CLAM – Centro Latino-Americano em Sexualidade e Direitos Humanos

Além do binarismo sexual

El 6 de febrero es el Día Mundial de la Tolerancia Cero a la mutilación genital femenina. Mauro Cabral, activista por los derechos sexuales, reflexiona sobre las demandas en relación a los usos culturales y médicos de estas prácticas.


En febrero del año 2003, el Comité Inter Africano sobre Prácticas Tradicionales que Afectan la Salud de Mujeres, Niñas y Niños adoptó una “Declaración de Tolerancia Cero” frente a la mutilación genital femenina en ese continente, adoptando además una Agenda Común de lucha contra esas prácticas. Desde entonces, el 6 de febrero es considerado mundialmente el Día de la Cero Tolerancia a la mutilación genital femenina, a la cual están expuestas anualmente alrededor de dos millones de mujeres, en países como Senegal, Mali, Yemén, Oman y, básicamente, Guinea, donde casi el 99% de las mujeres han sido sometidas a estas prácticas. Las mismas se realizan también en comunidades radicadas en Europa, América del Norte y Australia.


Mauro Cabral, es investigador de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, activista por los derechos sexuales y ha coordinado durante los últimos años el área Trans e Intersex del Programa para Latinoamérica y el Caribe de la Comisión Internacional de los Derechos Humanos de Gays y Lesbianas, IGLHRC. Al respecto, comentó para el CLAM que el activismo intersex busca que la condena internacional a este tipo de prácticas se extienda también a la mutilación genital que tiene lugar bajo razones médicas.


¿Cuál es el rol de los expertos científicos en las prácticas de mutilación genital?


Las cirugías y otros procedimientos médicos que el activismo intersex considera prácticas mutilantes se realizan de modo convencional en la mayor parte de los hospitales del mundo occidental. Para los expertos involucrados tanto en la toma de decisiones como en la realización misma de esos procedimientos, se trata del tratamiento adecuado de ciertas “malformaciones” corporales.


¿Cómo se discute el tema en el campo de la bioética?


Estas “malformaciones”, identificadas habitualmente como “genitalidad ambigua”, son evaluadas tanto como problemas en el presente (en relación, por ejemplo, a la asignación de sexo y al bienestar familiar, considerados bajo amenaza por la “ambigüedad” corporal de quien acaba de nacer), como problemas en el futuro, dada su supuesta y nunca comprobada capacidad para generar otro tipo de “ambigüedades”: géneros y sexualidades también “ambiguas”. El razonamiento sería más o menos así: si una niña cuyo clítoris mide más de cinco centímetros en el momento de nacer no es intervenida, su (futura, deseable y de otro modo “segura”) feminidad heterosexual podría sufrir una falla importante, extendiéndose desde el “peligro” del lesbianismo al de una posible e indeseable identificación masculina. Esta es también la tendencia bioética dominante, aunque se trata de una posición cada vez más criticada.


¿Qué significa políticamente hablar de “mutilaciones”?


Hablar de mutilación genital infantil intersex, por ejemplo, implica políticamente llamar la atención sobre los efectos a menudo devastadores de estas prácticas, así como sobre su emplazamiento en un contexto tradicional que por lo general no se reconoce como tal: la medicina occidental.


¿Podría relatar el desplazamiento que se produce de la clicterectomía ritual a las prácticas quirúrgicas realizadas a las personas nacidas intersex?


Las clitoridectomías practicadas en Occidente por razones médicas, así como otros procedimientos “normalizadores” pero igualmente mutilantes (pienso, por ejemplo, en las múltiples cirugías que terminan por destrozar la sensibilidad genital de niños nacidos con hipospadias) parecen diferenciarse acabadamente de aquellas prácticas de mutilación genital que tienen lugar en otras culturas y por otras razones –tales como las prácticas de mutilación genital femenina en Africa. Sin embargo, los dos procedimientos comparten rasgos comunes: ambos funcionan como matrices de feminización, es decir, operaciones biotecnológicas sobre el cuerpo que hacen posible una cierta entrada en la comunidad bajo el signo “mujer” (la inmensa mayoría de procedimientos “normalizadores” mutilantes son procedimientos feminizantes). Ambos ponen en juego el terror cultural frente la sexualidad incontrolada de las mujeres. El placer de una mujer con un clítoris “virilizado” es inconcebible para la medicina occidental, que sólo puede suponer que una mujer tal será consistentemente rechazada sexualmente.


¿Cuales son las demandas políticas y de derechos al respecto?


