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El ser mujer

Al finalizar su presentación durante un Seminario en la Universidad Federal de Santa Catarina (NIGS/UFSC) en 2007, la transexual Bárbara Graner cuestionó: “No entiendo porqué solo una cirugía genital permite que una mujer sea llamada mujer. ¿Sólo la vagina es atestado de que una es mujer? ¿La cuestión de la femineidad y del nombre tienen que estar ligados al órgano sexual?” Dicho eso, se levantó de su lugar y golpeando repetidamente en la mesa, dijo alto y fuerte: “!Soy mujer, me siento mujer, entonces soy una mujer!”

Si bien el 8 de marzo –oficializado en 1975 por la ONU como el Día Internacional de la Mujer– en un comienzo se refería solamente a las mujeres asignadas biológicamente como tales que sufren en una sociedad sexista, cabe aquí, frente a la afirmación de Graner, reflexionar sobre “qué es ser mujer” en tanto que la dicotomía entre sexo y género y la idea de que el género sea un efecto del sexo biológico, es objeto de continua discusión en los estudios de género y feministas.

«Ser mujer es una construcción social y cultural”, explica la socióloga chilena Teresa Valdez del Centro de Estudios para el Desarrollo de la Mujer, CEDEM. “Históricamente –continua–, las culturas han construido su idea de ser mujer sobre el cuerpo sexuado; es decir, a un sexo se ha asignado un género. Ser mujer no es sólo la construcción social y cultural sino de un modo contundente, una construcción subjetiva. Ser reconocida mujer es también una necesidad y es ahí donde se produce la tensión con la propia subjetividad, en que puedo sentirme mujer pero que no me reconozcan como tal. En este contexto hay que entender la rebeldía y el enojo de Bárbara Graner: cuánto pesa el cómo ella se siente y cuánto pesa lo que el entorno social considera atributos necesarios para reconocer a una mujer.”

En este punto la opinión de Valdez converge con la de la activista travesti colombiana Diana Navarro Sanjuán, directora de la Corporación Opción, para quien la pertenencia al género femenino está “más allá de tener órganos genitales y sexuales femeninos, ya que el género no tiene que ver con nuestra fisiología. Independientemente de un carácter fisiológico genital, las personas de sexo masculino que tenemos una construcción identitaria femenina somos mujeres”.

A partir de que Simone de Beauvoir declarara que no se nace mujer, el papel del sustrato biológico y social en la constitución de las nociones de hombre y mujer ha marcado las discusiones teóricas y políticas en relación a lo que significa ser hombre y ser mujer. “Desde el punto de vista biológico la mujer es un ser humano con cromosomas XX; pero, desde el punto de vista cultural, no hay una sola forma de ser mujer” comenta la antropóloga Marta Lamas, directora de la revista mexicana Debate Feminista. “No es lo mismo ser una mujer en un país musulmán, que en un nórdico, que en México. No existe La Mujer, sino muchas formas de ser mujer que están cruzadas por cuestiones generacionales, de clase social, de ubicación geográfica, de creencias religiosas o ideológicas”, puntualiza.

En la misma dirección caminan la antropóloga brasileña Anna Paula Vencato –quien no cree que sea posible dar una definición objetiva de lo que es ser mujer  al no existir “una especie de esencia compartida” por todas las mujeres que defina una «mujeridad» – y la activista argentina Alejandra Sardá, integrante del Espacio Latinoamericano de Sexualidades y Derechos Mulabi , quien considera que ser mujer es una categoría identitaria y una convención social, que “ofrece la posibilidad de cambiarle su significado a medida que las circunstancias sociales lo exijan”.

Profesora de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), actualmente Vencato realiza la investigación «Existimos pelo prazer de ser mulher: corpo, gênero e sexualidade em homens que praticam crossdressing”, para su tesis de doctorado (PPGAS/IFCS/UFRJ). La investigación, de base etnográfica, fue realizada básicamente en eventos del Brazilian Crossdresser Club (BCC) y a través de internet. “Crossdressers no son mujeres y no se ven como tal. A grosso modo se podría decir que son hombres que ‘se visten de mujer’ o que efectivan el ‘deseo de vestirse con ropas y accesorios femeninos’, por mas que el crossdressing sea algo un poco más complejo que esto. Asimismo, la noción de femenino que usan para montarse es bastante peculiar. Es un ‘montaje transitorio’, realizado en algunos momentos específicos, que envuelve grados variados de intervención corporal, dependiendo de lo que se pretende en términos de resultado final de aquella producción. De modo general, las crossdressers se inspiran y buscan realizar en sus montajes cosas que observan en las mujeres y que admiran y les parece bonito o interesante”, explica la investigadora.

Desde estas perspectivas, en vez de referir a una esencia común, pensar en la noción de mujer supone acuñar una categoría permeable a múltiples sentidos que, en palabras de la antropóloga brasileña Regina Facchini (PAGU/UNICAMP), esté “siempre abierta a incluir todas aquellas diferencias que demanden el reconocimiento de las personas en cuanto mujeres”. Facchini es autora de la tesis de doctorado “Entre umas e outras: mulheres, homossexualidades e diferenças na cidade de São Paulo”, defendida en la Unicamp en 2008, para la cual trabajó con mujeres que tienen relaciones afectivo-sexuales con otras mujeres, con edades entre 18 y 65 años y diferentes inserciones étnico-raciales y de clase. Además de los bares y discotecas lésbicos, realizó observación etnográfica en una red situada en la periferia de São Paulo, otra formada por frecuentadoras de un clube sadomasoquista y una red de jóvenes feministas autodenominadas “riot girrrrls” o “minas do rock”. “El trabajo de campo me forzó a relativizar el uso de la categoría ‘mujer’. Encontré personas nacidas con sexo biológico femenino y que se consideraban ‘hombre trans’ o ‘entendidas’, buscando una expresión de género mas ‘masculina’. La ‘masculinidad’ estuvo más presente especialmente entre mujeres de estratos sociales más bajos, sufriendo modulaciones de acuerdo con la generación y componiendo masculinidades más rígidas entre las más viejas (que valorizan el ‘respeto’) y masculinidades más próximas al mundo del hip-hop o de los estilos juveniles predominantes en las periferias, entre las mas jóvenes. La propia categoría mujer no consigue abarcar algunas expresiones de género, composiciones y recomposiciones de piezas del rompecabezas de los procesos por los cuales esas “mujeres” diferentes, se tornan sujetos corporeizados, gente de carne y hueso”, explica.

