El 1 de diciembre, comenzó a circular una noticia que informaba la despatologización de la transexualidad por parte de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA). Específicamente se anunciaba que en el nuevo Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM V), que se publicará en mayo de 2013, junto a otras modificaciones, desaparecería el término "Trastorno de la Identidad de Género" y sólo se conservaría la "disforia de género", es decir, la angustia que sufre la persona que no se identifica con su sexo masculino o femenino lo cual no supone despatologizar sino sólo un cambio en los rótulos. Mauro Cabral, co-director de GATE – Global Action for Trans* Equality analiza la noticia en sí misma y la implicancia política que tuvo su circulación.
Los rumores de las despatologización
Por Mauro Cabral
Hace apenas unos días atrás un rumor comenzó a circular con insistencia a través de distintos medios de comunicación, estallando en un fenómeno viral en las redes sociales –y consagrándose, finalmente, como una noticia tan celebrada como poco discutida. La noticia en cuestión afirmaba que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) había “despatologizado la transexualidad”. Ni más, ni menos.
El análisis del modo a través del cual se produjo esta noticia –y, avanzando un poco más, el modo en el que se fabricó este hecho transmitido en la forma de una noticia merece sin duda una atención más profunda. Sin embargo, prestar atención a esos modos se vuelve cada vez más un imperativo político, a medida que avanzan los procesos de reforma de la cuarta versión revisada del Manual Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales (DSM IV R) y de redacción de su quinta versión (DSM V), a cargo de la APA. Lo mismo vale para la décima versión de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), y la edición de su onceava versión (CIE-11), a cargo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Asociación Estadounidense de Psiquiatría publicará el DSM V el año que viene; en este momento, y a través de distintas fuentes, circula información acerca del contenido de esta nueva versión. Este contenido es fundamental para las personas trans*, por distintas razones: los diagnósticos y criterios contenidos en el DSM son utilizados de manera corriente para otorgarnos o denegarnos el acceso al reconocimiento legal de nuestra identidad de género y/o a tratamientos hormonales y procedimientos quirúrgicos. Dichos diagnósticos –y, en particular, el “trastorno de identidad de género”, considerado un trastorno mental, tienen consecuencias extremadamente negativas: producen y reproducen estigma, socavan la autonomía decisional de las personas trans* y las someten al continuo control psiquiátrico de su identidad y su expresión de género, además de excluir de esos accesos a quienes no encuadran con el enfoque diagnóstico. Y uno de los problemas principales del “trastorno de identidad de género” es que no tiene “cláusula de salida”. En la medida en que una persona se identifica en un género distinto al que se le dio a nacer, el diagnóstico se vuelve aplicable –y no hay manera de librarse de él, como no sea negar la propia identidad y regresar a la identidad asignada en el momento del nacimiento.
¿Qué hizo la APA? Anunció que el “trastorno de identidad de género” será reemplazado por otro diagnóstico, llamado “trastorno de disforia de género”. A través de esta nueva terminología, en lugar de patologizar la identidad de género, la patologización se desplaza hacia la experiencia del malestar producida por la contradicción entre la propia identidad de género y el propio cuerpo sexuado (una contradicción que aparece cada vez más codificada en los términos de la “incongruencia”). Para muchas personas trans*, este cambio de énfasis representa una victoria, puesto que centra la atención psiquiátrica en un aspecto de sus experiencias, y no en quiénes son. Para muchas otras personas trans*, este cambio es más de lo mismo –el trastorno de disforia de género es todavía un trastorno, y seguirá siendo utilizado para condicionar el acceso de las personas trans* al reconocimiento de su identidad de género y a modificaciones corporales quirúrgicas u hormonales. Y, del mismo modo en el que la aplicación del trastorno de identidad de género como criterio excluye en la actualidad a muchas personas trans* de esos accesos, la aplicación del trastorno de disforia de género excluirá a quienes no encuadren como disfóric*s de género.
¿Significa esto despatologizar la transexualidad? No. ¿Significa esto que la transexualidad pasa a ser despatologizada como la homosexualidad? No, para ninguno de los dos casos.
Se ha transformado en un lugar común la afirmación de que es posible despatologizar la transexualidad porque un día fue posible despatologizar la homosexualidad. Esta afirmación no solo desconoce la dimensión específica que representa la salud transicional para las personas trans*, sino el hecho, perturbador, que tanto el DSM IV R y la CIE 10 continúan patologizando las variaciones de género en la niñez –lo que significa que much*s gays y lesbianas adult*s pudieron sufrir la patologización de su expresión de género en su infancia y que much*s seguirán siendo patologizad*s mientras el mundo sigue celebrando que la homosexualidad dejó de ser una enfermedad hace décadas.
La nueva versión anunciada del DSM V sigue incluyendo al travestismo como patología, y mantiene indiscutido el fantasma –y, tantas veces- la realidad de las terapias de conversión como el único tratamiento adecuado de estos “trastornos”. La línea entre salud y enfermedad sigue distinguiendo claramente entre quienes se identifican en el género que se les dio al nacer (san*s) y quienes nos identificamos en otro género (trastornad*s). Y mientras esa distinción siga en pie, no habrá despatologización de la transexualidad, sin importar cuántos muros de Facebook lo repitan, y cuant*s “me gusta” reciban.