Aunque en sus orígenes estén en una muestra de cine, es posible afirmar, sin miedo a equivocarse, que el Ciclo Rosa es mucho más que cine: se trata de un proyecto político, cultural y académico en constante transformación. Como estrategia cultural, ha contribuido a posicionar el tema de la diversidad sexual en distintas ciudades de Colombia, llegando a esos públicos con estrategias que suman un componente estético delicadamente elaborado a las intervenciones del activismo y las acciones gubernamentales de reconocimiento de los derechos de las personas LGBT.
Al entrar en la agenda cultural permanente de ciudades como Bogotá y Medellín, se ha convertido en un hito fundamental en la historia de la visibilización de la diversidad sexual y de género en Colombia, así como de los derechos de las minorías sexuales.
Para el antropólogo José Fernando Serrano, uno de sus idealizadores, el Ciclo Rosa es tanto una apuesta como un espacio: “una apuesta por mover el tema de una forma diferente a como lo mueve el activismo o el ámbito institucional; y un espacio que le da existencia y un lugar en la ciudad a la diversidad sexual, haciendo de ella un tema de la agenda de la ciudad”.
Varios temas clave de la agenda del activismo y de las políticas públicas como los crímenes crímenes de odio y la sensibilización de agentes policiales sobre derechos humanos y diversidad sexual se concretaron gracias a la realización de este proyecto.
Esta apuesta por el respeto por la diversidad sexual y de género ha sido liderada por el Instituto Pensar de la Universidad Javeriana, la Red de Salas Alternas Kayman, el Centro Colombo Americano de Medellín, y un grupo de gestores culturales e investigadores sociales colombianos y colaboradores.
Comienzos: un proyecto colectivo
El Ciclo Rosa nació en el año 2000 como una iniciativa del entonces director del Instituto Goethe, Folco Näther, que además de involucrar a las instituciones y entidades citadas, obtuvo el apoyo del Ministerio de Cultura y de la Cinemateca Distrital de la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte.
De acuerdo con Jorge Mario Durán, de la Red Kayman, el Ciclo surgió en un momento en que predominaba el conservadurismo de las instituciones públicas estatales y se intensificaba la violencia por prejuicio sexual, a nivel local, como una forma del control moral ejercido por grupos armados en algunas zonas del país.
Sobre el nombre del proyecto, la crítica literaria Carmen Millán, investigadora del Instituto Pensar, explica que el ciclo busca honrar al director de cine Rosa von Praunheim, nacido en Riga (Latvia) en 1942. Von Prauheim, que fue bautizado con el nombre de Holger Bernhard Bruno Mischwitzky, vivió en Alemania Oriental y huyó con su familia hacia Alemania Occidental, donde construyó “su apelativo escénico a partir del triángulo rosa empleado por los nazis para marcar a los prisioneros homosexuales en los campos de concentración”.
La investigadora señala que la obra cinematográfica de von Praunheim tuvo un impacto importante en Alemania, donde contribuyó a los debates sobre la inclusión de los grupos minoritarios en la sociedad, sobre las subculturas sexuales y sobre la despenalización de la homosexualidad. En su película El Einstein del Sexo: la vida y la obra del Dr. Magnus Hirschfeld (1999), el cineasta documentó el trabajo de uno de los gestores de las primeras organizaciones que defendieron los derechos de las personas homosexuales en el mundo. La película fue elegida para la inauguración del primer Ciclo Rosa, que tuvo lugar en Bogotá en el año 2000.
Para Serrano, co-realizador del proyecto, el trabajo con la Universidad Javeriana ha sido importante para el Ciclo no sólo porque el alto nivel académico de esta institución haya enriquecido las discusiones y los abordajes sobre la diversidad sexual, sino por lo que significa para Colombia, un país donde el catolicismo tiene una presencia cultural y política tan potente, que una entidad de carácter pontificio trate estos temas. Pese a las dificultades que existieron en algún momento para que la Universidad le “pusiera su sello a una película gay”, afirma Serrano, es preciso reconocer su compromiso institucional en el trabajo sobre estos temas, labor que no ha sido llevada a cabo de manera comparable por otras universidades, ni siquiera por las no confesionales.
Cine, activismo y diversidad sexual
Las artes, y entre ellas el cine, constituyen campos que se rigen por reglas diferentes a las de la producción académica y del activismo. Las posibilidades creativas del arte le permiten abordar preguntas y temas nuevos, o retomar preguntas ya planteadas desde otras perspectivas. El cine, en particular, tiene la capacidad de interpelar a otros públicos y por esta razón ha sido una herramienta de difusión y de denuncia empleada con frecuencia por diversos movimientos sociales.
Si bien el Ciclo Rosa ha alcanzado este objetivo de manera notable, José Fernando Serrano señala que no es el único proyecto que lo ha hecho y que en Bogotá existen antecedentes tempranos del uso del cine como un mecanismo de movilización y discusión en torno al tema de la homosexualidad. Una evidencia de ello, afirma el investigador, aparece en los primeros números de la revista Ventana Gay, una de las primeras publicaciones seriadas sobre el asunto que existieron en Colombia, que en la década de 1980 anunciaba un ‘Festival de cine gay’.
Otro antecedente fue la iniciativa del activista Carlos Triana, quien recolectó material fílmico sobre diversidades sexuales y de género con el fin de exhibirlo en diversos espacios. El Ciclo Rosa retomó esta estrategia para enmarcarla en un proyecto de mayor difusión, con un soporte institucional y académico más fuerte. De ese modo se dio respuesta a la necesidad de propiciar un espacio de encuentro diferente, donde se hablara de género y diversidad sexual. En aquel momento, eran pocos los escenarios en donde se movilizaban estas temáticas, se encontraban dispersos y no estaban consolidados; tampoco había muchas organizaciones articuladas en torno de estos temas.
