Eric Fassin, sociólogo de la École Normale Superior de Paris, participó del seminario de Cali, «Sexualidad y dimensión étnico-racial». En esta entrevista habla su trabajo sobre raza, nación y sexualidad en Francia y Estados Unidos y sobre el lugar de las cuestiones sexuales en definiciones contemporáneas de la modernidad.
¿Qué aspectos le interesaron del seminario Sexualidad y dimensión étnico-racial?
La primera cosa es la relación entre Colombia y otros países: Brasil, Perú, México… el hecho de que este seminario no sea un seminario únicamente colombiano, sino latinoamericano. De pronto para ustedes era evidente, pero a mí me resulta importante señalar que las cuestiones sexuales hay que pensarlas no sólo a nivel nacional sino en una escala más amplia. Ese es un problema que me planteo en mis propias reflexiones, el problema de la escala. Si debo pensar los problemas para Francia, para Europa o para las democracias.
En segundo lugar, me parece importante que las cuestiones de sexualidad y de raza también sean temas de género: la tercera palabra, que no estaba en el título del seminario pero que jugaba un papel fundamental. El tercer punto que me parece interesante es la confrontación entre el discurso académico y el discurso militante, es algo que me interesa tanto en mi práctica como en mi enseñanza académica. En relación con la práctica, estoy comprometido con varios combates políticos, y en mis propios cursos estoy confrontado con un público conformado de estudiantes, profesores y también activistas.
Hablemos un poco más de esta cuestión de la escala en el abordaje de las cuestiones sexuales.
En el seminario la cuestión de la escala aparecía, porque justamente las personas trabajan localmente. Vale la pena preguntarse cuál es la escala pertinente para pensar las problemáticas sexuales, si hay que pensarlas a nivel local, nacional, o si se trata de una escala más amplia. Lo que me interesa es saber precisdamente que éstas no son solamente problemáticas francesas, sino problemáticas que conciernen a muchos países. Es en ese sentido que es de gran pertinencia la comparación, que son también temas que se plantean a nivel global. La cuestión de la escala está en el núcleo mismo de las discusiones, porque muchas veces se insistía en las especificidades, pero ¿de qué se trata? ¿vale la pena insistir en la fragmentación ad infinitum o, al contrario, se trata de subir de nivel y plantear cuestiones más generales? En todo caso, el problema de la escala está pues en el núcleo mismo de la discusión. En mi propio trabajo lo hago a nivel nacional, trabajo sobre Francia y lo comparo con los Estados Unidos, pero ahora lo que me interesa no es tanto comprender las diferencias, sino la inscripción en un contexto más general de los Estados Unidos y de Francia.
En esta aproximación es necesario tener en cuenta que es diferente tener una perspectiva comparativa que pensar un fenómeno social a nivel global.
Efectivamente. Una cuestión es la escala y la otra es dentro de esta escala cómo se puede trabajar. De una parte la escala y de otra el método. Una cosa es comparar dos contextos nacionales y otra cosa es inscribirlos en una dinámica más general y comprenderlos desde allí.
Yo he trabajado principalmente a escala nacional – Francia y Estados Unidos – y con un método comparativo entre países. Hoy pienso en qué medida es útil pensarlo como una cuestión nacional y cuando es internacional; Francia y Estados Unidos no son lo mismo, pero es importante preguntarse si los dos participan de una misma historia. Hay diferencias pero también mutuas influencias (imitación, circulación de ideas, redefinirse en relación a los otros). Y considero que el marco más amplio que reúne ambos contextos nacionales es la cuestión de la modernidad, de la democracia, en relación con la sexualidad.
¿Podría describir ese contexto más amplio de inscripción que propone en relación con las cuestiones sexuales?
Es bueno precisar que esta modernidad y esta democracia a la que me refiero no ocurren mundialmente de manera homogénea; ocurren más en unos países que en otros, en algunas clases sociales, en unos círculos sociales particulares.
En este contexto internacional al que me refiero la igualdad y la libertad en general, y por supuesto en relación con la sexualidad, son valores característicos de la modernidad, pero también pueden ser armas usadas en las batallas de representación internacional y nacional para calificar quién es más y menos moderno. Por ejemplo, los Estados Unidos intervienen a Afganistán para liberar a las mujeres de la burka (de la dominación masculina), o en Francia varios grupos, especialmente grupos feministas, luchan contra el velo para liberar las jóvenes de los suburbios de París de la dominación masculina. Como vemos, cuando pasan estas cosas, no son una única cosa, son a la vez un gesto democrático (moderno) y un gesto imperialista.
En ese sentido si preguntamos: ¿por qué muchas jóvenes portan el velo? podemos responder que es para decir, «nosotras nos apartamos de su modernidad, nosotras no somos ustedes, somos distintas», es entonces un gesto político. Así también, aunque no es lo mismo, cuando los egipcios ejecutan homosexuales, hacen también una declaración política en la escena internacional para decir: «nosotros no somos como Occidente». Y así pasa en otros países, cuando sus líderes quieren parecer más anti-occidentales se vuelven más homofóbicos. Y estos ejemplos no son para ubicar la modernidad sólo de un lado del mundo en relación con otro, es algo más complejo: es interesante considerar que es España quien aprueba primero el matrimonio entre personas del mismo sexo, cuando se supone que en el alcance de la modernidad está primero el Norte que el Sur, el mundo protestante que el católico.
