Valeria Flores rehúye las definiciones identitarias. Escritora, maestra de escuela de Neuquén, en la región patagónica y activista lesbiana feminista, su militancia e investigación abonan la deconstrucción de los binarios del sexo-género. Con el grupo Fugitivas del Desierto, en 2008 organizó un muestrario de autodefensa para niñas. Valiéndose de collages, incentivó la defensa ante las agresiones, la capacidad de sobreponerse al miedo y el uso del cuerpo como forma de resistir a las violencias y cuestionar la formación de las mujeres como sujetas dóciles, débiles, calladas y obedientes. En palabras de las organizadoras, tal forma de posicionarse contribuye al control de los actos, pensamientos y cuerpos de las mujeres. En entrevista con el CLAM, Valeria habla sobre el activismo por los derechos sexuales en el nivel capilar, micro-político, de su experiencia como maestra lesbiana en la Patagonia.
¿Qué significa hacer política lésbica en la Patagonia?
Es una experiencia bastante inédita. Fugitivas del Desierto, el grupo que creamos a principios de 2004 y que estuvo activo hasta 2008, fue el primer colectivo de lesbianas feministas de esa región. Yo venía del feminismo y estaba en una colectiva en la que no encontraba espacio para pensarme como lesbiana; entonces, con otras compañeras formamos Fugitivas. Al principio funcionó como un grupo de reflexión lésbica. Con el devenir de esta actividad nos convertimos en un grupo de activismo orientado a la visibilidad a través de acciones políticas mediadas por lo artístico. Situarse en el cruce de lesbiana feminista fue difícil. Para las mismas feministas, nuestras otras compañeras, fue chocante que nos identificáramos primero como lesbianas.
Neuquén es una ciudad chica, nos conocemos bastante y eso también impactó en las relaciones personales. Allí existe una gran movilización política por distintos motivos: Movimiento Mapuche, fábrica de cerámicos Zanón, que está bajo control obrero, etcétera. La presencia de sindicatos estatales y docentes únicos ha contribuido a esta movilización. En las marchas nos encontramos los mismos de siempre. Desde que empezamos a hacer activismo como lesbianas hubo cierto reacomodamiento en las relaciones. Algunas personas se alejaron, especialmente las lesbianas más viejas, debido a la visibilidad que teníamos en razón de nuestra práctica política. Sin embargo, era un secreto a voces que ellas eran lesbianas. Todo el mundo lo sabía, pero no dejaba de afectarlas el hecho de decirlo o estar al lado de una lesbiana visible.
¿Cómo era la relación con los grupos feministas y colectivos de mujeres?
A pesar de que yo venía del grupo La Revuelta, no logramos articularnos debido a las diferencias políticas. Sobre todo, hicimos acuerdos con otros grupos, algunos de mujeres de izquierda, lo que nos permitió trabajar de forma conjunta. La Revuelta tenía un estilo de trabajo vertical que nos molestaba.
¿Cómo es la situación de las lesbianas en Neuquén?
En Neuquén la Iglesia no ha tenido mucho peso. A diferencia del norte o del centro del país, esta institución estuvo ligada a la doctrina del tercermundismo y durante la dictadura contó con un obispo que ayudó a conformar el grupo de Madres de la Plaza de Mayo. Así, la línea de la Iglesia es un poco distinta, aunque recientemente tuvo un giro conservador. Neuquén es una ciudad joven, con una marcada migración durante los años setenta. Mucha gente llegó a buscar trabajo, lo que hizo que la conformación de la ciudad fuera diferente a la de otras del país. En Neuquén no te encontrás con actos de lesbofobia descarnados, sino con un silencio respecto al tema y con un discurso políticamente correcto.
Fugitivas realizó un muestrario de autodefensa para niñas. ¿Cómo surgió esa actividad?
