Las antropólogas Adriana Piscitelli (Núcleo Pagu, Universidad de Campinas, Brasil) y Ofelia Becerril (El Colegio de Michoacán, México) participaron del “Diálogo Regional sobre Sexualidad y Geopolítica”, organizado por la Sexuality Policy Watch, evento que reunió en Rio de Janeiro a investigadoras e investigadores de diferentes países latinoamericanos para debatir las intersecciones entre sexualidad, política, ciencia, economía y religión.
Una de las secciones del encuentro, Sexualidad y economía: visibilidades y vacíos, se propuso explorar los obstáculos epistemológicos e ideológicos que dificultan el desarrollo de los debates sobre sexualidad y economía –o sobre la economía de la sexualidad–, incluyendo mercados sexuales y la economía de la prostitución.
Las ponencias de Piscitelli y Becerril, incluidas en esta sección, centraron su análisis en las relaciones que se establecen entre sexualidad y mercado laboral, en las distintas modalidades de migración.
El trabajo de Becerril Quintana, titulado Sexualidad, cuerpo y poder en el vaivén transnacional México-Canadá, presentó un estudio sobre las experiencias vividas en torno a la sexualidad por los y las trabajadores/as mexicanos/as que emigran a Canadá a través del Programa de Trabajadores Agrícolas Temporales (PTAT), en circuitos transnacionales agro-industriales como Leamington, Simcoe y Niágara. La ponencia hace hincapié, por un lado, “en las políticas laborales canadienses y mexicanas orientadas al control de la sexualidad de las y los inmigrantes, y por otro, en las múltiples respuestas que éstos/as han desplegado para afirmar su humanidad y dignidad como personas completas”.
Dicho programa ofrece condiciones laborales muy precarias para los y las trabajadores/as extranjeros/as, que vulneran sus libertades y derechos. Los granjeros y los Estados-nación canadiense y mexicano, según explica la autora, han establecido una serie de políticas que regulan y sancionan el trabajo, la sexualidad y la vida social de los inmigrantes. El contrato de empleo firmado entre el granjero, el trabajador y el representante del gobierno mexicano establece una serie de condiciones. Al respecto, comenta Becerril, “las políticas laborales canadienses incluyen el control del ejercicio de la sexualidad de los inmigrantes en todos los espacios de su sociabilidad que en el caso de los hombres tienden a estar fuera de la granja (campos de fútbol, bares a los que asisten los fines de semana, en los caminos rurales por los que transitan con sus bicicletas), y de las mujeres en el lugar de residencia”.
La autora agrega que “a pesar de la situación de vulnerabilidad y de la aplicación de mecanismos de vigilancia, encierro y sanciones, los trabajadores responden con una serie de estrategias de resistencia, cambios en la estructura de sentimientos, nuevas formas de sexualidad, nuevos significados sobre el cuerpo y con discursos negociados sobre su identidad”. Así, desarrollaron nuevas formas de sexualidad como resultado de su experiencia migratoria en Canadá. “Frente a la disciplina capitalista canadiense se han generado múltiples respuestas de parte de los jornaleros y las jornaleras mediante luchas cotidianas orientadas a recuperar su identidad y su dignidad como seres humanos completos, con capacidad de agencia para contender cotidianamente la construcción real y simbólica de ‘lo que es’ y ‘lo que significa la sexualidad’.
La ponencia de Becerril Quintana da cuenta también de las percepciones y los “sentimientos de amenaza experimentados por las comunidades residentes”. La mayoría de los residentes locales – argumenta – “ven a los trabajadores inmigrantes temporales como una amenaza de invasión de su territorio, su empleo, sus mujeres y sus formas de vida”, lo que denota hostilidad de los locales hacia los inmigrantes.
Para la investigadora, la sexualidad ocupa un lugar fundamental en la lucha cultural de los inmigrantes mexicanos. Es una lucha por los símbolos y los significados desarrollados entre formas de sexualidad socialmente impuestas y modos de sexualidad alternativos. Las experiencias vividas en torno a la sexualidad son ampliamente experimentadas por los jornaleros y las jornaleras durante su trabajo y su vida en Canadá. “La lucha se centra en la demanda por el ejercicio libre de la sexualidad sin intervención del empleador ni de las instituciones canadienses o mexicanas. Lo que la sexualidad es y significa – y lo que el cuerpo es y significa – son parte de la misma lucha cultural”, concluye Becerril Quintana.
