La relación entre arte y política ha sido objeto de numerosas discusiones desde hace varias décadas y ha suscitado diversas posiciones. Las que consideran que las producciones artísticas deben ser valoradas fundamentalmente por sus cualidades estéticas y aquellas que defienden la necesidad de que los y las artistas ejerzan un papel activo en la crítica social y cultural, son las más destacadas.
Pese a que la discusión está lejos de ser zanjada, en la actualidad existe un cierto consenso respecto a que el arte tiene una existencia política o que, por lo menos, es indisociable de su contexto ideológico de producción. En este sentido, se ha desconfiado cada vez más de su supuesta neutralidad y en su lugar se lo ha visto como un campo en el que se movilizan discursos que reafirman y cuestionan relaciones de poder. Una muestra de ello la encontramos en el creciente reconocimiento de su potencial político en el seno de organizaciones y movimientos sociales, cuyos activismos se apoyan cada vez más en prácticas artísticas.
Esto ha dado lugar a la aparición de diversas categorías para referirse a este fenómeno, como las de ‘arte político’, ‘intervención artística’ –en este caso referida a las acciones de artistas “políticamente comprometidos” con una determinada causa–, ‘arte activista’, que según Teresa de Jesus Batista Vieira se desarrolló a partir de las revueltas de mayo del 68 y se articuló posteriormente con el feminismo en los años setenta, la ecología en los ochenta y en los años siguientes con el VIH/Sida, el capitalismo y la industrialización de la cultura, entre otros. Uno de los vocablos más recientes es “artivismo”, neologismo que condensa las palabras “arte” y “activismo” para referirse, como señala Vieira, al arte con “preocupaciones políticas y de resistencia cultural”.
A nivel regional, en países como Argentina, Chile, México, Perú y Colombia, entre otros, encontramos numerosas iniciativas que si bien puede que no se definan a sí mismas como artivistas, constituyen importantes ejemplos sobre el carácter productivo de los cruces entre arte y activismos feministas, LGBTI y de disidencia sexual. En este último país, Mujeres al Borde ha sido una de las organizaciones con mayor trayectoria al respecto. El año pasado puso en marcha la Escuela Audiovisual al Borde, un proyecto comunitario de producción audiovisual y política, que involucró a organizaciones de Colombia y Chile.
En entrevista con el CLAM, Ana Lucia Ramírez Mateus, una de las coordinadoras generales de Mujeres AL BORDE, habla sobre el nacimiento, enfoque y perspectivas de este proyecto y reflexiona sobre el papel de las prácticas artísticas en el activismo por los derechos de las personas LGBTI.
¿Cómo surgió la propuesta de crear la Escuela Audiovisual Al Borde y de vincularla con el activismo de otros países?
Durante 9 años realizamos un esfuerzo muy grande para sostener AL BORDE Producciones con recursos propios y con equipos audiovisuales caseros. A pesar de la precariedad económica y técnica, logramos convertirnos en pioneras en el artivismo audiovisual liderado por mujeres heterodisidentes en Colombia, sosteniendo una producción permanente –principalmente de cortometrajes documentales y spots– y creando alianzas e intercambios con organizaciones amigas en otros países de la región, que también veían en la producción audiovisual una forma importante de visibilidad social y de agencia política.
Durante ese decenio de trabajo tomamos conciencia de un fenómeno cultural y político que nos sigue preocupando mucho y que fue básico para el nacimiento de la Escuela Audiovisual AL BORDE: las mujeres con sexualidades disidentes, así como las personas trans e intersex de América del Sur, enfrentan muchas dificultades en la producción de audiovisuales que les permitan hablar sobre sí mismxs*, más aún cuando buscan propiciar cambios sociales, sexuales y políticos.
Nuestras imágenes y voces en las pantallas de cine, televisión e internet siguen siendo mayoritariamente suplantadas y apropiadas por discursos lesbofóbicos, sexistas, heteronormativos, victimizantes, racistas, clasistas, colonizadores y patologizantes. Además, sigue existiendo una brecha tecnológica y de acceso al conocimiento y a los medios de producción muy grande respecto a las comunidades de mujeres y de personas trans e intersex que viven en países industrializados. De ese modo, las pocas historias LBTIQ [lesbianas, bisexuales, trans, intersex y queer] que nos llegan a través de internet o de los festivales de cine y video en nuestras ciudades corresponden principalmente a realidades de Estados Unidos y Europa, que aunque tienen puntos en común, no son las nuestras.
