La visión de las metrópolis como escenarios de construcción de diálogo e interlocución democrática, donde hombres y mujeres puedan ejercer su libertad y ciudadanía, parece sumarse al conjunto de promesas de la modernidad que quedaron indefinidamente postergadas. El uso diferenciado de las ciudades del siglo XXI por parte de sus habitantes no sólo refleja, sino que contribuye a profundizar la desigualdad. No todos disponen de los mismos recursos materiales y simbólicos para apropiarse de las ciudades y transformarlas según sus deseos e intereses. Las restricciones adquieren un peso particular para los grupos más vulnerables y marginalizados. La segregación incide fuertemente en la calidad de vida urbana y los derechos de la ciudadanía.
A pesar del crecimiento del empleo formal, del aumento sostenido del PIB y de mejores niveles de educación, en las urbes latinoamericanas, es persistente también el aumento de la violencia. En la década de 1990 la región se ubicaba en el segundo lugar de la escala de las áreas más violentas del mundo, con tasas de homicidio que prácticamente duplicaban los promedios mundiales, señala Lucía Dammert (2004). Estudios recientes como el de Roberto Briceño-León (2007) sostienen que se trata de la región más violenta del mundo en criminalidad urbana. La violencia en las ciudades impacta de forma ostensible la vida de sus habitantes, afecta la cotidianidad de las personas, pone límites a la libertad y a los derechos.
En toda la región la violencia contra las mujeres en lugares públicos adquiere niveles similares a los que tienen lugar puertas adentro. La agresión física, el acoso sexual, las violaciones y asesinatos parecen formar parte del proceso de crecimiento de las ciudades. Se tornan necesarios datos desagregados por sexo que den cuenta del modo diferenciado en que dicha violencia afecta a hombres y mujeres. Ciudad Juárez se ha transformado en emblema de la violencia pública contra las mujeres. Allí numerosos homicidios sin resolver han tenido gran impacto mediático. El estado de Chihuahua, al que pertenece Ciudad Juárez, en 2004 ocupó el sexto lugar del país en cuanto a tasa de homicidios de niñas y mujeres, afirma la feminista mexicana Marcela Lagarde (2008). Frente a ese panorama desde los años noventa se ha planteado la importancia de garantizar el derecho de las mujeres a vivir en ciudades más equitativas, democráticas e inclusivas. Para lo cual resulta fundamental incluir la perspectiva de género en la planificación urbana, tanto de gobiernos como de la sociedad civil.
Para abordar estas cuestiones el CLAM entrevistó a la arquitecta Olga Segovia, investigadora de SUR, Chile, y ex coordinadora del Programa Regional "Ciudades sin Violencia hacia las Mujeres, ciudades seguras para todas y todos". El programa, implementado entre 2006 y 2012, busca “contribuir a la reducción de todas las formas de violencia contra las mujeres en las ciudades a través de la promoción de una ciudadanía activa y el desarrollo de agendas públicas y sociales que generen condiciones para la convivencia pacífica”. Se llevó a cabo en 7 ciudades de la región: Bogotá, Rosario, Santiago, Guatemala, El Salvador, Recife y Lima, coordinado por UNIFEM Brasilia y Cono Sur (actual ONU Mujeres), financiado por AECID e implementado por la Red Mujer y Hábitat de América Latina.
La experiencia muestra cómo el espacio público sigue siendo masculino y el modo en que las mujeres han sido históricamente excluidas del mismo. Su ingreso como actor público, como ciudadana, es una “irrupción” producto de sus luchas. ¿Cómo viven las mujeres las ciudades del siglo XXI en comparación con los hombres?
Reafirmando que las ciudades no son iguales para hombres y mujeres, agrego que tampoco lo son según otras características como la edad, la raza, la etnia o la orientación sexual. Las mujeres han vivido el espacio urbano o el territorio de manera diferente que los hombre siempre; no sólo en el siglo XXI. Los hombres tienen una aproximación del espacio desde la conquista del territorio, mientras que las mujeres están más vinculadas al hábitat privado. Eso es histórico. Si en la actualidad, la salida de la mujer al espacio público ha implicado un mayor uso de la ciudad, con la posibilidad de trasladarse y recorrerla, a la vez ella continua a cargo del espacio privado. Eso marca una manera diferente de vivir la ciudad. El espacio público sigue siendo masculino y las mujeres lo que persiguen es un espacio para el ejercicio de una ciudadanía activa y de participación. Esto no quita que las mujeres, en general, se culpabilicen si algo malo les sucede en el espacio urbano. La internalización cultural del espacio público o urbano como masculino, y por ello vedado para las mujeres, contribuye a que se sientan responsables cuando son víctimas de algún delito en la vía pública, por circular en horarios considerados socialmente inapropiados o con determinada vestimenta.
