CLAM – Centro Latino-Americano em Sexualidade e Direitos Humanos

Na contramão das convenções

Esteban García es doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Buenos Aires e investigador del CONICET. En su artículo Políticas e prazeres dos fluidos masculinos: barebacking, esportes de risco e terrorismo biológico, publicado en el libro Prazeres disidentes, editado por María Elvira Díaz-Benítez y Carlos Fígari, Esteban aborda la atención que el fenómeno del barebacking recibió por parte de estudios académicos de distinto tipo: psicológicos, sociológicos y antropológicos.

“La palabra barebacking, de origen hípica e que significa ‘montar a pelo’, hace referencia actualmente a la práctica intencional y continua de hombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres, de no usar preservativos durante el sexo anal en encuentros casuales”, explica García en la apertura de su artículo. Por tratarse de una práctica intencional, ejercitada de modo continuo, dando lugar a formas de contacto organizado, “el término alcanzó una connotación que supera el sentido meramente comportamental, convirtiéndose en una marca identitaria, especialmente en ciertas ciudades de los Estados Unidos”, completa el autor.

En entrevista con el CLAM, García señala que las posiciones morales y políticas que inevitablemente se toman acerca de esta práctica son derivadas de una definición estrecha de la salud, anclada en la biomedicina, y de las coyunturas históricas que unieron la identidad gay con la vigilancia epidemiológica. Esto hace que resulte difícil abordar la cuestión del placer para matizar la perspectiva del riesgo.

En tu artículo argumentas que el barebacking no debe ser definido como un fenómeno político, sino como una preferencia sexual o “una especie de subcultura sexual”. ¿Esta práctica se torna una marca para la constitución de identidades?

Si bien algunos barebackers han defendido sus prácticas como si se tratara de una postura política – por ejemplo como una protesta contra la rigidez de las prescripciones higiénicas que se impusieron a la comunidad gay desde afuera, y contra las autoimpuestas por las mismas comunidades – hay que recordar que se trata en principio y por lo general solamente de una práctica sexual que no tiene otras motivaciones distintas del placer. Tal como sucedió con todas las prácticas sexuales no mayoritarias, éstas se politizan, se defienden y se teorizan como defensa o reacción, al ser condenadas por otros agentes morales, políticos, sanitarios, o, en este caso, por las mismas comunidades homosexuales.

Creo que el hecho de que esta práctica haya generado una “subcultura” en Estados Unidos o algunos países europeos, con lugares de encuentro virtuales o físicos, y códigos propios, e incluso que en algunos de estos lugares pueda ser una marca identitaria (como muestran los tatuajes que denotan la pertenencia a un grupo) puede ser entendido simplemente como un modo en que se trazan espontáneamente estrategias para facilitar los encuentros entre quienes comparten estas preferencias.

¿Cómo opera entre los barebackers la relación entre placer y peligro?

Si consideramos a los barebackers en sentido laxo y mayoritario, es decir, no a quienes participan de aquellas “subculturas” o “identidades”, sino más bien, como es más habitual en América del Sur, quienes practican sexo sin preservativo de modo más o menos ocasional y sin hacer públicas sus preferencias, creo que no hay en su práctica una relación necesaria entre placer y peligro. Para algunos el peligro es un potenciador del placer, para otros algo que resta placer, un mal necesario, un riesgo que preferirían evitar pero que no tiene tanto valor como para renunciar a su placer. Este es el caso de los “barebackers racionales” que menciono en el artículo.

Aquellos que consideras barebackers politizados esgrimen la exposición autobiográfica como estrategia discursiva. ¿Crees que esta puede ser considerada como una nueva forma de pensar la política más allá de otros modos representativos vigentes actualmente?

En general la respuesta podría ser afirmativa, pero particularmente en lo que respecta a las autobiografías de barebackers que consideré, tanto la intención de los autores como la recepción no fue de tipo político. No buscaban formar grupos de opinión, eran más bien afirmaciones de su singularidad, eran posiciones individualistas, artísticas. En el mejor de los casos se las interpretó como una especie de “terrorismo” discursivo o arenga de “anarquismo sexual”.