Creemos que esto tiene que ver con exclusiones y violencias de género, orientación sexual, raza, clase, económicas y geopolíticas, que se entrelazan y se refuerzan, y que invisibilizan nuestras experiencias, nuestras existencias diversas y múltiples, y nos aíslan lxs unxs de lxs otrxs, lo que nos impide desarrollar procesos de liderazgo y creación y reconocer nuestro aporte desde América del Sur a la producción de discursos, de arte, de conocimientos y de acciones que movilicen cambios en las desigualdades del mundo.
La Escuela busca darle la vuelta a esta situación a través de un proceso de formación y creación audiovisual comunitaria. En Mujeres AL BORDE nos proponemos “entrenar” activistas bisexuales, pansexuales, lesbianas, heterodisidentes, tortilleras, trans, intersex, queer, travestis de ciudades sudamericanas en la realización/artivismo audiovisual, así como en la producción, financiación y distribución de sus documentales. Compartimos con ellxs nuestros recursos humanos, técnicos y económicos para que juntxs produzcamos sus historias audiovisuales.
Otra razón para llevar la Escuela a otras ciudades de América del Sur es que contribuye a tejer afectos y deseos comunes desde el quehacer audiovisual, más allá de las fronteras impuestas por los Estados. También queremos aportar a la renovación de las formas de hacer activismo contrasexual y transfeminista en nuestros países, estimulando nuevos artivismos y la creación de vínculos vivos entre nosotrxs, así como complicidades basadas en la libertad, la autogestión, la reciprocidad, el reconocimiento mutuo de experiencias, memorias, cuerpos y luchas diversas, para que configuren redes alternativas y autónomas de intercambios afectivos, estéticos y políticos.
Para nosotrxs la Escuela es un acto profundamente revolucionario y nos anima mucho ver cómo de forma colectiva y comunitaria estamos subvirtiendo este sistema injusto y violento. Nuestras cámaras y micrófonos son cómplices para señalar el mundo que rechazamos y quebrarlo o, mejor aún, para comenzar a crear el que deseamos: el mundo AL BORDE.
¿Qué lugar cree que ocupan las prácticas artísticas en las luchas de colectivos LGBTI colombianos y chilenos?
Esta es una pregunta bastante amplia y difícil de responder con precisión. Por ello la acotaré a estos 10 años de trabajo y vinculación con colectivos de lesbianas, bisexuales, personas trans y gays en Bogotá y en los últimos 2 años con colectivos de personas trans y tortilleras en Santiago de Chile. Pero antes, es importante aclarar que muchos colectivos no nos asumimos como “LGBTI”, aunque nuestras luchas estén conectadas o enmarcadas en estos movimientos sociales. Este es el caso de otros colectivos a los que quisiera hacer alusión más adelante.
Haciendo una retrospectiva desde cuando empezamos a hacer activismo como Mujeres AL BORDE hasta hoy, podemos decir que en Bogotá se han ido apropiando de forma paulatina las prácticas artísticas, principalmente, como espacios para la visibilidad social. Algunas de estas experiencias se han entendido cada vez más a sí mismas y han obtenido reconocimiento como lugares para la acción, la transformación, la movilización política y la construcción de procesos comunitarios.
Sin embargo, estas iniciativas suelen durar poco tiempo debido a varios de los aspectos mencionados en la respuesta anterior. Por ejemplo, en los últimos años, la Alcaldía de Bogotá y las alcaldías locales estimularon de forma nunca vista la producción de festivales LGBTI que involucran lo artístico, así como procesos de creación artística dirigidos a personas lesbianas, gays, bisexuales y trans, lo cual es positivo. No obstante, no tenemos conocimiento de acciones como éstas que se hayan originado –hasta el momento– en artivismos de largo aliento.
Hemos encontrado mayores posibilidades de crecimiento, fortalecimiento y expansión en iniciativas que nacen del deseo, la autogestión y la complicidad con otrxs, de los experimentos creativos en la casa de algunx amigx y de los sueños que se comparten y se comienzan a hacer realidad por el puro placer de llevarlos a cabo, que en las iniciativas que responden principalmente a un plan de desarrollo institucional o a la necesidad que tienen las organizaciones de acceder a recursos económicos básicos para su sostenimiento. Lo más rico es la diversidad de prácticas artísticas que hemos visto en acción para promover cambios sociales. Como prueba de esto quisiéramos destacar procesos que han perdurado y que consideramos propuestas de arte y activismo potentes y placenteras, también emparentadas o claramente posicionadas desde los feminismos, como las del colectivo Udiversia, el Toque Lésbico, la de nuestro propio grupo y escuela Queer Teatro Las Aficionadas y más recientemente la de las Lobas Furiosas.
