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El terror del zika

En las sociedades contemporáneas, los cuerpos de las mujeres constituyen un importante punto de anclaje de políticas gubernamentales orientadas a regular la reproducción, la vida y la muerte de los ciudadanos. Esto ha significado que saberes, agentes e instituciones sometan dichos cuerpos a un escrutinio sistemático, en donde el despliegue de mecanismos de optimización de la salud de poblaciones enteras pasa primero por, o se apoya ostensiblemente en, las mujeres. La lucha contra el zika no ha sido la excepción.

Basta recordar las recomendaciones de organismos internacionales como la OMS y la OPS a los gobiernos de la región para detener el avance de la enfermedad y limitar asimismo otras complicaciones de salud asociadas con el virus. Aunque en principio las prácticas de autocuidado involucraban a los habitantes de los territorios más expuestos al contagio del zika, sin distinción de sexo, las mujeres adquirieron un papel central como objetos de políticas más que como agentes de las mismas.

En Colombia, dichos lineamientos se tradujeron no sólo en la polémica indicación por parte del Ministerio de Salud de retrasar los embarazos durante varios meses, sino también en la declaración de todos los embarazos como de “alto riesgo”. Si bien esto puede significar un mayor cuidado durante la gestación y el parto para las mujeres que tienen dificultades para acceder oportunamente a servicios de salud materna, refuerza al mismo tiempo el lugar de las mujeres en el complejo entramado de relaciones de poder que tienen por objeto la vida.

Para Claudia Rivera Amarillo, antropóloga e historiadora feminista, la epidemia del zika ha abierto los cuerpos de las mujeres a distintas intervenciones y prácticas de vigilancia, articulándolos a complejos dispositivos de gobierno. Asimismo, pone de relieve las estrategias de control que operan en los cuerpos de las mujeres, otorgándoles nueva vigencia.

En entrevista con el CLAM, la investigadora colombiana habla sobre su trabajo en curso sobre zika, políticas de la vida y gobierno de los cuerpos de las mujeres. Destaca el modo como la lucha contra el zika en Colombia ha estado atravesada por la racialización de las mujeres y se enmarca en geografías de la imaginación que se nutren de narrativas sobre la enfermedad, el cambio climático y la guerra contra el terrorismo.

¿Qué ha significado la centralidad de las mujeres en la lucha contra el zika y la microcefalia, así como el hecho de que todos los embarazos en el país sean considerados de alto riesgo?

Declarar que los embarazos son de alto riesgo implicó el despliegue de mecanismos de gobierno sobre el cuerpo de las mujeres a diferentes escalas: a nivel individual y microscópico, como los análisis genéticos del líquido amniótico, donde la mirada sobre los cuerpos de las mujeres se reduce para amplificar; y a un nivel mayor en términos de gobierno de poblaciones. Aunque todos los embarazos en Colombia fueron declarados de alto riesgo, la vigilancia se ha centrado en los cuerpos de las mujeres que habitan las ‘tierras calientes’. Las embarazadas de ‘tierras frías’ entran en esa armazón compleja de dispositivos de vigilancia solamente si se desplazan a las tierras calientes. Al respecto es importante ver quiénes son las mujeres que habitan ambos espacios y cuáles son sus características.

En Colombia, la distribución de las personas en tierras calientes y tierras frías es marcadamente racializada. En nuestra geografía de la imaginación, las mujeres no blancas habitan las tierras calientes, mientras que las blancas y las mestizas habitan las tierras frías. Si bien hay movimiento de personas desde las tierras calientes hacia las tierras frías, no hay un movimiento correspondiente en sentido inverso, por lo menos no de las mismas proporciones. Asimismo, el funcionamiento del sistema de salud en el país obedece, entre otros aspectos, a principios del multiculturalismo y gobernar los cuerpos de las mujeres pasa por ponerles un conjunto de etiquetas, hablar de ‘indias’, ‘negras’, ‘raizales’, etcétera. Por lo tanto, es importante considerar no sólo los términos en los que la vigilancia epidemiológica es formulada, sino también el modo como se ejerce en la práctica, donde la racialización de los cuerpos atraviesa el funcionamiento del sistema de salud. Dichos imaginarios están presentes en la práctica de médicos y funcionarios del sistema de salud.

