‘Y Dios creó a travestis y lesbianas. Amén’ fue lo que disparó la suspensión de la muestra oficial por el Día de la Mujer, encargada por la Agencia de Cultura de la provincia de Córdoba a los artistas Sofía Chaij y Juan Manuel Burgos. La medida denota la incomodidad de las autoridades provinciales ante la exposición de las tensiones que producen los cruces entre religión y diversidad sexual. La muestra, definida por Chaij y Burgos como un proyecto estético y político, abordaba temáticas como el aborto, la prostitución y los estereotipos de género, y cuestionaba el machismo, diversas formas de explotación sexual y persecuciones a la población LGBT.
En declaraciones a la prensa local, Pablo Canedo, titular de la Agencia Córdoba Cultura, explicó que la muestra fue cancelada porque, “para un espacio público, (los afiches) son marcadamente ofensivos para algunas creencias”. Y agregó: “Acá había cosas muy jodidas, ellos (los artistas) incluyeron material que no habían acordado antes”. Sin embargo, los artistas sostuvieron en un comunicado de prensa que presentaron el proyecto curatorial en el mes de diciembre junto con el flyer de difusión que acompañaría la muestra [ilustración de esta nota], “el cual explicitaba claramente el carácter contestatario, revulsivo y empoderado de la misma. Un collage obsceno y una serie de insultos reapropiados que invocaban desde ‘barriobajera’ y ‘sudaca’ hasta ‘abortista’ y ‘matamacho’ fueron aprobados por la encargada de la galería y por el director del Paseo”. Este material circuló como invitación a la muestra en la página web de la Agencia de Cultura de la provincia, razón por la cual resulta difícil pensar que Canedo no tuviera conocimiento del tipo de muestra que se llevaría a cabo.
La propia responsable de la galería de artes del Paseo del Buen Pastor, Sonia Leavi, había convocado a estos artistas con la idea de realizar una exhibición que escapara a los lugares comunes que caracterizan este tipo de eventos, mostrándose muy bien predispuesta al cariz que querían imprimirle a la muestra. “A nuestro entender”, explicaron Chaij y Burgos, “se trataba de pensar el género (los géneros) en un sentido amplio, sin caer en los criterios esencialistas que convocan sólo a las mujeres biológicas de clase media/alta a expresarse respecto de sí mismas, y menos aún, a través de los medios codificados socialmente como femeninos: bordados, algodones, puntillas, asaderas de cocina y cajitas rosadas que perpetúan los estereotipos de lo que debe ser una mujer, lo que debe ser una artista y lo que debe ser una obra de arte de género, bajo las formas de lo doméstico, lo íntimo y lo privado”. Pensando justamente que estos modos de llevar el género al arte en realidad no tensionan nociones de naturaleza/cultura, masculino/femenino, patriarcado o heteronormatividad, la decisión fue tratar de colocar estas categorías en el foco de la muestra. Su título –Inapropiada/Inapropiable– tiene la finalidad de reproducir cierta imaginería activista a través de consignas que grupos como Las Histéricas y las Mufas, Mujeres Públicas, Mujeres Creando, Las Unas y las Otras utilizan en la arena pública para interpelar sobre diferentes temas de la agenda del movimiento por los derechos sexuales y reproductivos, a través de grafitis, consignas políticas, cartelería y panfletería distribuidas en marchas, radios abiertas, actividades políticas, encuentros nacionales de mujeres, marchas del orgullo y la diversidad, etc. Con esta consigna Chaij y Burgos se acercaron también al quehacer plástico del activismo, particularmente del feminismo, el lesbofeminismo y el transfeminismo, donde el significante mujer es puesto en tensión, abroquelando en un mismo espacio obras que han ido construyendo un entramado de consignas a lo largo del tiempo, pero siempre en el espacio público. De este modo la finalidad ulterior era deconstruir el productor y con ello la noción clásica de autor y el modo de hacer arte, recuperando el arte feminista callejero donde la voz siempre es colectiva.
