Desde Paseo de la Reforma hasta Hamburgo, en el corazón de la Zona Rosa de la Ciudad de México, se extiende la calle de Amberes, también conocida como la gay street del Distrito Federal debido al gran número de establecimientos comerciales dirigidos a público no heterosexual. Muchas personas celebran este espacio como un logro de lesbianas, gays, bisexuales y trans en materia de visibilidad, otras, sin embargo, dudan respecto a si es producto de una verdadera transformación social o se trata de otra victoria del capitalismo en la captación de nuevos consumidores.
Como resultado de su investigación posdoctoral en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, Rodrigo Laguarda publicó el año pasado La Calle de Amberes: Gay street de la Ciudad de México (Editorial Mora, 2011), en donde analiza el surgimiento de este espacio público como enclave de “libertad”, en el que se articulan prácticas identitarias y se tejen redes de apoyo.
Para el historiador mexicano y coordinador de la Maestría en Historia Moderna y Contemporánea del Instituto Mora, los críticos acérrimos de este tipo de espacios suelen pasar por alto que, si bien muchas veces su desarrollo responde a intereses comerciales, también contribuyen a dar legitimidad a grupos discriminados por su orientación sexual e identidad de género.
En su trabajo, Laguarda combina observación etnográfica, entrevistas a visitantes recurrentes y revisión de fuentes hemerográficas, para dar cuenta de las transformaciones socio-espaciales de un sector de la ciudad que emergió en las décadas de 1950 y 1960 en torno de amplias casonas de origen porfiriano, y que en los años setenta fue escenario de una intensa actividad cultural protagonizada por artistas e intelectuales como Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y José Luis Cuevas. El terremoto que azotó al país en septiembre de 1985 cambió la fisonomía de la Zona Rosa, reduciéndola a un lugar de paso, pero en 2004 el gobierno de la ciudad decidió recuperar este sector y detener el deterioro en el que se encontraba, producto de actividades ilegales que allí tenían lugar. Para tal fin, aprovechó las dinámicas que se venían gestando en la calle de Amberes desde principios de la década de 1990, cuando empezó a ser apropiada por lesbianas, gays, bisexuales y trans como lugar de encuentro.
Con esta nueva publicación, Laguarda, quien es también autor de Ser gay en la Ciudad de México: lucha de representaciones y apropiación de un identidad, 1968-1982 (Editorial Mora, 2009), continúa su línea de investigación sobre identidades gay en la capital de la República Mexicana. En entrevista con el CLAM, el historiador destaca la importancia de este tipo de espacios para la visibilidad de la comunidad LGBT.
¿Cómo definiría la calle de Amberes?
Como un espacio muy novedoso, impensable hace algunos años, que surgió a partir de una iniciativa del Gobierno del Distrito Federal y de un grupo de empresarios que decidió hacer algo parecido a lo existente en ciudades como Nueva York, Vancouver y Toronto. El objetivo era crear un barrio gay. De hecho, sus impulsores lo definen como un barrio gay en forma embrionaria. Para quienes lo frecuentan representa una conquista social del espacio. Un sitio de apertura de la sociedad capitalina. Para mi es un lugar que documenta los cambios sociales acontecidos en la Ciudad de México, respecto a la aceptación de la diversidad sexual.
¿Por qué un barrio gay en forma embrionaria?
Desde los años setenta la Zona Rosa fue identificada como un barrio homosexual. No obstante, esta denominación es discutible, ya que si bien en este sector se encuentran bares y tiendas dirigidas a personas homosexuales, la gente no vive en él, como sí ocurre en el distrito Castro de San Francisco o en el barrio Chueca de Madrid. Aquí la gente llega, permanece un tiempo y regresa a su casa. La calle también recibe visitantes de otros estados que quieren disfrutar unos días de libertad.
