Pese a la persistente exclusión de las mujeres y a las arraigadas representaciones sobre lo femenino que refuerzan su posición subordinada, es innegable que las luchas feministas han tenido un impacto positivo en los ámbitos político, económico y cultural, haciendo del mundo en el que vivimos un lugar más justo. Tales transformaciones han tenido efectos en el propio campo feminista, en tanto han moldeado las demandas, luchas, horizontes de reivindicación y estrategias organizativas. En esos cambios también es posible observar continuidades: preguntas que han sido transversales al feminismo, demandas que persisten aunque formuladas desde ángulos distintos y cuestiones que son visitadas una y otra vez.
Puede que el marxismo ya no sea el marco analítico predominante en los ámbitos académico y político, o que la revolución sexual sea vista por las feministas más jóvenes como un hito de luchas pasadas; pero no por ello cuestiones como la injusticia económica, las desigualdades de clase, la autonomía sobre el propio cuerpo y sobre la propia sexualidad han perdido vigencia. En Colombia, así como en otros países latinoamericanos, las problemáticas en torno a la diferencia –referida en el feminismo de la primera ola al género y en el de la segunda ola a la diversidad englobada por la categoría ‘mujeres’– han adquirido renovada importancia en debates sobre cuestiones como los orígenes eurocéntricos y liberales del feminismo, o los modos complejos en que el género se articula con otras matrices de poder. Corrientes como el feminismo decolonial y los análisis interseccionales son una muestra de ello.
Diana Marcela Gómez Correal, autora de Dinámicas del movimiento feminista bogotano. Historias de cuarto, salón y calle. Historias de vida (1970-1991), ha investigado sobre los hitos y trayectorias del feminismo colombiano con perspectiva histórica. En entrevista con el CLAM, la antropóloga y feminista colombiana habla sobre los puntos de convergencia y divergencia entre las voces de feministas más jóvenes y los debates de generaciones anteriores, ofrece un panorama sobre los temas que han adquirido centralidad en la actualidad, los modos en que viejos problemas han sido revisitados y los retos que implica ser feminista hoy.
¿Qué temas han cobrado importancia en los debates contemporáneos del feminismo? ¿Qué semejanzas y diferencias observa con generaciones anteriores de feministas, como el llamado feminismo de la segunda ola?
Yo veo varias continuidades. Pese a que se plantean cuestiones nuevas, no necesariamente hay una ruptura drástica. Algunas preguntas que tienen gran centralidad hoy existían antes, quizás no eran muy visibles pero existían desde los feminismos diversos. Una de ellas es problematizar la relación del feminismo con la Modernidad, así como la crítica a las raíces eurocéntricas del feminismo latinoamericano. En relación con estos dos puntos, una pregunta que resulta central es cómo echar para atrás la domesticación de la cual el feminismo ha sido objeto, cómo lograr una diferenciación tajante, de forma más profunda, con el feminismo liberal.
La pregunta por la diferencia entre las mujeres sigue siendo importante, y ahora cobra mayor fuerza. Se plantea con mayor claridad cómo lograr que el reconocimiento de dicha diferencia no sea sólo discursivo, sino real. Otro aspecto que está ganando centralidad tiene que ver con los procesos de descolonización. En Colombia, así como en otros países de América Latina, esto aparece con claridad en el feminismo decolonial, que indaga por la colonialidad del poder y la del género, y plantea que además de la descolonización es necesaria la despatriarcalización de la sociedad. Una de las que aborda estas cuestiones es la feminista comunitaria boliviana Julieta Paredes, así como María Lugones, entre otra serie de feministas decoloniales que vienen haciendo importantes contribuciones para pensar nuestro presente.
De igual manera, otras cuestiones que han ganado fuerza debido a su potencia de subversión tienen que ver con las orientaciones sexuales, la libertad sexual y la diversidad de identidades de género y sexuales, así como con los tipos de relaciones amorosas y sexuales. Esto, junto con la lucha contra de la heteronormatividad, que se ha convertido en un aspecto esencial de estos feminismos y apuestas políticas, han hecho que el propio feminismo sea cada vez más queer.