El temor de las mujeres a transitar libremente por la ciudad produce una suerte de "extrañamiento" respecto del espacio en que circulan, el uso y disfrute del mismo. En tales circunstancias, algunas mujeres desarrollan estrategias individuales o colectivas que les permiten superar los obstáculos para usar las ciudades y participar de la vida social, laboral o política. En otros casos, simplemente se produce un proceso de retraimiento del espacio público, el cual se vive como amenazante, llegando incluso hasta el abandono del mismo, con el consiguiente empobrecimiento personal y social.
En el caso de Santiago, hay una investigación sobre la ciudad y la violencia en la calle y en la casa que da cuenta de esta realidad. Se estudiaron tres sectores: El Castillo en la comuna de la Pintana que es un sector muy precario, emblemáticamente en la periferia y con muchos problemas de violencia; la Florida que es un sector característico de clase media, y la Dehesa que es un sector alto en condominios cerrados. La estructura de la ciudad segregada va generando guetos de todo tipo y fomenta un nivel de relación de mucha tensión. En el caso de la Pintana, las mujeres tienen una violencia asociada al tema del microtráfico de drogas, de embarazos adolescentes que lleva asociadas muchas complicaciones y relaciones violentas. En La Florida hay mucho estrés por el costo de la vida, las distancias y la mantención de la casa. Y en los sectores altos está la imagen, el estatus, donde las mujeres jóvenes profesionales no trabajaban porque deben cuidar la casa. Se comprobó que en las tres partes hay violencia asociada en diferentes manifestaciones y situaciones.
Las encuestas realizadas por la Red Mujer y Hábitat de América Latina, muestran que el temor es mayor en las mujeres que en los hombres, pese a que la violencia en las calles los afecta primordialmente a ellos. ¿A qué se debe esto?
Estos miedos, que refieren a las construcciones históricas y culturales del “ser mujer”, contribuyen a debilitar la autoestima femenina y ahondan los sentimientos de inseguridad, a la vez que operan en una suerte de fortalecimiento de las dependencias y debilitamiento de las ciudadanías, al retransmitirse en el entorno familiar, barrial, social. De esta forma contribuyen, casi sin que se lo perciba, a un proceso circular y de retrocesos, de producción y reproducción de viejas y nuevas subjetividades femeninas en las cuales se expresa el temor y las mujeres se vinculan a él.
Lo que preocupa es, justamente, la pérdida del valor de socialización y ejercicio de la ciudadanía. El espacio público, las calles, las plazas, los lugares de recreación, particularmente en determinadas horas, pierden la vitalidad urbana potenciadora de las interrelaciones, de la socialización, del tejido social y del ejercicio de ciudadanía. Estas transformaciones y abandono de los espacios públicos de las ciudades afectan en particular a las mujeres, que viven el temor independientemente de su condición social o su situación residencial, porque en ellas el miedo precede o acompaña a las violencias. Aun así, las mujeres salen a trabajar, incluso recorriendo territorios que se tornan en trampas reales para su integridad, o percibidas como tales.
Se comprobó que las mujeres que tienen más acceso a educación y trabajo usan más los servicios, temen menos hacer uso de la ciudad. En la medida que una persona usa un espacio público, el resto se suma. Hay un tema de funcionamiento y de diversidad que es fundamental para que las mujeres se apropien más de la ciudad.
¿Cómo impacta la violencia de manera diferenciada a las mujeres? ¿Cómo limitan su vida en espacios públicos?
Las canadienses aportaron con elaboraciones sobre las consecuencias de las inseguridades de las mujeres, señalando las limitaciones que les imponen en el uso y disfrute de las ciudades, entre las cuales destaco: miedo a circular libremente a cualquier hora, es decir, restricción de la movilidad. Otro aspecto son los obstáculos a la participación en la vida social: actividades físicas y de esparcimiento, estudios, trabajo, activismo social o político. También falta de confianza en sí mismas, falta de autonomía. La percepción de un mundo exterior amenazado y peligroso, es decir la desconfianza, así como el aislamiento son otras consecuencias de las inseguridades de las mujeres.
