Más que una respuesta natural ante las enfermedades de transmisión sexual, el miedo al sexo, a la muerte y a la degradación moral de la sociedad han constituido un elemento central en la lucha contra estos males, cuya historia dista de ser reciente. Tampoco son nuevas las estrategias asociadas a esta empresa que mediante la segregación, la moralización de las enfermedades y la criminalización de los enfermos, busca liberar a la sociedad de un mal que parece amenazar con la destrucción del orden social.
Pese a las grandes diferencias que guardan entre sí, el Sida y las otrora “enfermedades venéreas” son cada una a su modo asociadas con personas a quienes se atribuye una vida sexual desordenada. Los significados sociales y culturales que construyen la experiencia social de la enfermedad y las legislaciones orientadas a detener su expansión revelan notables permanencias a lo largo de más de cien años, afirma la antropóloga Claudia Rivera Amarillo. No obstante su popularidad, ninguna de estas medidas ha demostrado ser efectiva en el control de enfermedades asociadas al sexo, aunque sí han contribuido a la estigmatización y discriminación de grupos como las personas negras, las prostitutas y los hombres homosexuales, señala.
En su disertación de maestría en Historia Social de la Universidad Federal de Río de Janeiro, Rivera Amarillo se aproxima a la lucha antivenérea en Río de Janeiro entre 1940 y 1965, en un momento de importantes transformaciones relacionadas con la pérdida de legitimidad de la eugenesia y la aparición de medicamentos como la penicilina.
En entrevista con el CLAM, la investigadora colombiana habla del impacto de la lucha antivenérea en la regulación de la sexualidad y reflexiona en torno a su legado en el combate actual de la epidemia del VIH/Sida.
¿Cómo se desarrolló la lucha antivenérea en Río de Janeiro entre los años 40 y 60?
La lucha antivenérea de estas dos décadas estuvo marcada por transformaciones muy profundas; principalmente por la producción de la penicilina a gran escala y la consolidación de la industria farmacéutica. Estos cambios se dieron en un momento en el cual las enfermedades venéreas estaban recibiendo una gran atención por parte de los gobiernos y de los sistemas médicos en todo el mundo, siendo consideradas como una gran amenaza para las poblaciones. La lucha antivenérea alimentó, junto con otras especialidades y prácticas médicas, la construcción de redes globales que tendrían como punto álgido la creación de la Organización Mundial de la Salud en 1948 y, a través de ella, la definición de protocolos de investigación, de atención y de políticas en salud de carácter global.
Si bien estos cambios fueron de gran envergadura, muchas de las antiguas estrategias y prácticas de intervención de las enfermedades venéreas persistieron. Como han señalado varios investigadores, antes de la década de 1940 los discursos de carácter eugenésico primaban no solamente en el área de la salud o en el combate de las enfermedades venéreas sino también en las ciencias sociales, en la pedagogía, en la política, en los marcos jurídicos y legales, permeando la vida de las naciones. Desde la definición misma de identidades nacionales hasta las prácticas profesionales destinadas a la intervención de las sociedades, de ese modo los sectores de la población que no se ajustaban a aquellos ideales eran criminalizados. En el Brasil, en particular, se dice que existió una eugenesia de características singulares, bajo una forma “más suave”, si cabe la expresión, pues no se promulgaron leyes que regularan el ingreso de extranjeros provenientes de América Latina y de África, como ocurrió en países de Europa y en Estados Unidos, donde denotan la fuerza de la idea de la degeneración de la raza.
En Brasil, inversamente, se dio un cierto valor al mestizaje. Con respecto a la sífilis, como indica Sérgio Carrara, algunos médicos afirmaron antes de 1940 que aquella que se transmitía en suelo brasileño era más suave que la europea, llegando a asegurar en algunos casos que tenía una menor tasa de mortalidad. Durante mi investigación encontré que con la unificación de criterios diagnósticos que comienza en la década de 1940 esta preocupación por la intensidad de la enfermedad desapareció rápidamente. La estandarización de las pruebas eliminó ese criterio e hizo que perdiera importancia esa benevolencia atribuida a la sífilis de Brasil.
¿Qué vigencia tuvo el eugenismo en ese período?