La perspectiva teórico/política de la interseccionalidad, en su esfuerzo por comprender cómo las mujeres estamos atravesadas por distintas estructuras de dominación y relaciones de poder, también está presente en los debates actuales. Un reto presente de los feminismos es precisamente pensar cómo llevar la interseccionalidad más allá del análisis, para materializarla en la acción política cotidiana.
Algunos de estos temas ya habían sido abordados por los feminismos –ciertamente por aquellos feminismos no hegemónicos– y ahora han cobrado una gran centralidad y radicalidad. Las preguntas por la diferencia y la raza, por ejemplo, han sido rearticuladas desde el feminismo decolonial, lo que les ha dado mayor visibilidad y profundidad teórica. Para muchas feministas, ahora desde una lupa que ve más claramente la intersección entre raza, género y clase, la clase sigue siendo fundamental, así como pensar otros mundos no capitalistas.
¿Existen temas centrales para las feministas de la segunda ola que hayan perdido importancia para las feministas de las nuevas generaciones?
Tendría que pensar más esta pregunta, pero creo que el feminismo de la segunda ola en sus inicios fue muy radical, rompió con muchas cosas. Puso en el centro a la sexualidad, al cuerpo, incluso al orgasmo. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, momento en que se logra cierta inserción en el Estado y se da una mayor articulación con redes globales de financiación, el feminismo pierde fuerza y radicalidad. Esta pérdida de radicalidad desde mi punto de vista tiene que ver en gran medida con el fuerte anclaje del feminismo en el proyecto de la Modernidad, sin que se haya hecho un cuestionamiento permanente de cómo el movimiento se relaciona con este –las paradojas y retos que supone esa relación. Y con la falta además de llevar esa reflexión crítica a la práctica. En lo que tiene que ver con la subversión del feminismo, creo que los feminismos del presente están haciendo un esfuerzo por ser radicales y reinventar la acción política. Esta labor viene siendo desarrollada, sobre todo, por colectivos de feministas de generaciones más recientes. De todas maneras es necesario decir que con el feminismo decolonial igual se está dando una reconceptualización de la política y el hacer feminista. Entonces se pone muy en cuestión la relación con el Estado, y toda la lógica que fomentó parte de las demandas feministas, como las relativas a los derechos y la igualdad. Si bien para algunas feministas muchas de esas luchas siguen siendo importantes, en este período se radicalizan más de manera que buscan alejarse de la racionalidad liberal moderna. Inclusive dentro de las políticas públicas, en algunas de ellas, algunas feministas –no todas, es necesario decirlo– tratan de radicalizar ese discurso y esas demandas.
En el último Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, el cual se llevó a cabo en Bogotá, quedó en evidencia que, por lo menos en Colombia, existe un feminismo liberal y burocrático que no considera entre sus preocupaciones las relativas a las diferencias raciales ni a las desigualdades de clase. Por el contrario, desde un discurso liberal, reproduce las desigualdades que atañen a esos dos constructos históricos. Un feminismo que aún desconoce que las mujeres somos diferentes y que estamos atravesadas por desigualdades. En ese encuentro hubo una discusión frente a una propuesta de establecer cuotas de inscripción diferenciales para las mujeres. Algunas feministas señalaron que esto implicaba un acto de discriminación, pero me pregunto, como muchas lo hicimos, ¿cómo no vamos a reconocer que hay mujeres que tienen más dinero que otras y que pueden pagar más?
Si bien algunas personas han cuestionado la profundidad de cambios recientes en materia de género, parece existir un acuerdo frente al avance de las luchas feministas en algunos ámbitos. Para las feministas de generaciones anteriores cambiar la relación con el Estado fue un asunto central, y en la actualidad vemos, por ejemplo, a Michelle Bachelet ocupando por segunda vez la presidencia de Chile. ¿Cómo evalúa la apertura de los Estados a abordar problemáticas de género que ha tenido lugar desde la década de 1990?
