CLAM – ES

Ser hombre en Chile

Los estudios sobre identidades masculinas en América Latina dan cuenta de transformaciones en las formas de ser hombre y en las normas acerca de lo que debe ser un varón. Durante décadas, ciertas concepciones acerca de la masculinidad han dado sentido a la vida de los varones como padres, como autoridad del hogar, como trabajadores y proveedores, con el espacio público como su dominio.

En Chile, con el fin de la dictadura militar y la reformulación del papel del Estado, hoy se hace necesaria una reflexión sobre la relación entre políticas públicas, familia y relaciones e identidades de género. Es necesario poner esta cuestión en debate para evaluar sus consecuencias en términos de equidad y diversidad de y entre hombres y mujeres.

El sociólogo José Olavaria es profesor e investigador en estudios de género. Ha publicado extensamente sobre varones y masculinidades. A través de sus estudios ha sido testigo y registrado la situación de los varones en Chile a lo largo de la última década. En esta entrevista comenta los cambios que se han producido durante ese tiempo.

Se cumplen casi dos décadas desde el fin de la dictadura de Pinochet (1972 – 1989) ¿Cuáles son a su juicio los principales cambios que han experimentado los varones con respecto a aquella época?

En la época en que aún reinaba Pinochet, los hombres se sentían perplejos ante una situación donde no tenían capacidad de respuesta: ‘¿debería ser el proveedor y no lo soy?; ¿tendría que ser el jefe de hogar, que me respeten y mi familia no lo hace tanto?; ¡lo hago tan bien y mira cómo me critican!; trato de estar todo el día con mis hijos y ellos y sin embargo mi mujer dicen que no lo hago; no entiendo qué pasa; no se qué pasa conmigo’.

Estas preguntas revelaban una incomodidad desde la vivencia personal. Las respuestas estaban en el nivel de lo subjetivo, no en el ámbito de la productividad. Estas incomodidades personales se daban por igual entre ricos y pobres, pero en lo que sí había diferencia era en los recursos que tenía cada uno para enfrentar esta realidad.

En los sectores más precarios, la vida no era respetada. Los hombres quedaban cesantes en sus trabajos y no contaban con redes de apoyo ni ahorros, como sí sucedía en los sectores profesionales donde, al margen de una baja en la autoestima personal, siempre hubo más recursos.

En el ámbito de la sexualidad, las opiniones eran muy parecidas y cruzaban cualquier grupo social. Era una especie de falocracia donde el tema del pene era central. La gran preocupación era de qué porte lo tenían, el tamaño era una cuestión de virilidad.

Usted postula, sin embargo, que luego de casi 20 años de democracia, la detención de Pinochet en Londres (26 de octubre de 1998), como hito político, nos sitúa en un contexto diferente, no sólo en la esfera pública, sino también de procesos más íntimos.

Los hombres han empezado a hablar más de su propia intimidad. Queda atrás el temor de que se trasluzca algún tipo de opinión, a diferencia del comportamiento de carácter clandestino de esos años. Se discute más la obligación de ser el proveedor, la autoridad. ¿Por qué esto es importante? Por la capacidad de comunicar la intimidad y hablar acerca de sí. Ahí comienzan a cuestionarse si, efectivamente, estas cosas son tan personales o no.

¿Hubo durante estos años cambios políticos que hayan modificado la situación de los hombres?

Hay un profundo cambio legislativo en relación a la vida privada y la familia en su intimidad. En 1994 se votó la primera ley de violencia intrafamiliar. Después vino la ley de divorcio, la segunda ley de violencia doméstica –donde el maltrato aparece tipificado como delito–, se promulga la ley de protección sexual, la de filiación y la de responsabilidad juvenil. Todas estas son leyes que afectan el papel, los atributos y los recursos de poder de los hombres.

Esta intervención política, desde el Estado, en la convivencia privada, se confronta con los procesos subjetivos de los hombres, que creen que lo que pasa en la intimidad de la familia solo tiene que ver con decisiones personales.