Concomitante con dicha racialización está la cuestión de las desigualdades sociales, visible también en el acceso al aborto. Muchas madres no tienen la capacidad económica para hacerse cargo de niños con microcefalia y esto ha impactado el debate sobre aborto en el país. Las pruebas realizadas al feto para determinar si tiene malformaciones sólo permiten detectarlas cuando el embarazo está avanzado, lo que ha llevado a que se pongan en el debate público cuestiones como el límite de semanas para interrumpir un embarazo. Aunque en Colombia la ley no fija ninguno, en la práctica varias instituciones sí lo hacen. Muchas mujeres desconocen esta situación y se someten a los plazos de dichas instituciones.

En febrero de este año se practicó el primer aborto relacionado con el zika en Colombia. Se trató de una mujer en Cartagena a cuyo feto le diagnosticaron varias malformaciones, entre ellas microcefalia, cuando tenía casi ocho meses de gestación. La mujer decidió interrumpir su embarazo, pero varias instituciones se negaron a hacerlo. El caso planteó debates respecto de si se trataba o no de un homicidio, porque en un principio el feto era viable, o si era una práctica eugenésica.

Usted afirma que dichas geografías de la imaginación se vinculan además con el cambio climático. ¿De qué modo?

El gobierno de los cuerpos de las mujeres no estriba sólo en lo humano. Ese es un aspecto importante al hablar de cambio climático. También están implicadas formas de gobierno del espacio, de efectos climáticos y del zancudo. Abordar la lucha contra el zika desde agentes no humanos, como lo hace Timothy Mitchell en Rule of Experts (2002), permite narrar una historia diferente.

El hecho de que el zancudo esté escalando la montaña en un país andino como Colombia, le ha dado relevancia al cambio climático en la lucha contra el zika. En el país, la fase epidémica del chikungunya acabó en octubre de 2015 y muy poco tiempo después se declaró el inicio de la epidemia del zika. El agente que los transmite es el mismo, el Aedes aegypti, pero en el caso del zika el Ministerio de Salud aumentó en 400 metros sobre el nivel del mar las zonas de riesgo, incluyendo las tierras ubicadas entre 0 y 2.200 metros. Frente a dicho aumento, Fernando Ruiz, Viceministro de Salud Pública, señaló que algunos estudios han observado un incremento en el hábitat del zancudo como consecuencia del cambio climático.

Otro aspecto importante es la Oscilación del Sur. Se suele pensar que las enfermedades transmitidas por estos animales proliferan en temporadas cálidas debido al mayor almacenamiento de agua, particularmente en regiones donde no hay acueducto, lo que facilita la reproducción del zancudo. En el acceso, distribución y tratamiento del agua potable también se revelan las desigualdades sociales y la pobreza. El prolongado fenómeno de El Niño de este año suscitó gran preocupación por ese motivo. Pero hay estudios que señalan que en zonas urbanas aumenta la tasa de transmisión de enfermedades como el dengue durante las fases frías. Por lo que el fenómeno de La Niña se torna preocupante. Esto hace que el cambio climático adquiera relevancia en el gobierno del cuerpo de las mujeres, aunque su impacto concreto esté por determinarse.

¿Cómo aparece el cambio climático en los discursos globales sobre la enfermedad?

A nivel global aparecen unas geografías muy viejas, de herencia colonial, y por eso es importante tener en cuenta una perspectiva histórica sobre el tema. África sigue siendo la tierra de Cam, como dice Walter Mignolo, la tierra caliente de donde vienen tanto la sensualidad como las enfermedades. Enfermedades como el zika y el ébola fueron consideradas parte integral de dicho continente y sólo se volvieron objeto de preocupación mundial cuando cruzaron las fronteras. Esas geografías globales son constitutivas de las locales. Las tierras calientes colombianas son las de las enfermedades y la sensualidad. En la opinión pública se ve cómo se inculpa a las mujeres de las tierras calientes en Colombia por la expansión del zika y por el aumento en los casos de microcefalia. Algunos sectores de la sociedad las acusan a veces de ser mujeres incapaces de controlarse, de ser mujeres calientes.

Los zancudos y algunas enfermedades que transmiten están asociados a las regiones tropicales. Cuando esos insectos y enfermedades aparecen en otros lugares es como si un ejército invasor se desplazara y llevara consigo el trópico, generando terror. Al respecto cabe recordar que la ciencia es algo que se hace en sociedad, es política, y por ello es importante ver cómo son administradas las narrativas sobre el cambio climático por parte de gobiernos y organizaciones internacionales.

Recientemente, Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud, señaló que la expansión del zika era culpa de gobiernos que habían sido incapaces no sólo de proveer servicios de planificación familiar y educación sexual, sino también de controlar al zancudo. Si bien ella no mencionó concretamente a ningún país, es claro cuáles son los estados con problemas de ‘gobernabilidad zoológica’: los gobiernos democráticos y las dictaduras de América Latina y el Caribe, así como de África. Chan dice que en la década de 1970 “dejaron caer la bola” en materia de control del mosquito, provocando un “fracaso masivo” de las políticas de control. Se trata de una lucha contra los zancudos que, así narrada, perdieron los gobiernos del trópico y que ahora constituyen una amenaza global.

A raíz del vínculo entre zika y microcefalia, el debate en torno al aborto cobró nueva relevancia en el combate de la epidemia. Al respecto, usted señala que las voces conservadoras que buscan criminalizar o limitar el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo han adoptado nuevos lenguajes. ¿Cómo se han reinventado los discursos ‘pro-vida’ en el país?

En varios países se suele hablar de América Latina como una región muy católica, donde la lucha contra los derechos de las mujeres emplea un lenguaje religioso. Sin lugar a dudas la lucha contra la despenalización del aborto está asociada con una política sexual cristiana, pero el modo como esos agentes hablan sobre el tema ha cambiado, ya no es en términos de dios, sino de derechos, los derechos del nonato, así como de las instituciones y los médicos a ejercer la objeción de conciencia. Eso es importante porque si ese discurso se seculariza se hace más peligroso. Es un proceso del que habla Juan Marco Vaggione referido a la resistencia de un activismo católico conservador frente al reconocimiento de derechos sexuales y reproductivos en América Latina. En el caso del zika y los abortos por microcefalia la secularización de esos discursos se expresa en otros términos en Colombia.

El zika irrumpió en Colombia justo cuando se conmemoraban los 10 años de la despenalización del aborto en tres causales. Reaparecieron cierto tipo de discursos y formas de hablar sobre el tema presentes 10 años atrás. En 2006, hubo una marcha ‘por la vida’ y en contra de las políticas que le concedían derechos a las personas LGBT. Sectores conservadores enarbolaron carteles alusivos a las personas que viven con VIH, manifestándose en contra de ellas. Marchantes vestidos con batas de médicos arrastraron por la calle muñecos descuartizados pintados de rojo simulando fetos. Otros los transportaron en bandejas de instrumental quirúrgico. En ese momento se estaba llevando a cabo un proceso de paz con grupos paramilitares y una de las cosas que se observa es el uso del conflicto armado como espectáculo por parte de las organizaciones ‘pro-vida’, pues con esos muñecos evocan las prácticas de descuartizamiento de los grupos paramilitares. Así situaron en el mismo campo semántico a las mujeres que abortan, a los paramilitares, a la gente que vive con VIH, a la comunidad LGBT y a las feministas. Ahora, con la epidemia del zika, el zancudo entró en dicho campo semántico.

Estos cambios evidencian la capacidad que tiene la derecha para leer el mundo en que vivimos. Por ejemplo, para criticar los derechos de parejas del mismo sexo y la interrupción voluntaria del embarazo emplean expresiones como “imperialismo anti-demográfico”, que hacen eco de las acertadas críticas feministas al neomalthussianismo, como las más recientes de Betsy Hartmann, Anne Hendrixson y Jade Sasser. Los grupos pro-vida usan dicho lenguaje a su favor. Defienden una política sexual cristiana retomando otros discursos que no mencionan dioses, cristos o cuestiones religiosas, porque saben que están operando en un estado laico. También se apropian de un discurso sobre la salud que se vincula con el lenguaje de los derechos humanos. En este sentido, el zika nos muestra una advertencia para que problematicemos aquello que llamamos secularización.

En su trabajo señala que ese vínculo entre lucha contra el zika y conflicto armado aparece también en el discurso oficial sobre la epidemia. ¿Podría hablar al respecto?

Yo observo un desplazamiento hacia la lucha contra el terrorismo en el lenguaje oficial sobre la epidemia del zika en Colombia. Que los problemas de salud pública se hayan vuelto emergencias militares no es algo nuevo. Dicho giro es abordado por Melinda Cooper en el contexto estadounidense en relación con la lucha contra el VIH en la década de 1990. Colombia es el tercer receptor de ayuda militar de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo y las drogas. Esa conexión entre peligro biológico y lucha contra el terror ha afectado el modo como entendemos problemas de salud como el zika. La epidemia ya no refiere sólo a una amenaza animal o viral, sino también de seguridad. El zika permite ver cómo lidian con este tipo de amenazas países como Colombia que parecieran no tener capacidad plena de gobernar sus mosquitos y sus virus. Se empieza a articular el discurso contra el terror a la vigilancia epidemiológica.

Dicha militarización no sólo es metafórica, también es literal. Basta recordar que Estados Unidos llevó a África hospitales militares en el marco de la lucha contra el ébola. Los militares aparecen atendiendo las enfermedades como en campos de guerra. Ese tipo de narrativa llega a Colombia y es apropiada tanto por el gobierno como por grupos pro-vida, adquiriendo el matiz de la guerra local. En la lucha contra el zika el zancudo, como el virus, se vuelve una amenaza ubicua a la que le cortan una cabeza y le sale otra, así como a la guerrilla. Es un giro biológico en la guerra contra el terror que va en ambas direcciones: se biologiza lo político y se politiza lo biológico. Como lo muestran las marchas contra la despenalización del aborto, aparece el terror de los paramilitares. No hay que olvidar que promotores de ese tipo de iniciativas contra los derechos de las mujeres han hecho parte del gobierno.

Aparte de lo señalado, ¿qué otros aspectos revela la epidemia del zika en términos de políticas de la vida que tienen como soporte los cuerpos de las mujeres?

Al abordar cuestiones como la emergencia, la lucha contra el terror, el neoliberalismo o la biopolítica, es importante analizar las características locales que asumen dichas categorías. En Colombia, la biopolítica no la ha ejercido solamente el estado o las ONG. Menos si hablamos de las tierras calientes. Si sobreponemos los mapas de los actores armados ilegales y las tierras calientes en algunos casos no son solo tierras sensuales y de enfermedad, sino también tierras de guerra. El gobierno sobre los cuerpos también lo han ejercido los actores armados y la Iglesia. Con respecto al zika, la conjunción de esos eventos se observa, por ejemplo, en la creación de una Línea Nacional Antimosquito. La gente debe llamar para denunciar al zancudo y, en Colombia, la denuncia ha sido una técnica importante para atrapar a narcotraficantes, guerrilleros, ladrones, etcétera. Por eso digo que la lucha contra el zika adquiere el color local de la guerra y el combate de la delincuencia. La línea antimosquito hace responsables a los ciudadanos frente a la expansión del zancudo, un insecto tratado como delincuente y antisocial.

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