En su libro Orgullo. Carlos Jáuregui, una Biografía Política (Planeta, Buenos Aires, noviembre de 2010), Mabel Belucci reconstruye el perfil político del fundador de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) y de la agrupación Gays por los Derechos Civiles para abordar el pasado de los “movimientos de orientación sexual” argentinos. Para la autora, recuperar la memoria de Carlos Jáuregui implica volver a pensar políticas de articulación y consenso entre los movimientos sociales. En entrevista con el CLAM, la ensayista y activista feminista-queer habla sobre lo que significó escribir la biografía política de uno de los precursores del movimiento LGBT argentino.
¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
Yo siempre escribí efemérides. Desde la escritura y el activismo me he dedicado a recuperar memorias. En este ejercicio de escritura me di cuenta que en Argentina los años noventa fueron tan significativos en cuanto a pérdida y olvido de las historias y del movimiento LGBT como lo fue la dictadura para mi generación. En política, esta década fue como una tabla rasa, la gente más joven desconocía la historia del movimiento. Para discutir esta situación llamé a Martín De Grazia y organizamos una mesa redonda. Allí surgió la idea de escribir un libro que retratara el recorrido del movimiento. Primero me encontré con la historia personal de Carlos, que es muy interesante, pero cuando comencé el trabajo de archivo, los documentos me llevaron hacia otro lado, el lado de la política, y decidí cambiar el foco. De este modo escribí la historia de Carlos desde una mirada feminista, desde una mirada de mujer y desde el movimiento. Este modo de contar su historia, al que llamo ‘biografía política’, me interesó más porque también me interpela como activista. De alguna manera también es mi historia.
En la introducción afirma que una de las razones del libro es “volver a Carlos”. ¿Qué significa esto?
Volver a Carlos es volver a armar consenso, a hacer articulaciones. Lograr una mayor entrega a las causas y tener una noción más amplia de la política. También es volver a tener miradas globales al respecto, como en los años setenta y ochenta. No sé si se puede volver a hacer esto pero me parece una buena apuesta. Entonces, la intención del libro es contribuir a la realización de una historiografía del presente. Es decir, recuperar, volver a buscar los rastros, las memorias colectivas y a partir de ahí armar un mapa, una cartografía del movimiento.
Para mí el libro es una producción colectiva sin importar que lleve mi nombre y apellido. La gente me orientó en esta labor con sus testimonios, entregándome archivos y discutiendo. Sin esto no lo habría podido escribir. Fue una manifestación de lazos existentes y un modo de generar nuevos vínculos a partir del texto, al que considero más que un libro una caja de herramientas para que la gente se apropie de él y construya cosas. Por este motivo decidí hacer talleres con distintos colectivos, en lugar de hacer presentaciones formales del libro. El primer taller fue con las y los jóvenes de la CHA. A partir de allí le fui dando más forma a esta idea. También hice un taller con travestis. Después llevé a cabo presentaciones públicas en las que siempre hubo presencia de activistas. Lamentablemente, las lesbianas son quienes menos han participado de estos encuentros, por eso voy a hacer una mesa especial para ellas, ya que el libro tiene un gran capítulo que aborda la configuración de la lucha lésbica, las tensiones entre las feministas heterosexuales y las lesbofeministas, y las coaliciones entre ellas y las agrupaciones gay.
Durante este trabajo también dialogué con dos compañeros de la Rioja (provincia de Argentina). Allí no hay mucha visibilidad del activismo LGBT y pensé que mi libro serviría para eso. Siento que acá en Buenos Aires hay mucho ‘ombliguismo’ y esto hace que se pierda la noción de las memorias locales de otras regiones. Estamos encerrados en nuestras propias pujas.
Volver a Carlos supone también tener miradas más centradas en las coyunturas y en las personas. Por ejemplo, tenemos el caso de Ilse Fuskova, activista lesbiana-feminista. Cuando ella viajaba a otros países, en lugar de comprar carteras buscaba textos que todavía no habían llegado acá. Los traía y los traducía del alemán, inglés y francés sin que nadie se lo pidiera. En ese momento no existía el mundo virtual y todo era muy difícil de conseguir. Las primeras agrupaciones lesbianas se alimentaron de los textos que aportó Ilse. Los gays reconocen que tienen grandes deudas con el feminismo. Ellos tenían algunas nociones de acción, pero pensaron lo que significa el patriarcado, la heterosexualidad obligatoria y la opresión gracias a la lectura y discusión con el feminismo, con Foucault y con las grandes corrientes marxistas de pensamiento teórico y político.