Eso no quita que las mujeres pongan en práctica innumerables estrategias de autoprotección, que limitan gravemente sus libertades y autonomías personales. Muchas nunca salen de noche solas. Esta es una actitud defensiva limitante de su autonomía, que puede llegar a ser tan victimizadora como el delito mismo. Hicimos hace poco un curso con la Policía de Investigaciones de Chile debido a la violencia en el norte del país en un territorio llamado Alto Hospicio que tiene antecedentes serios de violencia contra la mujer, con denuncias graves que han sido difundidas en la prensa. Es un sector muy complicado y las mujeres prácticamente no salen de sus casas. En este sector en particular existe una restricción extrema del uso de la ciudad, del espacio público. Si caminas por un barrio en el que no hay mujeres y niños, te encuentras con un indicador clave respecto de la percepción de violencia. En Santiago de Chile, por ejemplo, la percepción de riesgo que comunican las mujeres se vincula tanto a las condiciones físicas de los conjuntos de vivienda social como a su ambiente social. Así, el miedo como emoción que orienta la conducta de los adultos repliega a las niñas y niños hacia el espacio manejable y restringido de la vivienda. El corolario del miedo es el encierro, la pérdida de libertad; también la restricción de las posibilidades de juego y esparcimiento de los menores. En este marco, se reduce y acota la posibilidad de ‘descubrir el mundo", de que se produzca esa apertura hacia los otros que va paralela a la exploración del entorno, de dar cauce al desarrollo de la sociabilidad.
Muchos autores sostienen que la fragmentación urbana que se evidencia en los países en vías de desarrollo está vinculada directamente al gran impacto de la globalización y las políticas neoliberales sobre una estructura urbana y social previa individualista y de gran desigualdad. En este contexto, ¿de qué manera las mujeres consiguen apropiarse, usar y vivir las ciudades?
Es difícil. Uno de los grandes problemas es que la cultura asociada a este modelo establece que debes resolver tus problemas aislado, en tu casa, sin ayuda. Una forma que hemos impulsado y que ha tenido resultados positivos es trabajar con organizaciones de mujeres y dar visibilidad a sus logros. ¿Cómo revertir esta ideología individualista y temerosa que restringe y genera una educación en niños y niñas que se repite? Para hacerlo es fundamental usar los espacios públicos y que las organizaciones de mujeres tengan voz en los proyectos locales. Nos interesa poner en debate la cuestión del espacio público, de lo público y lo privado como dimensiones políticas. Una ciudad donde las mujeres se apropien de sus derechos y recuperen las calles, extendiendo el discurso de reconocimiento de los derechos a otros colectivos excluidos.
¿Qué trae de nuevo el programa "Ciudades sin Violencia hacia las Mujeres, ciudades seguras para todas y todos"?
El Programa logró instalar otras dimensiones de la temática de la violencia desde el punto de vista de la violencia urbana, entendida como seguridad ciudadana. Éste es un concepto que se ha usado en los últimos años, y se ha definido como la seguridad ante la delincuencia, el delito o la violencia urbana en todas sus manifestaciones. El programa introdujo la violencia de género como un eje que cruza la violencia urbana. Nuestra mirada buscaba enfocar la violencia hacia las mujeres basada en género con una perspectiva más de ciudad, de hábitat donde transcurre la vida de las personas, y donde, por lo tanto, deberían existir condiciones para garantizar la seguridad.
La apuesta por ciudades más seguras llevó implícita como condición fundamental la erradicación de la violencia contra las mujeres, su empoderamiento y la promoción de sus derechos como ciudadanas. Se identificó como problema central la creciente violencia que se ejerce contra las mujeres y su inseguridad en los espacios públicos y privados. Se apuntó, y se sigue haciendo, a formular políticas públicas participativas con perspectiva de género que contribuyan garantizar mayor seguridad y convivencia en los espacios urbanos. Estas políticas así concebidas tienen alta incidencia en la prevención de la violencia contra las mujeres y la percepción de seguridad.
¿Cuál fue su impacto?
