Con el resultado de las últimas elecciones presidenciales, a partir del 10 de diciembre Argentina se transforma en uno más entre los pocos países gobernados por una mujer, electa por el voto popular. Cristina Fernández de Kirchner, esposa del actual presidente, Néstor Kichner, aventajó por amplio margen a sus oponentes, entre quienes se contaban otras dos mujeres, asegurándose el triunfo en la primera vuelta. En una campaña que apostó al silencio de la candidata oficialista, no hubo pronunciamientos acerca de las agendas de género ni de derechos sexuales y reproductivos. El hecho de ser mujer no se presentó como un valor a ser rescatado como estrategia electoral. Hoy la presidenta electa representa un enigma para quienes leen la política en clave de género.
Laura Masson, Doctora en Antropología Social por el Programa de Postgrado en Antropología Social del Museo Nacional, UFRJ, Profesora de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, UNICEN, en Olavarría, donde dirige el Programa Permanente de Estudios de la Mujer, es autora del libro La política en femenino (Editorial Antropofagia, Buenos Aires). En él, Masson explora modos en que las mujeres se insertan en la arena política, tomando como caso la provincia de Buenos Aires, principal base electoral del peronismo y del triunfo de Fernández de Kirchner en esta elección.
En esta entrevista, la autora analiza el lugar que ocupan las mujeres en la política argentina y las diferentes estrategias utilizadas para posicionarse en un campo que históricamente ha tenido predominio masculino.
¿Qué comparaciones puede establecer entre las construcciones de lo femenino presentes en la política de Estado nacional y aquéllas del movimiento feminista, que usted estudió en su tesis de doctorado?
La política que se construye en la militancia feminista reivindica valores que se oponen a la política de partidos. Es un tipo de política que yo llamo cognitiva en el sentido de estar fuertemente enfocada a modificar una visión de mundo y también por las categorías a partir de las cuales se percibe la realidad. En ese sentido, la militancia feminista dedica un considerable trabajo a lo que sucede con la persona, como refleja la famosa consigna “lo personal es político”. En la década de 1970 tuvieron su auge los grupos de concientización, especialmente a partir de técnicas de autoconocimiento.
A diferencia de la política de partidos, la base de la política feminista es la mirada crítica a las relaciones jerárquicas entre los sexos y las propuestas de modificación de esa realidad se cimientan en un trabajo orientado a transformar la noción de mujer. No se es feminista por afiliación, sino que la pertenencia al movimiento es un proceso. En la mayor parte de los casos se trata de un acercamiento paulatino durante el cual la mujer va modificando sus vínculos, su relación con el mundo y va logrando autonomía a través de la toma de conciencia. En todo esto, la experiencia militante junto a sus pares es central. Así es como se produce un cambio interior en cada mujer. Las feministas defienden una noción de mujer individualizada y autónoma y formas de organización horizontales que impactan fuertemente en su manera de hacer política. Pero, por otro lado la política feminista también ha ido permeando el conjunto de la sociedad y hoy, tanto en los partidos como en el Estado, se han instalado varias de las consignas del movimiento, aunque en ese proceso, al insertarse en un contexto ajeno al que les dio origen, se han modificado y han perdido gran parte de su sentido original.
¿Qué idearios de mujer que se vislumbran en los modos de hacer política que describió en su libro?
En La Política en Femenino analicé la imagen de las candidatas a diputadas nacionales por la provincia de Buenos Aires en 1997, Hilda González de Duhalde y Graciela Fernández Meijide. Una cosa curiosa fue la necesidad de la prensa de situar a estas mujeres. Había que insertarlas en un mundo hasta ahora mayoritariamente masculino. Eso se hizo, en el caso de ambas, tomando como hito el 17 de octubre de 1945. El diario Clarín publicó un dossier especial cuyos relatos ubicaba, imaginariamente, a cada una en esa fecha y describía su situación en relación al mundo obrero.
Por otro lado, ante la ausencia de trayectoria militante, ambas candidatas apelaron a su lugar de madres para legitimarse en la arena política. Chiche Duhalde como esposa y madre ejemplar de cinco hijos, contaba con orgullo que solo ingresó a la política cuando sus hijos ya no la necesitaban. En los 90, época en que gobernaron la provincia, los Duhalde invirtieron en actos, rituales, leyes y programas sociales donde la imagen de la mujer aparecía fuertemente asociada a la familia. Incluso el Consejo de la Mujer se transformó en Consejo Provincial de la Familia y Desarrollo Humano.