En primer lugar, el derecho a tener una asignación de sexo lo suficientemente “irónica” en el momento de nacer como para permitir cambios posteriores, sin que ese desplazamiento haga suponer que los cimientos de la sociedad van a desmoronarse. Esto tanto en nacimientos intersex como en aquellos que no lo son. En segundo lugar, el derecho a recibir amor y cuidado de quienes nos rodean sin que la “normalización” del cuerpo sea un precio a pagar. En tercer lugar, la posibilidad de crecer en una sociedad donde nuestros cuerpos sean visibles, como posibilidades existenciales ya que el ocultamiento, el silencio y las cirugías “normalizadoras” nos convierten en monstruos con los cuales nuestras sociedades han olvidado cómo se convive. En cuarto lugar, el derecho a decidir de manera informada acerca de nuestros cuerpos. Por estos motivos, jamás voy a entender el rechazo de gran parte del movimiento latinoamericano de derechos sexuales y derechos reproductivos a admitir que las “cuestiones intersex” son, por derecho propio, cuestiones de género, que involucran no sólo el destino de aquellas personas llamadas “intersex”, sino también el de aquellas llamadas mujeres –en tanto las intervenciones “normalizadoras” producen y reproducen, incansablemente, el standard corporal femenino en términos de clítoris invisibles, cuerpos insensibles y penetrables. Por supuesto, hay un lugar cada vez mayor para el planteo de estas cuestiones, pero no deja de ser un lugar exótico, por completo ajeno al funcionamiento de estas intervenciones como matrices generizadoras, como matrices que crean formas normativas de feminidad.


¿Cuáles son las agendas de los grupos intersex? ¿Existen diversas perspectivas dentro del activismo?


Sí. Existen diversas agendas políticas intersex, que coinciden en un aspecto central: su oposición a toda forma de intervención irreversible practicada sin el consentimiento pleno e informado de las personas intersex.


Desde hace algún tiempo el movimiento intersex norteamericano ha comenzado a diferenciarse de otros movimientos en el mundo, al modificar radicalmente el lenguaje de la intersexualidad, re-medicalizándola. Se trata, desde su punto de vista, de “trastornos de la diferenciación sexual”, cuyo tratamiento debe ser modificado con urgencia. Esa posición es muy resistida en la actualidad por otros colectivos políticos intersex. Otra perspectiva de trabajo es la que pone el acento en las cuestiones sexuales y de género involucradas en el manejo médico y jurídico de la intersexualidad, trabajando críticamente sobre los estereotipos involucrados en las intervenciones de “normalización” genital. Este abordaje tiene la virtud de problematizar los binarios que gobiernan ambas lógicas (“hombre/mujer”, “homosexual/heterosexual”).


En lo particular sitúo mi activismo intersex de base en un movimiento celebratorio, que integra la perspectiva anterior pero que la conjuga de modo sexualizado: ¿Cómo modificar las prácticas convencionales en torno a la intersexualidad, si la intersexualidad misma jamás es mostrada como bella, poderosa, misteriosa, deseable?


¿Cómo construye la relación entre su trabajo académico y el que desarrolla en el activismo?


En este momento de mi vida no sabría dónde trazar con claridad la diferencia entre mi perfil “activista” y mi perfil “académico”. En primer lugar, porque en ambos contextos ser alguien que se identifica a la vez como trans e intersex significa lidiar con la reducción permanente al status de “testimoniante” o de “caso”, con la simplificación de cualquier argumento a una posición ad hominen… Sin lugar a dudas, cada vez se habla más de transgeneridad y de intersexualidad, pero ¿quiénes hablan? y ¿qué historias cuentan? Un buen ejercicio es revisar cada tanto la producción teórica y política sobre estos temas, y analizar dónde y bajo qué formato aparecen ambos registros… ¿cómo aparecen, por ejemplo, las voces intersex en los textos que hablan sobre intersexualidad, como citas testimoniales, como citas teóricas, como firma?


Esta experiencia de la reducción al “caso” tiene su correlato en la profunda soledad que implica ser trans y/o intersex en el contexto de la academia latinoamericana. Sólo imagínense, por ejemplo, que son el único hombre o la única mujer en su centro de investigaciones, en cada conferencia a la que concurren, en cada seminario del que participan… que son el único o la única, y que nadie, pero nadie, parece notar que eso puede ser un problema para alguien.


Hasta ahora, por ejemplo, muy poca gente que plantea seriamente que la prostitución no debería ser la única opción de vida de las travestis se pregunta por qué no hay travestis sentadas a su lado en ese panel académico donde la pregunta se plantea. Del mismo modo, y sólo con poquísimas excepciones, quienes investigan sobre intersexualidad se preguntan si podrían llevar a cabo ese trabajo si ellos o ellas fueran, también, personas intersex.


En segundo lugar, tanto mi práctica activista como mi práctica académica parten de la misma desesperación: la de vivir en una cultura donde la mayor parte de la gente considera que los procedimientos que mutilan el cuerpo y la vida de las personas intersex o bien no existen, o bien son deseables en tanto y en cuanto les permiten ser aquello que todos y todas, sin excepción, desean ser: hombres y mujeres corporalmente standard.


La experiencia de la mutilación genital pone a muchos y muchas de nosotros frente a una suerte de “costura” cultural; es decir, aquello que para la mayor parte de la gente aparece “dado”, la diferencia sexual, para nosotros y nosotras se comporta como un orden material y simbólico literalmente suturado. La experiencia del género se vuelve entonces una experiencia de extrañamiento: como aquellos sobrevivientes de los campos de concentración que sabían que la vida cotidiana era un sueño que sus contemporáneos soñaban, y que la realidad del asunto eran los campos, con los que noche tras noche soñaban ellos.