En Santiago de Chile conocimos grupos de disidencia sexual y de género, trans, travestis y tortilleras con propuestas innovadoras, que han representado para nosotrxs la posibilidad de entablar diálogos con nuevas ideas, experiencias y motivaciones. El trabajo con el cuerpo y la experiencia propia como obras, soportes y creaciones artísticas lo hemos encontrado en SubPorno, Garçons, y en una propuesta de artivismo itinerante que se originó en Argentina y que estuvo en Chile en 2011, el Festival ¿Anormales? Este último no produce arte en sí, aunque estimula su producción mediante la apertura de espacios para la difusión de obras artísticas en formatos diversos y de diversas partes del mundo, generando cruces entre arte, sexualidades disidentes, cuerpos transexualizados, propuestas de-generadas y postfeministas.
Ustedes afirman que la Escuela Audiovisual Al Borde se enmarca en un enfoque postfeminista con perspectiva de derechos humanos, que vincula arte y micropolítica. ¿Cómo se articulan estos elementos en su propuesta?
Sí, entrecruzamos la práctica artística audiovisual con nuestros feminismos fronterizos o al borde, que emergen de nuestras propias experiencias vitales, corporales, del deseo que transita por la indefinición, la ambigüedad, la sospecha y el desacato a las categorías del género y de la sexualidad. Tenemos la intención explícita de que los documentales producidos en la Escuela abran caminos a nuevas posibilidades para la vida y creemos que esos caminos pueden ser transitados con pleno placer si, mientras lo hacemos, vamos deshaciendo el patriarcado y proponiendo nuevas opciones para no ser más “las mujeres” ni “los hombres” útiles para el funcionamiento y la reproducción de este sistema opresor que se conecta con otros.
El artivismo es un lugar privilegiado para la micropolítica. Nos distanciamos de formas tradicionales de activismo que se posicionan con relación al Estado como interlocutor central, a quien se le exige, se le demanda, se lo confronta. En este caso privilegiamos ponernos en relación entre nosotrxs mismxs como cómplices que imaginamos, narramos y creamos juntxs imágenes y palabras que se conectan con nuestros propios cuerpos, deseos, memorias, subjetividades y con lxs de otrxs a quienes tampoco les interesa normalizarse.
¿Cuáles son las ventajas de usar un lenguaje artístico, en este caso cinematográfico, para hacer activismo sexo-político respecto al lenguaje empleado en medios académicos y formas de activismo tradicionales?
Las ventajas o las diferencias no están dadas exclusivamente por el tipo de lenguaje, sino también por la forma como ese lenguaje se comparte, se crea y se practica comunitariamente, así como se lleva a la vida cotidiana, a la memoria, al cuerpo y a la experiencia propia.
Por ejemplo, en la Escuela le apostamos al género del documental autobiográfico para mostrar cómo nuestras memorias íntimas están ligadas a las luchas políticas de nuestras comunidades y que compartirlas es un acto transgresor en una sociedad que ha subvalorado, acallado o, más bien, suplantado nuestras formas de conocimiento. Este ha sido un ejercicio de buscar nuestra propia voz y nuestras formas de decir: esta es mi historia, así es como yo me he transformado a mi mismx y he transformado el mundo; se trata de crear nuestra voz y nuestra imagen para nosotrxs mismxs. Es algo que muchas veces se olvida en los activismos tradicionales o en los medios académicos, donde es común hablar en nombre de alguien más. Esto disminuye las posibilidades de generar procesos horizontales de creatividad, afecto y transformación compartida.
El proceso de hablarse y de verse a sí mismx en el espacio de la creación audiovisual, moviliza cambios personales e íntimos que se generan entre quienes hemos formado parte de la Escuela –y esto pasa también en la Escuela de teatro AL BORDE–, cambios claves que permiten a nuestros activismos pasar del discurso a la práctica y asegurar transformaciones sociales, emocionales, políticas, culturales, simbólicas y materiales profundas. Son estos cambios micropolíticos los que hacen posible la existencia de personas con liderazgos, capaces de enfrentar al Estado y demandar de él leyes justas, o de decir: “del Estado no quiero nada, yo transformo la realidad cuando no acepto o no pacto con ningún poder”. Son estos cambios interiores los que hacen inaceptable la injusticia, la violencia, la discriminación y nos enseñan que tenemos y podemos hacer lo necesario para que esas situaciones cambien.
