Las declaraciones del Secretario general de Naciones Unidas (ONU) respecto de la necesidad de adoptar medidas contra el bullying homofóbico en la escuela contribuyen a la visibilización de un fenómeno sobre el cual, a pesar de haber entrado en la agenda pública, aún poco se conoce. Ban Ki-moon declaró que el acoso homofóbico “es un ultraje moral, una grave violación de los derechos humanos y una crisis de salud pública”.
Su mensaje fue en el contexto de un encuentro sobre violencia y discriminación por orientación sexual en la sede de la ONU, en Nueva York, en 2011. Haciendo eco de casos que adquirieron notoriedad en los Estados Unidos, dijo que “los niños que sufren de acoso pueden deprimirse y abandonar la escuela. Algunos incluso son llevados al suicidio”, y agregó que los Estados tienen la obligación legal de proteger a sus ciudadanos frente a este tipo de violencia.
Han pasado dos años y sus declaraciones siguen vigentes. El bullying homofóbico, conocido en América Latina como ‘hostigamiento’, ‘matoneo’ o ‘acoso’ escolar, es motivo de preocupación y un reto compartido por familias, docentes, organizaciones sociales y el aparato público.
La UNESCO define el bullying como un desequilibrio de poder que puede comprender bromas, insultos, uso de apodos ofensivos, violencia física o marginación social. El maltrato homofóbico describe además un tipo específico de agresión que “se ejerce con motivo de la orientación sexual, tanto real como supuesta, o la identidad de género de la víctima”. La Organización realizó la primera consulta de su tipo en el sistema de la ONU, con el fin de examinar el problema del acoso homofóbico en las instituciones docentes. Entre otros elementos, mostró que no sólo las personas jóvenes homosexuales, bisexuales y transexuales son objeto de esta forma de violencia, sino también numerosos alumnos que no encajan en ninguna de esas categorías. Sus conclusiones están consignadas en la publicación Good Policy and Practice in HIV & Aids and Education – Booklet 8: Education Sector Responses to Homophobic Bullying. Además produjo un video titulado Aceptar la diversidad en la escuela: decir no al estigma asociado al VIH y otras formas de discriminación, para América Latina.
En Estados Unidos, el tema ha generado un gran impacto y existen diversas organizaciones destinadas a dar a conocer esta problemática y numerosos estudios al respecto. Estos indican que la población LGBT se encuentran en riesgo más alto de presentar ideas o intentos suicidas que sus pares heterosexuales como consecuencia del matoneo.
Chile no escapa a este diagnóstico. Pese a ser pocas las investigaciones sobre riesgo suicida en adolescentes LGBT, un estudio exploratorio con adultos trans residentes en Santiago reveló que la mitad reportó haber intentado suicidarse en su juventud. El estudio llamado Dificultades Administrativas Enfrentadas por las Personas Trans en la Región Metropolitana de Chile, fue realizado por Berredo de Toledo de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, en 2011. Otro estudio de las mismas características, con adolescentes lesbianas, mostró un nivel mayor de dificultades psicológicas con respecto a sus pares. Es la investigación Nivel de Sintomatología Psicopatológica en Población Adolescente Femenina de Santiago de Chile, Según Orientación Sexual, de León, Del Río y Chaigneau (Universidad Adolfo Ibáñez, 2012).
Estudios internacionales dan cuenta de un sostenido aumento del suicidio juvenil en el país. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) informó que Chile ocupa el segundo lugar entre los 7 países de la organización que han mostrado un alza en su tasa de suicidios anual, cuando en general la tendencia es hacia la baja en las 34 naciones integrantes. Desde 1995 hasta 2007, la tasa se ha incrementado en un 54,9% (OECD, 2011). La Organización Panamericana de la Salud (OPS), confirma que Chile está entre los primeros lugares de suicidio juvenil. El país ocupó el primer lugar por muertes debido a lesiones autoinfligidas por adolescentes entre 10 y 19 años de edad, durante 2005, 2007 y 2008, y el segundo en 2006.
Las proyecciones del Ministerio de Salud chileno (MINSAL) son poco alentadoras. Si se mantienen los índices actuales y la curva de crecimiento observada desde 1997, la mortalidad por suicidio adolescente tendrá en 2020 una tasa de 12 por cada 100.000 habitantes entre los 10 y 19 años.