La Segunda Guerra Mundial y el rechazo a los horrores del nazismo sellaron el destino de los discursos eugenésicos. Pero una parte de las prácticas y significados discriminatorios, que naturalizaban diferencias sociales situándolas en la biología de los individuos permanecieron: mientras que en los medios escritos muchos se pronunciaron en contra de la eugenesia utilizando con frecuencia un lenguaje aparentemente igualitario, en la práctica se mantenían y aun se fortalecían algunas de las desigualdades que eran criticadas, en parte por la aparición del mercado farmacéutico, en parte por la utilización de las viejas técnicas segregacionistas. Esto se ve reflejado, por ejemplo, en que las prostitutas, consideradas culpables de la epidemia, fueran aún a mediados de siglo y después el grupo mayormente intervenido por los sifilógrafos, que dejaban de lado otros sectores, a pesar de que las cifras que ellos mismos presentaban indicaban que las enfermedades venéreas estaban presentes en todos los grupos sociales y, para el asombro de algunos, la gente parecía estar menos avergonzada de la existencia de estas enfermedades en casa de lo que cabía esperar.
Esas permanencias son visibles también en los artículos de divulgación de resultados de investigación sobre medicamentos, donde es notorio que el primer criterio clasificatorio de los sujetos con quienes se experimenta es el color de la piel, aunque los resultados indicaran que éste no era un parámetro significativo.
En su opinión, ¿cuál es el legado de la sifilografía y de la lucha antivenérea en el combate actual de enfermedades asociadas al sexo? ¿De qué modo cree que influyó el modo de ver y regular la sexualidad?
A mediados de siglo, ante la aparición de una cura sin precedentes en la historia de estas enfermedades, los sifilógrafos se dispusieron a evaluar las estrategias preventivas y terapéuticas del pasado. El autocontrol, la moralización de las costumbres, la separación de las personas de sexualidad dudosa, la creación de tipos penales como el delito de contagio venéreo, la notificación obligatoria del contagio de enfermedades venéreas o la realización obligatoria de exámenes, que ocupaban los primeros lugares en las listas de tareas de los especialistas, debieron cambiar. La emergencia de una cura para las enfermedades con las que se había aterrorizado a la población hizo que el miedo a la enfermedad y a la degeneración dejara rápidamente de ser una buena estrategia. La amenaza se demostraba inútil ante la poderosa penicilina. Junto con los anticonceptivos, los antibióticos contribuyeron a que el miedo al sexo, que en las décadas anteriores fue un elemento central de todas las campañas, comenzara a desaparecer a la par con la especialidad médica, pues la sifilografía, la sifilología y la venereología dejaron de existir en 1965.
En el horizonte parecía dibujarse una sexualidad sin miedo. Por eso, para entender y controlar el instinto sexual, el deseo y el placer, los médicos debían valerse de otros medios, lo cual hizo que la medicalización de la sexualidad se transformarse. Podría decirse que la lucha antivenérea contribuyó también a que la medicina enfocada en el placer tuviese una cierta acogida, pues la contraparte miedosa se esfumaba con los antibióticos y los anticonceptivos. Si bien esa medicina del placer no fue inventada en esa época, su florecimiento fue posible en gran parte por la debilitación del miedo. Además de ello, otras disciplinas como la endocrinología comenzaban a ganar espacio en la literatura especializada en el sexo, dando paso a otro tipo de discursos, a otras retóricas y a otros estilos de escritura, diversificando las formas de hablar sobre el sexo, aunque no necesariamente sus significados. Es como si la sexualidad se regulara no solamente en lo visible, sino también en un nivel microscópico.
¿Qué otras áreas de la vida social fueron afectadas por la aparición de la penicilina y el desarrollo de una industria farmacéutica asociada?