La reivindicación del placer sin pensar en las consecuencias para la salud parece atentar contra la posición que los movimientos LGBT sustentan acerca del uso de la profilaxis para prevenir enfermedades de transmisión sexual. ¿Es posible en este caso pensar un diálogo político entre dos posturas?

Como decía antes, la primera no es una postura política existente que yo conozca. En todo caso, si se arguyera a favor del barebacking como opción personal, el argumento no tendría necesariamente que ser a favor del placer y en detrimento o desvalorización de la salud. Parece que estamos muy acostumbrados culturalmente a pensar el placer en forma inversamente proporcional a la salud, cuando en realidad sería más obvio pensar que sentir placer es una parte esencial de lo que consideramos estar sanos.

Hay una asimetría muy fuerte entre el uso de “reivindicación” que figura en la pregunta y el valor que se le da a esa palabra en el terreno político. No creo que nadie “reivindique” el no-uso generalizado del profiláctico – o en todo caso no conozco barebackers que lo hayan hecho, sino más bien instituciones religiosas o campañas conservadoras estadounidenses. En todo caso, en los discursos de barebackers que referí en mi artículo, lo que se reivindica es el respeto por el modo singular que cada uno tiene de disfrutar y sentir placer, algo que también está en la base del movimiento LGBT.

También digo en mi artículo que frente a las campañas de desinformación lanzandas por instituciones religiosas, políticas conservadoras, etc., es comprensible y justificado que las organizaciones LGTB hayan sido tan enfáticas y taxativas en sus campañas para balancear el daño. Es indispensable informar que el preservativo es el único medio de eficacia comprobada para prevenir la infección de HIV y otras Enfermedades de Transmisión Sexual (ETS). Frente a esta situación, la urgencia de hacer llegar información exacta, las necesidades de atención pública a los enfermos, los problemas por los negocios empresariales de la medicación antirretroviral, etc., sería absurdo que el tema del barebacking pretenda ser discutido entre las prioridades de alguna agenda política. Sin embargo, es una posibilidad y una realidad omnipresente con la que cada uno negocia continuamente en su vida personal y que debería ser tenida en cuenta por quienes trabajan en política sexual para evitar ingenuidades e hipocresías, y para recordar que el respeto por la multiformidad del placer es justamente algo que impulsó sus luchas.

Según relatas en tu artículo, la práctica de barebacking es condenada moralmente, tanto desde el Estado como desde los movimientos de derechos sexuales y reproductivos, como una forma de “terrorismo sexual”. Tu relacionas este modo de vivenciar la sexualidad con el de los movimientos de liberación sexual de los años 60 y 70, que también fueron en su época penalizados por los Estados y patologizados por la ciencia. ¿La práctica de sexo consentido sin profilaxis constituiría, en ese sentido, un lugar de liberación moral?

Para algunas personas el placer sexual es un factor muy importante de su bienestar y de su “salud”, entendida como “sentirse bien” psíquica y físicamente. Entre estas personas hay algunas para quienes el preservativo es un atenuante o incluso un obstáculo importante para el placer sexual. Entre estas personas, algunas eligen conscientemente no usar preservativo y otras simplemente llegado el momento no lo usan sin demasiada deliberación previa. Por lo que conozco, en general todas ellas preferirían que esto no significara un riesgo y todas preferirían que su práctica sexual no tuviera tantas connotaciones morales (positivas, negativas, represoras o liberadoras).

No creo que alguien elija o lleve a cabo prácticas sexuales en función de su connotación moral o política, en vez de hacerlo en función de su placer y su bienestar. En mi trabajo no defiendo una posición sobre el barebacking, mas bien argumento que las posiciones morales y políticas que inevitablemente se toman al respecto son derivadas de una definición biomédica estrecha de la salud y de las coyunturas históricas que unieron la identidad gay con la vigilancia epidemiológica. Esto hace que resulte difícil pensar sincera y racionalmente sobre el tema, desestimando, en general, la cuestión del placer y el dato conocido de que hay muchas personas que prefieren tener sexo sin preservativo.