Las agresiones y formas sistemáticas de intimidación contra niños/as y jóvenes que desafían modelos dominantes de masculinidad y feminidad configuran un fenómeno frecuente en el ámbito escolar. El bullying homofóbico revela lo que el crítico norteamericano Lee Edelman denominó ‘hermenéutica de la sospecha’: un procedimiento en el que toda expresión y forma de sociabilidad sexuada es examinada para verificar si oculta algún significado referido a la homosexualidad que deba ser normalizado, en este caso, a través de la violencia. Que una estudiante toque la pierna de una compañera o un alumno pase la mayor parte del tiempo con mujeres, afirma una docente de primaria de una escuela de Ciudad de México, parecen ser indicios suficientes para designarlos como ‘lesbiana’ o ‘gay’.
Los efectos del bullying homofóbico en las víctimas son graves: altos niveles de ausentismo, disminución del rendimiento escolar, depresión, aislamiento, sentimientos suicidas y uso elevado de sustancias psicoactivas. A pesar de ello, en América Latina las autoridades educativas han prestado poca atención al problema. A ello se suma la escasa información empírica sobre acoso escolar en general. Según Amnistía Internacional, esto se debe a que, por un lado, el acoso escolar no es estudiado como un fenómeno particular, sino como una expresión más en estudios generales sobre violencia. Por otro lado, a que el acoso escolar sigue siendo una forma de violencia aceptada.
Uno de los pocos estudios que han abordado esta cuestión en México fue el realizado en 2009 por la Secretaría de Educación Pública (SEP) con el apoyo de UNICEF sobre violencia de género y discriminación escolar. La investigación reporta que 43.2% de los docentes de escuelas primarias y secundarias entrevistados mencionaron haber detectado casos de acoso escolar. La quinta parte reportó la existencia de grupos que intimidan a otros compañeros y compañeras en el salón de clases. Uno de los motivos que más lleva a los estudiantes a “molestar” a sus compañeros (22%) es que estos no compartan un conjunto de características consideradas masculinas. Lo mismo sucede en el caso de las niñas, “ya que de no cumplir los estereotipos femeninos se les dice que se comportan como hombres” (SEP, 2009: 101).
Organizaciones como la Fundación hacia un Sentido de la Vida, que a través de procesos educativos buscan transformar contextos de exclusión de poblaciones discriminadas, califican el bullying por homofobia como una de las peores formas de acoso en el contexto escolar. Rosa Feijoo, presidenta de esta organización, señala que “las víctimas no recurren ni a su propia familia para pedir ayuda, ya que el estigma prevalece en ámbitos como la escuela, la casa y el trabajo, durante la adultez” . El temor a ser rechazados por sus familiares lleva a las víctimas a guardar silencio.
A pesar de ello, las autoridades educativas siguen siendo renuentes a abordar este fenómeno. Señalan incluso que es “arriesgado” afirmar que existe acoso escolar por homofobia en las escuelas, ya que es difícil determinar si a la edad de los escolares se ha desarrollado o no una orientación no heterosexual. Se hace evidente entonces que no es necesario que una persona se identifique como gay o lesbiana para ser víctima de acoso homofóbico. Este opera, sobre todo, bajo la hermenéutica de la sospecha, que recae sobre todos los individuo, llevándolos forzosamente a la normalización de su expresión de género, a riesgo de sufrir estas formas insidiosas de violencia cotidiana.
Un aspecto que agrava la problemática tanto del bullying homofóbico como del acoso escolar en general es la respuesta de las autoridades educativas frente a los casos denunciados. La investigación de la SEP apunta diferencias de género en el manejo de las situaciones: mientras las directoras de los colegios suelen plantear soluciones relacionadas con el diálogo entre víctimas, agresores y adultos responsables, los directores suelen amenazar a los estudiantes con la suspensión (36.6%) o consideran que es un problema que ocurre fuera de la escuela (27.8%). Ante esta situación, algunas/os docentes han comenzado a tratar el tema de la diversidad en sus clases, entre ellas la sexual, con la finalidad de reducir las burlas y ataques entre alumnos y alumnas.
Una maestra que prefiere omitir su nombre advierte la importancia de dotar para ello a los docentes de herramientas pedagógicas que les permitan abordar con los alumnos conceptos como respeto y no discriminación; así como incluir en planes y materiales educativos temas como diversidad sexual, género y derechos humanos. Destaca además la necesidad de trabajar estos temas con los padres ya que “gran parte de las conductas en los salones de clase son reflejo de lo que ocurre en la casa de los estudiantes”.
Más allá de la escuela
Desde hace dos años Rosa Feijoo imparte talleres sobre bullying con docentes y adultos responsables en escuelas primarias y secundarias de la ciudad de Xalapa, Veracruz. Luego de trabajar en más de 60 planteles educativos, Feijoo diseñó talleres en los que explica qué es el bullying, cuáles son sus consecuencias y cómo se puede evitarlo. A diferencia de otros talleres similares, Feijoo destaca el lugar de la violencia homofóbica. Un aspecto central de estos talleres, señala la experta, es el trabajo con los adultos, ya que “en muchos casos, el agresor replica los modelos y comportamientos que observa en sus padres” . No obstante, aclara, la principal deficultad de esta labor es el poco interés que el tema suscita entre ellos.
Al respecto coincide Mónica Hernández Riquelme, directora general de innovación y fortalecimiento académico de la Secretaria de Educación Pública (SEP), para quien los diversos agentes que conforman la comunidad educativa (docentes, directivos, alumnos y adultos responsables) ponen en juego valores y referentes culturales que exceden los límites de la escuela. Estos aspectos culturales, señala, deben ser considerados en el diseño de actividades contra el acoso escolar, para que acciones como la reciente inclusión de módulos sobre derechos humanos en la asignatura obligatoria Formación Cívica y Ética no sean esfuerzos inútiles. “En las escuelas se les dice a los niños que aprendan a respetarse, a ser tolerantes, a aceptar las diferencias, a ser solidarios. Lo malo es que cuando salen de la escuela se encuentran con otra visión de mundo que contradice lo que se les ha enseñado, y tenemos que comenzar de nuevo”, agrega.
Aparte de factores culturales, la SEP señala aspectos económicos y sociales que atraviesan esta problemática, como el poco contacto de los adultos responsables con el proceso educativo, debido a sus ocupaciones laborales. Por ello, afirma Hernández Riquelme, es preciso “recuperar el tejido social, involucrar más a actores como la familia, trabajar con los maestros y abordar el entorno de los estudiantes. Es necesario conocer cómo pasan el tiempo libre fuera de la escuela y brindarles opciones para ello, como centros juveniles, parques, clubes de lectura…”.
De acuerdo con la funcionaria, un avance al respecto ha sido la creación de la Escuela para Padres, donde se tratan temas como la autoestima de los estudiantes, buscando propiciar una comunicación más efectiva con los hijos y una comprensión de los procesos de transformación propios de su edad. También resalta la implementación del programa Escuela Segura, cuyo fin es sensibilizar, atender y prevenir la violencia en el seno de las escuelas. El Programa realiza cursos de capacitación para que los docentes puedan identificar indicios de acoso escolar en el salón de clases.
Agencia especializada
Ante el incremento de las cifras de violencia en las escuelas, la Procuraduría General de Justicia del DF (PGJDF) creó la Unidad Especializada para Atender Casos de Violencia entre Estudiantes Menores de 18 años. José Ramón Amieva Gálvez, Subprocurador Jurídico y de Derechos Humanos de la PGJDF, explica que la Unidad atiende delitos que se cometen no sólo en la escuela, sino también durante los trayectos entre la escuela y la casa.
En lo que atañe al acoso escolar, el funcionario señaló que la agencia trabaja en dos áreas: en primer lugar, la prevención de la violencia mediante pláticas y discusión de textos con adultos responsables, docentes y alumnos, sobre detección de conductas como riñas, maltrato del mobiliario escolar o el acoso entre compañeros. En segundo lugar, la detección y sanción de las violencias física, psicológica y verbal Para este fin, indicó el subprocurador, se capacita a los docentes para que identifiquen en qué momentos ocurren estas agresiones y las denuncien ante la Unidad Especializada, donde se les brinda orientación jurídica y acompañamiento.
Amieva destaca que la Unidad planea generar estadísticas sobre delitos cometidos por escolares, especificando tipos, lugares y formas de ocurrencia. El acoso escolar será abordado como delito. Agrega que para atender este tipo de fenómenos, las medidas de control (investigar, consignar y esperar una sentencia) deben acompañarse de medidas de prevención y atención de estudiantes, con miras a establecer una red de prevención de la violencia.