Al respecto veo dos cosas. En primer lugar, más que una apertura del Estado frente a los derechos de las mujeres, hubo una conquista del mismo por parte de feministas y otras mujeres. Y en segundo lugar, veo que esta “apertura” también es problemática, en tanto ha implicado una domesticación del feminismo y las feministas. Creo que también es una manera en que el poder recodifica las demandas de los actores subalternos, en este caso, de las feministas. Yo creo que es importante hacer parte del Estado en distintas instancias. Es importante que haya presidentas mujeres, que se creen oficinas para garantizar los derechos de las mujeres, pero me parece que esto debe desarrollarse a la par de una capacidad subversiva del feminismo. Es importante que cuando las feministas formen parte del Estado, no se dejen cooptar por sus lógicas de poder. Y el Estado es particular en tanto maquinaria burocrática. Muchas feministas son absorbidas por esa burocracia, por ese ethos que desarrolla unhabitus propio. Entonces, creo que uno de los retos grandes que enfrentan en la actualidad tanto el feminismo como las izquierdas que han accedido al poder en América Latina es ver de qué modo se llega a esos espacios sin reproducir viejas lógicas. Es importante que existan gobiernos como los de Rafael Correa y Evo Morales, pero también observo limitaciones dado que, en algunos aspectos, no se distancian mucho del modelo capitalista y liberal. Lo mismo le pasa a algunas feministas cuando ingresan al Estado. Esto último forma parte de un debate más profundo que las feministas debemos dar con respecto a la Modernidad. El hecho de que un gobierno sea de izquierda no lo hace más progresistas respecto a los derechos de las mujeres o de comunidades como la LGBTI. En esos países las feministas siguen dando luchas importantes, porque si algo sabe el feminismo es que izquierda no es igual a derechos de las mujeres. La izquierda también ha sido un actor sordo a los derechos de las mujeres y los ha vulnerado.
¿Qué tensiones ha observado entre las feministas mayores y las más jóvenes respecto a los modos y lógicas de lucha por el reconocimiento de derechos?
En Bogotá meses atrás tuvo lugar un conversatorio sobre qué significa ser feminista en el siglo XXI. Hubo una discusión muy grande en torno a temas que ya he señalado, como el de la Modernidad y el legado eurocéntrico del feminismo, así como sobre el racismo. El debate llegó a un punto de mucha tensión, y fue evidente que uno de los nudos del debate entre generaciones tiene que ver con estos temas, así como con la idea de “mujer” como categoría universal, que persiste en ciertos feminismos. Sin embargo, es importante aclarar que en cualquier generación igual se encuentra una posición u otra, pues por ejemplo hay feministas de generaciones anteriores a la mía, que están volcando su mirada al feminismo decolonial, o que han sido desde hace muchos años sus propias gestoras.
Una discusión que tal vez se plantea muchas veces en términos generacionales tiene que ver con la crítica a y el derribamiento de la heteronormatividad. Pero de nuevo, esto no es exclusivo de generaciones recientes. Lo que sí creo que ocurre es que en cada generación de alguna u otra manera se radicalizan ciertas demandas del feminismo. Esto pasa no sólo en relación a lo organizativo, a las críticas, a la forma de concebir lo político –que es un poco los cambios que estaba planteando más arriba–, sino que también incluye el cuerpo, la sexualidad y las relaciones amorosas, y cuando aparecen énfasis mayores o giros en un campo político/discursivo, pues causa impacto, choque y hasta rechazo de las otras generaciones. Es preciso tener en cuenta que romper con todo lo que ha querido el feminismo desde su gestación no es ni ha sido fácil, y menos cuando esto implica cambios personales y subjetivos profundos. Estos cambios son graduales, también en términos generacionales, por eso me cuesta tanto identificar diferencias radicales. Yo creo que las generaciones presentes son mucho más arriesgadas en su cuestionamiento de la heteronormatividad y las normas de género y sexuales, lo que puede generar cierta distancia intergeneracional. Aunque las feministas de la segunda ola quisieron transformar todos los supuestos culturales en torno a lo que significa ser mujer, muchas de ellas “siguieron” parte del libreto que cuestionaban. Lo señalo entre comillas porque de todos modos produjeron rupturas importantes, y creo que lo que sucede es que al llegar una nueva generación que va más allá en dichos cuestionamientos, sin duda se generan roces.