Cada vez que nuestra cultura afirma la identidad entre hombre y pene, entre mujer y maternidad, cada vez que se afirma la diferencia sexual como orden ontológico y normativo, allí donde la mayor parte de la gente sólo percibe lo que “es”, de plano, sin suturas, quienes hemos pasado por esas experiencias mutiladoras percibimos lo que lo mantiene fuertemente cosido.


¿Cómo se conjugan entonces sus búsquedas teóricas con sus intervenciones políticas?


Quizás el segundo impacto, el que vino justo después de darme cuenta del acuerdo cultural en torno a las intervenciones de “normalización”, fue el ver el cierre constitutivo que sostiene los instrumentos críticos con los que en algún momento contaba. La mayor parte del feminismo no servía, puesto que aparecía habitada por seres que “ya” eran, y desde un principio, mujeres y hombres. La mayor parte de las teorías y políticas de la sexualidad tampoco, porque partían de cuerpos que jamás eran puestos en discusión. La teoría queer, a pesar de todos sus empeños, terminaba por reproducir el mismo sesgo colonialista de siempre, multiplicando los estudios donde travestismo e intersexualidad eran convocados para hablar “de otra cosa” (paradigmáticamente, homosexualidad). Por lo tanto, mi interés tanto teórico como político pasa por intentar abordar aquello que parece exceder la diferencia sexual y sus cuerpos estereotipados, lo que tiene lugar “antes” de la diferencia sexual, y que le sirve como condición de posibilidad.


¿Esta “costura” social de la que hablaba anteriormente, constituye un conflicto entre el activismo de los derechos humanos y el activismo intersex?


El único conflicto importante entre mi activismo y mi trabajo como investigador es aquel que se produce a nivel del trabajo sobre derechos humanos. La retórica de los derechos humanos organiza el activismo convirtiéndose en un punto de partida difícilmente negociable. Sin embargo, el activismo intersex precisa, como otros activismos (el activismo radical sobre discapacidad, por ejemplo), de una mirada muy crítica respecto a lo humano, al vocabulario de estos derechos, a sus supuestos y sus límites. Cada vez que como activista trabajo en pos del cumplimiento de los derechos humanos recuerdo, al mismo tiempo, que los seres humanos “son” hombres y mujeres y que la mutilación genital infantil intersex tiene como objetivo primordial “humanizarnos”. De manera que, en ese punto, soy un activista de derechos humanos que, teóricamente, aboga por un poshumanismo radical –y que espera contaminar la primera posición con la segunda.


Activismo trans en América Latina


¿Cuáles son las agendas políticas trans que imperan en la región?


Durante los últimos años se ha producido una fuerte emergencia del activismo trans en la región. Se ha multiplicado no sóolo el número de grupos sino también el de activistas, y el compromiso de trabajo político ha superado su conexión inmediata con el vihVIH, volcándose hacia áreas tan importantes como la reforma legislativa y el acceso pleno a derechos sexuales y derechos reproductivos. Esta emergencia ha implicado a su vez enfrentar los obstáculos tradicionales que el activismo trans ha encontrado en su camino, desde las fuertes represalias policiales y para-policiales que castigan en diferentes países de la región a quienes abogan en pos de los derechos humanos de las personas trans, a las inmensas dificultades que enfrentan los grupos de activismo trans para gestionar, financiar y administrar sus propios proyectos. Es por eso que la decidida afirmación política de los distintos movimientos trans en la región ha tenido, como correlato, un empoderamiento cada vez mayor de las propias comunidades trans.

¿Cuáles son las agendas de esos movimientos?

Esos movimientos poseen agendas centradas en tópicos comunes a los distintos países, a pesar de las diferencias que aparecen entre ellos. Estos tópicos son básicamente el acceso a procedimientos hormonales y quirúrgicos de modificación corporal; al cambio de nombre y sexo legal; la afirmación de los derechos reproductivos –en contra, por ejemplo, de la esterilización como requisito legal para acceder al cambio de nombre y sexo–- y la protección frente a la discriminación basada en la identidad y la expresión de género y en su orientación sexual (recordemos que en muchos países aquellas personas trans no heterosexuales, o que no expresen su género de modo adecuado no tendrán acceso al cambio de nombre y sexo).


También figuran en estas agendas el pedido por la derogación de ordenanzas y códigos contravencionales (como los que subsisten en varias provincias argentinas) que castigan el uso de ropa del sexo opuesto, y penalizan la prostitución y un tema que ha ganado particular relevancia en los últimos años: la situación de las personas trans en las cárceles.


Son temas que hacen a la marginación en sentido más amplio…Cómo definiría la modalidad de las agendas trans?

Las agendas políticas trans no son agendas identitarias –esto es, centradas en los derechos de un grupo particular de individuos definidos por un rasgo particular y esencializado. Por el contrario, son agendas profundamente imbricadas con el cambio social, cambio a nivel de las jerarquías de cuerpos y géneros, pero también a nivel de las profundas desigualdades económicas y en el acceso a derechos que caracterizan la experiencia de millones de personas en la región.