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La creación de lo obsceno

El antropólogo Jorge Leite Jr, de la Universidad de São Carlos (UFSCar/SP) ha dedicado su carrera académica al estúdio de géneros, cuerpos y sexualidades transgresoras. Su tesis de doctorado en Ciencias Sociales, defendida en 2008 en la Pontifica Universidad Católica de São Paulo, investiga la invención de las categorías “travesti” e “transexual” por el discurso científico. Leite también publicó el libro “Das maravillas e prodígios sexuais”, en el cual aborda la temática de la pornografía bizarra y prácticas consideradas perversas dentro de un amplio abanico de transgresiones sexuales. Su deseo por estudiar tales prácticas surgió justamente por la repulsión que el sexo bizarro causa cuando es debatido socialmente, “inclusive por personas que militan decididamente a favor de los derechos de las minorías sexuales”, dice, identificando ahí un juego incesante de represión/creación de nuevos patrones de conducta: “Cuanto más organizamos nuestros ideales de lo que ‘debería estar en escena’ en relación a los deseos y prácticas sexuales, más evocamos aquello que ‘no debería estar en escena’, o sea, más criamos lo obsceno, afirma.

Este es el tema de su artículo A pornografia ´bizarra’ em três variações: a escatologia, o sexo com cigarros e o ‘abuso facial’”, incluido en el libro “Prazeres Dissidentes” (CLAM/Editora Garamond), organizado por María Elvira Díaz-Benítez y Carlos Figari. La compilación, que incluye también trabajos que analizan temas como la pedofilia, el sexo bareback y el BDSM, entre otros, fue lanzado recientemente en Buenos Aires durante la VIII RAM – Reunión de Antropología del Mercosur. En el Brasil, la obra será lanzada en São Paulo el 21 de octubre y en Rio de Janeiro el 9 de noviembre. En la entrevista a seguir, Jorge Leite analiza algunas cuestiones discutidas en su artículo.

Qué es lo que localiza a la escatología y al abuso facial en el rol de prácticas sexuales extremas? Qué es lo que las torna tan peculiares?

Lo que las convierte en tan peculiares es, antes de todo, la capacidad que estas prácticas sexuales tienen de shockear los límites socialmente establecidos sobre lo que puede ser visto como una sexualidad “normal”, “saludable”, “bella” o “correcta”. Todavía no vemos a las personas desfilando su “orgullo escatológico”, no escuchamos las confesiones en voz alta en los encuentros sociales sobre el placer de ser penetrado en la garganta hasta vomitar y no existen muchos debates académicos sobre tales prácticas y placeres, a no ser para descalificarlas. La escatología y el llamado “abuso facial” parecen no tener lugar ni en el imaginario ni en los discursos sexuales legitimados socialmente, menos aún en la presentación de estas prácticas.

Como el erotismo y la transgresión aparecen en los enunciados sexuales creados por la pornografía “bizarra”?

Se puede afirmar que la pornografía autointitulada “bizarra” es la versión sexual de los freak shows (también conocidos como espectáculos de aberraciones) que tuvieron éxito en Europa y principalmente en los Estados Unidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando las capacidades humanas y las formas físicas más increíbles eran presentadas para causar espanto en la platea. Mientras los circos y ferias presentaban “el hombre elefante”, la “mujer barbada” y “la familia que come trozos de vidrio”, la ciencia presentaba en congresos médicos al “perverso sexual”, “la familia degenerada”, y “la mujer histérica”. La pornografía no se quedó por fuera de esta fiebre de espectacularizar lo extraño y lo inusitado.

Durante el siglo XX, un ramo de la pornografía heredó la idea de mostrar extrañezas y maravillas que pueden causar tanto espanto, como miedo, risa, odio o curiosidad, pero que, principalmente, poseen el potencial de shockear. Así, surgen las películas porno mostrando la mujer que introduce pepinos en su canal de la uretra, el hombre que siente placer con heces, la señora con senos gigantes o el joven con dos penes. Sin contar, por supuesto, con personas enanas haciendo sexo, los cuales son personajes clásicos del universo del entretenimiento. La idea es transgredir todo aquello que puede ser considerado “convencional”, “tradicional” o, inclusive, “correcto” en el terreno de la sexualidad.

Si la ciencia rotula algo como “perversión” o “parafilia”, la pornografía invierte en este campo clasificándolo de “bizarro” y espectacularizando la tal “perversión”, justamente porque ella es considerada de esa manera. Si la pornografía muchas veces es vista como la versión “perversa” o “desviante” del erotismo, la pornografía bizarra es el exagero de esta lógica.

En 1967, Guy Debord escribió que “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediada por imágenes”. Desde esta perspectiva, cómo usted analiza la espectacularización de la pornografía como un todo y no apenas sus vertientes “bizarras”?

No podemos olvidar que la pornografía en el sentido moderno del término – un producto que presenta una representación obscena (sea en imágenes, sonidos, textos u objetos) dirigido al consumo masivo y teniendo como principal objetivo el placer sexual/erótico de sus consumidores y el lucro de sus productores – es indisociable de la cultura de masas. De hecho, ambas nacen juntas en la segunda mitad del siglo XIX. En una época en que todos estaban hablando de sexo, la cultura de masas también presentó su discurso sobre el sexo, y lo hizo no resaltando cuánto de pecado o divinidad puede tener esta vivencia, ni cuán refinadas pueden ser las prácticas sexuales, ni explicando si ellas son sanas o enfermas, “pervertidas” o “correctas”. Lo hizo relacionando el sexo a la diversión y al entretenimiento. La pornografía es el discurso sobre el sexo en la cultura del espectáculo.

Su artículo también analiza la práctica del sexo con cigarrillos. Usted dice que fumar viene siendo cada vez más asociado a una gramática sexual “desviada”. En qué medida? Podemos entender esta nueva erotización del cigarrillo como una respuesta al proceso de desfetichización del tabaco, emprendido especialmente por el discurso científico?

La pornografía, especialmente la “bizarra”, trabaja fundamentalmente con la idea de transgresión y para eso necesita de una “norma” que pueda transgredir. La idea de un sexo “bizarro” no existe sin su opuesto constitutivo, el llamado sexo “convencional”.

Si ahora la ciencia, pensada como la autoridad moral en lo referido a la “salud”, condena cada vez más el cigarrillo, la pornografía ya percibió el potencial de transgresión incluido en el acto de fumar, además, esta transgresión siempre estuvo presente históricamente en la idea de ser las mujeres las que fuman. Lo que tienen de novedad los websites y las películas que asocian sexo y tabaco, no es el cigarrillo como algo fálico o la capacidad de fumar por los genitales, sino la idea de fumar como algo políticamente incorrecto, “sucio”, “perverso”, pues se desvía de las normas saludables, algo transgresor en sí mismo, y por lo tanto, eróticamente intenso. Si fumar está siendo cada vez más deslegitimado del espacio público, en la pornografía está encontrando acogida en el espacio de la privacidad erótica espectacularizada; si el cigarrillo es expulsado del campo de los placeres permitidos, él encuentra abrigo en la basta región de los placeres prohibidos. Y es importante tener en cuenta que cuando escribí el artículo todavía ni existía la ley estadual de São Paulo contra el cigarrillo.

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