El primer nivel afectado por la producción en masa de la penicilina, iniciada después de la Segunda Guerra Mundial, fue el de las relaciones médico-paciente en su sentido más literal. A este respecto podemos decir que la comercialización de la penicilina permitió en muchos casos cambiar un intermediario por otro, al reemplazar al médico por el boticario y el tratamiento prolongado realizado por especialistas por una única inyección. De este modo se podía acceder a una cura barata y rápida sin tener que revelar a un médico su condición, pudiendo de este modo ahorrarse el sonrojo y la consulta. El miedo y la vergüenza que mediaban esta relación entre especialista y enfermo podían ser suprimidos al eliminar el acto mismo de visitar al especialista y confesar la enfermedad, incluso evitando otros mecanismos de regulación como la notificación obligatoria. Así, no solamente el médico quedaba excluido, sino también los demás personajes relacionados con la criminalización de los enfermos. Confesar prácticas riesgosas y vergonzosas se hacía innecesario.
De este modo, la penicilina marcó el regreso de la privacidad a una enfermedad considerada como un grave problema público. Eso no significa que la experiencia de la enfermedad venérea fuera privada; por el contrario, hay una cantidad de circuitos de carácter público que están siempre envueltos en estas enfermedades, siendo el sistema médico apenas el primero de ellos. Como decía al comienzo, también el sistema educativo, el científico-investigativo, el judicial y policial, el gobierno, la religión y en tiempos relativamente recientes los medios de comunicación, todos ellos intervinieron y produjeron saber sobre las enfermedades venéreas. Lo que quiero decir con esta vuelta de la privacidad o al menos de una parte de ella es que una persona contagiada en los años cincuenta y sesenta podía en algún momento darse el lujo de curarse guardando el secreto de su contagio.
¿Y el lado público de la enfermedad?
La publicidad de los medicamentos también refleja estos cambios. En las revistas brasileñas de dermatología, a comienzos de los años 1940, la publicidad de los medicamentos contra las enfermedades venéreas tenía, por una parte, recomendaciones de especialistas famosos en el campo, además de imágenes como un esqueleto vestido de mujer sosteniendo una flor entre los dientes, para referirse a estas enfermedades. Ya para los años 1960, se puede ver en la publicidad de los nuevos medicamentos imágenes microscópicas de las bacterias siendo derrotadas por los sueros antibióticos, o de los avanzados aparatos utilizados en los laboratorios del llamado primer mundo, lo que resalta los cambios ocurridos a raíz de la entrada de los laboratorios. El énfasis estaba en el carácter más “científico” de los nuevos tratamientos.
… Y su lado industrial.
En lo que se refiere a la producción de los antibióticos se ven diferencias interesantes. Mientras que en Estados Unidos y Europa occidental el descubrimiento de los antibióticos generó alianzas entre universidades, sectores gubernamentales e industrias de medicamentos, en otros países se ven reestructuraciones de esas alianzas. En el caso de Brasil, y según lo muestran las fuentes también en otros países latinoamericanos como Chile y Argentina, las alianzas entre laboratorios, gobiernos y mercados, tuvieron una distribución diferente. Los bombardeos de los aliados, por poner un ejemplo, provocaron la salida en varios países de los grandes laboratorios alemanes, lo que sumado a la dificultad para adquirir los equipos para la producción de penicilina y a la poca financiación gubernamental para la investigación, llevaron a las instituciones locales a iniciar sus propias experimentaciones, desarrollar estrategias para la producción local de los medicamentos y aún a proponer parámetros de experimentación con algunas diferencias: los aparatos utilizados en el entonces Instituto Oswaldo Cruz eran de factura local, utilizando partes locales, con lo que las redes estratégicas para la producción de penicilina tenían formas diferentes a las usadas en otras partes, reduciendo a la vez las cantidades del medicamento que estaban en capacidad de producir. Las limitadas reservas de penicilina llevaron a los investigadores en Río de Janeiro a utilizar dosis inferiores a las empleadas en Estados Unidos, encontrando que se necesitaban menos cantidades y menores tiempos de tratamiento para tratar la sífilis.
¿Qué nos puede decir sobre la comercialización de medicamentos en esa etapa?