Y en materia de organización, alianzas con agentes sociales y políticos, ¿observa alguna diferencia?
En la actualidad existen muchos colectivos pequeños de feministas. Muchas de ellas han privilegiado el arte como modo de expresión y el uso de la Internet y las redes ciberespaciales han cobrado gran importancia en los modos de organización y expresión política. Veo también diferencias frente a lo performático. El cuerpo fue muy importante para las primeras feministas de la segunda ola, pero esto luego fue perdiendo la centralidad que tenía. Ahora vuelve y se retoma con fuerza como forma y contenido, como agente y verbo, más que recipiente, de la acción política.
Otra diferencia que veo tiene que ver con los impactos de los estudios de género y la creación de programas sobre el tema en las universidades. Muchas de las nuevas feministas se están formando en las universidades, lo que les confiere ciertas particularidades. En mi paso por el pregrado yo no me formé mucho en los feminismos, apenas si conocí algo al respecto. Ahora podemos ver los impactos de esos programas en más mujeres, muchas de ellas luego feministas, que se forman desde edad temprana en el tema, y que dependiendo del énfasis de los programas, llegan a ciertos debates feministas, como el de la decolonialidad, por ejemplo.
El año pasado la Universidad Nacional de Colombia invitó a Chandra Mohanty a un evento en el que participaron diversos colectivos feministas. Algo que me pareció interesante observar es que en la actualidad las generaciones recientes de feministas siguen haciendo esfuerzos por articularse a procesos más amplios de la izquierda y otros movimientos sociales. Ellas siguen enfrentando las mismas dificultades que las feministas de la segunda ola enfrentaron, en el sentido de que la izquierda sigue siendo reacia, tal vez ahora menos, a las demandas feministas. También veo muchas articulaciones entre colectivos feministas jóvenes y otros grupos sociales que se inscriben en el mismo registro generacional –aunque esto no excluye relaciones entre distintas generaciones– como Hijos e Hijas por la Memoria y contra la impunidad, Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio – H.I.J.O.S., o el Congreso de los Pueblos. También hay cierto debate dentro de la Marcha Patriótica.
Veo que se están llevando a cabo esfuerzos por tender puentes con otros movimientos sociales. Algunos colectivos jóvenes de feministas tienen además en el centro de sus discusiones la raza y establecen articulaciones con organizaciones afrocolombianas. Esto también en el marco de los debates del feminismo decolonial, que enfatiza el anclaje de la teoría en la práctica, y que ha sido desarrollado por activistas feministas, algunas orgánicas a otros movimientos sociales y a procesos de izquierda. Es importante resaltar que este es un cuerpo teórico que es a su vez de la praxis y la cotidianidad.
En su opinión, ¿cuáles son los principales retos que enfrenta el feminismo en la actualidad?
Yo creo que el feminismo debe repensar su horizonte político en el sentido de que su acción pueda contribuir a la transformación emancipatoria. Es importante pensar dicho horizonte a largo plazo, sobre todo en un país como Colombia, donde otros temas convergen en esa transformación, tal como lo es la construcción de paz. Es importante que en la actualidad el feminismo diga algo sobre la aplicación de la justicia transicional por ejemplo, que si no se mira de manera crítica, puede tener serias consecuencias para el futuro del país. Los discursos hegemónicos de la justicia transicional no buscan un cambio radical, sólo cesar la violencia formal, de manera tal que las cosas se mantienen en el mismo lugar. Yo creo que el feminismo tiene mucho que decir al respecto. También es importante pensar los diálogos intergeneracionales y la relación con otros procesos organizativos. Y volviendo a lo que ya he dicho: un reto central del feminismo es recobrar el poder de subversión del movimiento situando como objetivo central la construcción de condiciones que permitan que las mujeres logremos proyectos de vida dignos, y avanzar hacia una sociedad distinta, una más equitativa y justa.