CLAM – Centro Latino-Americano em Sexualidade e Direitos Humanos

Incesto: experiência sem nome

Carlos Fígari teoriza acerca de las sexualidades que se constituyen como experiencias “sin nombre”, fuera de una identidad. Su estudio de experiencias colectivas e identidades comenzó en la investigación de su tesis, galardonada y publicada por la EdUFMG en Brasil como @s outr@s cariocas: interpelações, experiências e identidades homoeróticas no Rio de Janeiro (séculos XVII ao XX), y lanzada recientemente en Argentina bajo el título Eróticas de la disidencia en América Latina, publicada por CLACSO.

Sociólogo, Doctor por el IUPERJ – Instituto Universitario de Pesquisas de Rio de Janeiro en 2003, Fígari actualmente es profesor de la Universidad Nacional de Catamarca e Investigador del CONICET y del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, Argentina. En distintos artículos, Carlos ha abordado cuestiones tales como las “heterosexualidades flexibles”, las mujeres que deseaban a otras mujeres antes de la existencia de una subjetividad lesbiana, y experiencias de incesto consentido. Un texto sobre este último tema fue incluido en el libro “Prazeres Dissidentes” (CLAM/Editora Garamond), organizado por María Elvira Díaz-Benítez y el propio Carlos Fígari.

El libro fue lanzado recientemente en Buenos Aires durante la VIII RAM – Reunión de Antropología del Mercosur. En el Brasil, la obra es presentada hoy en São Paulo, en la librería Da Vila (Rua Fradique Coutinho, 915, Pinheiros, tel. 38145811) y el 10 de noviembre en Rio de Janeiro.

En esta entrevista, Carlos Fígari se refiere al lugar de abyección ocupado por el incesto en la sociedad contemporánea y, tanto como fantasía, deseo o acto consentido entre adultos, la (im)posibilidad de tornarlo una experiencia pública.

¿Qué te lleva a abordar este tipo de temáticas que defines como experiencias sin nombre?

En los últimos diez años y en mi propia tesis doctoral desarrollé una fenomenología de las sexualidades disidentes como un modelo teórico que pudiera dar cuenta de la constitución de los sujetos colectivos subalternos, configurados como experiencias o identidades, de acuerdo a la dinámica de procesos reflexivos diferenciados, de acuerdo a lo que denomino una reflexividad práctica y otra cognitiva.

Hablar de reflexividad práctica supone forzar las fronteras de la materialidad y recuperar un estar-en el-mundo experiencial que, aunque esté sujeto y ‘asujetado’ por lo lingüístico, se debate en los intersticios de lo imaginario. En otros términos, me interesa ese fluido mundo de experiencias previas a la inscripción en el lenguaje de una identidad. Para citar algún ejemplo, se puede mencionar el mundo de los hombres que desean a las travestis. Aquí en Brasil este fenómeno ha sido estudiado principalmente por Larissa Pelúcio, una de las participantes también de nuestra compilación. Para ciertos grupos, como los T-lovers, surgió algo así como una designación, aunque esto es muy gelatinoso aún y en otros países no existe denominación alguna para este colectivo. No obstante el mismo está regulado y situado sobre una diversidad de prácticas, de deseos, de perfomances, de modos de acercamiento, seducción contacto y establecimiento de relaciones, configuradas todas en una reflexividad práctica estética, no cognitiva. Esto significa que estos hombres vivencian y dan sentido a sus prácticas pero no reflexionan sobre ellas en términos de definir que son y darles un nombre. Hacerlo significaría recortar lo que debe entrar y lo que no en la categoría en cuestión, mientras que los mundos experienciales, en este sentido, son fluidos, creativos, sin límites.

¿Cómo entra en tema del incesto en esta cuestión?

De las varias experiencias que identifico como liminares, el incesto es quizás aquella que menos espacio posible tenga en el campo de la representación. Es decir, no hay palabra para situar el incesto que no lo coloque en el centro mismo de lo abyecto. Para gran parte de las teorías de la cultura, el incesto es el punto cero de la misma. Es ese sentido, el fundamento de la vida social se fundaría en la prohibición del incesto.

Entonces, ¿como vivirlo? Cabe aclarar que cuando hablo de experiencias de incesto que van a ser reivindicadas como posibilidad de ser vividas, siempre estoy refiriéndome a prácticas llevadas a cabo entre adultos y con consentimiento de ambas partes.

¿Cómo juega aquí el consentimiento?

El consentimiento de las más diversas práctica sexuales ha sido, a mi juicio, el concepto vedette sobre el que transitaron y transitan las discusiones del grupo de investigadores y temáticas que componen Prazeres Dissidentes. Fijate que en la cuestión de la reivindicación del incesto entre adultos, los escasos casos que se han presentado a la justicia, en Estados Unidos y en Alemania, apelan a la doctrina establecida por el fallo Lawrence vs. Texas, aquel en el cual la Suprema Corte de Justicia de los EEUU consideró que los actos homosexuales no debían ser punibles por ser prácticas que no perjudicaban a terceros. Es decir, si es un acto consentido, de acuerdo con la edad de consentimiento vigente en cada sociedad y no produce ningún daño a otros. ¿Por qué entonces el Estado debería intervenir penalizándolo?

Tú mismo reconoces que desde cierta posición feminista puede cuestionarse el grado de consentimiento cuando existe una relación desigual, el caso típico de padre-hija, por ejemplo.

Es cierto que he tenido que dar esa discusión. El problema es que en realidad no hay relación humana donde no haya cierto grado de dominio. ¿O acaso la relación marido/esposa supone un consentimiento perfecto? ¿Por qué aceptamos ciertos lugares donde el consentimiento aún en posición de subordinación es legítimo y en otras no?