Siguiendo esta idea, hoy las cuestiones sexuales se han vuelto un lenguaje internacional para descalificar al adversario. Cabe decir que no es la primera vez que ocurre esto; por ejemplo a principios del siglo XX entre Francia y Alemania eran comunes las acusaciones mutuas de ser sociedades decadentes y corrompidas por la homosexualidad. La diferencia es que en ese momento existía un consenso más generalizado para afirmar que la homosexualidad no «era buena», mientras que hoy hay un lenguaje común pero las posiciones son diferentes: entre los que dicen que el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales es fundamental en la consolidación de un proyecto moderno, y los que dicen que la homosexualidad es decadente. Ahora, para entender esta segunda posición no es suficiente una mirada simplificadora, es importante entender por qué se da esta posición, es importante entender que es una reacción contra el discurso moderno. Precisamente, no es una posición tradicional, sino una posición reaccionaria.
¿Qué consecuencias trae esta aproximación en relación con el estudio de las cuestiones sexuales?
Hoy me parece interesante pensar una geopolítica de la sexualidad y no sólo una política de la sexualidad. Como decía, muchas de las cuestiones fundamentales, en relación con la sexualidad, es importante pensarlas no sólo en una pequeña escala, sino en una escala internacional. Los encuentros internacionales, como el seminario sobre sexualidad y dimensión étnico-racial realizado en Cali, son importantes porque aportan mucho a esta comprensión global. Conocer los problemas de otros países permite saber algo del propio que a veces no es muy claro, ya que comparar permite ver cosas que no se veían antes. Vivimos en el mismo mundo. La cuestión sexual y la cuestión racial no son sólo fenómenos nacionales, son hechos que circulan globalmente.
Volviendo a la cuestión anterior, la modernidad no es sólo una noción para describir, sino también un arma para legitimar relaciones de poder a nivel mundial. Y en esta lucha, la politización de las cuestiones sexuales es algo que está en juego en la definición de la modernidad democrática. Por eso es fundamental en este acercamiento aclarar cuando se usa modernidad en uno y otro sentido. Quiero usar estas dos nociones de modernidad, como descripción y como legitimación, porque ambas tienen sentido en la comprensión de los fenómenos relacionados con la sexualidad, así como la cuestión sexual hoy es fundamental en la comprensión de lo moderno.
El PACS
El 15 de noviembre de 1999 se dictó en Francia la ley N 99-944 relativa al Pacto Civil de Solidaridad y al concubinato, mas conocido como PACS, que lo incorpora al Código Civil Francés. La nueva ley tiene como fin regular las uniones de hecho homosexuales y heterosexuales, que hasta el momento carecían de una regulación orgánica en el código galo. Eric Fassin tuvo un papel importante en los debates previos a la aprobación de la ley y viene desarrollando un interesante análisis que compara perspectivas norteamericanas y europeas en torno de las uniones homosexuales.
¿Cómo se expresó esta dimensión étnico-racial y nacional en los debates sobre el PACS en Francia?
Cuando se habló sobre el Pacto Civil de Solidaridad en Francia, aparentemente no se tocaban los temas étnicos o raciales, pero se abordaron problemas en relación con la filiación. Aunque la filiación no hizo parte de la ley, jugó un papel importante en el debate francés porque era un tema que remitía al tema de la inmigración. Lo que interesaba era la relación entre filiación y la definición de nación.
Y precisamente ¿es la filiación la que decide la nacionalidad, o por el contrario es el derecho dado por la sangre? El dilema era saber si el derecho a la nacionalidad era adquirido por el hecho de la filiación o no. Y es interesante ver que el PACS se limita en dos aspectos fundamentales: justamente la filiación y la nacionalidad. La cuestión de la raza o de la nación juega a la vez de manera literal con los límites a la inmigración en relación con el PACS, y de manera metafórica con la cuestión de la filiación en relación con la nación.
¿De qué modo la discusión pública en torno del PACS se hace comparable con la de los matrimonios homosexuales en los Estados Unidos?
Hay una diferencia de contexto político evidente: en los Estados Unidos, a comienzo de los años noventa, los gays conservadores reivindicaron el matrimonio para “normalizar” a los homosexuales. Por tal motivo, el radicalismo gay se construyó contra la reivindicación del matrimonio. En Francia, a finales de los años noventa, la situación era distinta: una izquierda de tendencia conservadora se opuso al matrimonio gay para proteger la familia o al menos la filiación, hablando del orden simbólico. Por tal razón, reivindicar el matrimonio y la homoparentalidad en Francia parecía en cambio algo subversivo.
Pero hay otra diferencia, que tiene que ver con la cultura política de cada país: en Francia, lo que está en juego es la filiación y no la conyugalidad. En cambio, en los Estados Unidos la cuestión de los niños (la adopción, la procreación médicamente asistida) ha provocado menos polémicas. Tenemos entonces, del lado francés una sacralización de la filiación, mientras que del lado norteamericano tenemos una sacralización del matrimonio. Como vemos los debates se desarrollaron de manera diferente y se centraron en cuestiones diversas.
¿Cómo juega la dimensión étnico-racial en esa comparación?
Si el matrimonio está sacralizado en los Estados Unidos es en razón, a mi modo de ver, de cuestiones raciales: en las campañas contra la “cultura de la pobreza”, se estigmatiza fácilmente a la familia negra, y en particular a las mujeres negras pobres que tienen hijos fuera del matrimonio. El reverso de esta denuncia es la sacralización del matrimonio. En cambio, en Francia, la filiación está en el núcleo del debate sobre la inmigración y la nacionalidad: desde los años ochenta, cada vez se considera más que ser francés, no es algo únicamente ligado al derecho que da nacer en un territorio sino al derecho que otorga la sangre. Dicho de otra manera, la nacionalidad ha sido naturalizada al mismo tiempo que la filiación. Se trata entonces de proteger la nación de una desnaturalización – por medio del matrimonio gay o por la inmigración. Y es precisamente en esos dos temas: nacionalidad y filiación, en los cuales los derechos del PACS se ven más limitados.