Significar lo femenino

Del mismo modo en que hablar de “mujer” supone pensar en plural, referirse a lo femenino trae a la luz los diferentes formas en que esa idea se materializa, y en qué cuerpos lo hace, es decir, diferentes femeninos. “La manera en que las mujeres u otras personas incorporan aspectos de las feminidades existentes está informada por ciertas convenciones sociales que varían, considerando elementos diversos del contexto específico en el cual determinada persona está inserta”, argumenta Anna Paula Vencato. Para la investigadora, hablar de las convenciones sociales que atraviesan la construcción de los diferentes femeninos implica “entender que estas construcciones ocurren de forma bastante compleja, a través de la incorporación de y la negociación con diversos factores, tales como los marcadores sociales de la diferencia o los grados de identificación y distanciamiento de una determinada persona en relación con un conjunto de costumbres o valores sociales específicos”.

El antropólogo brasileño Jorge Leite, profesor en el Departamento de Sociología de la Universidad Federal de San Carlos (UFSCar), nos recuerda que nunca ha habido consenso sobre qué significa ser mujer o ser hombre, sino “apenas momentos en que determinada visión se torna hegemónica” y se naturaliza. Lo mismo sucede con la noción de femenino: “en nuestros días, que una mujer sea hincha entusiasta de un equipo de fútbol no es considerado como algo contrario a la femineidad. Sin embargo, décadas antes aquí en Brasil, para los valores culturales este hecho era un señal clara de falta de femineidad, una ‘masculinización’ de la mujer. Hoy en día son las mujeres físicoculturistas quienes sufren este tipo de prejuicio”.

Jorge Leite es autor de la tesis “Nossos corpos também mudam: sexo, gênero e a invenção das categorias ‘travesti’ e ‘transexual’ no discurso científico”, defendida en noviembre de 2008, en la Pontifícia Universidade Católica de São Paulo (PUC/SP). Su trabajo de campo fue sobre las travestis y transexuales que trabajan y viven en la región central de São Paulo.

A grandes rasgos puedo decir que la construcción de lo femenino entre las travestis se da a través de la toma de hormonas, implante/aplicación de silicona y, principalmente, un intenso y constante proceso de ‘encarnación’ de las normas de género (en este caso, el femenino) vigentes en el período, sin dejar de lado determinados elementos asociados a la noción de virilidad masculina, en especial en lo relacionado a las prácticas sexuales. De cualquier manera, siempre es importante recordar que, la gran mayoría de las personas que se autoidentifican como travestis aquí en Brasil, no se reconocen como mujeres”, dice Leite.

Sin embargo estas deconstrucciones conviven con modelos hegemónicos marcados por un orden de género que construye lo femenino sobre el hecho reproductivo, es decir, sobre la maternidad y la conyugalidad heterosexual. Para Diana Navarro Sanjuán, los paradigmas sociales del deber ser femenino ponen tanto a las mujeres así designadas al nacer como a las transgénero en el lugar de tener que validar y reproducir estereotipos. “Muchas de nosotras copiamos aún modelos de lo que nos han impuesto como femenino: tetas grandes, cuerpos ampulosos, cintura pequeña, caderas amplias, muslos gruesos, brazos delgados, poca musculatura, vientres planos, ausencia de vellosidad, uñas y cabelleras, el uso de maquillajes, vestuario y accesorios que permitan identificarnos como parte de las múltiples formas de ser mujer”.

Según la activista, comportamientos sumisos y casi monacales que replican los estereotipos negativos del deber ser de la mujer condicionan el tipo de mujer que las mujeres trans quieren ser. A su vez, las investigadoras consultadas coinciden sobre el lugar privilegiado de la maternidad en las convenciones de lo femenino. “Hay un mito respecto a que el destino de una mujer es ser madre y que lo que va a confirmar su feminidad es ese hecho biológico; por el otro lado, cómo está construida esa feminidad, con los valores de la maternidad, es un acto de abnegación en aras de ocuparse de los hijos”. Pero el tema de la maternidad no es un tema de biología. Hay muchas mujeres, sean transexuales o no, que han adoptado hijos y que son muy buenas madres”, argumenta Marta Lamas.

En la misma línea, para Alejandra Sardá la veneración femenina de la maternidad, que se complementa con la de la paternidad masculina “es uno de los tabúes más resistentes, que daña seriamente la posibilidad de pensar e implementar políticas serias de salud y derechos reproductivos; pero también la de encontrar nuevas formas de feminidad. Desde hace bastante tiempo hay, a nivel mundial, movimientos críticos que justamente están reformulando la condición humana, a partir de un reconocimiento de la diversidad sexual, de género, de opciones en muchos sentidos. Valorar la diversidad rompe con esos esquemas monolíticos de ser hombre o mujer”.

En palabras de Regina Facchini, “pensar cómo reconocer la diversidad de quien se reivindica mujer talvez sea la política de solidaridad más importante” para lograr que cada 8 de marzo sea un espacio para conmemorar todas las posibilidades que supone la palabra mujer.

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