Pese a la evidencia de investigaciones y estadísticas internacionales, el MINSAL no desarrolla un trabajo orientado a enfrentar la vulnerabilidad de los adolescente y jóvenes LGBT, ni tiene a la diversidad sexual en los adolescentes como eje prioritario de trabajo.
En el ámbito educativo tampoco hay señales de un trabajo sobre orientación sexual e identidad de género en términos de protección de sus derechos. Con la llegada del nuevo gobierno al poder, en 2010, se trabajó para formar una comisión de expertos/as cuya primera tarea fue determinar cuáles iban a ser los programas de educación sexual en esa administración. Se eligieron 7 programas de educación sexual para ofertar a los establecimientos educacionales que reciben subvención del Estado, y cada uno desde esta base, eligió el programa de educación más acorde a su visión.
El problema se produjo al conocer los contenidos de muchos de estos programas, pues la mayoría no asegura su coherencia con políticas de Estado en materia de derechos humanos, de género, de salud sexual y reproductiva, entre otras, así como compromisos internacionales como los de la CEDAW.
El más preocupante es el Programa de Educación en Valores, Afectividad y Sexualidad del Centro de Estudios de la Familia de la Universidad San Sebastián, que incluye una descripción claramente homofóbica sobre la homosexualidad. Una de sus unidades se llama Trastorno de la Identidad Sexual: Homosexualidad y lesbianismo, y muestra la homosexualidad como una enfermedad, desconociendo que desde la década de 1970 la homosexualidad ha sido eliminada de las clasificaciones internacionales de enfermedades. La Ley Antidiscriminación cumple un año y llama la atención que estos conceptos se filtren en la educación de la juventud chilena.
En esta entrevista, la socióloga Carolina Bascuñán, directora de la Fundación Todo Mejora, reflexiona sobre el impacto de esta situación entre los adolescentes chilenos.
¿Qué factores contribuyen a la aparición de intimidación, discriminación y violencia en la escuela?
La violencia y la discriminación no surgen ni se generan en la escuela, sino que se reproducen en el ámbito educativo. Chile –y puedo aventurar que es una conducta latinoamericana– tiene una relación vertical, adultocéntrica y violenta en la relación con la adolescencia, donde la mirada del adulto es la que vale. Escucha e integra poco los nuevos modelos de relación que trae la propia juventud.
Cuando hay violencia en el seno de la familia es muy probable que estemos frente a jóvenes que sufren violencia en otros contextos. Según estudios de UNICEF, hay un 75% de maltrato de niños dentro de sus hogares. No es tan raro pensar que ese mismo nivel de violencia se reproduzca en otros escenarios.
Respecto a la discriminación, también hay un factor atribuible a la sociedad en su conjunto. Pese a que se acaba de aprobar en Chile una Ley de Antidiscriminación, creo que se trata de una ley reactiva, que fue creada para una situación puntual. No es una ley que haya avanzado con los procesos socioculturales, de transformación y apertura social hacia las minorías y la diversidad en general. Tampoco hay políticas ni inversión de recursos para generar una sociedad menos discriminadora. La evaluación después de un año de aplicación es un tanto pesimista. Celebro su existencia y su aprobación, pero me preocupa que no sirva para nada si no se invierte presupuesto en generar estrategias preventivas y no sancionadoras.
Por otro lado, contamos todavía con sistemas educativos muy segregados y diferenciados. Los educadores y educadoras buscan la homogeneidad por sobre todo, desde el aparato simbólico que se hace evidente en el uso de uniforme, hasta el tipo de enseñanza. Todas las instancias educativas tienden a desvalorizar lo distinto, lo diverso. No es raro pensar entonces, que lo “extraño” produzca rechazo. Y eso, en definitiva, es la discriminación. Es el acto concreto del prejuicio que tengo en la cabeza producto del desconocimiento y la ignorancia acerca de otro. No hay modelos que integren y valoren esta diferencia.
