Julieta Lemaitre es autora de El derecho como conjuro. Fetichismo legal, violencia y movimientos sociales (2009). Doctora en Derecho por la Universidad de Harvard, profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes (Colombia) y directora del Centro de Investigaciones Socio-Jurídicas (CIJUS) de la misma universidad, ha abordado temas relacionados con derechos de las mujeres, derechos sexuales y reproductivos, movimientos sociales (Feminista, LGBT, Indígenas, Afrocolombianos) y derechos humanos.
En entrevista al CLAM, Lemaitre expuso los argumentos de su reciente libro, donde analiza cómo el derecho y los movimientos sociales crean significados alternativos a los originados por la violencia social, entendida como un fenómeno no sólo instrumental sino expresivo, es decir, productor de realidad.
Colombia es vista como una nación con jurisprudencia progresista, sin embargo, también se dice que es un país donde las leyes no sirven, o no se aplican. ¿Cuál es la importancia la ley y el derecho?
Muchas personas se han preguntado por las razones de la existencia, en Colombia, de un derecho, sobretodo constitucional, progresista, en medio de un ambiente de violencia y graves infracciones a los derechos humanos. En particular, a mí me interesó la coexistencia de la jurisprudencia de la Corte Constitucional en los años 90 y la escalada paramilitar. Para indagar sobre eso, elegí como espacio de observación los activistas de varios movimientos sociales, teniendo en cuenta que han dedicado sus vidas a la defensa de los derechos. Para ellos hice la pregunta ¿por qué lo hacen?, partiendo del hecho de que son personas inteligentes, con experiencia y, sobre todo, que saben de las limitaciones del derecho como instrumento de transformación social. ¿Por qué recurrían al derecho? Considero que el derecho tiene un efecto en la realidad, pero yo identificaba en esos activistas un exceso de entusiasmo. Si hacemos un análisis práctico del costo-beneficio entre ese entusiasmo invertido y el impacto logrado, el resultado no compensa el entusiasmo. Entonces me pregunté sobre la razón de ese entusiasmo.
¿Por qué entonces esa inversión de trabajo, tiempo y diversos recursos en lo jurídico?
Pienso que ese entusiasmo se debe al simbolismo del derecho. Parto del hecho de que la realidad es una construcción social de personas que se ponen de acuerdo de manera tácita sobre los significados de esa realidad social. En ese sentido, lo que ha habido en Colombia en estos últimos años es una indeterminación de lo que la realidad social es; es decir, no hemos llegado a conclusiones compartidas por todos sobre qué es lo real. Hay pues disputas sobre los hechos: cuántos muertos, cuando fue, quién lo hizo, por qué, pero tampoco tenemos versiones consensuales sobre la interpretación de esos hechos. Por ejemplo, ¿en qué casos y formas se justifica acabar con una vida para garantizar la seguridad?, ¿es posible justificarlo?, ¿cuál es el valor de una persona que pertenece a una categoría estigmatizada, como un expendedor de drogas o una persona que vive en la calle en situación de indigencia?, ¿cómo comprender la identidad de una persona que tiene una orientación sexual no-normativa? El derecho es una respuesta a esas preguntas.
Así, enfrentando la realidad y los significados construidos por la violencia, el derecho entra en esa disputa, que es acerca de la construcción de una realidad. En esa lucha de significados está en juego cuál es el sentido de la vida pública, donde se intentan posicionar sentidos sobre la dignidad humana y sobre el valor de la vida. En una evaluación pragmática, podríamos pensar que esa inversión es excesiva, o que está perdida, pero yo creo que de alguna manera cumple su objetivo. La apuesta por el derecho, a pesar de ese panorama desalentador, se finca en el sentido de que vale la pena apostarle a esos medios, porque son los medios correctos, así el fin no sea claro o el fin sea la derrota. Entonces, el derecho cumple un objetivo de sentido, cuestión que nos permite entender por qué las personas dan la batalla a pesar de que saben que van a perder.
¿Qué semejanzas y diferencias en el uso del derecho tienen los movimientos sociales que estudió?