Es verdad que el consentimiento en sí es una categoría problemática en cuanto suponga una voluntad libre de cualquier determinación. Desde el vamos tenemos compulsiones internas que podrían “viciar” esa voluntad o peor aún una supuesta “ignorancia”, que no nos dejaría actuar claramente. En ambos casos sistemas expertos iluminados deberían acudir en nuestro auxilio para que pudiésemos “ver bien”. En este sentido, resulta mucho más peligroso dudar de la autonomía de un sujeto en virtud de su posición de sujeción, en la medida que así habilitamos el propio mecanismo de dominación, que es la imposición de la voluntad o visión del otro. Es el mecanismo ideológico por excelencia. Y acá no apunto a la racionalidad o no de un acto sino a la simple voluntad, claro que, en todo caso, siempre “situada”, es decir, a su propio ser-en-el-mundo, a lo que cada uno/a percibe como seguridad ontológica para desde allí decidir.

Que por un acto de reflexividad esa persona decida situarse en otra decisión volitiva, porqué después de considerarlo o aún porque fue convencida de ello así lo decidió, es una cuestión independiente. Lo que no podemos esgrimir es un tipo de posición moral como universalmente válida. Aún con toda la buena voluntad y buenas intenciones, imponer la propia visión, aun cuando parezca que conlleva menos violencia, es un acto colonizador de la autonomía del otro.

¿Cómo y cuáles son las posibilidades de vivir el incesto?

El incesto pareciera ser, precisamente, aquella práctica que no tiene un “lugar en el mundo”. Aparece como un imposible existencial. Claro que igual existe como práctica que, sin repertorio posible de representación, puesto que su lugar es la prohibición, lo abyecto, la no existencia, debe inventar un mundo. Esto se da con mayor o menor suerte en relación a cierta estratificación social. Claro que las mías son conclusiones muy provisorias, pero intentan iluminar mínimamente cuáles son algunos caminos posibles que implementan las personas que deciden vivir situaciones incestuosas.

Así, por ejemplo, las historias que recogí entre personas pertenecientes a sectores socioeconómicos medios o altos son aquellas que hacen intervenir los sistemas especialistas, especialmente médicos y psicoanalíticas para corregir esta conducta “desviada”. Es casi imposible sostenerla. Aparecen relatos de internaciones, separaciones físicas con la imposición de grandes distancias, etc. Y esto muchas veces parece contribuir a la obstinación del vínculo. Las familias con experiencias de incesto parecen atribuir a ese hecho todas las “desgracias” personales que después sufrirán en sus vidas. Lo convierten en un chivo expiatorio de todo lo malo que pudiera ocurrirles.

Por algo intuyo que cuando ocurre entre varones (hermanos o padre e hijo), opera la negociación íntima con un closet previo, a partir del cual parece vivirse más sutilmente desde el campo de la fantasía y se da una aceptación menos problematizada. En contextos socioeconómicos más humildes, también generalmente rurales, el tema del incesto parece resolverse en un status quo de apariencia normalizadora. Es decir, el fruto del incesto es el hijo o hija de alguien que pasó por el pueblo. En estas comunidades, aunque sea un secreto a voces, el quid de una convivencia más o menos pacífica es siempre obturar esa cuestión y hacerla pasar por otra cosa.

Insistes en que esas son hipótesis provisorias, tendencias que vas reconociendo al agrupar distintas historias que has recogido. ¿Cómo llegaste a ellas?

Esa es una pregunta frecuente. En principio aparecieron subsidiariamente en otras investigaciones. Cuando comencé a trabajarlas como algo específico sucedió que mucha gente, al leer alguno de mis trabajos o simplemente al escucharme, en una clase, en una charla, o aún en conversaciones, me contaba alguna historia suya o de su familia. Acá es interesante resaltar una cuestión. En algunos casos esto no pasa del simple comentario. Pero en otros acceden a hacer una entrevista. Allí se da una situación muy particular, que no es muy diferente de lo que sucede en otras investigaciones en campos de la subalternidad, donde las personas deben hablar de cosas que “duelen”.

¿Cuál deber ser la posición del investigador/a en esos casos?

Hay que hacer una analogía en algún punto con la posición del analista en el psicoanálisis. Existe una distancia, pero también hay amor transferencial. Me convierto en una persona a la que le están confiando experiencias que provocan muchas sensaciones y emociones. Es imposible no involucrarse, porque el otro me está demandando contención, escucha, compartir algo. El investigador así contiene pero contempla sin juzgar y si no juzga no impone. Es un momento de “regreso”, un fuera de si en términos de la afectividad, de vivir esa emocionalidad, contemplar y no juzgar y de involucrarse con la experiencia del otro.

¿En definitiva, resulta posible vivir una relación incestuosa consentida?

Sí y no. Para algunos/as es francamente imposible. Para otros/as sólo a través de la mediación de subterfugios. Pensemos cómo puede haber sido vivida la homosexualidad cuando sólo podía leerse desde el canon médico. Cuando no había un repertorio posible de subjetividades con las cuales efectivamente podía comenzar a hablarse de salir del closet. ¿Había otro lugar para situarse que no fuese el de la imposibilidad, el del subterfugio, de las experiencias clandestinas y ocultas, desde la profunda angustia e inseguridad ontológica? Otros/as intentan construir una experiencia y argumentarla demandándola como un derecho, sobre todo poniéndola a la par de otros tipos de prácticas sexuales, como el BDSM, o el propio estatus de las prácticas homosexuales, por ejemplo. Al intentar sacarle su carga de patologización, desvío y hasta repugnancia, construyen, en definitiva, narrativas posibles de ser habitadas.