Si bien hemos avanzado en la educación intercultural bilingüe, o en programas para niños con necesidades educativas especiales, todos ellos son siempre muy acotados, muy particulares, con poca visión positiva de lo distinto. Hay una suerte de asistencialismo hacia el otro más débil. No se contempla la integración o celebración de la diversidad en el proceso de aprendizaje. Es ese factor el que favorece que se perpetúe la discriminación en los colegios.
Se menciona la discriminación hacia los pueblos originarios o hacia la capacidad intelectual del estudiantado. ¿Qué distingue al bullying homofóbico?
El bullying homofóbico tiene una particularidad que lo convierte en algo muy distinto. Si te molestan, por ejemplo, por ser indígena, usar lentes, por algún grado de discapacidad o por ser gordo, llegas a la casa y, por lo general, el o la afectada encuentra apoyo y construye identidad frente a eso. Si te molestan por ser maricón o fleto, en la casa es muy probable que el adolescente encuentre el mismo nivel de agresividad.
Un niño homosexual, una niña lesbiana, una chica o chico transexual es una persona que frecuentemente está sufriendo discriminación en todos sus contextos. Es agredido en su colegio y en su casa no puede contarlo, porque allí también hay conductas homofóbicas de los adultos. Lo que atemoriza a este adolescente tampoco puede ser contado a un profesor, porque implica reconocer su homosexualidad. Lo que ahí se produce es un riesgo para la salud e incluso para la vida de ese joven, que es mucho mayor que con un heterosexual. Por esta razón, los estudios internacionales revelan que un adolescente homosexual tiene 4 veces más riesgo de suicidio que un heterosexual en las mismas condiciones. Ese peligro aumenta y se duplica 8 veces si además hay rechazo en el seno de la familia. Es una situación que los pone en un lugar de vulnerabilidad muy particular, y surge la necesidad de abordar el bullying homofóbico de una manera distinta.
Respecto del suicidio de jóvenes LGBT, ¿qué pasa en América Latina y Chile?
Lo que está claro es que Chile es el país de Latinoamérica con las mayores tasas de suicidios en adolescentes, y el segundo de los países de la OCDE en crecimiento en los niveles de suicidio juvenil. Es una cuestión de salud pública que debe ser abordada de manera seria como en algún momento se abordó la tuberculosis. No podemos estar en los rankings en una posición tan alta con una población tan pequeña de adolescentes. Nuestro país no tiene respuestas ni programas para este fenómeno.
El problema es que no sabemos por qué tenemos este triste lugar a nivel mundial. Hay algunos indicios en función de investigaciones internacionales sobre la estrecha relación que existe, por ejemplo, entre adolescentes LGBT y riesgo de suicidio, que es notablemente superior. Esto aumenta sustancialmente cuando son adolescentes trans. Estudios revelan que las tasas de suicidio en ese grupo duplica la del resto de la población LGBT.
Pero en Chile, desafortunadamente contamos con muy pocos datos desagregados. Sabemos de las duras cifras del suicidio adolescente, pero no mucho más. Debemos, además, reconocer que es muy difícil saber por qué se suicidan los chicos en general. Por eso queremos realizar investigaciones de prevalencia en torno a la ideación suicida, que es “cuántas veces en tu cabeza has pensado en matarte” o si “has creado un plan para matarte”. Las investigaciones internacionales muestran que la ideación suicida está más presente en la población LGBT.
El Ministerio de Salud cuenta con un programa especial dentro del programa general de salud adolescente, que busca abordar el suicidio juvenil, pero es un plan general que tampoco nombra el bullying homofóbico ni tiene enfoque de diversidad sexual.
¿Está la escuela preparada para la construcción de relaciones que asuman en el aula las diferencias de género entre niños y niñas y estudiantes hetero y homosexuales?
Es necesario comprender que la infancia y la adolescencia conforman un grupo social por sí mismo, y que es diverso en cuanto a género, etnia, gustos, credos, etc. Si se comprende que no estamos simplemente frente a un proceso de formación para la adultez, sino también ante colectivos existentes, de características particulares, se asumirá que es fundamental rescatar la diversidad de este grupo social.
Un primer avance importante fue terminar con los sesgos de género en los textos escolares. Nos educamos con conceptos como: mi papá fuma la pipa, mi mamá amasa la masa, donde el género opera en la formación escolar muy explícitamente. Lo mismo sucedió en historia, donde hubo un intento por contar la versión de los pueblos originarios.