Esto se nos ocurrió luego de reflexionar sobre algunos discursos relacionados con la violencia contra las mujeres que sólo enfatizan las demandas al Estado. Consideramos importante desobstruir el propio agenciamiento de las mujeres para que se desplacen de las situaciones de violencia hacia el empoderamiento. Con frecuencia, los mecanismos del Estado a los que acuden las mujeres para denunciar la violencia terminan judicializándolas. Además, quedan inmersas en una serie de mecanismos burocráticos que las dejan a merced de la suerte individual: qué juez le toca, cuál asistente social, qué equipo técnico la atiende. Por este motivo, buscamos poner en las manos de las mujeres, específicamente de sujetos sobre los que poco se piensa, como las niñas, mecanismos de defensa contra la violencia.
A nivel social circula un discurso de pánico respecto a temas como el abuso y la violación sexual, a lo que aportan los medios de comunicación magnificándolo. Este discurso, que se entrecruza con el de la inseguridad, no les brinda a las niñas elementos que les permitan reflexionar sobre la violencia, ni herramientas para salir a la calle. Con el muestrario buscamos desmantelar las programaciones de género y empezar a jugar con desensamblajes y nuevos ensamblajes de lo femenino y lo masculino.
¿Por qué, en Argentina, pese a experiencias previas como el Espacio de Articulación Lésbica Espartiles, se hace tan difícil articular los lesbianismos en un movimiento?
Porque parte del lesbianismo aún está haciendo activismo desde el interior del feminismo. El feminismo en Argentina sigue siendo lesbofóbico, con una postura muy centrada en la mujer y lo femenino que impide otros desarrollos teóricos y políticos. También hay una fuerte influencia del feminismo de la diferencia y mucho rechazo a la teoría queer. Recientemente participé en varios espacios que critican esta teoría sin argumentos sustantivos; lo hacen partiendo del sentido común. Entonces, afirman que esta es una teoría importada, que pretende la disolución de los géneros… Estas diferencias inciden en la articulación del activismo lésbico.
Respecto a la dificultad de articularnos, incluso frente a un acto descarnado de lesbofobia, considero que la muerte de Natalia Gaitán es significativa. Cuando esto ocurrió, un sector hegemónico del movimiento LGTB estaba alentando el debate sobre el matrimonio. Quienes han mantenido viva la memoria de Natalia son, en realidad, los grupos más disidentes.
¿Cuáles son los desafíos que enfrenta el movimiento LGTB y, en particular, el movimiento lésbico, luego de la aprobación del matrimonio igualitario? ¿Qué agendas deberían priorizarse en este momento?
No tengo claro cuáles son las nuevas agendas. Sé que hay todo un trabajo por hacer en lo micropolítico: lesbofobia, transfobia y homofobia deben ser combatidas en el nivel de la capilaridad social que impregna todos los imaginarios. Las leyes abren un espacio a determinados sujetos, permiten el matrimonio y le dan un lugar a las identidades de lesbianas y gays, pero bajo parámetros institucionales y reguladores. El placer y el cuerpo siguen estando en función de la monogamia y de tener al Estado como testigo. Sin embargo, queda todo un trabajo por hacer en educación, salud, y en materia de producción cultural. El trabajo pendiente es el que no se resuelve con una ley. Pese a su importancia, muy pocos están dispuesto a hacerlo. Es necesario trabajar en los lugares políticamente menos visibles, por ejemplo la escuela. La lucha constante debe centrarse en esos lugares, allí hay que poner el foco.
Desde tu experiencia como docente, escritora e investigadora lesbiana y feminista, ¿cómo crees que debe abordarse la educación sexual en las escuelas?