Algunas personas ponen en duda que el establecimiento de barrios o calles gay sea un logro en la lucha por el reconocimiento de las personas LGBT…
Sí. La crítica proviene de activistas de la década de 1970, que consideran el mercado como el fundamento de las calles o barrios gay. Para estas personas, espacios como Amberes son un “triunfo” de los gay desde el capitalismo y no el resultado de una transformación estructural del país. Es cierto que en esta calle existen varios establecimientos comerciales que ofrecen servicios a una comunidad que los requiere o los aprecia, como cafeterías, restaurantes o tiendas. Pero si bien estos espacios responden a intereses comerciales, en ellos también adquiere visibilidad una comunidad por mucho tiempo estigmatizada, lo que considero positivo. Mucha gente de la sociedad civil organizada acude a esta calle.
¿Qué otras cosas existen además de locales comerciales?
La calle de Amberes es un espacio de libertad como no hay otro en la Ciudad de México. Allí las parejas del mismo sexo pueden besarse, tomarse de la mano y platicar. Gozan de las mismas libertades que en los establecimientos gay. También pueden acudir a restaurantes sin que los encargados les exijan que se comporten “de manera adecuada”. Allí pueden desenvolverse con naturalidad. En este sentido representa una conquista del espacio público.
¿Es así para todas las personas LGBT?
En mi investigación trabajé específicamente con hombres homosexuales que se identifican como gays, pero a esta calle también acuden lesbianas, bisexuales, transexuales, transgénero y travestís. Hay una gran diversidad. Estos grupos se unen muchas veces para exigir reivindicaciones, aunque también existen tensiones entre ellos. En su seno se reproduce el racismo y la discriminación hacia lesbianas y trans. No obstante, es una calle disfrutada y celebrada por quienes son miembros de estos grupos y quienes los acompañan, aunque sean heterosexuales.
Otras críticas señalan que los barrios gay conducen a la creación de guetos. ¿Qué opina de esto?
Al respecto existe una gran discusión que ha sido alimentada por la teoría queer. Si bien considero que estos estudios han hecho grandes aportes a la comprensión de la sexualidad, no creo que alguna teoría pueda retratar la complejidad social, ni capturar toda la realidad de espacios como éste. Además, creo que la visibilización de los gays en una calle o en un barrio es positiva. Estoy a favor de que existan este tipo de espacios, ya que contribuyen a cuestionar las ideas de grupos que se oponen al reconocimiento de la diversidad sexual. Pienso que si se empiezan a deconstruir los espacios que hemos ganado, se corre el riesgo de cederles el terreno a estos grupos.
¿Conoce iniciativas similares que hayan sido implementadas en otras ciudades del país?
Si bien existen conglomerados de bares gay en otras ciudades, no ha habido un interés en tomarse los espacios públicos. Los empresarios no le han dado importancia a esto. Creo que es reflejo del conservadurismo que se extiende a lo largo del país. A diferencia de la Ciudad de México, en donde la población se ha concientizado respecto a los derechos del colectivo LGBT, en otras ciudades los establecimientos dirigidos a este público siguen siendo clandestinos.
¿Qué permitió que prosperara esta calle en la Ciudad de México?
El gobierno de la ciudad y el impulso del grupo de sociedades de convivencia, que ante la apertura del Jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard Casaubon, respecto a la diversidad sexual, decidió iniciar el rescate de la Zona Rosa. Aunado a esto, se encuentran los cambios que ha experimentado la sociedad. En síntesis, es el resultado del esfuerzo de un grupo de ciudadanos que quizo transformar la ciudad.
¿Considera necesario que haya un espacio público gay en las ciudades?
Cada quien tiene sus simpatías. Yo creo que en este momento es necesario que la comunidad gay sea visible. Mientras se sigan discutiendo los derechos y la discriminación contra las personas no heterosexuales, debe haber una fuerza afirmativa que diga “estamos aquí”. Es una forma de asegurar una sociedad democrática a las generaciones por venir.