Sin embargo, con el tema de la orientación sexual pasa algo más particular. Es cierto que vivimos en una sociedad donde hay consenso en que hombres y mujeres deberían tener los mismos derechos, al igual que el reconocimiento de los pueblos indígenas. Pero existe poco consenso todavía sobre la igualdad de derechos en materia de diversidad sexual. Todavía existen situaciones muy polarizadas. No sólo en el seno de los colegios. También en las familias.
Esta realidad no es sólo chilena. Trabajamos con la red It´s Get Better, de Estados Unidos, y ellos comentan que si bien todos los colegios tenían programas para prevenir específicamente el bullying homofóbico e integrar la diversidad sexual, muchos profesores desconocían cómo hacerlo. Entonces repetían y reproducían lo que les obligaba el programa, pero les complicaba mucho hablar acerca de la diversidad sexual como algo positivo, como algo que hay que integrar, donde deberían ser capaces de reconocer que en una sala de clases puede haber gays, lesbianas, heterosexuales. Hoy, eso aún es impensado en las aulas chilenas.
¿Cuál es la situación de las y los docentes chilenos al respecto?
Todavía no hay una preparación y eso no es automático. Nadie cree que profesores/as, educadores/as y orientadores/as evolucionen en su pensamiento sólo con el paso del tiempo. Se aprende a ser intolerante y a ser violento, por lo tanto, hay que desaprender la intolerancia y la violencia. Y ese es un gran desafío.
Cualquier iniciativa para la promoción de la diversidad en la escuela y la prevención del bullying homofóbico debe surgir del aparato institucional. Debe ser una política pública que no esté a merced de una voluntad o del tal o cual grado de apertura que tengan quienes sostienen la práctica educativa, como está actualmente planteado en la educación pública en Chile. Los programas de educación sexual, en general, han sido un desastre. Nuestra Fundación inició conversaciones con el Ministerio de Educación para generar una estrategia de nivel nacional de integración y convivencia escolar, que aborde el bullying homofóbico con todas sus particularidades, pero lamentablemente no se concretó.
De hecho, los 7 planes de educación sexual propuestos por la administración de Sebastián Piñera han sido fuertemente cuestionados por fomentar la discriminación. ¿Cuál es su opinión?
Fueron planes heterosexistas que implicaron no sólo una mirada políticamente incorrecta y una falacia educativa, sino que exacerbaron el riesgo de acoso, daño o temor para los y las jóvenes LGBT en espacios educativos.
En 2011, el informe Anual del Instituto Nacional de Derechos Humanos indicó que estos planes escondían deficiencias y señaló que un tercio de los programas limitaban sus contenidos de salud reproductiva a respuestas únicamente de carácter heteronormativo, reafirmando una única forma de afectividad basada en relaciones heterosexuales, lo que puede avalar situaciones de discriminación contra personas de preferencia sexual o identidad de género diversas.
Pese a que el MINEDUC rechazó la visión del plan de educación en Valores, Afectividad y Sexualidad (VAS) del Centro de Estudios de la Familia de la Universidad San Sebastián, que incluye una descripción homofóbica en el título de una de sus unidades (Trastorno de la Identidad Sexual: Homosexualidad y lesbianismo), sigue pareciendo preocupante que dentro de los planes que hoy se ofertan a los colegios sólo dos se refieran explícitamente al tema de la diversidad sexual y el resto ofrezca mayoritariamente una visión limitada sobre ésta.
No debe quedar únicamente al criterio de un establecimiento educacional la decisión de los contenidos curriculares de aspectos centrales como la sexualidad. El ente rector nacional en la materia debe responsabilizarse por la educación que reciben todos los estudiantes de este país y desechar alternativas que puedan discriminar o estigmatizar a alumnas y alumnos lesbianas, gay y bisexuales.
Sin embargo, ello no es suficiente si carecemos de una sociedad sólida, formada, concientizada y responsable, que recuerde que todos debemos asegurar que los niños, niñas y adolescentes en Chile reciban una educación informada, de calidad, pero por sobre todo que les ofrezca un espacio seguro de desarrollo independiente de su orientación sexual.