Yo los escogí precisamente porque se parecían en la apuesta por los derechos, aunque con diferentes objetivos. En común tienen la idea de que el derecho implica defender la dignidad humana, para decirlo de manera rápida. Sin embargo, cada uno sitúa esa dignidad humana de diferente manera: para los indígenas la dignidad está enraizada en un territorio ancestral, mientras que para las mujeres y las minorías sexuales está en su cuerpo, aunque también se extiende a otros campos como el trabajo y las cargas domésticas. El movimiento LGBT y el feminista se parecen en que para los activistas la lucha por el derecho a decidir interrumpir un embarazo o casarse con quien desean es un fin en sí mismo, ya que es un símbolo de su propias vidas en el sentido de reparar las injusticias sufridas y de reivindicarse como seres humano. Esa acción legal tiene un aspecto retrospectivo, en el sentido de saber – y de que sea reconocido socialmente – que todas las veces que sufriste tú tenías la razón y era la violación de un derecho, que esa violación era una conducta ilegítima, y que tu sufrimiento era legítimo. Son derechos expresivos del propio valor, de la propia identidad.
Por ejemplo, en el caso de las mujeres y el derecho al aborto, el argumento de la amenaza de la vida biológica es estratégico, ya que podemos considerar que hay otras causas por las cuales las mujeres se mueren, que podrían ser más urgentes. Por eso creo que lo que está en juego en el caso del aborto no es la vida biológica de las mujeres sino lo que significa esa vida para ellas. Cuando una mujer descubre que está embarazada de un hijo que no puede o no quiere tener porque representa un alto costo para su salud o para su cuerpo y una amenaza a la representación de lo que ella es, una amenaza a su identidad, a su proyecto de vida y a su existencia, creo que es una destrucción significativa de su vida. En otras palabras, cuando una mujer joven se ve obligada a tener un hijo, o cuando una mujer que ya tiene sabe que no puede tener uno más porque no podría mantenerlo, allí se trata de la destrucción de su vida, de su concepción de sí misma, emocional; socialmente es como una muerte. Una niña de 14 años que queda embarazada es como si se muriera, en un sentido amplio de vida humana. Y por eso el simbolismo de que las mujeres mueren por los abortos ilegales es tan poderoso para el movimiento.
Lo mismo podría decirse del derecho a casarse de los gays y las lesbianas. Es probable que muchos no quieran casarse o incluso que tengan sospechas de la institución del matrimonio, pero no es eso lo que está en juego. Es importante que exista la posibilidad de casarse porque significa legitimidad, por eso no es lo mismo vivir juntos o hacer un contrato, pues no tiene el mismo sentido emocional y de sanción social. El derecho a casarse es un símbolo, y allí radica gran parte de su importancia emocional. Así, el sentido alternativo que les da a sus vidas el “tener derechos” se opone a los sentidos impuestos por la violencia cotidiana.
¿Cómo se expresa la violencia en relación con el movimiento LGBT?
Lo que me interesó indagar en ese trabajo era la relación de estos procesos de demanda de derechos LGBT con la violencia, y en ese sentido cómo la violencia marca la vida y el quehacer de los activistas, como testigos y como víctimas también. El movimiento LGBT es el más marcado por la violencia. Cuando empecé el estudio asumí que la violencia marcaba más la experiencia de los indígenas y los afrocolombianos por las masacres tan terribles que han sufrido en Colombia. Pero lo que encontré es que estas poblaciones, al menos dentro de sus comunidades, encuentran una cotidianidad en la cual la identidad no está signada por la violencia, siendo que las experiencias de terror se refieren a periodos concretos. En cambio en el movimiento y en la población LGBT en general, la presencia de la violencia está todo el tiempo: en el espacio público, en la familia, en su relación con los vecinos, en las iglesias, en las manifestaciones políticas, es decir, está presente en su cotidianidad. Además, comparten las experiencias de otras minorías en lo relativo a masacres, asesinatos selectivos, actos derivados del conflicto armado y la llamada “limpieza social”.
En el caso del movimiento LGBT se invierte más en ciertos derechos, por ejemplo, los de las parejas. Si la violencia es un tema tan importante ¿por qué hay menos acciones y resultados en este tema?
Yo creo que en términos simbólicos es lo mismo. El asesinato es el último eslabón de una cadena de violencias que pasa por la discriminación de los niños afeminados en los colegios, por el hecho de que una pareja homosexual sea mal atendida en un juzgado o en una notaría, cuando violan a una lesbiana por el hecho de serlo, o cuando te despiden por ser homosexual. No hay una separación entre esa violencia y el lugar que tiene las parejas homosexuales socialmente. Es un continuum de odio. Entonces, esos derechos son una apuesta por cambiar la condición social, cambiar la realidad, dignificarse, cambiar los acuerdos y los significados sociales sobre qué es ser homosexual. En ese sentido, el cambio repercute en las demás experiencias violentas. Porque, como decía, violencia de los actores armados contra las minorías sexuales expresa no tanto una estrategia militar, sino una manera de poner en público significados sociales sobre la sexualidad. Pero esos significados son compartidos por las personas que en otros espacios excluyen con odio a las personas LGBT. La lucha por los derechos entonces no es sólo por lo que materialmente se obtenga, sino por cambiar los significados sociales.