¿De qué modo Jáuregui hizo esa articulación con otros movimientos sociales?
Carlos fue un una persona de movimiento. A partir de su condición de hombre gay se articuló con el resto del movimiento, él sumaba. Carlos rompía fronteras, él no era perro de caza, es decir, no cuidada un territorio como ahora, que hay controles sobre quién sos, de dónde venís, por qué estás en determinando lugar. Tenía ese gran olfato de referente político que se hizo muy fuerte en los años noventa en pleno momento de lucha anti–menemista. Él se articulaba no solamente con la comunidad homosexual, también lo hacía con otras causas y con otros espacios que se iban abriendo. Ese fue un momento muy especial de la Argentina. El escenario político guarda mucha relación con este modo de articulación, pues teníamos un gran enemigo común, que era el modelo de las políticas neoliberales y la expoliación del Estado.
¿Cuáles son esos momentos de la historia del movimiento LGBT de Argentina que tienen la marca de Carlos?
Prefiero no hablar de la Argentina porque, la verdad, mi militancia es en Buenos Aires, al igual que Carlos. Por eso me parece prepotente querer hablar de toda la Argentina cuando uno no sale de la Capital Federal. Creo que nosotros damos por sentadas algunas cosas que aún no han ocurrido en varias regiones del país; en ese sentido soy más bien ‘situacionista’. Tenemos que tener cuidado porque no sabemos si la realidad de la que hablamos como ‘Argentina’ tiene que ver con la situación de provincias como Formosa, La Rioja o Santiago del Estero.
Carlos pensaba que era necesario establecer un diálogo entre todas las regiones y entre los distintos movimientos sociales. Desde el primer momento consideró que el feminismo era la herramienta fundante para entender procesos identitarios. Siempre dialogó como pudo y como pudimos las feministas en ese momento. Particularmente, 1994 fue un año de gran articulación a raíz de la reforma constitucional. Carlos apoyó el posicionamiento de las feministas en contra de la cláusula antiaborto que estaba implementando el Opus Dei desde el gobierno de Menem y ayudó a fortalecer el movimiento de mujeres autoconvocadas (colectivo de mujeres a favor de la despenalización del aborto).
Carlos también dialogó con las travestis. Las primeras travestis vinieron de la Iglesia Metropolitana, las acercó el Pastor González. Tanto Carlos como Marcelo Ferreyra comenzaron a entender que existían otras realidades. El binarismo en el movimiento era muy fuerte en ese momento. Al llegar las primeras travestis, Carlos las convocó para que se organizaran y se reconocieran como tales, para que discutieran. Después estos debates llegaron al movimiento, donde ellas mantuvieron sus voces. Al igual que Ilse y Alejandra Sardá, Carlos nunca habló en representación de otros. Ellos no pretendían que todos estuvieran juntitos agarraditos de las manos, querían que cada uno tuviera su independencia, sus especificidades, darle espacio a los otros y a las otras. Me parece que la marcha del Orgullo es el momento de articulación, primero, entre gays y lesbianas, y después, entre gays, lesbianas, travestis y transexuales.
En este sentido, el cambio de fecha de la marcha también fue importante. En lugar de realizar la marcha el 28 de junio, se llevó a cabo en noviembre, mes en el que apareció la revista Somos del FLH (Frente de Liberación Homosexual). La mayor parte de la gente que asistía a las marchas era vulnerable, muchas vivían con VIH/Sida. El frío de junio las afectaba, sobre todo porque la marcha era a las seis de la tarde, de noche. Con el ingreso de las travestis inició un clima de mayor festividad. El verano era mucho más cálido para la manifestación de esas expresiones. Carlos insistía en que la visibilidad no sólo debía ser mediática, apostaba también a las marchas en la calle y a la visibilidad a través de la escritura. Estas formas de decir “aquí estamos” como la acción directa y el juego, porque eran momentos muy lúdicos, fueron prácticas de visibilidad que dejaron huellas.
La lucha contra la discriminación fue otro tema ‘paraguas’ (abarcador) del que Carlos se valió para trabajar con grupos que no podían entrar a otros espacios. Él dialogó con el movimiento estudiantil y organizó las jornadas “somos iguales, somos diferentes”, con organismos de derechos humanos y con las víctimas del gatillo fácil (abuso policial con armas de fuego). Para él todo sumaba, sus gestos siempre fueron generosos.