En un nivel más amplio de las relaciones entre médico y paciente, la penicilina contribuyó con la aparición de un mercado farmacéutico y la transformación de los pacientes en consumidores. No es que no existiera una comercialización de medicamentos, pues esta era bastante antigua, sino que se desarrolló un área del mercado en términos mundializados, dominado por unas cuantas compañías multinacionales, compañías con un tipo específico de compradores que contribuyeron a conformar una clase de consumidores. Inclusive, como indica Nancy Tomes, aparecieron asociaciones de consumidores de medicamentos en defensa de sus derechos en países como Estados Unidos. Con la penicilina y otros antibióticos, la medicalización de los contagiados de enfermedades venéreas, y probablemente la de muchos otros enfermos, pues la penicilina en sus inicios fue utilizada para tratar toda clase de enfermedades, se rigió por las normas del mercado en su acepción más simple. En el caso de los tratamientos antibióticos contra las enfermedades venéreas se podría hablar también de un mercado emergente de medicamentos para el sexo, para su disfrute, donde entrarían los anticonceptivos y ya en un período más reciente los medicamentos contra la disfunción eréctil, los tratamientos de hormonas para aumentar el deseo sexual, etcétera. De este modo, la industria farmacéutica y el circuito médico-económico en el que se conecta generó nuevas sujeciones y nuevas resistencias.
En su trabajo analiza la asociación entre enfermedades de transmisión sexual y grupos determinados, como personas negras y mujeres prostitutas, y señala cómo entre las décadas de 1950 y 1960 se vinculó la homosexualidad masculina con el contagio venéreo. ¿Qué elementos operaron en la definición médica de "sujetos contagiantes"?
La asociación entre enfermedades venéreas, personas negras y prostitución, que se evidencia en las estrategias de combate a estas enfermedades a mediados de siglo, viene de las formas en que se representaba la sexualidad de estos grupos de personas. Estas representaciones provenían, entre otras cosas, de los preceptos de la eugenesia. El miedo a la degeneración de las razas y de la sociedad había servido en aquel entonces para justificar la intervención médica y en muchos casos policial sobre las poblaciones que se consideraban degeneradas o focos potenciales de la tal degeneración. Esto lo muestran varios investigadores como Alain Corbin para el caso de Francia comenzando el siglo XX y Judith Walkowitz en la Inglaterra victoriana. En el caso de Brasil, entre otros, Sérgio Carrara para los primeros años del siglo XX y la historiadora Juçara Leite, que hace algunas referencias a la medicalización de las prostitutas en Río de Janeiro a mediados del siglo XX. Lo que muestran las fuentes acerca de la prostitución y la intervención médica es que las prostitutas eran tratadas como el origen mismo de las enfermedades venéreas, sin hacer alusión a la forma en que ellas se contagiaban, por lo cual en muchos casos tratarlas a ellas era el punto central de la profilaxia de estas enfermedades. A través del control del cuerpo de las prostitutas, se pretendía controlar la sexualidad de los hombres que a ellas acudían, que venían a ser el elemento móvil del contagio pues eran quienes transportaban la enfermedad de la cama de la mujer promiscua a la de la esposa fiel, y con ella, a los hijos e hijas que la heredaban. Es interesante ver que a través de la prostitución aparece también la homosexualidad masculina en escena y las prácticas homoeróticas comienzan a ser tema de discusión entre los médicos dedicados al tratamiento de las enfermedades venéreas.
No es que la homosexualidad masculina estuviese ausente de las publicaciones médicas en Brasil y otros países. De hecho, las prácticas homoeróticas entre hombres ya habían cobrado varias páginas de las publicaciones especializadas; en el caso brasileño, en los años 1920 hasta 1950 varios debates en torno a la homosexualidad masculina, su origen y sus características habían tenido lugar. Habían sido tratados como una muestra de la tan temida degeneración de la población, y su deseo había sido ya en estas décadas inculpado de los índices de criminalidad en las ciudades, como recuerda el famoso caso de Febrônio Indio do Brasil, estudiado por importantes investigadores como Carrara y Peter Fry. Ya entonces se había discutido extensamente acerca de las causas de la homosexualidad, hablándose de psicoanálisis, hormonas, biologías. Instituciones como la Marina y el Ejército habían hecho patente su preocupación por las prácticas sexuales entre sus integrantes buscando algún remedio para lo que ellos consideraban una perversión en la misma época en que los sifilógrafos trabajaban en el combate a las enfermedades venéreas.
