Verena Stolcke es catedrática y profesora titular del Departamento de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona. Durante su trayectoria profesional, que incluye trabajos en Cuba, Brasil, Inglaterra y España, se ha preocupado por temáticas de nacionalismo, racismo, ciudadanía, género y nuevas tecnologías reproductivas. Sus áreas principales de docencia e investigación están relacionadas con la teoría crítica, el pensamiento antropológico y la antropología del género. Actualmente dicta un curso de doctorado sobre la formación de la sociedad colonial americana, dando un énfasis especial a las intersecciones de clase, raza, género y sexualidades.
El trabajo que usted desarrolló en Cuba fue pionero al integrar, con rigurosidad historiográfica, una perspectiva de género con los estudios antropológicos acerca de la jerarquía social, la virtud sexual de las mujeres y la honra y al relacionar la moral familiar con la reproducción del Estado. ¿Qué la llevó a establecer esas conexiones? ¿Hay en ese recorrido marcas de su trayectoria personal?
Mi estudio de la sexualidad y el racismo en la Cuba colonial fue mi tesis doctoral. En esa época yo era una antropóloga muy joven pero tenía dos preocupaciones personales. Nací en Alemania en la semana en que el régimen Nazi anexó Austria y pasé la guerra allí hasta que mi familia emigró a Argentina en 1947. Como mucha otra gente de mi generación sólo poco a poco supe del Holocausto. Gracias a los documentos históricos sobre la sociedad esclavista cubana, la regulación endogámica de los matrimonios y la prohibición de matrimonios entres personas blancas y negras, descubrí no sólo qué es el racismo en tanto doctrina que ha sido empleada para justificar la explotación extrema y hasta el exterminio de unos seres humanos por otros, sino que éste suele estar vinculado con la dominación y el control de los cuerpos y la sexualidad de las mujeres. Hay que tener en cuenta que presenté mi tesis en 1970, la edición inglesa del libro data de 1974, en los primordios del feminismo. Para leer los documentos históricos me sirvió sobre todo mi inquietud como persona que había nacido en Alemania y como joven mujer. Es muy cierto que, como alguien escribió, “en toda teoría hay algo de biografía”.
Tanto en su trabajo sobre Cuba colonial como en investigaciones posteriores, usted ha explorado la intersección entre clase, ‘raza’, género y sexualidad, temática que retomó en la conferencia que dio recientemente en la Reunión de la Asociación Brasileña de Antropología. Usted plantea que no se trata de efectos yuxtapuestos, sino que interactúan conformando jerarquías sociales específicas. Háblenos por favor de las ventajas metodológicas y teóricas que implica analizar los fenómenos sociales a partir de tales cruces.
Lo que ahora se denomina intersección es una cuestión espinosa. Creo que sólo es posible descubrir hasta qué punto y cómo se constituyen de modo recíproco desigualdades de clase social y las ideologías que son genealógicas como la racista, los nacionalismos, los fundamentalismos, dando atención también a los sistemas de control de los cuerpos y la sexualidad de las mujeres por “sus” hombres, mediante la investigación histórica. Hace poco escribí un artículo con el título alusivo “A new world engendered” –jugando con la polisemia del verbo engender, que en inglés quiere decir ‘engendrar’, pero también podría leerse como ‘embutir el género’– sobre la construcción de (the making of) los imperios transatlánticos ibéricos en los Siglos XVI a XIX”. Allí traté de hacer visible ese complicado y dinámico entramado entre la razón del dominio colonial y los mecanismos de su reproducción. La pregunta fundamental que nos tenemos que plantear siempre se refiere a cómo se conciben las personas y su reproducción en tanto que agentes sociales en diferentes contextos históricos.
El texto citado por la Profesora Stolcke será publicado en portugués en un número especial de la revista Estudos Feministas (2006, vol. 14, num. 1, en prensa), que compila un conjunto de trabajos presentados en el Seminario Raça, sexualidade e saúde: perspectivas regionais, organizado por el CLAM/IMS/UERJ, FIOCRUZ y CEAB/UCAM en 2004.
Para los criterios de segregación social sancionados en las colonias ibéricas americanas, usted planteó en su investigación sobre Cuba colonial una distinción clara entre la doctrina de la “pureza de sangre”, propia del pensamiento del medioevo tardío, y la racial, categoría moderna introducida en el Siglo XVIII. Háblenos por favor de las lógicas que definen ambos modelos en la reproducción de desigualdades.
Al respecto debo decir que yo misma cometí el error del “presentismo” en mi artículo titulado “Is sex to gender as race is to ethnicity?” (¿Es el sexo al género como la raza a la etnicidad?) y es una cuestión que ahora critico. Gracias a una investigación que hice a finales de los años 80 sobre las nuevas retóricas de exclusión de los inmigrantes extra-europeos que la clase política desarrolló para justificar el cierre de las fronteras de la Unión Europea, me di cuenta de que, como un colega sociólogo señaló en aquella época, “no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que huele mal es racismo”. Esa experiencia me hizo revisar mi interpretación de los soportes ideológicos de la sociedad colonial americana. En efecto, no tiene sentido interpretar el sistema de clasificación social apoyado en la doctrina de “limpieza de sangre”, de procedencia peninsular, en términos de la moderna categoría de “raza”, que es introducida sólo hacia inicios del siglo XVIII por los filósofos naturalistas europeos. El hecho de que el criterio de “limpieza de sangre” se refiriese a la calidad moral y religiosa de las personas y colectivos sociales no significa que fuera menos discriminador para la población mestiza, mulata y negra en las colonias, sino que respondía a la visión del mundo de una época en que la política y la religión no se podían separar. Pero cabe notar que ambas doctrinas si tenían algo en común: una lógica genealógica que hacía depender la condición social de la filiación. Y esa lógica, a su vez, tenía consecuencias profundas para la reproducción y la vigilancia de la sexualidad de las mujeres.
