Camilo Ernesto Morales Cruz es antropólogo y alumno de la Maestría de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia. En esta entrevista presenta algunas reflexiones basadas en su trabajo sobre prostitución masculina en Chapinero, distrito central de la ciudad de Bogotá, centrándose en la relación de las categorías de sexualidad y género con la conformación del mercado sexual y en las percepciones de los propios sujetos acerca del oficio que realizan.
¿Cómo se ha estudiado la prostitución masculina en Colombia?
La prostitución masculina es un oficio poco estudiado en el contexto colombiano. Los trabajos realizados se encuentran dentro de las ciencias de la salud y de programas gubernamentales que se limitan a cuantificar la problemática, evidenciando la falta de una política clara sobre el asunto. Es pertinente que las ciencias sociales incursionen en estas temáticas, debido a que la sexualidad y el género, entendidas como construcciones culturales y relaciones sociales, son fundamentales para entender la cuestión. Estos trabajos, producidos desde una perspectiva biomédica y esencialista, privilegian la mirada desde fuera, analizando la prostitución como un problema, y a los que la ejercen como enfermos, delincuentes o personas miserables que necesitan ayuda para salir de ella. En ningún momento consideran a las personas involucradas como sujetos, ni les interesa su manera de pensar respecto a su oficio. La prostitución no es vista como un trabajo sino como un problema de la sociedad o como una situación de la que se quiere salir, siempre posicionándose desde el punto de vista de quien está fuera de esta dinámica. El primer trabajo en Bogotá sobre prostitución masculina con una mirada incluyente fue en 1993: “Los pirobos del Terraza” de Carlos Iván García; desafortunadamente después no se ampliaron los estudios desde las ciencias sociales con ese enfoque.
¿En qué consistió tu trabajo en Chapinero?
Lo que hice en mi trabajo fue caracterizar la puesta en escena de la prostitución masculina con hombres en Chapinero, privilegiando la mirada de los propios sujetos sobre el trabajo que realizan y sobre su sexualidad.
Realicé una etnografía en los lugares en los que se efectúa el contacto entre el cliente y el trabajador sexual –pirobo, stripper o masajista– compartiendo con ellos la vida cotidiana en su lugar de trabajo. El término popular pirobo es utilizado para denominar a aquel que ejerce la prostitución en la calle y es o aparenta ser menor de edad, pasé cuatro meses, de febrero a mayo de 2006, visitando 4 : la calle, videos (locales en los que se pueden ver películas pornográficas), saunas y bares.
¿Cuáles fueron los principales hallazgos de su investigación acerca dela prostitución masculina?
Se hizo evidente que, para las personas que la ejercen, la prostitución es un trabajo ya que ven en ella beneficios por los cuales la privilegian sobre otras opciones laborales. La rentabilidad del negocio depende del cuerpo del trabajador sexual, de los lugares a los que tenga acceso y de lo “juicioso” en su ejercicio. Las tarifas encontradas en campo varían desde 3.000 pesos hasta 100.000 pesos, que pueden subir hasta 200.000 por rato o sesión.
Las preferencias en las prácticas sexuales que se mercantilizan, mantienen y reproducen la dominación masculina: se paga más a las personas que se especializan en prácticas sexuales asociadas con la masculinidad, como la penetración, que a los trabajadores que realizan prácticas sexuales más variadas asociadas con lo femenino. A su vez, las categorías de identidad de género e identidad sexual no se asocian con las prácticas sexuales de una manera directa.
Mi trabajo muestra el reconocimiento de la diversidad en las personas que ejercen la prostitución: no es solamente “cosa de homosexuales” y de personas de escasos recursos. Las personas que ejercen este oficio no tienen una característica específica de condición social, identidad sexual, edad, lugar de procedencia, manera de vestir, concepción del cuerpo, antecedentes familiares o forma de pensar que las diferencie de cualquier otro colombiano.
En cada lugar hay una manera específica de acceder: en la calle los contactos con los clientes se dan en carro o sin él; en los bares a través de charla directa y citas por internet y teléfono; en los videos y saunas a través de los empleados de estos lugares y de los que realizan shows especiales como strippers y divas.
¿Qué especificidad tiene la prostitución masculina con relación a la femenina?
Que es invisibilizada por la sociedad, porque su ejercicio vulnera el ideal de lo masculino. Los sujetos que intervienen son considerados liminales: los trabajadores son discriminados por su profesión, que es catalogada como despreciable y va en contra de la dignidad humana y, a su vez, discriminados por sus practicas sexuales “antinaturales” y “pervertidas”.
Por otra parte, cada trabajador sexual se maneja a sí mismo; se establecen alianzas de protección entre ellos pero no se encuentra la figura del chulo (término que designa al encargado de brindar protección, cobrar el pago y vincular a nuevas trabajadoras sexuales), tan famosa en la prostitución femenina.