Graciela Fernández Meijide, a su vez, se construyó y fue construida por la prensa como una “mujer independiente” contraponiendo su imagen a la de Chiche Duhalde asociada a su marido y a una forma desprestigiada de hacer política: el “clientelismo”. Por su vinculación con los Derechos Humanos, Fernández Meijide representó la ética y una supuesta autonomía, tanto en relación a un hombre como a la estructura de partidos tan criticada en ese momento.
¿Qué lugares construyen mujeres como Hilda de Duhalde, Graciela Fernández Meijide y Cristina Kirchner a la hora de entrar a la arena política?
Se trata de tres trayectorias muy diferentes entre sí. Hilda de Duhalde, más conocida como Chiche Duhalde, ingresó al mundo de la política partidaria acompañando el accionar político de su esposo Eduardo Duhalde a partir de una tarea considerada como propia de las mujeres peronistas: ocuparse de lo social. Inicialmente, trabajó en fundaciones en Lomas de Zamora [Gran Buenos Aires] y luego ocupó un cargo del Consejo de la Mujer de la provincia de Buenos Aires. Es importante destacar que, tanto el vínculo matrimonial como el argumento de que “siempre me he ocupado de lo social” han sido por mucho tiempo resaltados y valorados por ella y por su esposo. La imagen de un matrimonio sólido y su lugar de madre y esposa fueron, a fines de los 90, argumentos de autoridad reivindicados públicamente cuando ella ingresó a la arena política.
Nada de esto sucede en el caso de Cristina Kirchner. Los Kirchner forman un matrimonio en el que ambos reivindican su militancia política sin hacer necesariamente alusión a sus roles como cónyuges. Tampoco es usual escuchar que ella se reivindique como “esposa de” o que invoque su rol de buena madre para fortalecer su figura pública; lo que ella recupera es su propia experiencia política, como militante o legisladora. Esto muestra que no todas las mujeres peronistas tienen “vocación por lo social”, existen también las que evidencian su “vocación de poder”.
Por otra parte, el caso de Graciela Fernández Meijide está fuertemente vinculado a la historia reciente del país. Madre de un desaparecido, en 1977 comenzó a trabajar en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y más tarde fue secretaria de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas). Al ingresar en la política su imagen era la de una mujer ética, luchadora e independiente.
Se puede establecer un parangón básico entre Chiche Duhalde y Cristina Kirchner en el modo de acercarse a sus candidaturas, por ser ambas esposas de gobernador y presidente. ¿Existen sin embargo puntos discordantes de las estrategias políticas de las candidaturas de ambas?
Es verdad que ambas son “esposas de”, pero creo que las diferencias son muy importantes y tienen que ver con la resignificación del espacio que las mujeres peronistas han tenido históricamente en la política. Una vez escuché decir que los peronistas son machistas y los radicales misóginos y algo de cierto hay en esa expresión: en el peronismo siempre hubo lugar para las mujeres, pero se constituyó subordinado al de los hombres. Esa subordinación parecería acentuarse, al menos en el imaginario, cuando la relación que vincula a un hombre y una mujer es el matrimonio. Diferente es cuando se trata de “hijas de” o “hermanas de”.
Insisto en que mientras Chiche Duhalde construyó su lugar en la política utilizando como argumento de autoridad su rol de esposa y madre y su preocupación permanente por “lo social”, Cristina Fernández ha reivindicado siempre su experiencia política. Incluso ha contado en entrevistas que ella fue gobernadora de Santa Cruz antes que su esposo, por un período corto y reemplazando al gobernador de ese momento. Lo cierto es que, en el caso de Cristina, esa posición de no dependencia en relación a su esposo debió ser modificada cuando él se postuló como candidato a presidente. La razón es que su figura resultaba “demasiado” enérgica y perjudicaba la imagen de su esposo. Recuerdo a periodistas que presagiaban que Kirchner no podría manejar un país cuando a él lo manejaba su mujer.
Durante la campaña presidencial, algunos medios dejaron deslizar la idea de que, Cristina Kirchner tenía un grupo de asesoras feministas peronistas; sin embargo, en sus escasos discursos de campaña ella no dejó traslucir argumentos de género. Esto ha sido duramente criticado por las militantes feministas.
Curiosamente, una vez electa, la presidenta hizo una alusión explicita al tema, refiriéndose a la cuestión de género y convocando a las mujeres a trabajar. Pareciera que de la misma manera que en su momento Cristina Fernández dosificó sus apariciones en público para favorecer la imagen de su esposo, también ha evitado hacer alusiones explícitas a una agenda de género durante la campaña, dado que todo lo que pueda ser asociado al feminismo sigue teniendo muy mala prensa. De ahora en más habrá que esperar para ver hasta dónde la presidenta electa se identifica con los reclamos del movimiento de mujeres y si, por su condición de mujer, será más permeable a estas demandas.