Parte del interés de ambos artistas fue el contexto de enunciación de la obra. Por un lado, el Paseo del Buen Pastor está ubicado en el predio que hasta hace poco tiempo albergara la cárcel de mujeres de la ciudad de Córdoba, sitio emblemático, además, de la resistencia feminista contra la última dictadura argentina. Por el otro, al ser un espacio público céntrico con gran circulación transeúnte, permitía suponer una amplia recepción de la obra, una especie de laboratorio social en el que durante 20 días estarían expuestas diversas consignas que conforman el debate por los derechos de las mujeres. Aborto, prostitución, femicidio, trata de personas, machismo, lesbofobia y transfobia eran algunos de las consignas que sustentaban la obra. A su vez, y desde ambos significantes contextuales, el Buen Pastor se configura como un espacio de hostilidad en el que actualmente ha habido denuncias por homofobia o por mal trato a personas de sectores populares. Esa hostilidad se repitió con los artistas plásticos y su propuesta, como si fuera una continuación de la performance política presente en el lugar. Lo inapropiado continuó siéndolo frente a la imposibilidad de las autoridades del lugar de ver esa otra torsión que significaba la curaduría artística de Chaij y Burgos.
Algunas de las discusiones suscitadas cuestionaron el carácter artístico de la obra. Al respecto, Burgos explica: “Si llegamos a ese punto en la discusión, si ni siquiera partimos de la misma noción del significado de lo artístico, resultará difícil ponernos de acuerdo sobre el potencial de su contenido. Algunas de las consignas pueden molestar un rato, pero después es necesario verlas en conjunto, como una obra completa que interpela: quién lo dice, por qué eso está ahí colgado, desde dónde se lo dice”. Y respecto al vínculo entre arte y política, los artistas puntualizaron: “Si 800 manos de color violeta, cada una con el nombre de una mujer víctima de femicidio en el país el año pasado, no interpelan políticamente, no sé qué estamos accionando cuando hablamos de arte”. Otro de los argumentos para suspender la muestra fue la falta de representaciones de la heterosexualidad, lo que trae a colación una vez más la relación entre el título y el contenido de la muestra: femicidio y aborto, dos ejes centrales de la agenda del movimiento de mujeres, no aparecen como formas de la heterosexualidad sino como exposición cruda del poder del patriarcado, como sistema de control y dominación.
No resulta extraño entonces, que los carteles más cuestionados fueran aquellos en que aparecían consignas feministas, lésbicas o trans en diálogo irónico con la religión como “basta de sotanas persiguiendo a la lesbianas” o “saquen sus rosarios de nuestros ovarios”, y que la respuesta oficial explicara la suspensión como un modo de “velar por el bienestar de los ciudadanos”, una clara muestra de lo que Foucault denomina el Estado-pastor, tutelando los criterios estético-políticos de lo decible en el espacio público.
“Lo que en verdad nos preocupa y alerta”, manifiestan Chaij y Burgos en el comunicado, “es la Lesbofobia, la Transfobia, la Travestofobia y la Misoginia institucionales e institucionalizadas. Que la frase ‘Dios creó a Lesbianas y a Travestis’ ofenda o moleste a ‘hombres y mujeres’ y por tal motivo deba ser censurada es alarmante, denigrante y ofensivo. Si se trata de proteger y de respetar a la familia, a los niños y a los católicos proponemos empezar por respetar a las familias de lesbianas y travas, es decir a las nuestras, a los niños y niñas lesbianas y trans, como nosotros, y la religiosidad y espiritualidad de todas aquellas travestis y lesbianas que se sientan creadas por Dios, ya que la libertad de culto tampoco es algo que se pueda censurar”.
El cierre de la muestra se llevaría a cabo con un “desmontaje crítico” plasmado en una mesa de debate en la que activistas, artistas plásticos e investigadores que trabajan temáticas de género, política y sexualidad expondrían sus ideas con respecto a la situación del arte y los derechos sexuales y reproductivos.