Se avanzó en varios terrenos, uno de ellos fue el de generar conocimientos e innovación. Un ejemplo lo constituye el Observatorio Regional Ciudades, Violencias y Género, que se propone dar cuenta de la evolución y diversificación de la violencia de género, y generar análisis y propuestas para el diseño de políticas públicas. Su enfoque considera central la dimensión territorial y espacial tanto de los hechos de violencia como de las medidas para prevenirlos. Otro avance significativo fue la sensibilización, capacitación y formación de actores a través de campañas de sensibilización pública por el derecho de las mujeres a la ciudad y a una vida libre de violencias. En forma conjunta se implementaron propuestas innovadoras en diversas ciudades de la región, en colaboración con gobiernos y organizaciones de mujeres. Y por último, se fortalecieron alianzas con redes de mujeres y feministas y se aumentó su capacidad de incidencia en las agendas sociales y de gobierno a nivel local, nacional y regional. Se logró instalar en las agendas sociales y políticas la problemática de la seguridad de las mujeres en las ciudades, se institucionalizaron propuestas, las mujeres de la comunidad se constituyeron en algunos casos en grupos organizados y son reconocidas en su diálogo con los gobiernos locales y la comunidad.
¿En qué consiste el éxito de una experiencia?
Destaco tres experiencias significativas de Ciudades Seguras en los países de la región en términos de su impacto, visibilidad, trabajo con ciudadanía o gobiernos locales. La primera fue una experiencia de incidencia en la política de seguridad ciudadana en Rosario, Argentina, a partir de la alianza con un actor identificado como estratégico: la Guardia Urbana Municipal (GUM), cuya función es resolver conflictos en la vía pública. Luego de un período de capacitación al personal de la GUM, se construyó elProtocolo de actuación de la Guardia Urbana Municipal para prevenir y atender situaciones de violencia y maltrato hacia las mujeres en la ciudad. Actualmente el Área de la Mujer y la GUM trabajan de forma articulada y los y las agentes de la GUM están en condiciones de observar las situaciones de violencia hacia las mujeres con otros recursos cognitivos y afectivos, y las mujeres reconocen al agente como un actor social a quien acudir en caso de situaciones de violencia.
La segunda experiencia fue en Bogotá y tiene que ver con el empoderamiento de las mujeres para la incidencia política. En 2010, Alcaldía Local de Usaquén, crea el Consejo Local de Seguridad de Mujeres. Este Consejo, presidido por el Acalde Local y con la participación de las distintas instituciones locales competentes en el tema de seguridad, propuso como su principal función el abordaje y seguimiento de políticas y acciones desplegadas en torno a la seguridad para las mujeres, destacando su incidencia en el Plan Integral de Seguridad Local de Usaquén. Este proceso, que constituye un valioso aprendizaje, provee herramientas para su replicabilidad en otras ciudades, ha permitido fundir un enfoque diferencial de género con las políticas públicas locales de seguridad, mejorando la participación de grupos de mujeres y su interacción con el gobierno local y sus instituciones.
Por último, está la experiencia de Recuperación de Barrios desde un enfoque de seguridad y género en Chile. El propósito de esta iniciativa fue generar propuestas de desarrollo urbano integral que surgen del trabajo conjunto de la comunidad, los gobiernos locales y el gobierno central. La experiencia posibilitó fomentar el ejercicio de los derechos ciudadanos de las mujeres en un ambiente urbano no violento, como contenido programático de la política urbana. Se realizaron seminarios-taller en las regiones de Coquimbo, Los Lagos y Arica-Parinacota. En estos encuentros se produjo un intercambio de experiencias nacionales e internacionales en torno a los temas de violencia hacia las mujeres, seguridad urbana y convivencia en barrios vulnerables, las cuales fueron analizadas con vecinos y vecinas, dirigentes barriales, equipos técnicos e invitados internacionales.
¿Cómo se puede avanzar en políticas públicas que contribuyan al desarrollo de ciudades y territorios de mayor inclusión y respeto a las diversidades? ¿De qué modo se podría garantizar la seguridad de las mujeres a través de políticas públicas sin minar el ejercicio de sus derechos, libertades, y autonomía?
Hay que ver qué hacen los gobiernos locales, el gobierno central, los ministerios de viviendas de cada país. Pero por sobre todo, hay que partir de no privatizar más el espacio público e impulsar una política de fortalecimiento del mismo en el sentido de adecuar y habilitar más espacios más amables. Está comprobado que las políticas de mano dura y de mayor restricción y penalización no funcionan. Más control ciudadano y más control social permite que las ciudades sean menos peligrosas. No dejar el espacio abandonado, y usarlo no sólo desde la perspectiva física y espacial, sino también de la gestión, irá generando la posibilidad de erradicar el abandono, el temor y mal uso.