Al revisar por ejemplo los Arquivos de Medicina Naval de mediados de siglo llama la atención que respecto a la sífilis y la gonorrea, las enfermedades venéreas de mayor presencia entre los cuerpos armados, no se encuentra mención alguna a la homosexualidad, pues los altos índices de contagio bien podrían haber sido utilizados como un medio para culpabilizar y medicalizar aún más las prácticas homoeróticas. Finalmente un médico inglés estableció que existía una asociación entre estas prácticas y el contagio de sífilis ya a mediados de la década de 1950, coincidiendo con un repunte de las cifras en todo el mundo en un momento en que se la daba por derrotada por la penicilina. En Brasil no encontré ninguna asociación entre prácticas sexuales entre hombres y enfermedades venéreas hasta 1965, fecha de cierre de mi investigación por ser el año en que desapareció la sifilografía. Lo que dicen estos médicos es una mezcla de los argumentos usados en los años 1920 y lo que se afirmaba en las publicaciones inglesas sobre la “cuestionable conducta sexual de los acomodados jóvenes de la posguerra”, que no conocieron las privaciones de sus padres. Es una mezcla curiosa, ya que la situación de los jóvenes brasileños era bien diferente: la situación económica no era comparable y la dictadura militar estaba comenzando.
Usted señala varias similitudes entre la lucha contra la sífilis y el combate actual a la epidemia del Sida. ¿Qué elementos comunes destacaría en el combate de estas enfermedades y la representación social de las personas enfermas?
Creo que el VIH heredó muchas cosas de la lucha antivenérea en general, no solo de la sífilis, pues la gonorrea y el linfogranuloma venéreo también aparecían frecuentemente. Lo que encontré en la literatura sobre el tema en revistas médicas norteamericanas, europeas y suramericanas de las décadas de 1950 y 1960 es muy similar a lo que aparecería a mediados de la década de 1980 con las primeras publicaciones sobre el Sida. Para los médicos, la sífilis y el Sida resultaban semejantes pues se trataba de enfermedades con largos períodos de latencia y producían entre sus síntomas lesiones cutáneas, sifilomas en el caso de la primera y sarcomas de Kaposi en la segunda. Además, la intervención de estas enfermedades se desarrolló más intensamente entre personas a las cuales se les atribuía una vida sexual desordenada.
Cabe recordar que los primeros casos de VIH no fueron directamente reconocidos por los médicos como enfermedades de transmisión sexual; me vienen a la memoria la biografía de Eribon y el libro de Guibert sobre Foucault, quien estuvo en sus últimos años aislado en La Pitié-Salpêtrière pues se desconocía aún si la suya era una enfermedad contagiosa. Poco después harían la asociación entre las prácticas homoeróticas entre hombres y la transmisión de esta enfermedad, mortal y temible entonces como lo fue la sífilis unas décadas atrás. Las formas de representar la homosexualidad masculina, la promiscuidad y la perversión que se le atribuyen resultaron ser un notorio punto de anclaje entre la sífilis y el Sida, mostrando la supervivencia de estrategias tan viejas como la segregación de poblaciones y la criminalización de los enfermos. El miedo al sexo reapareció con el Sida, y aún hoy hace parte de la forma en que experimentamos esta enfermedad. Hoy, como hace cien años, en algunos países se está haciendo del contagio un delito. Por otro lado, se prohíbe a determinadas poblaciones que donen sangre y en algunos lugares la notificación de la enfermedad, que en principio busca facilitar la vigilancia epidemiológica, vulnera el derecho a la privacidad a través del señalamiento. Como si no hubiésemos aprendido nada de un siglo de errores, de discriminación, de miedo.
Quizá la sifilografía aparezca en una primera mirada como un fracaso, como una especialidad médica fundada en un conocimiento rudimentario y cuestionable sobre las enfermedades y sobre el mundo microbiológico que habría de ser superada por una era de descubrimientos científicos de grandes dimensiones como fue, indudablemente, la penicilina. Pero la permanencia de sus métodos y de los significados sociales y culturales con los que se construye la experiencia social de una enfermedad, y cómo estos pasan a hacer parte de la experiencia de otra con la que tiene pocas similitudes y tantas diferencias, dan cuenta no de una derrota, sino de su fuerza y del gran trabajo que tendremos que hacer para transformarla.