Coméntenos por favor cuáles cree usted que son las principales diferencias y similitudes entre las colonias españolas y portuguesas, respecto al triángulo raza, sexualidad y orden social ¿Qué se puede leer de esta diversidad a partir de la historiografía hecha en ambos contextos?
Lo que he descubierto al tratar de comparar, por cierto de manera muy superficial, el mundo hispanoamericano con aquel que “el portugués creó”, es que una comparación seria está pendiente y es urgente. Además me sorprendieron los distintos acentos puestos por los(as) historiadores(as) y antropólogos(as) en los dos casos. La historiografía sobre la formación de la sociedad colonial hispano-americana y su reproducción ha enfocado sobre todo las normas y prácticas matrimoniales y extra-matrimoniales. En el caso del Brasil, en cambio, los análisis de documentación que dejó, por ejemplo, la Inquisición se centran en lo que era tenido como “aberraciones sexuales”, tales como la sodomía. Me intriga esta aparente diferencia de mirada.
En la colonia, la unión entre lo que se denominó en la época “castas” diferentes atentaba contra la pureza, el honor familiar y el orden del Estado ¿Sería lícito trazar un paralelo de esa realidad histórica en relación a la situación actual de las uniones interraciales en países cuyas sociedades velada o explícitamente practican discriminación racial?
En primer lugar hay que tener cuidado con el término “casta”. Ni está nada claro su origen ni su significado. Creo que los famosos “cuadros de castas” de México de la segunda mitad del XVII han dado pie a una indebida generalización de la noción. Ahora bien, en lo que se refiere a los matrimonios en sociedades desiguales habría que ver cuáles son los criterios de descalificación socio-económica y política y cuál es el grado de control reproductivo. El matrimonio es sin duda una estrategia de movilidad social. Pienso en el caso brasileño, en la tendencia que tienen muchos hombres afrobrasileños bien situados socialmente de contraer matrimonio con una mujer blanca.
Además de su interés por problemáticas de raza, clase y género a lo largo de toda su trayectoria académica, es posible leer una preocupación por el papel de las mujeres en las sociedades, en este caso las Latinoamericanas. Su investigación en Brasil es una evidencia de tal preocupación. En ella, usted analiza las relaciones de género, familia y explotación del trabajo en un período más reciente. ¿Cómo fue su experiencia de trabajo etnográfico en Brasil?
Comencé a dar clases de antropología en el IFCH de la Unicamp en 1970, por cierto junto a Antonio Augusto Arantes y Peter Fry. Fue una época paradójica y emprendedora: los gobiernos militares y la creación del programa de Antropología Social en la Universidade Estadual de Campinas. Éramos muy jóvenes y llenos(as) de curiosidad y vitalidad. De mi formación en Antropología Social en la Universidad de Oxford me quedaba la espina de no haber cumplido con el “rito de pasaje” del trabajo etnográfico para mi tesis doctoral. Al lado de la Unicamp había una enorme hacienda de café. Estaba buscando un proyecto de investigación nuevo y fui a visitar la hacienda un día. Me encontré con una cuadrilla de mujeres jornaleras trabajando en el cafetal; eran unas cincuenta mujeres de diversa edad. Fui a hablar con ellas. Mi portugués era aún precario y no hablaba caipira. Pero me recibieron muy bien, ahí en medio de las “ruas de café”, a lo largo de los seis años de trabajo de campo nos llegamos a conocer muy bien; se reían bastante de mí. Me di cuenta muy pronto de que la experiencia de las trabajadoras era específica, que el trabajo era todo menos una vía de liberación para ellas, que en el trabajo se escabullían del control del “turmeiro” cuando podían, que no eran “sumisas” como se suponía en la época, pero que, no obstante, consideraban su trabajo como secundario en relación al de sus hombres, una mera ayuda para la familia. Quería descubrir también cómo estas mujeres habían llegado a ser “boias frías” (asalariadas temporarias). Así escribí una antropología histórica del café en São Paulo, la introducción de trabajadores libres inmigrantes, los cambios en los sistemas de explotación de mano de obra, su vinculación con la estructura familiar y las relaciones de género, desde 1850 hasta 1980, destacando el papel de las mujeres.
¿Cuáles son los temas de investigación que viene trabajando recientemente?
Aunque investigo varias cuestiones todas tienen un común denominador: los modos históricos en que se vinculan formas de desigualdad social, sus racionalizaciones ideológicas y los conceptos de sexo-género. Estoy reconstruyendo, por un lado, la controversia suscitada por la UNESCO a inicios de los años 50 entre científicos sociales y biólogos, sobre la categoría “raza”. Llama la atención que los biólogos de hecho recuperan la realidad ontológica de la “raza” inmediatamente después de la segunda guerra mundial. Por otro lado, he retrocedido en la historia colonial hispano-americana para examinar cómo se crean las “nuevas gentes” de América. He mostrado, parafraseando a Simone de Beauvoir, que “los mestizos no nacen, sino que se hacen”. Queda patente el poder performativo de las palabras pues es la denominación “mestizo(a)” que institucionaliza la desigualdad social entre sus madres indígenas y los padres europeos. Y desde los años 80, cuando nació Louise Brown, la primera bebé engendrada in vitro, estoy analizando “el sexo de la biotecnología”.