Por ejemplo, en el ámbito de la violencia intrafamiliar se dice que todos los hombres tienen capacidades de recursos de violencia y los atributos que les da este modelo justifican la violencia contra sus hijos y sus parejas. Esto puede ser moralmente inaceptable, pero son formas de masculinidad y femineidad que han sido reconocidas como parte de nosotros mismos. Los hombres encarnan la capacidad de ejercerla y las mujeres de soportarla.

Aquí se evidencia un cambio, porque el tema deja de ser el tamaño del pene y comienza a ser qué hace que los hombres tengan tal nivel de ensañamiento con sus parejas.

Es un problema que va más allá de proteger a las mujeres golpeadas. La pregunta es cómo esas mujeres y los hombres que las han golpeado construyen sus relaciones y el control sobre los cuerpos. Y en este contexto nuevo: ¿quién se hace cargo de los hombres?

¿Qué pasa con el tema de paternidad entre los hombres de ayer y los de hoy?

Tenemos encuestas con tres generaciones de padres, desde los que hoy tienen 70 años de edad, hasta los que ingresan a la paternidad a los 14 años. Todos dicen lo mismo: que son más cercanos con sus hijos que lo que fueron sus padres. Esta demanda de paternidad cercana y afectiva es muy legítima, pero sigue siendo más fuerte el juicio sobre la capacidad de proveer. Y proveer significa estar fuera del hogar.

Pese a que hay algunas modificaciones legislativas como el post natal de 5 a 10 días, y la presencia cada vez más habitual del padre en el parto, el problema para ellos pasa por permanecer durante la crianza con sus hijos. Ahí el campo está abierto.

Hay cambios de consciencia a este nivel, en este sentido subjetivo de lo que significa ser hombre que no corresponde a mi vivencia. ‘Quiero pero no puedo’. Eso hoy ha entrado en disputa.

¿Se puede hablar de una nueva masculinidad?

No, no hay guiones ni modelos nuevos de hombres heterosexuales que modifiquen significativamente esta rutina de proveedor, jefe de hogar, cercanía afectiva, construcción del cuerpo de la violencia.

Hay algunas entradas interesantes como preguntas en torno de la paternidad y la violencia, pero no hay un diseño distinto; salvo que sea un santo. Pero la de un sacerdote es una masculinidad muy particular ya que el celibato no es una opción para la mayoría de los hombres. Creo que es inadecuado hablar de nueva masculinidad, porque además da por resuelto un problema que no lo está.

Ese es un problema político. No basta que subjetivamente crea que soy distinto sino que tenga los recursos para hacerlo posible. Necesito contar con una invitación abierta que me lo permita.

Creo que las únicas masculinidades nuevas que han aparecido son las masculinidades gays. Ahí hay un diseño, guiones nuevos, hay actoría, hay agenda. Quizás nunca vaya a existir un movimiento de hombres con estas características, salvo por demandas específicas como la tuición.

Esto sucede en todo el mundo. En las encuestas de uso del tiempo a nivel mundial no hay prácticamente ningún país donde el hombre se dedique más a las actividades reproductivas.

¿Cómo se construye y expresa hoy la masculinidad entre nuestros varones adolescentes? ¿Qué lugar ocupan la sexualidad y las relaciones afectivas en ese proceso?

Los adolescentes de hoy nacieron cuando comenzó la democracia. Es una generación que, salvo por referencias, no conoce la dictadura, le es ajena. Ellos además nacen en un mundo digital y visual. Surgen nuevos núcleos familiares donde las mujeres empiezan a trabajar. La percepción de que la madre está dedicada exclusivamente al hogar y que el hombre siempre tiene trabajo y no está presente, cambia. Se desordena lo público y privado y, especialmente en los sectores más pobres, aquello de la división sexual del trabajo.