¿Qué otros recursos usan esas minorías para afectar los significados de esa realidad? ¿Qué lugar tiene el derecho en el elenco de esos recursos?
El derecho es una de varias formas pacíficas que los movimientos buscan para transformar la realidad. Es una más, las marchas son otro recurso; en el caso de la población LGBT la Marcha de la Ciudadanía LGBT es un recurso fundamental para cambiar significados sociales. También están los medios de comunicación. Lo que hace particularmente atractivo al derecho es el lugar simbólico que tiene: es un referente de sentido, se sacraliza, tiene un carácter religioso, en el sentido de dar significados al mundo.
Aunque puede decirse que el derecho de alguna manera tiene un sentido religioso. En el sentido de construir verdades sobre la realidad, cabe decir que sobretodo en el campo de la sexualidad el derecho se ha enfrentado a una visión religiosa particular del mundo y se ha enfrentando a la Iglesia. En el pasado, el proyecto liberal confrontó a la Iglesia en la lucha por los significados de la vida social. Hay una tradición liberal del derecho que confronta esa forma religiosa de pensar y ésta continúa con la lucha por los derechos sexuales y reproductivos.
¿Por qué los derechos de las minorías sexuales y de las mujeres en relación con el aborto se dan en un contexto conservador y en un gobierno de derecha?
Lo primero que habría que decir es que la Corte Constitucional no es conservadora, es una Corte progresista. Se dice que en la conformación de la primera Corte Constitucional se marcó el perfil de lo que sería ese cuerpo posteriormente: representativa de varios sectores políticos, con un carácter académico y con una apuesta por las libertades individuales. La sexualidad es entendida en ese registro liberal y en ese sentido que la Corte no fue conservadora. Más allá de la Corte misma, quizá es posible decir que el derecho mismo es liberal. El derecho como carrera y como disciplina es una apuesta por el individuo y sus libertades. Por eso la Corte aparece como la vanguardia, por una comprensión del derecho que se finca en la tradición de las revoluciones burguesas y su defensa del individuo. Pero actualmente también la se ve como progresista en relación con un Ejecutivo de derecha. Frente a un gobierno de izquierda seguramente lo que ha dicho la Corte no tendría ese carácter de vanguardia, porque de hecho hay limitaciones en lo que dice respecto a la sexualidad.
¿Qué significado social tiene el hecho de que sea la Corte y no el Congreso el vehículo privilegiado para tramitar derechos asociados a la sexualidad?
En la teoría del derecho sobre el papel de las cortes en las sociedades se ha discutido sobre su validez democrática. Hay algunos teóricos del derecho muy influyentes, como lo ha sido por ejemplo el norteamericano Ronald Dworkin o, menos conocido en América Latina, Alexander Bickel, que han planteado que el papel de las cortes es la defensa de las minorías, porque las mayorías están representadas en el Congreso. En esa medida la democracia no sería tal sin tener recursos e instituciones que cumplan la función de defensa de las minorías. Eso según el modelo de democracia que se tenga, por supuesto, pero en una democracia liberal se presume la defensa de las minorías. Y ese es el papel que ha intentado asumir La Corte, incluso citando a Dworkin en sus primeros años.
La Corte entonces se ha preocupado por las minorías históricamente subordinadas y en ese sentido es una institución democrática. Se ha dedicado a defender también causas impopulares, ya que la defensa de las libertades sexuales no es precisamente un proyecto mayoritario en el país. Eso es otro elemento que le da protagonismo al derecho: como espacio cultural, éste permite la defensa de causas impopulares en contextos en que las mayorías se ensañan contra las minorías. Por supuesto, el derecho no siempre es manipulable; en todo caso su legitimidad se finca en la voluntad mayoritaria. Pero, como sistema, las libertades individuales tienen desde su origen ese elemento contramayoritario, que es tan importante cuando se es parte de una minoría despreciada por la mayoría.
Al mismo tiempo – por eso creo que a tantos activistas les importa tanto lo que diga la ley – el derecho puede influir tremendamente sobre las opiniones de la mayoría sobre qué es lo correcto, lo aceptable, en última instancia, “normal”. Normal es lo que dice la norma. Por eso apostamos a que lo “normal” sea la dignidad, la igualdad, la vida buena para todas y todos, y no la cotidianeidad que hemos vivido.