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Legalidad y valores

Las uniones legales entre personas del mismo sexo se han convertido en tema constante de discusión en la agenda pública mundial. En América Latina, sólo algunas ciudades capitales y otros distritos cuentan con legislaciones que contemplan a las parejas de hecho, sin distinción de sexo, y les otorgan alguno o varios de los derechos reconocidos para los matrimonios (herencia, seguridad social, pensiones, etcétera).

El sociólogo francés Eric Fassin, profesor de la Escuela Normal Superior de París, reflexiona sobre el reconocimiento a las parejas homosexuales y la evolución de instituciones como la familia y el matrimonio. Para él, la actual popularidad de esta causa debe ser entendida en el contexto de una ‘búsqueda de modernidad’ y de la segregación de los extranjeros en el mundo occidental.

Fassin impartió una serie de conferencias en México para la Cátedra Simone de Beauvoir, del Colegio de México. Otros textos del autor pueden ser consultados en: http://piem.colmex.mx/CatedraDoctos_Fassian.htm

¿Las uniones entre personas del mismo sexo representan un desafío a la legislación familiar tradicional?

Sí y no. No, en la medida en que muchas personas pueden interpretar que se trata del triunfo del matrimonio; muchas personas querrán casarse, así que esta institución en cierto modo se refuerza. Hasta los gays quieren casarse ahora. Todo el mundo quiere casarse y eso, de alguna manera, fortalece la estructura tradicional.

Al mismo tiempo, queda establecido que este acto no se realiza necesariamente entre un hombre y una mujer; por detrás no hay nada de orden biológico o de leyes divinas o cosas por el estilo. Al contrario, queda claro que la unión se basa en decisiones individuales. En lugar de ser una institución dada por Dios o por la Naturaleza, ahora radica en una opción individual, lo que hace una diferencia importante. No se trata de meter a los gays dentro de los esquemas tradicionales, sino de una transformación que lleva a la institución matrimonial a ser cada vez más una opción privada.

Hoy en Francia, la mitad de los niños han nacido de padres que no están casados, o al menos que no están casados entre ellos. Esto nos indica que el matrimonio, al menos en Francia, no es más la base de la familia. El matrimonio va por un lado y la familia por otro, a veces se encuentran, pero no son la misma cosa. Esta realidad nos muestra esta etapa de transición. El matrimonio gay no es un asunto sobre preferencias sexuales, sino que muestra una evolución del matrimonio y la evolución de las instituciones reconocidas por los individuos para organizar su vida: el tránsito es hacia decisiones individuales, dejando atrás las obligaciones institucionales.

Luego de la aprobación de la Ley de Sociedades de Convivencia en la ciudad de México, ¿cuál es su percepción del avance legal en México y América Latina?

No se trata sólo de México, hay leyes similares –o el impulso de una discusión– en Argentina, Colombia y Ecuador. Lo más interesante en las regiones que han aprobado este tipo de leyes es cómo hay una idea de que el tema representa una forma de parecer modernos. Básicamente pienso como un líder de cualquier país fuera de Europa o Norteamérica que dice: «de acuerdo, quiero que mi país parezca moderno, por eso mandaré una señal al mundo entero, por ejemplo, aprobando algo sobre uniones entre personas homosexuales». Me parece que es una forma barata de sonar moderno. Es mejor sonar moderno que ni siquiera parecerlo, pero creo que es una forma en que se intenta escalar a la modernidad.

En la ciudad de México llama la atención que se trata de una urbe gobernada por la izquierda en un país básicamente conservador.

Es interesante volver a Francia para comentar el punto. En la reciente elección presidencial fue interesante cómo todos los candidatos se vieron obligados a decir algo sobre el tema de las uniones de parejas del mismo sexo. Eso es algo nuevo. Hace algunos años a nadie le importaba el tema. Esta nueva realidad obliga a los políticos a tener una postura, por ejemplo, el presidente Sarkozy, antes de ser electo, explicó que estaba a favor de los derechos de gays y lesbianas; incluso se tomó el tiempo de responder preguntas concretas de las revistas gays. Es interesante cómo el tema se ha vuelto parte de los problemas sociales, ya que lo mismo está sucediendo en Los Ángeles, en ciudad de México y el resto de Latinoamérica.