Es también un mundo donde los espacios de intimidad cambian. Cuando los niños sienten que dejan de ser niños, aquellos que supuestamente deberían ser sus apoyos –padres, entidades religiosas, profesores y profesoras– dejan de serlo. El espacio que lo permite con mayor propiedad es el de los amigos, que ha sido el espacio de la intimidad tradicional de los adolescentes.

Se reduce la presencia y autoridad de los adultos, porque ellos no conocen los recursos tecnológicos que los jóvenes dominan. Los adolescentes comienzan a tener autonomía y a ser “adultos” en lo suyo. Pero también comienzan a ver que la búsqueda de afecto y de cercanía se encuentra a nivel de los/las iguales.

¿Los llamados encuentros de sexo casual, son sólo eso para los varones adolescentes?

El inicio en los afectos y el inicio en la sexualidad son entre pares: con mi compañera, con mi vecina, con mi amiga, y las diferencias de edades son muy pequeñas. Dejó de existir el inicio sexual en un prostíbulo.

Para demostrar los afectos está la intimidad sexual. Si hay conciencia de la propia sexualidad y existe la posibilidad de expresarla en una relación emergente, el sexo pasa a ser una cuestión central. Esta relación entre afecto e intimidad sexual es nueva. También lo es esa capacidad de “autonomía” de los jóvenes de hoy que los transforma en adultos con su propia vida sexual y afectiva, porque son ellos o ellas los/as que deciden.

En el mundo de la tecnología, las comunicaciones, ellos deciden. Lo mismo sucede con su intimidad afectiva y sexual. Tienen las capacidades de autonomía de ser adultos en su mundo.

¿Cuánto comprenden los adultos del mundo juvenil, de las opiniones y comportamientos sexuales de los jóvenes y de sus consecuencias?

Los padres y adultos no han tenido este tipo de experiencias, por lo tanto no pueden interpretarlas, tienen que estudiar. No basta con haber sido adolescente.

Muchas veces los padres compran condones para sus hijos/as. Los dos jóvenes andan con condones, y él no se ofende si ella muestra antes el condón ni tampoco cree que por traerlo se acueste con medio mundo. En los adultos lo más probable es que el hombre sí piense que la mujer se acuesta con medio mundo si saca un condón.

Las consecuencias del mal uso de anticonceptivos son el embarazo y la maternidad y paternidad no esperados entre los adolescentes. Ni siquiera son embarazos no deseados. Como la relación sexual en general es entre personas que sienten afecto, en algún momento se desea tener hijos, pero no ahora. Como son enamoramientos que pueden durar semanas, lo que queda es el hijo. Y es a ella que le toca cargar con el niño o la niña.

Los chicos escolarizados que son padres sienten como una demanda inmediata ser proveedor. Cuando llega el momento de la paternidad, entre estos adolescentes que ya se veían distantes, autónomos, en relación con los modelos de masculinidad, aparece con fuerza la autoridad y la necesidad de ser proveedores, incluso más allá de los afectos.

¿Existe entre los y las adolescentes una noción de derechos reproductivos?

No hay conciencia de derechos. Y eso es muy complejo porque tanto en las investigaciones de fines de los 90 como en las actuales, la principal dificultad se producía cuando se preguntaba por sus derechos. Los jóvenes no entienden la pregunta.

Respecto de políticas de educación sexual, las Normas Nacionales sobre Fertilidad –que permiten a las chicas y los chicos una atención confidencial en un servicio de salud y la entrega de recursos anticonceptivos sin necesitar el consentimiento de los padres– hace menos de un año que han comenzado a difundirse recién comienzan a difundirse a nivel nacional.

Sin embargo, los profesionales de la salud tienen dificultades para suponer que este chico o chica de 14 años, tiene autonomía como un adulto para poder recibir una pastilla. Pero sí se les reconoce autonomía si cometen un crimen, un delito. Así lo establece la Ley Procesal Penal. Esto es lo contradictorio.

Si pasados los 14 años son sujetos concientes de su responsabilidad criminal; entonces son también sujetos concientes de su sexualidad. Esa es una de las cuestiones que hoy día está en el debate.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *