“¿Seremos capaces de abrirnos a comprenderlas, aunque con ello caigan las ‘verdades’ que nos enseñaron? Nadie está obligado a hacerlo, pero si lo hacemos el mundo ya no será el mismo para nosotros, y tampoco para ellas.” Ellas son las travestis, y la cita pertenece al cuadernillo que el gobierno porteño preparó para ayudar a los profesionales de salud a bajar sus prejuicios respecto de estas personas: si lo logran, el mundo será distinto para ellas porque se animarán a acercarse al sistema de salud. Ser llamada por su nombre masculino en una sala de espera suele ser suficiente para que ella se retire y sólo vuelva como paciente terminal, a causa del sida o aun de implantes de siliconas nocivos. Las travestis ya pueden realizar su sueño de ser atendidas por ginecólogos –para que no se automediquen con hormonas– y está en marcha una resolución para que en las historias clínicas se consignen los nombres femeninos elegidos. Su acercamiento al sistema las convierte “en agentes de salud, para ellas y para sus clientes”, consignó el titular de Coordinación Sida de la ciudad.