Con la discusión de la ley de educación se evidenció que la educación sexual es un campo de disputa donde la perspectiva heterosexual sigue predominando. Ésta actúa como eje articulador en función de una lógica preventiva del cuidado y del peligro: que las chicas no queden embarazadas, que usen preservativos, etcétera. Esa es una postura hegemónica en el progresismo. En mi opinión, la educación sexual debería ser pensada a partir del diálogo, lo que implica ejercitarse en la capacidad de escucha de los chicos y las chicas. Es necesario habilitar un espacio para ver qué les está pasando, cuáles son sus ideas, problematizar estereotipos sobre feminidad y masculinidad, explorar otras identidades, otros deseos. Esto requiere un abordaje distinto al de la práctica docente tradicional, justamente porque implica escuchar, negociar significados, involucrarse desde la propia sexualidad, situarse en la propia historia sexual del docente… Ahora predomina el discurso sobre la diversidad. La escuela está plagada de este discurso, presente en las planificaciones de las maestras, aunque no modifica las prácticas. El discurso de la diversidad pone el foco en aquel que es diferente, pero no cuestiona la norma que produce la diferencia. A mí me interesa trabajar sobre heteronormatividad, no sobre diversidad sexual. Está bien visibilizar las identidades, pero también necesitamos trabajar la norma, desnaturalizar la centralidad de la heteronormatividad como eje articulador de todo.
Yo soy poco convencional en los talleres y cursos que doy. En una oportunidad me invitaron a participar en un panel sobre educación no sexista y no heteronormativa para el que propuse hacer un ejercicio de pensamiento más colectivo. Entonces planteé una situación de ciencia ficción pedagógico-feminista-queer donde la idea era, por ejemplo, que la maestra enseñase la boca como órgano sexual. Descentrar la genitalidad permite ver cómo los contenidos en la escuela están priorizados en función de determinada lógica, porque la boca aparece siempre en el aparato digestivo, en el sistema gustativo, pero nunca como un órgano sexualizado. Abordar la sexualidad en la escuela, desde la lógica tradicional, es difícil porque impone formatos de aprendizaje a los que denomino ‘darwinismo de la comprensión social’, que te dicen: “primero tenés que trabajar el género, después la orientación sexual…”. O, “primero vemos cuándo se habla de sexualidad como sinónimo de reproducción y después relacionada con la diversidad sexual”. Como si fuera una cosa aparte. Los libros que mencionan a lesbianas, gays, u otro tipo sujetos con deseos distintos, los sitúan después de la pareja heterosexual, en ‘otras diversidades’.
El tema de la sexualidad tendría que atravesar todas las prácticas de la escuela; no reducirse sólo al “taller de sexualidad”. Son muchas las prácticas que sexualizan y construyen género en términos binarios en la escuela: las filas separadas de varones y mujeres, las actividades en educación física que están pensadas para las nenas y los varones, y cómo se construyen la nación y los símbolos patrios.
¿Cómo articulás este discurso en tu práctica docente?
En la escuela, por ser lesbiana visible y abordar estos temas, soy percibida como una persona hipersexualizada. Esto revela una diferenciación respecto a quién está autorizado para enseñar acerca de sexualidad y quién no. Es ya un lugar común pensar que la perspectiva sobre el tema de una persona con una identidad no heteronormativa va a ser parcial. Se cree que si vos sos lesbiana, vas a enseñar sobre eso. En cambio, cuando una maestra heterosexual quiere enseñar sobre sexualidad, se cree que su perspectiva va a ser mucho más amplia. La heterosexualidad crea una ilusión de objetividad sobre la enseñanza, de universalidad.
Es importante ver en la escuela qué alianzas podés hacer con las otras maestras. Pese a ser vista como una persona hipersexualizada, yo también era el referente para abordar algunos temas que se querían trabajar, lo que supuso una relación contradictoria, compleja. Por ejemplo, la sala de maestros y maestras es un lugar terriblemente homofóbico, lesbofóbico y sexista. Esto se ve en los chistes que se hacen todo el tiempo. Yo empecé a señalar estas cosas con el acompañamiento de otras maestras que se empezaron a dar cuenta de esos chistes. Así, contribuimos a transformar ese lugar. Esta es la micro-política, la capilaridad a la que me refiero. Es necesario trabajar sobre esas prácticas.