Una ventaja de emplear este lenguaje en nuestro activismo es la posibilidad que brinda de narrar cosas muy complejas de formas sencillas, permitiendo que las realidades de lxs realizadorxs y lxs espectadorxs se hagan más próximas. Así, al emplear la narración audiovisual, conceptos teóricos como violencia simbólica, sujetos abyectos, sistema sexo/género/deseo y biopoder, o reivindicaciones políticas poco comprendidas por el “común” de la gente como la despatologización de las identidades trans o la apuesta a una sociedad contrasexual pueden ser compartidas de formas creativas, sensoriales y emocionales. Esto las hace más comprensibles y concretas, ya que aparecen encarnadas en la experiencia de alguien que me está contando su historia, que es un aspecto clave para que el nivel de impacto sea otro, quizás inmediato pero momentáneo, a veces más lento pero más profundo. La idea es que algo dentro de las personas haga “clic” y se comience a dar un cambio, una mirada nueva, algo que no podemos medir, pero que sabemos que pasa y queremos que nuestros videos AL BORDE logren.
¿Cómo se sitúa la Escuela Audiovisual al Borde respecto a proyectos como el Ciclo Rosa?
En sus dos versiones, académica y cinematográfica, el Ciclo Rosa ha sido importante en nuestro trabajo, porque ha garantizado espacios de circulación de audiovisuales con temática LGBTI en varias ciudades de Colombia, así como de producción de conocimiento desde un saber académico en torno a los derechos de las personas LGBTI, tanto en el país como en la región. En la producción de conocimientos, el Ciclo Rosa ha involucrado y reconocido los activismos, las experiencias concretas de las personas y las creaciones artísticas.
En 2010, por ejemplo, fuimos invitadxs a Medellín a la conmemoración de los 10 años del Ciclo Rosa y allí relanzamos otro de nuestros proyectos de arte y activismo: Cuentos para una niñez AL BORDE.
Hemos sido muy afortunadxs al coincidir con el tiempo de vida del Ciclo Rosa, que nos lleva 2 años de diferencia. Especialmente en los primeros años de nuestro grupo, este fue un espacio para nutrirnos, reconocernos, reflexionar sobre la potencia política de nuestro trabajo y también para compartir con el público año tras año en las salas de cine nuestras producciones. En ese momento, la participación en las convocatorias a realizadores colombianxs del Ciclo de Cine Rosa era nuestra gran motivación. Sabíamos que era una oportunidad para dar a conocer nuestra producción y esperábamos que impactara a la gente, la cambiara de algún modo, les moviera las ganas de ser libres, de revolucionar el mundo con su deseo no heterosexual, de no doblegarse ante la lesbofobia, ni la homofobia. Queríamos que se burlaran de las normas y desearan romperlas.
Siempre salimos de las proyecciones llenas de energía y con deseos de hacer cosas nuevas para el año siguiente. Era emocionante ver a más de 100 personas conectarse con nuestros cortos, con nuestras historias y emocionarse al ver que esas calles, las de la película, eran las mismas calles de la ciudad por donde ellxs caminaban todos los días. Ahí entendimos por qué los Festivales de video que le apuestan a “hacer visible lo invisible” son vitales tanto para quienes producimos como para el público y nos convencimos de la necesidad de incluir muchas más películas de documental, de ficción, de animación y experimentales hechas en América Latina y el Caribe.
El Ciclo Rosa fue y sigue siendo una de nuestras más importantes escuelas como realizadorxs y artivistas audiovisuales. En ese sentido, podemos decir que la Escuela Audiovisual AL BORDE se sitúa respecto del Ciclo como la maduración de los aprendizajes y los sueños producto de nuestra participación permanente en esta iniciativa.
¿Cuáles son las perspectivas del proyecto?
Soñamos con que la Escuela Audiovisual AL BORDE continúe su itinerario por diversas ciudades de América del Sur (también del Centro y del Caribe), encontrando en cada ciudad nuevxs cómplices: disidentes del género y la sexualidad que deseen producir audiovisuales contando sus historias, compartiendo su memoria, explorando su voz propia, con plena conciencia de su valor político y revolucionario. ¡Es urgente que nuestras historias existan, sean vistas, escuchadas y también que seamos nosotrxs mismxs quienes las contemos!
Deseamos que estas producciones AL BORDE recorran el mundo aportando a la producción y circulación de conocimientos, voces y experiencias transformadoras, críticas, liberadoras, subversivas, estimulando procesos de cambio personal y colectivo a donde quiera que lleguen.
En 2011, durante la primera experiencia de la Escuela, realizamos 7 cortos documentales: 3 en Bogotá y 4 en Santiago de Chile. Para 2012 nos hemos propuesto realizar 10 cortos más: 5 en Asunción y 5 en Quito. Cabe aclarar que esta experiencia no habría sido posible sin el apoyo de la organización MamaCash.
* En algunas frases, la “x” será empleada como sustituto de los marcadores de género “a” y “o” en concordancia con el uso dado por la entrevistada a esta letra.