¿Cuáles son los efectos de esa «búsqueda de modernidad» en la opinión pública?

Actualmente, la gente suele defender más las decisiones personales que, por ejemplo, hace diez años. Cuando comenzó esta discusión sobre las decisiones individuales y alguien decía: «Vamos, abramos los matrimonios a los gays», tenía que justificar la frase muy bien, pues básicamente todos veían la propuesta absurda, bizarra, antinatural. Hoy el panorama es justamente el opuesto. Aquellos que se oponen al matrimonio entre gays tienen que justificar mucho más su postura. Se ha vuelto un indicador del grado de modernidad de una sociedad: a diferencia de otros, nosotros apoyamos los derechos de los gays. Pero, ¿quiénes son los otros? Los inmigrantes, los musulmanes, los africanos y todos aquellos que son estigmatizados por no estar abiertos a la modernidad sexual. Es lo que yo llamo democracia sexual: el lenguaje de la modernidad permite, a un tiempo, empujar las cosas hacia delante y hacer caer en la trampa a las civilizaciones no alineadas. Con estos marcos, hoy es posible decir que la gente de África es retrógrada porque es homofóbica.

Es el caso de la reciente declaración del presidente iraní en su visita a Estados Unidos, cuando dijo que no existen los homosexuales en su país, que se trata de un problema occidental.

Ese ejemplo es claramente una manifestación internacional, pero también sucede al interior de sociedades como la francesa, en donde hay ‘clases educadas’, que suelen ser blancas –no lo dicen, pero sí lo asumen– y ‘clases retrógradas’, que suelen tener la piel oscura y tratan de manera despectiva a las mujeres y a los gays. Es el otro lado de la modernidad. Si quieres parecer moderno puedes decir: «Hagamos algo por las mujeres y los gays». Y si estás contra las mujeres y contra los gays, estás contra Occidente.

Pero también puede usarse en sentido contrario. Los que suelen ser descriptos como los otros, los opositores a occidente, pueden responder: «Es cierto, no somos como ustedes, por lo tanto nos desharemos de los gays». No les importa en lo más mínimo la democracia sexual en buena medida porque Occidente suele utilizarla como un argumento en su lucha contra las culturas de Oriente.

¿Cómo definiría la democracia sexual?

De varias formas. Primero, ¿qué es una sociedad democrática? Es aquella que define por sí sola sus leyes y sus normas y no considera que deban ser definidas por un principio trascendente —Dios, la Naturaleza, la Ciencia— sino por la propia sociedad en la que vivimos. Así, a las leyes y a las normas no las define ningún principio trascendente, sino uno inmanente, que es la sociedad. Ese es el principio de la democracia. Segundo, ¿qué es la democracia sexual? Es la democracia aplicada a las cuestiones de género y de sexualidad. ¿Y por qué esta cuestión es particularmente importante cuando se trata de género y de sexualidad? Creo que debido a que el género, los sexos y la sexualidad aparecen como algo natural, es decir, definidos por un principio que escapa a la sociedad. Entonces, el esfuerzo por pensar que incluso la diferencia de sexos y las sexualidades no son naturales, sino sociales, y que podemos entonces redefinirlas, se vuelve un esfuerzo difícil y muy problemático. Por ello las cuestiones sexuales son actualmente apuestas democráticas privilegiadas.

En un contexto social donde las mayorías definen lo que es la democracia, ¿qué papel pueden jugar las minorías sexuales?

Es cierto que la democracia es la mayoría, pero insisto en la existencia de una esfera pública, de un espacio público. En este espacio también puede hacerse escuchar el discurso de una minoría. La cuestión de la ley la decide entonces la mayoría, pero la esfera pública no es sólo la mayoría, es también, de modo potencial, todo el mundo. Hay entonces una diferencia entre la ley que decide la mayoría y la esfera pública que potencialmente también está abierta a las minorías. Y esta esfera pública es importante ya que contribuye a definir los términos en los que pensamos todos.

Lea la entrevista concedida por Eric Fassin al mensuario LetraS

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