En Migración y sexualidad: de Brasil a Europa, Adriana Piscitelli, por su parte, centra el análisis en los aspectos económicos, políticos y culturales vinculados al flujo de brasileñas que viajan a España, específicamente a las ciudades de Barcelona, Madrid, Bilbao y Granada, para trabajar en la industria del sexo. Para la autora, este recorte trae a discusión “algunas consideraciones en torno a la racionalidad económica vigente en la prostitución”, a saber: los aspectos implicados en la opción de migrar con el objetivo de ofrecer servicios sexuales en el exterior; la lógica y la dinámica de la industria del sexo en España; y cómo el montaje de esa industria afecta las condiciones de trabajo de las brasileñas en el exterior.
Uno de los puntos destacados por Piscitelli es el modo como se construye la relación entre necesitar y querer. En España, explica la investigadora, la noción de necesitar se funde con la idea de que, debido a una carencia, privación o penuria, las inmigrantes son forzadas a trabajar en la prostitución. Sin embargo, las mujeres entrevistadas durante la investigación establecieron otro modo de pensar esa relación conceptual. En sus relatos, necesitar remite a las desigualdades estructurales entre clases sociales y entre las naciones del norte y del sur, que alcanzan a muchas más personas. Sin embargo, explica Piscitelli, lo que resulta singular es el esfuerzo invertido para salir de esa situación en donde el término necesitar está siempre vinculado a la noción de querer y sus proyectos de movilidad social a través de la inmigración para trabajar en la industria del sexo: “vine porque quise”, “ejerzo la prostitución porque quiero”.
Para comprender las trayectorias de vida de estas inmigrantes es necesario tener en cuenta algunos aspectos: los traslados de un lugar a otro conforman un tipo de migración laboral, de proyecto migratorio; el perfil socio-económico de las entrevistadas coincide con el de la mayoría de los brasileños que migran a los países del norte; y las mujeres entrevistadas ya habían trabajado en la industria del sexo en Brasil. De este modo, las expectativas que aparecen en sus horizontes estarían centradas fundamentalmente en las posibilidades de ascenso económico que Brasil no les ofrecería, junto con la glamourización y la ilusión de conocer nuevos lugares, como aparece en sus narrativas.
Sin embargo, un cambio en las leyes de migración y de tráfico de personas operado en España a mediados de la década del 2000 hizo que la presencia masiva de extranjeras en la industria del sexo – muchas de ellas, en condición ilegal – se vinculara de modo casi automático a actividades delictivas, relación recurrentemente asociada al tráfico internacional de personas. Piscitelli presentó asimismo las implicancias de los marcos legales y regulatorios de los países que reciben a los inmigrantes a la hora de pensar el estatuto de persona que los llamados ‘países centrales’ otorgan a los inmigrantes de los países del Sur.
En el año 2006, comentó la antropóloga, una comisión del Congreso de los Diputados y del Senado de España abrió el debate acerca del reconocimiento de la prostitución como trabajo, que concluyó en la solicitud de no regular la actividad, por tratarse de “explotación sexual, violencia contra las mujeres, mayoritariamente extranjeras y vinculadas al tráfico de personas”, proponiéndose así un plan de lucha contra la explotación sexual, en lugar de atender a las demandas por otorgar estatuto laboral a la prostitución.
Al respecto, las mujeres entrevistadas por Piscitelli han asociado la noción de explotación a una situación meramente económica, relacionada con la retención excesiva de parte de sus ingresos en manos de los dueños de los clubes o apartamentos en los que suelen trabajar. En lo que respecta a la violencia o al abuso, hacen alusión al daño físico y moral en manos de la policía migratoria, que “es evocada con rabia y miedo en los relatos de las acciones anti-tráfico, consideradas un mecanismo para reforzar la red tejida por el gobierno español con el objetivo de facilitar la deportación de inmigrantes regulares”, argumenta Piscitelli.
El trasfondo de este análisis no es sólo el trabajo en la industria del sexo sino los proyectos migratorios en los cuales el trabajo sexual es una estrategia. Al respecto, la investigadora explica que “la comprensión de las trayectorias de estas personas en el exterior, de sus posibilidades y condiciones de trabajo, requiere tener en cuenta esa conjunción, pues ellas están marcadas simultáneamente por sus posiciones como inmigrantes del Sur y como prostitutas. En esa articulación, la vivencia de la violencia adquiere otros matices, y la explotación económica otras connotaciones. Al mismo tiempo –concluye Piscitelli – en ese universo el trabajo sexual puede operar, tal vez con más frecuencia que para las trabajadoras sexuales en Brasil – y con mayor intensidad que entre los inmigrantes dedicados a otras actividades –, como ascenso económico y también social, incluyendo la ampliación del universo cultural, la creación de autonomía y el ensayo de nuevas posiciones de género”.