Durante la VII Reunión de Antropología del Mercosur, RAM, en Porto Alegre, tuvo lugar la mesa redonda “Parentalidades y conyugalidades homosexuales en el mundo contemporáneo” organizada por Miriam Grossi (UFSC, Brasil) donde las nuevas composiciones familiares sirvieron de piedra de toque para repensar conceptos centrales de la antropología como parentesco, familia, afinidad, alianza y consanguinidad. Claudia Fonseca (UFRGS, Brasil), Florencia Herrera (Universidad Diego Portales, Chile) y Miguel Vale de Almeida (ICTE, Portugal) analizaron los modos en que se recrea la idea de parentesco a la luz de las nuevas tecnologías reproductivas y de las agendas de derechos civiles LGBT como el casamiento y la adopción.
En sus presentaciones los autores explicitaron el contexto en el cual se construye esta discusión: la constitución de conceptos antropológicos que tengan aplicabilidad para describir nuevas situaciones de parentalidad y conyugalidad, inscriptas en las llamadas sociedades modernas occidentales, que escapan de la estructura de familia nuclear heterosexual.
En su ponencia Homoparentalidad: el punto alfa del parentesco? Claudia Fonseca explicó que, “al igual que otras prácticas que actualmente están en la mira de la atención pública –como la filiación adoptiva y el uso de nuevas tecnologías reproductivas– la homoparentalidad nos obliga a repensar categorías básicas del parentesco. Al correr la discusión de la ‘tradicional familia nuclear’, es decir de la procreación sexuada y la filiación biogenética, estas ‘nuevas’ formas familiares sacuden las bases de nuestras creencias sobre lo que es ‘natural’.
Fonseca puntualizó que “la ideología de la familia gay, basada en lazos duraderos entre personas que se aceptan ‘tal cual son’, se solidificó en contraste con la idea de la condicionalidad del lazo consanguíneo.” De este modo, la noción de amistad se convierte en un elemento definitorio en la autodenominación de las familias homosexuales en detrimento de la conexión biogenética.
Por otro lado, a la hora de pensar en tener hijos, la consanguinidad adquiere nuevamente una carga semántica, ya que se busca que el futuro niño o niña posea características genéticas de ambas madres, por ejemplo. Sin embargo, estos casos parecen actuar como vectores para reconfigurar los límites que separan naturaleza de cultura. “Más que reafirmar la preeminencia de lo biológico, estos ejemplos sirven para mostrar cómo las personas en situaciones precisas van reconfigurando nociones sobre el lazo biogenético creando nuevos significados. Los genes suponen categorías sociales embutidas sin las cuales estos no tendrían sentido, no tendrían la más mínima relevancia”, concluye Fonseca.
En palabras de Miguel Vale de Almeida, “cuanto más ayude la tecnología a la naturaleza y el reconocimiento de la parentalidad se circunscriba a la legislación, se volverá más difícil pensar en una naturaleza independiente de lo social.” La ‘familia’, lejos de ser una unidad natural, representa el agregado de diversas relaciones, está traspasada por diversas fuerzas institucionales y envuelve la participación más o menos íntima de diferentes actores.
Almeida por su parte, en su paper Tempestad en un vaso de agua: perspectivas antropológicas sobre el casamiento entre personas del mismo sexo, centró el análisis en la noción de casamiento y las diferentes acepciones que esta categoría gana a la hora de tener en cuenta las demandas de las agendas LGBT que reivindican la posibilidad de incorporar las uniones de personas del mismo sexo bajo este concepto. “Teniendo en cuenta la existencia del casamiento propiamente dicho –dijo Almeida– el reconocimiento legal del casamiento entre personas del mismo sexo es una cuestión básicamente política, es parte del trabajo de completar el proceso de transformación cultural de la modernidad euro-americana: desvinculado de la reproducción, desvinculado de la filiación y desvinculado de la alianza entre grupos, al casamiento solo le falta desvincularse de la heterosexualidad. Esta desvinculación ya se inició con el reconocimiento cultural y legal de la conyugalidad homosexual.”
Desde el punto de vista del antropólogo portugués, es necesario dejar claro que “defender el casamiento entre personas del mismo sexo es una consecuencia lógica de la dinámica de las prácticas de parentesco en sociedades y culturas occidentales”.
Sin embargo, en contextos sociopolíticos más conservadores como la sociedad chilena este tipo de reconocimiento parece estar lejos de acontecer. En su presentación Ser y hacer familia: la mirada lésbica de las relaciones intimas, Florencia Herrera reconoce que en Chile “si bien la homosexualidad como práctica o identidad es cada vez más aceptada, las relaciones de pareja y derechos de parentalidad entre personas del mismo sexo siguen siendo rechazados, ya que seguimos viviendo bajo el supuesto de la heterosexualidad”.
Por más que la maternidad lésbica sea un proyecto reflexivo que cuestiona lo que en la maternidad heterosexual se da por sentado, la dificultad de combinar una identidad considerada transgresora, como la lesbiana, con una identidad considerada tradicional, como la de madre, aparece como un común denominador en el estudio de Herrera. En el contexto chileno dice la investigadora, el peso de los discursos tradicionales suponen el miedo al rechazo y la sensación de vulnerabilidad por parte de las personas que los subvierten. Esto genera estrategias para validar la relación de la madre no biológica con sus hijos, que implican quitarle peso al lugar de la biología, subrayando la importancia de los cuidados y los afectos en la construcción de la maternidad.
Asimismo, Claudia Fonseca también analizó algunas particularidades que supone la adopción por parte de parejas homosexuales. La autora apuntó a las implicaciones políticas que aparecen en casos de parejas de países europeos o de Estados Unidos que buscan adoptar niñas o niños latinoamericanos. La discusión adquiere ribetes colonialistas cuando las políticas de estos países “proveedores” son rotuladas de xenófobas o prejuiciosas si no aceptan la adopción por parte de parejas del mismo sexo, siendo que muchas veces estas personas tampoco tienen ese derecho en su propio país. Pareciera que la preocupación se centra más en los ‘derechos del consumidor’ que en los ‘derechos humanos’.
La parentalidad en general, apunta Fonseca, aparece como una cuestión “altamente política que traspasa los límites de los conflictos interpersonales y apela a la reflexión de la coletividad”. A su vez la homoparentalidad en particular, “ayuda a resaltar ciertos elementos que exigen un debate particular cuyas repercusiones se extienden más allá de la familia gay o lésbica”. Al final, concluye Fonseca, “revela las actuales formas familiares como ‘coproducciones’ que envuelven –además de valores culturales– leyes, tecnología y dinero. De este forma, el parentesco se convierte en una cuestión tan política como cultural, viéndonos obligados a repensar ‘que familias elegimos’ si es que de hecho queremos elegir.”