Luego de consolidar espacios como el Ciclo Rosa, hoy en día la necesidad parece otra: fomentar la realización de producciones fílmicas locales. Al respecto, las y los organizadores señalan que la producción nacional es escasa y se concentra en la realización de cortometrajes. Quienes producen este material son, en su mayoría, organizaciones activistas como el Colectivo Mujeres al Borde y estudiantes de cine que, con frecuencia, son estigmatizados en sus universidades por abordar estas temáticas; mientras que la industria cinematográfica nacional no se ha interesado en ellos.
Con el fin de transformar ese panorama, el equipo organizador del Ciclo Rosa contempla la posibilidad de estimular la producción de cine de calidad, acompañando a realizadores locales en la elaboración de guiones y otras etapas del proceso.
Una mirada a lo largo de estos diez años de trabajo permite ver cómo han cambiado los temas abordados en las películas y los públicos que acuden a las proyecciones. Al respecto, Dayra Galvis, curadora del proyecto, señala: “Al principio era difícil encontrar películas de temática lésbica y frecuente hallar producciones de directores gays orientadas a la denuncia de violencias y de crímenes de odio. En los primeros años, el SIDA aparece como un tema recurrente. Esto ha cambiado. Ahora se producen más películas sobre lesbianas y personas transgeneristas, mientras que los temas de violencia y SIDA aparecen cada vez menos. La familia, la adopción y el matrimonio son temas que han incursionado en las producciones sobre diversidad sexual en los últimos años y, más recientemente, han aparecido otros que reflexionan sobre temas como el cruce entre discapacidad y orientación sexual. En lo que atañe al público, el que asistía a las primeras versiones del Ciclo era predominantemente masculino, ahora es mucho más diverso”.
El cine como herramienta transformadora
Jorge Mario Durán afirma que a través del lenguaje audiovisual se pueden transformar las relaciones que las personas establecen con la diversidad sexual, al tiempo que permite visibilizar aquellas cosas que a la sociedad le resultan molestas y acaba ocultando. Para tal fin, es importante darle una existencia a esos temas que con frecuencia son considerados “difíciles” y permitirle a la gente entablar un diálogo distinto con ellos. El cine, asevera, puede hacer importantes contribuciones al respecto.
Uno de los efectos que genera un ciclo de cine es multiplicar las representaciones, lo que contribuye a que se desnaturalicen imágenes negativas que circulan en una sociedad sobre las minorías sexuales o sobre aquéllas que transgreden las normas de género.El medio audiovisual puede cuestionar estereotipos al complejizar temas y darle profundidad a las vidas de personas que con frecuencia son representadas como unidimensionales. Sobre este punto, Durán señala que “los públicos descubren que las personas no son ni buenas ni malas de antemano por su condición sexual”. Para Dayra Galvis, el cine le permite a la gente darse cuenta de que estas “son historias humanas, no historias ‘gays’, sino historias universales”.
La exhibición de medios audiovisuales lleva el tema a escenarios donde los lenguajes institucionales y activistas no llegan, de formas más accesibles tanto para ‘el ciudadano común’ como para las personas que pertenecen a minorías sexuales y que no frecuentan círculos activistas ni lugares de sociabilidad gay y lésbica. El cine permite a estos sujetos “tomar” el espacio público, cuando “las largas filas para entrar a las funciones de cine alteraron el uso del espacio público por parte de personas que han vivido con el temor a la redada policial o a la burla de los transeúntes. En el Ciclo Rosa de Cine se reúne una cola de personas que conversan animadamente con amigos del parche, para ver las películas en un teatro oficial, congestionando la acera de la Carrera 7a con Calle 24 de Bogotá, que es un espacio céntrico y, por cierto, cercano a un reconocido lugar de encuentro gay”, afirma Millán.
El Ciclo se ha extendido a otras ciudades del país que no cuentan con políticas públicas para la población LGBT, tales como Cali, Pereira, Popayán, Barranquilla y Bucaramanga, entre otras. De la misma manera, se ha llegado a lugares que antes parecían imposibles de alcanzar, como colegios, barrios periféricos, cárceles y estaciones de policía.
Proyecciones futuras
Luego de diez años de realización del Ciclo Rosa, la orientación sexual e identidad de género se empiezan a expresar de otras formas, afirma Serrano; hay nuevos escenarios, nuevos actores, más grupos, más expresiones y demandas diferentes a aquellas iniciales, que eran de visibilización y difusión de un tema hasta entonces poco conocido. Ante ese panorama, el ciclo se ha ido reinventando.
Sin embargo, aunque el compromiso de sus realizadores sigue firme, el sostenimiento del Ciclo está amenazado. El compromiso de apoyo al proyecto que algunas instituciones públicas nacionales y locales sostuvieron al principio ha decrecido significativamente en los últimos años, y la búsqueda de recursos económicos para su desarrollo se ha tornado cada vez más difícil.
El Ciclo Rosa es un bien social que merece ser preservado. A través de diez años de cine, talleres, discusiones, foros, reuniones con expertos e intercambios de experiencias, ha contribuido a la visibilidad de la diversidad sexual en el país, a la construcción colectiva de conocimiento sobre este tema, y ha acompañado los avances del país en materia de derechos de las minorías sexuales.