunque siento que en esto tenemos que ir más allá, hablar de algo similar al PACS (Pacto Civil de Solidaridad vigente en Francia) para Colombia.

¿Qué indica que esos derechos se hayan ganado vía Corte Constitucional y no en el Congreso a través de una Ley?

Muestra la doble moral. Hay una pérdida de sentido ético. Recuerdo en uno de esos debates que un parlamentario conservador le decía al senador Gustavo Petro que sería para él un horror ver a un congresista disfrazado de travesti en la carrera séptima (una calle central de la ciudad), y él senador Petro le replicaba que le daría honor contemplarlo así, mientras lo que si le causaría horror sería verlo como narco-parapolítico en el recinto sagrado del Congreso (en referencia a otro parlamentario que está en proceso judicial por narcotráfico y vínculos con el paramilitarismo). Estamos en un país tremendamente conservador y es necesario pasar de una moral rural a una ética civil. El Congreso de la República refleja esa necesidad.

¿Cuál es el papel que han jugado las universidades en estos debates? Al parecer la labor de los académicos genera poco impacto en el debate social.

Me parece que la universidad está quedada en eso. Desde la Escuela de Estudios de Género se han hecho algunas cosas. En todo caso, hay que pensar que la universidad es una institución conservadora, hija de tres instituciones super- conservadoras –la familia, la iglesia y el Estado– entonces, ¿qué se le puede pedir a la universidad? Las universidades privadas son de curas y de politiqueros, aunque hay universidades privadas que son liberales como los Andes o el Externado. Incluso la Javeriana, que es confesional, ha participado y ha propiciado espacios académicos sobre temas de sexualidad.

¿Cuál será el impacto de esa actualización moral de la Iglesia Católica?

En el mundo la Iglesia cada vez se vuelve una voz menos escuchada, pero para África y América Latina sigue siendo un actor muy importante. Así por ejemplo, no veremos en la primera página de un diario nacional colombiano que en Austria abuchearon al Papa. En Chile, que es un país más bien conservador, cuando durante un Congreso de Juventudes jóvenes Juan pablo II les preguntó: “queréis vivir en castidad”? y la respuesta fue NO, otra vez repetía y le decían NO, el Papa se puso furioso, pero de eso no se habla en los medios acá.

En Europa ya no le funciona su discurso, de pronto en las corrientes recalcitrantes, así como los protestantes que sustentan gobiernos conservadores como el de los Estados Unidos. En Europa las iglesias están vacías y son bellos museos.

¿Cómo entra la cuestión de la objeción de conciencia ante la despenalización del aborto en tres casos, con relación a la moral religiosa?

Una dimensión de la cultura es la dimensión religiosa; hay médicos formados en universidades católicas, socializados en sus familias con una moral católica. En principio, si se niegan a practicar un aborto no se les puede atacar por ello, forma parte de un derecho que tienen en relación con sus convicciones morales y religiosas.

Ahora, la cuestión es que el Estado deberá tener una posición más clara en esto, porque el sistema público no puede alegar objeción de conciencia. Los sujetos privados pueden alegar objeción de conciencia, es decir, las personas; pero el sistema público debe asegurar el acceso a los servicios de aborto de alguna manera. En todo caso, sí pienso que debe haber mayor preocupación en las facultades de medicina y en la formación de médicos por abordar estas discusiones éticas.

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