En otra oportunidad intentamos cambiar, infructuosamente, las filas en las escuelas. Al principio todos se mostraron de acuerdo en acabar con esa práctica tan arraigada de separar a niños y niñas, pero cuando lo anuncié a la entrada de la escuela provocó pánico sexual entre las mamás. Ellas dijeron: “van a terminar yendo todos al mismo baño”, cuando en la casa van al mismo baño… Entre los varones surgió el temor a la confusión de género y a la confusión sexual. Fueron ellos quienes se resistieron a estar con una nena al frente o atrás, como si esto los fuera a feminizar. Argumentando que esta labor requería mucha energía, estar todo el tiempo insistiendo, muchas maestras la desestimaron. Yo les pregunté, entonces, por qué sí ponían tanta energía en la transformación de prácticas de higiene frente a la Gripe A, pues rigurosamente sacaban a todas las chicas y chicos del aula y los llevaban a lavarse las manos con gel y con alcohol. Sin embargo, el cambio de fila se desestimó rápidamente.
Uno de los temas más destacados en tus investigaciones es el de masculinidades lésbicas. ¿Podés hablarnos un poco al respecto?
Estoy escribiendo sobre este tema a partir de mis experiencias con la masculinidad, con mi propia expresión de género. A lo largo de un día, cuando voy por la calle, paso por distintas asignaciones de género y de generación: desde niña hasta señora y de señor a joven. Esto depende de quién me acompañe: si voy con mi novia, suelo ser tratada de “chico”. También depende de la ropa que lleve puesta. La gente se detiene en esas cosas para mirarte y para asignarte un sexo. Después, la sospecha del error: en los baños suelen creer que erré la puerta.
Cuando daba clases en la escuela, me corté el pelo. Hubo una reacción de extrañamiento ante esto, como si una no pudiera decidir cortarse el pelo y ser maestra, porque aparece la ansiedad de que en algún momento vas a cambiar de sexo. Igual, creo que mucha gente se quedaría tranquila si esto marcara un camino hacia el cambio de sexo: “Ah, bueno, sos trans, es el lugar hacia donde ibas”, pero por lo menos yo no voy hacia ese lugar. La Ley de Identidad de Género se cierra a la posibilidad de estos pliegues en las identidades, a esas intersecciones que van por otros lugares, porque la identidad es vista como algo estable, como una narrativa fija. Obviamente la ley es necesaria para aquellas identidades trans que luchan por esos derechos, pero eso hace que en el camino se pierdan todos estos quiebres identitarios que no se ubican sólo del lado de las lesbianas o de una identidad trans, sino que, digamos, configuran otras posibilidades de género e identidad sexual.
¿Cómo trabajás esto desde la política?
Mi cuerpo es mi política, pienso y actúo desde ese lugar. Cuando puse en mi blog que era una lesbiana masculina se generaron preguntas e inquietudes entre muchas de las activistas lesbianas que conozco. Creo que esto contribuyó a que otras compañeras vivieran su propia masculinidad, porque después algunas avanzaron hacia lo que está socialmente codificado como masculino. Mucha gente reacciona diciendo: “otra vez el binario”, pero en realidad tiene que ver con desnaturalizar la masculinidad como propiedad del cuerpo de los varones. Se busca hacer visibles formas singulares en que las lesbianas nos apropiamos de la masculinidad, otras masculinidades que no necesariamente son patriarcales. Esto ha sido estigmatizado por el feminismo y por cierto lesbianismo feminista o de feministas lesbianas. En la actualidad, la feminidad es representada como algo que puede habitar en distintos cuerpos, mientras que la masculinidad aparece como algo arraigado en los varones.
En tu blog te identificás como “heterodoxa queer”. ¿Qué significa esa categoría?
En realidad, todos los enunciados que aparecen en el blog están separados porque pueden articularse de formas diversas. En este espacio existen muchas posibilidades. Una vez me pusieron ‘lesbo-feminista’, palabra que no me gusta. La palabra ‘heterodoxa’ se refiere a mi relación con el feminismo, pues me considero una voz minoritaria que corre por los lugares más hegemónicos del feminismo. Lo ‘queer’ no lo pienso como una identidad, sino como una posibilidad de operación política para desarmar binomios en todos los ámbitos, se refiere a todo aquello que resiste los procesos de normalización.