El campus de la Universidad Nacional de Salta, en el noroeste argentino, fue el escenario del VIII Congreso Argentino de Antropología Social, evento que albergó variados debates actuales de esa disciplina. Entre ellos estuvo presente el tema de la sexualidad y su vinculación con producción de identidades y los modos de gestión de ciudadanía.
María Cecilia Tamburrino, Josefina Brown y Mario Pecheny, del Instituto Gino Germani, Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), llevaron a la mesa de Género y Antropología el trabajo La ciudadanización de la salud. La noción de autonomía en el caso de la salud sexual y reproductiva.
Con base en un estudio de campo con mujeres que asisten a control ginecológico, la ponencia centró la discusión en la experiencia de pacientes en atención sexual y reproductiva, estableciendo una tipología “en función de su autonomía como individuo capaz de juicio y acción, y como sujeto de derechos y responsabilidades”. La elección de analizar los relatos de mujeres que asisten a servicios ginecológicos responde al hecho de “ser una práctica que vincula temas aún conflictivos: el género, la sexualidad y el saber médico”. El trabajo forma parte del proyecto de investigación “La ciudadanización de la salud. Un estudio comparativo sobre derechos y responsabilidades en salud sexual-reproductiva, enfermedades crónicas y cuidados paliativos”, dirigido por Pecheny, que tiene como objetivo “describir y analizar qué piensan y cómo son las prácticas de pacientes y profesionales de la salud en relación con temas vinculados a las condiciones de la autonomía, y las dimensiones y límites específicos que definen a un paciente como tal.”
Para estos investigadores, “el tema de la salud-enfermedad, también en el caso de la salud sexual y reproductiva, pone en juego cuestiones políticas y sociales de primer orden: las que tienen que ver con las formas de la autonomía y las relaciones sociales de subordinación, la construcción social del cuerpo, la individuación y la ciudadanía.” Por tal motivo analizan los grados de autonomía que adquieren las pacientes tanto en la relación paciente-médico establecida en la propia consulta, como en su condición de sujetos teniendo en cuenta en este caso la “incidencia de condicionantes estructurales tales como la posición de las entrevistadas en las relaciones de género, el estrato socio-económico, el nivel educativo o el sub-sistema de salud al que tienen acceso”.
Así, distinguen tres tipos de pacientes: el sujeto pasivo, el usuario de servicios de salud y el interlocutor. Los mismos responden a los diferentes grados de autonomía que las pacientes adquieren sobre las decisiones que atañen a su cuerpo y a sus derechos y responsabilidades como individuos y ciudadanas. A su vez los autores argumentan que esta tipología guarda relación con los diferentes modelos de mujer que se manifiestan en sus extremos como tradicionales o modernas (respondiendo al sujeto pasivo y al paciente interlocutor, respectivamente) que moldean el contacto que se establece entre la mujer-paciente y su médico/a al modificar la relación que la mujer tiene con su cuerpo.
El texto también expone las modulaciones que esta autonomía puede sufrir al tener en cuenta diferentes factores positivos (contención afectiva y familiar de la paciente, no padecer enfermedades crónicas o terminales, grados de instrucción) y negativos (situaciones límites como enfrentar un embarazo o la decisión de interrumpirlo) “permitiendo vislumbrar las fisuras de ese modelo ideal, problematizando lo que significa ser un paciente autónomo en cada caso particular”.
Por su parte, Horacio Sívori (UFRJ – Museu Nacional y CLAM/IMS-UERJ) presentó en el simposio “(In)subordinación de género y procesos de (des)politización” su trabajo “La identidad homosexual y la discreción como ética menor”, en el que analiza diferentes estrategias de construcción de identidades sociales específicas por parte de varones homosexuales latinoamericano a partir de asumir públicamente su orientación sexual. En su relato, contrapone un modelo de “masculinidad de expresión discreta y autocontenida” con expresiones que un segmento de los varones gays califican como “escandalosas”, asociándolas principalmente al desvío de género, la llamada“mariconería”. Para ello centra su análisis en las prácticas de activistas y profesionales que brindan servicios a la comunidad GLBT y los modos que estos adoptan para la expresión de su persona. Como muchos varones homosexuales, ellos se encuentran ante el desafío de construir un “bajo perfil”, donde la promoción de su orientación sexual implica producir una “cara pública relativamente discreta, adaptada al patrón de género dominante en la esfera pública nacional”.
Estos modos de presentarse públicamente se convierten en “expresiones privilegiadas por ser moralmente menos transgresoras, consistentes con un ethos ‘discreto’, como el de la pareja igualitaria, ‘estable’ y privado que aspira al derecho de filiación compartida de su progenie. El autor discute con un análisis muy difundido de las llamadas “culturas sexuales” latinoamericanas, que explica la transición entre diferentes modelos de homosexualidad a través de la oposición tradición/modernidad. Argumenta que la tensión referida proviene de “la negociación que el sujeto debe desarrollar entre los polo de la discreción y la publicidad, más de que en un pasaje entre diferentes modelos culturales de homosexualidad”. De hecho estos modelos de homosexualidad continúan coexistiendo y son los que generan conflictos entre ambas expresiones, la “discreta” y la “escandalosa”.
Sívori intenta “re-examinar las complejas modulaciones operadas en el campo homosexual a partir de la interacción entre representaciones de la diversidad sexual en esfera públicas de diversas escalas”. Ya sea lo que define como “ethos discreto” o su inversión, la performance escandalosa de las “locas”, ayudan a “pensar la posibilidad de pequeñas tradiciones éticas de lo cotidiano en contraste o contrapunto con el modelo ‘civil’ de representación pública de la democracia liberal”.