Tú exploras la hipótesis de que la multiplicidad de prácticas sexuales no son en sí mismas transgresoras sino que se basan en las jerarquías de género ya establecidas ¿puedes explayarte sobre este punto?
Una de las motivaciones para incursionar en esta investigación fue la idea de comprender los modos en que la dominación masculina se transforma a través de las prácticas sexuales. Sin embargo, en el caso de la prostitución esto no ocurrió. Las prácticas obedecen a un mercado y el mercado reproduce las jerarquías de género; la manera más clara de verlo es que el trabajador sexual viril es mejor pago que el femenino. Las prácticas asumidas como eróticas y por las que se paga están basadas en la relación pene-ano; el resto de exploraciones eróticas entre hombres no se mercantiliza, no tienen un precio especial, ningún trabajador sexual las menciona.
¿Puedes explicarnos las categorías que propones para entender el mercado erótico masculino en relación con roles de género y roles sexuales?
Mi propuesta es combinar la actuación del individuo para buscar clientes y la práctica sexual que vende o realiza por dinero, en lugar de tratar de definirlos dentro de las categorías de identidad de género e identidad sexual. De este modo se explican las categorías sociales que ellos mismos tienen. La actuación en el mercado es masculina y femenina y las prácticas son penetrador, ávido anal y versátil.
En cuanto a las prácticas, me basé en Deleuze y Guattari, estableciendo las relaciones flujo/corte en el flujo de deseo. Así, las prácticas privilegian las relaciones pene-ano para la identificación e invisibilizan otras relaciones, como por ejemplo boca-ano. Es por esto que tomé como forma de nombrar a las prácticas: penetrador, ávido anal y versátil, las cuales sólo se refieren a la relación pene-ano.
En la prostitución masculina participan menores de edad, tú tienes una crítica sobre la manera cómo estos jóvenes son presentados desde la protección social del Estado ¿puedes contarnos más sobre esa posición?
El menor de edad en Colombia en general es considerado incapaz de decidir sobre su cuerpo y su sexualidad, por esto se cree que no hay autonomía en la decisión de dedicarse a este oficio. Existe la imagen de que son manipulados y obligados por terceros; estos terceros supuestamente son mayores de edad y, por traficar con menores de edad, delincuentes.
En mi trabajo de campo ese consenso moral se vio relativizado: muchos menores de edad manifiestan haber tomado una decisión por sí mismos, relacionada con una búsqueda de autonomía para no depender de sus padres y ayudar a sus familias. Algunos de ellos, que estuvieron en programas gubernamentales de rehabilitación, se burlan de esos programas, de las prácticas sexuales que mantenían en los sitios a donde los llevaban y del trato de niños que les proporcionaban, muy lejos de su realidad.
El inconveniente más grave de esta visión es que, en la vida cotidiana, se traduce en la persecución de los menores de edad por parte de las autoridades con el objetivo de entregarlos al bienestar social u otra entidad que se haga cargo de rehabilitarlos y buscar al adulto responsable de la situación del menor. Para ellos, el ejercicio de la prostitución resulta más riesgoso por esta situación. Si se les diera un estatus de sujetos autónomos y autodeterminados, se podría negociar con ellos maneras de dignificar su trabajo y garantías para su vida en las calles y en la relación con sus clientes.
Ahora bien, esta discusión sobre la autonomía es compleja, porque está en juego la cuestión de los derechos de niños y niñas y es un debate muy complicado en relación con lo límites de la moral pública y la moral sexual con respecto a los niños, niñas y adolescentes. Tampoco quiero dar a entender que el oficio se da en condiciones favorables para ellos; precisamente la prostitución está asociada con situaciones de marginalidad del oficio y de los sujetos que la practican.
¿Cómo se relaciona tu trabajo con el tema de derechos sexuales?
Lo que aparece en mi investigación es la práctica de la sexualidad de un sector doblemente liminal para la sociedad bogotana: “putos” y además “maricas”. Es por esto que se evidencia la autonomía en el ejercicio de la sexualidad, al igual que la diversidad de conceptos respecto a lo digno e indigno y el derecho a escoger la manera de vivir su sexualidad.
Se trata de una realidad invisibilizada del ejercicio de los derechos sexuales. La prostitución, así como las prácticas sexuales de menores y las prácticas sexuales por fuera de lo conyugal, forma parte de esas reivindicaciones políticas. Tenerlas en cuenta puede contribuir para avanzar hacia una sociedad menos puritana y confesional y, a su vez, dejar claro que la agenda de derechos sexuales va más allá de las leyes sobre parejas del mismo sexo.